Como símbolo o por su condición de antiguas aguas, el río Bueno determinó una identidad territorial. El poblado y la intensa actividad agrícola que sucede en sus riberas se deben al fluir incansable del caudal.

Si alguna vez se llamó Wenu Leufú (Río bajado del cielo) hoy es Río Bueno; es decir, que se le reconoció su bondad práctica y hóspita pues, orillándolo, sus habitantes siguen viviendo buenamente.

A ochenta kilómetros al sur de Valdivia, o a treinta de Osorno, por la carretera 5 Sur, en el Cruce de los Tambores, hay que internarse por tres kilómetros a la ciudad de Río Bueno. Y se comienzan a descubrir las bondades. Primero, las sinuosidades de una topografía muy amable, salpicada de suaves lomas ocres, acaso con trigos o cebadas que crecen, ondulando. Allá abajo, y al lado, siempre está el río. Es severo, decidido y, desde sus colores, un ojo avezado se da cuenta de que siempre es profundo. Si sus aguas a la altura de la Ruta 5 son oscuras y densas, más arriba son saltarinas y turquesas, viridianas, esmeraldas, diamantinas…

Antes de llegar al poblado, hay una bencinera, alojamientos, restaurantes… Río Bueno, pasando un gran y hermoso puente, está junto a un acantilado al borde del río. El primer encuentro del viajero será con las instalaciones (que no ruinas) del Fortín de San José de Alcudia, emplazado por los españoles a finales del siglo XVIII, después que los huilliches incendiaran la misión franciscana que había allí. Hay pocos lugares como este enclave que tengan tanta historia; para unos, buena, y para otros, mala.

Con todo, allí mismo los españoles preparan el sitio para la nueva Villa de Alcudia, a la vera del fuerte y del río. Tomás O'Higgins la describe así: “Es tan ventajosa la situación de dicha fortaleza que por ella es inexpugnable para los indios; tiene un foso que la ciñe por su frente y costados hasta la barranca del río con un puente levadizo revestido con estacada gruesa de pelllín…”

Pero la fe o la descripción fue optimista. Es que tras 1778, cuando Río Bueno ya es una Misión, hay un alzamiento de indios que la destruye. En 1792 hay otro alzamiento. Luego de las paces se vuelve a levantar la Misión, lapso que permitirá el paso a la repoblación de Osorno.

Existe, entre las fechas anteriores, un hecho maravilloso. Desde Río Bueno, al mando del capitán Ignacio Pinuer, se organizará y partirá una expedición en busca de la mítica Ciudad de Los Césares, una población encantada que habría estado cercana a la cordillera y era toda de oro, placentera y de portentos mágicos, como, por ejemplo, con habitantes inmortales.

Quizás ese fue el momento en que desde tantos afanes y esperanzas Río Bueno se constituye como un punto de partida, un lugar importante de espera, y los soldados del fuerte deciden quedarse allí, por lo que la Misión religiosa puede seguir. Ya entrado el siglo XIX, hasta su primera veintena, los soldados y las mujeres huilliches comienzan a casarse y a darle sello mestizo a un pueblo que ya no se irá, puesto que está forjando su destino.

Una arquitecta notable

Hoy, estar sentado bajo la sombra de su bella plaza es un privilegio para los sentidos. Al frente, es triste no ver (fue incendiada) la Mansión Fournier que conocimos hace algunos años como oficina del Correo. Era de “arquitectura alemana”, muy señorial. No olvidemos que tras 1850 el gobierno chileno donó extensos campos en estos llanos a no menos de cincuenta familias alemanas. Algunos —comerciantes, madereros, carpinteros, artesanos— se quedaron en el pueblo y aún existen casas que ellos construyeron.

Todo se ve y se entiende desde la Plaza, y los carteles comerciales traducen una discreta ciudad agrícola, comercial, forestal, que reparte sus negocios por anchas calles, manzanas bien delineadas y sin alardes urbanísticos. Río Bueno, a corta distancia de Valdivia y Osorno, no se dejó influenciar, y al tiempo que comparte con ellas pluviometría, materiales constructivos y parentescos étnicos y estilísticos, creó su propia identidad urbana.

Algo notable de Río Bueno es su arquitectura. Con una expresión muy singular dentro de la constructividad en madera del Sur. Aquí, su sencillez la define. Aunque tenga unos cinco ejemplos mayores —la desaparecida Mansión Fournier (1906), la hermosa casa de Justus Machmar (1906-1912), el edificio de Edmundo Larre (1902)— hay una veintena de construcciones que recogen la arquitectura de la colonización.

Aquí, en Río Bueno, esa arquitectura tan culta de Valdivia y Osorno se mestizó y se expresa popular. Ello sucede pues se le bajaron las alturas, la ornamentación se atenuó y los detalles del neoclásico “se calmaron”. Los faldones de sus techumbres —agrarios— caen decididamente a la calle. Sus miradores neoclásicos son como casitas de juguete. Su Molino, en medio de la ciudad, semeja el palacio de un príncipe ogro, además de gigante. Todo eso, un eclecticismo de sentido común, permite que esta arquitectura riobuenina permanezca dentro de una escala que de tan sincera es primorosa.

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