Distinto a lo que podría esperarse, Jane Morgan (41) se crió en un ambiente conservador, en Missouri, un estado de gente bastante apegada a los valores patrios, la familia, la propiedad y la seguridad. Su madre es ítalo-americana y muy católica. Conceptos como culpa y pecado fueron parte de su educación.

“Yo no me siento una persona liberal, pero estoy a favor de todo lo que haga feliz a la gente sin que implique dañar a otro”, aclara. “Al igual que los chilenos, vengo de una cultura llena de contradicciones, todo Estados Unidos es puritano. En la tele ves muchas pechugas y potos, pero en la casa no hablan de sexo. Por eso me sentí identificada con Chile, estudié en un colegio de monjas”.

Jane se graduó como ingeniero comercial y en 1999 vino a Chile para estudiar español. Acá se puso a pololear con un chileno y, dos años más tarde, se instaló en el país.

Fue este chileno —con quien estuvo 10 años— el que la convenció de explorar juegos eróticos. Tras cinco años en Santiago decidió crear Japi Jane, un sex shop que les cambió la cara a los juguetes sexuales, ofreciendo diseños modernos y estéticas creativas, además de una gran variedad de accesorios de placer. “La idea surgió porque acá iba a tiendas y había pocas cosas y feas, como antiguas, de goma, penes con venas, horrible”, cuenta. “Entonces decidí traer cosas que yo misma había comprado en EE.UU.”.

Fuera de todo pronóstico —le dijeron que le iba a ir mal, que su idea era muy de nicho, que los chilenos éramos pacatos—, su emprendimiento subió como la espuma y no ha parado de crecer. Hoy, casada por segunda vez y con un hijo de 4 años, esta gringa —que de verdad es muy happy— tiene dos sucursales físicas (una en Merced con Lastarria y otra en Luis Thayer Ojeda con Providencia), una tienda online y además realiza talleres y otras actividades de educación sexual. Tantas preguntas y confesiones recibía, que tuvo que prepararse y cursó un diplomado en sexualidad humana en el Centro de Estudios de la Sexualidad Chile, un centro independiente liderado por el doctor Christian Thomas Torres, que cruza psicoanálisis y sexualidad.

Jane ha dado entrevistas, ha ido a la tele y a la radio y hoy es un personaje conocido. “Yo no puedo subir a un taxi sin que me cuenten cosas sexuales. Si me preguntan qué hago y digo que tengo un sex shop, dicen ‘ah, tú eres la gringa' y empiezan a confesarse”.

“Soy activista del placer”

Jane habla un español casi perfecto y usa lenguaje inclusivo. “Es que encuentro que tiene todo el sentido del mundo”, argumenta. “En inglés ‘para ellos' se dice ‘forthem', pero esta última palabra incluye a ambos sexos, es neutra. Mi hijo de 4 años dice todes”. Comprometida con la realidad nacional y entusiasmada con la posibilidad de un cambio cultural para Chile, reconoce que en estos meses no ha sido fácil mantener la tienda de Lastarria, en plena zona cero, que ha tenido que cerrar varias veces. Pero dice que les ha dado facilidades a sus empleados, todos jóvenes, para que vayan a las marchas y participen, incluso ha organizado cabildos donde mete temas de sexualidad.

—¿Cómo has vivido el estallido?

—Con una mezcla de sentimientos, como todes. Pero lo veía venir. Se sentía la tristeza y la represión cuando uno se subía al metro. Además, siempre me pareció demasiado raro que se mantuviera la Constitución de la dictadura y que la gente lo aceptara. Obviamente, el manejo de la situación no ha sido óptimo y es difícil aprovechar el espíritu positivo de este movimiento, que es una liberación, un movimiento de despertar, de darse cuenta de que somos humanos y que sentimos las mismas cosas. Yo soy activista del placer. Creo que es muy valioso el hecho de que la gente se reúna físicamente y que se exprese. El estallido despertó la libido colectiva, se están moviendo las energías.

—¿Y cómo han estado las ventas del sex shop?

—En la tienda de Lastarria bajó un poco, pero las ventas web subieron bastante el último mes, tal como pasó después del terremoto del 2010. Yo creo que después de estos acontecimientos, la gente piensa que la vida es corta, que hay que hacer algo, y busca los pequeños placeres.

—Pero sobre todo en las primeras semanas de la crisis, ¿la gente no estaba muy estresada?

—Mucha gente nos contaba que no daban ganas de tener sexo. Pero con el tiempo se dieron cuenta de que practicar el sexo era una muy buena manera de mantener el equilibrio en la vida mientras todo estaba en desequilibrio.

—Desde el prejuicio, se suele mirar con sospecha a quienes consumen este tipo de productos. ¿Hay algún vínculo entre adquirir objetos de sex shop y practicar sexo grupal, poligamia o prácticas sexuales menos ortodoxas?

