Radomiro Tomic era un hombre de larga trayectoria en la Democracia Cristiana, que había nacido en 1914 y que destacó rápidamente en política, desde los tiempos de la Falange. Una época heroica y de camaradería, con pocos votos pero muchas convicciones, como solían recordar los falangistas de la primera hora.

De inmediato brilló por su gran inteligencia y oratoria deslumbrante, aunque muchas veces excesiva; era un hombre de vastos conocimientos en distintas materias y mantenía posiciones firmes; era culto, amigo de Gabriela Mistral, escribió en numerosas ocasiones en la revista Lircay, de los jóvenes falangistas de la década de 1930. Tomic formaba —junto a Eduardo Frei, Bernardo Leighton, Manuel Antonio Garretón Walker, Ignacio Palma Vicuña y algunos otros— parte de esa constelación de figuras que se sentía llamada a dirigir los destinos del país. En la política activa fue elegido diputado en 1941 y senador cuatro años más tarde, destacándose especialmente en algunos debates parlamentarios, como el de la Ley de Defensa Permanente de la Democracia.

En 1958 —tras la fundación del Partido Demócrata Cristiano un año antes—, Eduardo Frei Montalva fue el candidato falangista a la Presidencia de la República, postulación que se repitió con éxito en 1964. En esta oportunidad el propio Tomic circuló como alternativa del partido, aunque él mismo declinó la posibilidad. Sin embargo, hubo un gritó que resumió la situación claramente: “Frei Presidente, Tomic el siguiente”, marcando una especie de predestinación para la candidatura del orador, situación que traería problemas hacia el futuro.

Efectivamente, durante el periodo 1964-1970 la Democracia Cristiana conoció las alegrías de la victoria, con notables triunfos electorales en la elección presidencial de 1964 y en las parlamentarias de 1965, así como los sinsabores del ejercicio del poder, que se reflejó en cierto desgaste, una baja en el apoyo electoral, la oposición implacable de la izquierda y las divisiones internas. Asimismo, el Presidente Frei debió tolerar las repetidas críticas —en ocasiones muy duras— de sus propios correligionarios, que buscaban acelerar la “Revolución en Libertad” y no se conformaban con el ritmo del oficialismo. Entre los críticos estaba precisamente Tomic, quien fue designado embajador en los Estados Unidos, y que había asegurado que el proyecto falangista duraría 30 años en el poder.

Sin embargo, en diversas ocasiones manifestó sus discrepancias de forma y fondo con el gobierno, en temas como la nacionalización del cobre o la reforma agraria, de lo que da cuenta su correspondencia entre Frei y Tomic. En 1967, año especialmente difícil para el Presidente, Tomic le manifestó: “Hay menos confianza que la que había en que estamos gobernando bien; menos esperanza que antes de que la nuestra sea la Revolución necesitada, ofrecida; y menos mística entre los militantes” (carta de R. Tomic a E. Frei, Washington, 10 de julio de 1967). Estaba convencido en la contradicción entre cambio revolucionario y vía capitalista de desarrollo; estimaba que los campesinos se alejaban del gobierno por la falta de profundidad en la reforma agraria; también creía en la necesidad de ampliar la base de apoyo, promoviendo una alianza con socialistas y comunistas, que habían sido ácidos contradictores de Frei.

Por lo mismo, el gobernante respondía al futuro candidato DC: “Si tú, que eres el indicado para encauzar al partido en los próximos años, piensas así, francamente no veo destino ni para el país ni para el partido. Sé de tu rectitud, de tu buena fe y de tu capacidad, pero creo sinceramente que tu esquema político no tiene ninguna vía real en Chile” (carta de E. Frei a R. Tomic, Santiago, 13 de julio de 1973). En realidad, Frei no gustaba de la candidatura de su correligionario, como ha señalado Cristián Gazmuri en «Eduardo Frei Montalva y su época» (Santiago, Aguilar, 2000, con la colaboración de Patricia Arancibia y Álvaro Góngora), pero en la práctica era casi imposible revertir esa tendencia que parecía estar escrita a fuego en la historia de la Democracia Cristiana. Quizá el gobernante habría preferido un candidato como sus exministros Edmundo Pérez Zujovic o Juan de Dios Carmona; incluso algunos vieron la posibilidad de levantar la postulación de Bernardo Leighton, quien no se prestaba para estos juegos políticos. Sin embargo, a pesar de los vaivenes, el hombre terminaría siendo Tomic.

