El poeta explica que el 18 de octubre lo pilló en un momento personal difícil, ya que coincidió con la muerte de un amigo cercano, el artista Juan Pablo Langlois.

Coleccionista de arte y dueño de Metales Pesados, Sergio Parra cuenta que, pese a que las ventas en su librería en Lastarria han bajado en un 35 por ciento, aún no se ha visto obligado ha despedir a nadie.

Hijo de un vendedor y una dueña de casa, con mucha calle en el cuerpo, poeta de los patios traseros de los años 80, dice que apoya las demandas sociales, pero cree que el movimiento ha ido perdiendo fuerza debido a la violencia de los manifestantes y juzga equivocado comparar la represión ejercida en dictadura con la de Carabineros.

Justamente arrancando de la policía, durante una protesta en 1983, conoció y se convirtió en el mejor amigo del escritor y artista Pedro Lemebel, cuya figura aparece en las paredes de la capital como ícono revolucionario y gay.

Parra define a los manifestantes como “agresivos y tiernos. Están disociados. Pasan de hacer una barricada a subir la foto de un gatito. Es muy raro”.

—¿Cómo has vivido el estallido social desde octubre?

—A nivel personal me pilló en una situación bastante complicada porque un gran amigo mío, Juan Pablo Langlois, estaba muy grave y ese mismo día fue trasladado a la clínica de la U. Católica. Ahí estuvo internando hasta que falleció. Durante esos primeros días de protestas, cruzaba la Alameda para ir a visitar a Juan Pablo y veía lo que estaba pasando en la calle. Fueron semanas sin horarios, con el aire saturado por las lacrimógenas, con muchas barricadas y con gente corriendo para todos lados. Varias veces tuve que volver de la clínica, tarde en la noche, bajando por el puente de la calle Lira para evitar problemas porque me miraban sospechosamente por la ropa que uso (siempre de terno negro, camisa blanca y zapatos de charol).

—¿Cómo viviste los toques de queda?

—Uno vivió la dictadura, el toque de queda, y era muy diferente a la situación actual. No se puede igualar la dictadura con este estallido ni banalizar los desaparecidos, los torturados, con respecto a lo que está pasando ahora. En este momento hay una violencia por parte de Carabineros, pero también somos miles los testigos de la represión. Hoy en día cada uno carga en su celular con cientos de pruebas de los abusos de la policía. Eso, en dictadura, era impensable. No había registro.

—¿Qué fenómeno distintivo has observado en las protestas?

—En dictadura, lo que ahora está ocurriendo con las barricadas en Plaza Italia, era lo que pasaba en las poblaciones. He visto un desplazamiento de gente y costumbres desde la periferia al centro de la ciudad. La zona cero es como la gente vive en las poblaciones populares: con latones en las puertas de los comercios por el narcotráfico, las barras bravas y los asaltantes. Es lo mismo que uno ve en Bajos de Mena, La Pincoya o La Legua.

“Esta rabia acumulada parte con Pinochet en el Senado”

—Vives en Lastarria. ¿Te esperabas tanta destrucción en el barrio?

—No, no me esperaba tanta destrucción. Fue sorpresiva la rabia, la ira, que salió contra los locales comerciales. Mirando los saqueos, pude ver como los manifestantes alimentaban las barricadas con televisiones, bicicletas, ropa o lo que encontraran a la mano. Todo esto ha sido muy violento. Había mucha gente que, en un principio, estaba apoyando las demandas, pero ahora, después de más de 100 días, las personas del barrio se sintieron violentados al ver saqueados sus negocios.

—La violencia no ha parado ni un solo día en Santiago.

—Hay mucha agresión gratuita, la destrucción de los vidrios de los locales, los insultos, las ganas de romper todo; hay una violencia que recibe la gente común y corriente que no se merece porque son personas que apoyan las demandas sociales. Además, se ha hecho un fetichismo de la figura de los integrantes de la primera línea, y eso es complicado políticamente porque ellos son la carne de cañón para muchos partidos.

—¿Has leído algún libro que te ayude a entender el momento político?

—Estuve leyendo “Jóvenes Pistoleros”, de Juan Cristóbal Peña, y creo que, con ese libro, uno puede hacer una lectura desplazada para entender el contexto político. Por ejemplo, la generación de jóvenes que estuvo en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez y que después fue perseguida por los partidos que los alentaron; yo creo que a estos chicos de la primera línea les va a pasar lo mismo que a los frentistas. Cuando los partidos políticos se hayan arreglado los bigotes entre ellos y negociado todo, ahí van a desarmar a este grupo de jóvenes.

—¿Dónde localizas el antecedente para entender esta crisis?

—Para mí, toda esta rabia acumulada parte con la entrada de Pinochet al Senado. Ese es el primer momento simbólico, por lo menos para los que estuvimos luchando contra la dictadura, de impunidad política. A partir de la entrada de Pinochet en el Parlamento todo se empezó a negociar entre partidos.