—No. Los que más usan juguetes son parejas o gente sola, es algo más íntimo. Mis clientes son comunes y corrientes, y yo creo que por eso tuve éxito. Esto responde a mi propia experiencia. Mi exmarido me llevó de la mano a explorar juegos sexuales, siendo que no soy especialmente aventurera. Pero al conocerlo me saqué el pudor y me pareció divertido.

—¿Qué te parecen los tríos?

—Es súper valido. En vez de recurrir a la infidelidad, puedes tener una experiencia junto a tu pareja y mantener una monogamia honesta. Pero hay que tener muy claras las reglas del juego, hacerlo con consenso, sin forzarlo y cuidar que se cumplan las que reglas que todos han consensuado. Uno tiene que hacerlo cuando está súper bien con la pareja, no para salvar una relación.

—¿Dónde pones los límites entre lo sano y lo insano en las prácticas sexuales?

—Para mí, el único límite es que sean adultos y que la práctica esté consensuada. Todo está permitido entre dos o más personas si están claras las reglas y hay acuerdo en ellas. Lo importante es aprender a asegurar el consenso para que no se produzca abuso. Por ejemplo, hay grupos sadomasoquistas que son muy ordenados, controlados y consensuados. Tienen mucho más claras las reglas que otras parejas normales. A veces una pareja normal no comunica bien lo que quiere o espera del otro.

—¿No encuentras freak el sadomasoquismo?

—Para nada. Me parece un movimiento bacán. Es un juego de poder que explora los límites entre el dolor y el placer. En las comunidades serias de sadomasoquismo no hay nada de violencia.

—¿Separas el amor del sexo?

—Sí. Son dos dimensiones distintas. Pero personalmente lo que hoy me interesa es vivir el amor y el sexo juntos. Disfruto mucho más tirando con alguien con quien estoy enamorada, porque busco la conexión.

“A la tienda llegan viejas de 80 años todos los días”

—¿Qué diagnóstico tienes sobre la sexualidad de los chilenos?

—Ha mejorado en los últimos 10 años. Antes escuchaba más confesiones de infidelidad, porque la pareja no quería hacer algo y entonces había que realizar afuera lo que estaba prohibido en la casa. Ahora, las parejas estables se están dando cuenta de que es mucho mejor hacer lo prohibido juntos y que eso fortalece el vínculo. La gente quiere reconectar con los sentidos del cuerpo, en un mundo que nos tiene muy pegados a las pantallas. El sexo es volver a tocar, a descubrir, a experimentar sensaciones.

—En este ámbito, ¿cuál es la principal tranca de los chilenos?

—Culturalmente, todo lo que tiene que ver con el sexo se ridiculiza y se convierte en chiste. En la tienda siempre llegan y echan la talla: “¿Y este juguete no está usado? Jajaja”. Y entonces yo explico que obviamente no es un juguete usado y les informo de su función. No pueden hablar del juguete sin hacer chistes.

—¿Qué comentarios o quejas escuchas con más más frecuencia en la tienda y en los talleres?

—“No tengo ganas”. Y el problema es que sienten que es una obligación, que si estás en pareja “debes” tirar, que si amas a alguien “debes” tirar, y eso complica todo. Hay que vivir la sexualidad sin obligaciones. Pero si te interesa mejorar ese aspecto de tu vida, hay que ponerle trabajo, como a todo.

—¿Y los chilenos hacemos la pega?

—Eso es lo que estamos fomentando. Que la gente se dé cuenta de que no pasa mágicamente. Si tú esperas que espontáneamente te nazcan las ganas vas a frustrarte, porque eso sucede cuando recién estás pololeando o cuando es una novedad. Pero en una relación más estable, la experiencia sexual requiere de una disposición. La gente piensa: “No voy a hacer nada hasta que tenga ganas” y cree que tirar sin ganas es lo peor que puede pasar. Y no. Uno puede entrar a un encuentro sexual sin ganas, pero ahí mismo haces las ganas. Y sales feliz. Es lo mismo que ir al gimnasio.

—Está el cliché de que los chilenos somos cartuchos. ¿Suscribes esa idea?

—Para nada. Yo empecé Japi Jane en 2006, cuando Bachelet salió Presidenta por primera vez. Dije: “Este país que dice que es conservador pone a una mujer divorciada y agnóstica como Presidenta”. En ese momento, en USA esa mujer tenía cero posibilidades de ganar. Entonces me di cuenta de que el conservadurismo chileno era puro blablá, y dije “están listos para estos juguetes”.

Y mira cómo estoy. Llevo 13 años con la empresa y la gente compra. A la tienda entran personas de distintas edades, de todas las clases sociales, de distinta orientación sexual. Llegan viejas de 80 años todos los días.

—¿En serio? ¿Y qué piden?

—Un juguete para sentir cualquier cosa y también lubricantes. Con un buen lubricante y un juguete están felices.

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