Divisiones DC y candidatura Tomic

La reunión falangista de mayo fue de un resultado complejo y frustrante para el Partido Demócrata Cristiano. Por una parte, había coincidencia en torno a la figura de Radomiro Tomic como candidato presidencial; por otra, su tesis de Unidad Popular era rechazada en beneficio del denominado “camino propio”. Y Tomic había sido muy claro en su discurso, al referirse a la posibilidad de camino propio con el partido DC solo: “No comparto esa posición. No aceptaría encabezarla por motivo alguno” (Discurso ante la Junta del PDC, mayo de 1969). Era partidario de la candidatura Tomic, pero con Unidad Popular.

Después de la Junta DC, Tomic escribió una carta a Renán Fuentealba, presidente de la DC, manifestando su clara decisión: “No seré candidato. Es una decisión irrevocable” (carta de R. Tomic a R. Fuentealba, 2 de abril de 1969). Con el paso de los meses, la resolución se revertiría, mientras los distintos sectores del partido tratarían de expresar sus posturas ante la contienda electoral. Patricio Aylwin defendería la tesis del camino propio en un largo e interesante documento publicado por Política y Espíritu, texto que representaba la postura del freísmo dentro del PDC. Los sectores más jóvenes y revolucionarios optaron por una fórmula más izquierdista, e incluso un grupo dejó la DC para dar vida al Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU).

Si en algún momento Tomic estuvo a punto de retirar su candidatura, al no aceptarse su tesis de Unidad Popular, hacia agosto de 1969 la situación se había revertido, y Tomic aseguró que podría encabezar la candidatura DC bajo ciertas circunstancias. Así se lo expresó a 33 diputados de la DC: “Denme la tesis de la unidad popular, denme un partido unido y denme un programa claramente ubicado en la izquierda y revolucionario” (El Mercurio, 7 de agosto de 1969). Sin embargo, es claro que su postura chocaba con otras figuras dentro del partido, entre ellas la del propio Presidente de la República.

Por esos días, Eduardo Frei Montalva le escribió una sentida carta a quien representaría la continuidad de su gobierno: “Yo sé que tú estás en desacuerdo muy profundo con mi gobierno; que estas en desacuerdo con la política monetaria; con la política cambiaria y con la política minera; sé que estás en desacuerdo con la forma como hemos conducido el proceso de industrialización y la Reforma Agraria y que crees —en fin— que el país está al borde de un colapso. Eso lo has sostenido sistemáticamente y con vehemencia y han sido inútiles todas las rectificaciones de hecho y de cifras proporcionadas” (carta de E. Frei a R. Tomic, Santiago, 8 de agosto de 1969).

Efectivamente, antes de aceptar la candidatura presidencial, Radomiro Tomic manifestó sus discrepancias con el gobierno de Frei Montalva o con la línea que había seguido durante los seis años en La Moneda. Lo resumía en una frase, pronunciada en un discurso ante la Junta Nacional del PDC, en mayo de 1969: “Hemos hecho mucho; pero no hemos hecho la Revolución. Y porque no hemos hecho la Revolución, la gran cuestión de un nuevo destino para Chile sigue pendiente”. En la misma ocasión agregaba: “Respeto a los que son partidarios de repetir en 1970 la estrategia del camino propio con el Partido solo. No comparto esa posición. No aceptaría encabezarla por motivo alguno”.

