Hace un año y medio Sebastián asistió a un psiquiatra que le recetó un antidepresivo, pero este lo dejaba con una sensación incómoda: “no sentía nada”, dice. “Sufro de mucha ansiedad, de períodos intermitentes de depresión, porque me cuestiono todo y proyecto las cosas a futuro”. Como sus síntomas seguían, probaron con sertralina y tras unas semanas en tratamiento, recuerda el día exacto en que despertó y al fin sintió su cabeza despejada de pensamientos negativos e incómodos. “Hace tanto tiempo que quería sentirme así”. Desde entonces, todas las mañanas se toma un comprimido y va a terapia con un psicólogo regularmente. “Necesito que esto me acompañe por ahora, pero también soy consciente de que en un momento dejaré los medicamentos. No quiero depender de una pastilla para siempre”.

A los 16 años un arranque de ira la asustó. “Me puse muy violenta. Ya me cortaba los brazos, pero nadie sabía. Pero por una crisis de angustia pedí ayuda”. La llevaron al psiquiatra y le aconsejaron ingresara al GES porque su terapia sería larga. Sin diagnóstico aún, le recetaron sertralina y risperidona, un antipsicótico. Luego empezó a tener ideas suicidas y ese mismo año estuvo internada. Sin embargo, recién el año pasado enfrentó los sentimientos que más la atormentaban: “Ahora lo veo. Viví un período muy prolongado de abuso sexual, de los 5 a los 11 años. Luego, a los 15, entré a una relación que terminó cuando él intentó matarme. Y a los 19 cambié una relación tóxica por un trabajo tóxico donde nunca me entendieron”. Tuvo que renunciar y empezar una terapia intensa: “tomaba dos fluoxetinas, quetiapina y lorazepam. Estuve tres meses encerrada en mi casa, yendo una vez a la semana a terapia y el resto del tiempo llorando. Dejé todo”. Hace poco más de tres meses retomó la rutina, aun así la transición, confiesa, ha sido dolorosa.