“Estos chicos sienten que en ellos no hay futuro”

Parra cree que es grave que los políticos no estén poniendo su mirada en el fenómeno del narcotráfico. “Lo primero que hacen los narcos es debilitar las fuerzas policiales. Eso, ahora está ocurriendo. Con la ayuda de los violentistas, se está socavando la fuerza pública y eso abre las puertas al narcotráfico. Es muy peligroso porque si las fuerzas de orden no son respetadas en las poblaciones, los narcos se van a instalar, y esa es una realidad que no tiene vuelta atrás. Es cosa de pensar en otros países de Sudamérica”.

—Las manifestaciones artísticas de los jóvenes trabajan el reciclaje cultural. Desde LasTesis hasta los grafiteros. ¿A qué lo atribuyes?

—La clave visual de los manifestantes es la apropiación de otros signos: el cine, la poesía, las series, la animación japonesa o las letras de grupos como Los Prisioneros y Víctor Jara. Y esa estética ha sido representada violentamente en los muros de la ciudad. La apropiación del espacio público ha sido un símbolo de las manifestaciones porque los jóvenes que protestan vienen desde lugares en donde no existe ese espacio; no hay parques, áreas verdes, gimnasios, ni menos espacios de ocio. Entonces, ¿cómo van a reconocer un espacio público si nunca lo tuvieron?

—Pero los manifestantes llegan solo hasta Plaza Italia. Por ejemplo en Vitacura, donde viven empresarios, no hay barricadas.

—Los manifestantes no van al barrio alto porque saben que allí vive la gente que les da trabajo a sus padres… pero esto es como lo que decían antiguamente los punks: “No hay futuro”. Estos chicos sienten que en ellos no hay futuro y que no tienen ningún lugar en esta sociedad.

—¿No te parece egoísta que crean que el futuro termina con ellos?

—Ellos piensan que todo va a morir con ellos. Estos chicos han tenido una pésima educación, son narcisistas, no tienen cabeza laboral, y han sido abandonados por sus padres. Son los hijos que quedaron solos porque sus papás, para salir de la pobreza, entraron a trabajar y abandonaron las casas. Cuando sus padres volvían en la noche, estos chicos habían estado todo el día fuera del hogar.

“Ha disminuido el entusiasmo por las marchas”

—Se incendió el Cine Arte Alameda. Un lugar simbólico para tu generación. ¿Cuál fue tu relación personal con ese espacio?

—En los 80 nos juntábamos en ese cine —que en ese momento se llamaba Normandie—, para ver películas y conversar, y después no íbamos a pasar la noche en el Jaque Mate. En ese espacio se armaron cientos de actividades culturales. Para toda una generación, que se haya quemado ese cine, significó el incendio de un emblema de la resistencia cultural en dictadura.

—Conociste a Lemebel en los 80 y fuiste su mejor amigo. ¿Por qué crees que su figura se ha transformado en un ícono de las protestas?

—Para la gente que ha leído a Lemebel no es una sorpresa que él aparezca en esta movilización social con sus textos y su iconografía visual. Los jóvenes lo han tomado como un símbolo porque fue un artista que nunca pudo ser domesticado.

—Eres coleccionista de arte. ¿Cómo lees la iconografía del malestar desplegada en las calles de Santiago?

—Todos los movimientos necesitan figuras de cohesión para agruparse. Ahora botan los monumentos, pero a la vez construyen símbolos propios a los que les rinden culto, como el Perro Matapacos. Por eso ahora los manifestantes levantan animitas en honor a Daniel Zamudio, y echan abajo la tradición que ya no se conecta con ellos. Eso refleja que no ha existido una educación de calidad en los colegios sobre la historia de Chile. Además, por qué van a reconocer la historia, si el Gobierno suprimió la asignatura en la educación media.

—¿Qué opinas sobre los violentistas que encontraron un modo de vida en este caos?

—La gente ya no está avalando a los violentistas. Por ejemplo, la masa ya no acompaña a los manifestantes cuando hacen convocatorias para 20 mil personas. Ha disminuido el entusiasmo por las marchas. Esto es similar a lo que pasó con el fútbol: cuando las barras bravas se tomaron los estadios, los hinchas que querían ir en familia, dejaron de ir.

—La calle ha estigmatizado a Carabineros. ¿Cuál es tu opinión sobre la policía que está al pie del cañón?

—Algunos jóvenes no tienen empatía con los funcionarios que están en las calles. Todos sabemos lo que pasó en los altos mandos de Carabineros, pero los manifestantes deberían tener en cuenta que —sin justificar la violencia policial— gran parte de los uniformados viene de los mismos estratos sociales que los que protestan; muchos vienen de poblaciones complicadas y el único barco que les servía para hacerse un camino en la vida fue entrar a Carabineros. Es decir, no hay pacos de Vitacura o Las Condes apaleando jóvenes. No existe un paco con Fondecyt.

LEER MÁS