El comunista Volodia Teitelboim ironizaba diciendo que “su drama reside en que quiere ganar la carrera montado simultáneamente en dos caballos que van en distintas direcciones” (El Mercurio, 17 de agosto de 1969). La periodista Silvia Pinto, tras una difícil entrevista, señaló que el candidato tenía un “carácter temperamental y voluble” (El Mercurio, 24 de agosto de 1969). A mediados de 1970 un informe británico calificaba a Tomic como “la estrella ascendente del firmamento” de los tres postulantes a La Moneda, agregando que su solución a los problemas del país era “una llamada demagógica por una Revolución en Libertad intensificada, en la cual el papel del capitalista —y del extranjero— comienza a parecer muy insignificante” (Frederick Mason a Foreign and Commonwealth Office, Chile, 25 de junio de 1970, FCO 7/1521).

En octubre, durante la proclamación en el Teatro Caupolicán, Tomic enfatizó la idea de la “crisis profunda” que vivía Chile, mencionando algunas cifras económicas y sociales lamentables: “de cada cien familias, 30 tiene que vivir con MENOS de un sueldo vital; 32 familias con uno a dos sueldos vitales; y 18 familias, con dos a tres sueldos vitales”

Tomic en campaña. Definiciones fundamentales

Un documento aprobado por la Junta Nacional de la Democracia Cristiana —titulado “Declaración política y bases programáticas”— resumía muy bien los fundamentos de un eventual segundo gobierno del partido, que fuera a la vez revolucionario y democrático: respeto a los derechos de la persona; renovación periódica de autoridades mediante voto libre, secreto e informado; reconocimiento del pluralismo ideológico, político y social; finalmente, rechazo a los valores propios de la sociedad burguesa o de consumo, y a la economía capitalista o neocapitalista. El mismo texto afirmaba que el pueblo reclamaba “un nuevo ordenamiento institucional”, lo que tenía una consecuencia fundamental, muy repetida de tiempo en tiempo: “Chile necesita una nueva Constitución” (El Mercurio, 22 de agosto de 1969).

Durante la campaña, que lideró el exministro Enrique Krauss, la candidatura de Tomic experimentaría diferentes problemas. En parte, el propio candidato no logró identificarse adecuadamente con Eduardo Frei, cuyo prestigio y popularidad eran muy altos, incluso superiores a los del Partido Demócrata Cristiano y de su propio gobierno. La postura del postulante de la DC era más bien autónoma y procuraba distanciarse, en la práctica, de la gestión que su partido había hecho durante los seis años en La Moneda, en parte porque estimaba que el pueblo tenía mayores ansias de revolución de las que había desarrollado Frei, y que se requería una mayor velocidad, olvidando que para una línea de ese tipo Allende y la Unidad Popular resultaban considerablemente más atractivos y consistentes ante la opinión pública.

Por lo mismo, la postulación del candidato DC sería cuesta arriba durante 1970, a pesar del brillo del líder y del peso del gobierno. Sin embargo, la polarización del país entre izquierda y derecha, las divisiones al interior de la Democracia Cristiana —sobre el propio candidato y los énfasis de sus posturas—, a lo que se sumaba un inentendible distanciamiento respecto del gobierno por parte del propio Tomic, contribuyeron a ubicar la postulación falangista en una tercera posición bastante clara y difícil de revertir. Sin embargo, conviene recordar una reflexión de octubre de 1969, que con el tiempo se mostraría profética: “Desde 1970 en adelante el dilema se abrirá quemante y claro. Como en 1810, como en 1831, como en 1879, como en 1891. No me tiembla la voz para decirlo o revolución democrática y popular, dando forma a un inmenso esfuerzo de participación del pueblo para que Chile alcance otro horizonte histórico y un nuevo destino, o el colapso institucional que, muy probablemente, como en 1891, dividiría gravemente a los chilenos contra sí mismos y truncaría, quien sabe por cuánto tiempo, la posibilidad de una auténtica revolución destinada a hacer de Chile un pueblo unido, libre, estable y próspero” (Discurso de proclamación en el Teatro Caupolicán, octubre de 1969).

Eran palabras graves y que, en buena medida, resultarían un anticipo del tiempo histórico que comenzaría a vivirse a partir del 4 de septiembre de 1970, noche electoral en la cual el propio Radomiro Tomic sería el primero en reconocer su derrota.

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