Ignacio Sánchez es un hombre de gestos y señales que van más allá del lenguaje. Y desde el estallido social, el reelecto rector de la Universidad Católica siente que los gestos —vengan de donde vengan— cobran cada vez más relevancia. “La vida está llena de detalles y es ahí es donde se refleja el cuidado, la valoración y las cosas importantes por las que hay que jugársela. Las señales son las que llegan al corazón”, dice.

—A poco del 18 de octubre sorprendió con su enfático reclamo por DD.HH. Más allá de que usted siendo estudiante de Medicina, en los 80, atendía a los heridos de las protestas, ahora lo hizo como rector.

—Era claro que había que respaldar el orden público, pero sin olvidar que al estar el uso de la fuerza centrado en el Estado, había que dejar los límites muy claros. Vimos atropellos y por eso levanté la voz inmediatamente. La universidad no podía cometer el mismo error que en la dictadura, de no alzar la voz ante la vulneración de los DD.HH.

Otra escena simbólica fue la que protagonizó con la polémica fotografía que lo retrató sentado en un «cabildo» en plena calzada de la Alameda tomando mate con un grupo de alumnas. La imagen, sentado a «lo indio» en medio de las jóvenes, provocó molestias en el sector más conservador de la universidad, donde incluso lo interpretaron como un respaldo al corte de tránsito en la Alameda. “Mire, al final, la gente se dio cuenta de que ese gesto era una señal de acercamiento con los estudiantes, de escucharlos, de debatir”, dice.

—¿Nunca se dio cuenta de que una de ellas usaba la pañoleta verde en favor del aborto?

—No me di cuenta. Y por dos razones. Primero, porque nunca me fijo en la ropa que usa la gente, así que menos en los accesorios. Y porque además, tengo cierto grado de daltonismo que me hace confundir algunos colores. Los tonos pastel los confundo todos: un gris con un verde, un damasco con un rosado...

—¿Y los otros colores?

—Los percibo cuando sé qué colores son, cuando ya los he aprendido. Pero si entro en un lugar que no he estado antes y me interroga por los colores de cada cosa, me confundo en la mitad.

—¿No le trae problemas?

—Chascarros... como cuando combino mi ropa de alguna manera extraña, o cuando le digo a mi señora ¡qué lindo su vestido rosado! y nunca fue rosado.

—De haber “visto” la pañoleta verde, ¿se habría acercado igual?

—Me habría acercado igual, claro. Ahora, si hubiese sido una protesta pro aborto, no me acerco. De hecho, yo no me di cuenta del tema de la pañoleta hasta el día siguiente, cuando alguien me lo dijo. La verdad es que fue una conversación muy buena. Piense que a la semana siguiente nos encontramos para conversar en la vereda con las jóvenes, y después en el patio de la Casa Central. Al final, se logró el objetivo de encauzar la demanda de escucha de las alumnas.

Rector a domicilio

Visita cada facultad (son 18) al menos dos veces al año para conversar con sus directivos y sus alumnos. “Cuando uno entra a la oficina de un profesor o se sienta junto a la secretaria en su escritorio, es como visitarlos en su domicilio. Y eso, para mí, es un cable a tierra”, explica.

No le gusta llegar acompañado a las reuniones o ceremonias, ni viajar con gente en el auto. “Me gusta llegar solo a los lugares, porque cuando uno camina 15 minutos dentro de un campus, generalmente se encuentra con 4, 5 o 6 personas con quienes puede intercambiar opiniones. Y la gente se acerca a uno cuando anda solo, porque no hay barreras”, agrega.

—Acaba de ganar su tercer período. Y en este proceso de búsqueda de rector aparecieron los nombres de Sol Serrano y Lorena Medina. ¿La próxima elección debiera dejarnos una rectora?

—No sé si debiera, pero la probabilidad de tener una rectora existe. Antes de eso el objetivo es que haya más decanas mujeres (cargos electos) y más profesoras en cargos de autoridad. Como rector, mi instrucción es que se promueva a las mujeres más capaces. En marzo tendremos ocho procesos de búsqueda de decano y no me cabe duda que a Lorena Medina, decana de Educación, se le sumarán otras.

Dice que este año la UC fortalecerá fuertemente su compromiso público: “El desafío es que en todo tema acuciante para la sociedad, como salud, vivienda o educación, la UC haga un aporte, que su postura se ponga sobre la mesa, que se escuche. La UC no quiere dictar cátedra, quiere plantear opciones”.

—Pero el estereotipo UC es dicta cátedra, que es algo soberbia...

—Sé que nos respetan mucho, pero me gustaría que nos quisieran más. Y para lograr eso hay que tener una dosis de mayor humildad. Por eso digo que no estamos para dictar cátedras, sino para colaborar con el debate. Creo que toda institución con un liderazgo importante puede caer en esa soberbia, pero cuando uno dialoga con profesores de otras instituciones, se da cuenta que hay mucho valor ahí, que hay planteles pequeños o de regiones que lo están haciendo muy bien y que uno tiene mucho que aprender de ellos. Al darnos cuenta de eso, todo atisbo de soberbia disminuye.

—¿Ha sido el pecado de la UC?

—No lo diría así. Se nos ha visto como una institución más alejada, quizás soberbia, que no ha estado tan cercana a los problemas reales de la sociedad. Pero me consta, porque llevo 40 años en esta institución, que hemos hecho lo posible por aportar de la mejor manera. Ahora pondremos mayor énfasis y las señales a dar son muy importantes.

La última es lo de radio Beethoven. Ya tienen casi cerrada su compra. La próxima semana debiera firmarse el traspaso. Y la señal que se quiere dar es de preservar ese espacio cultural, al punto que Sánchez está promoviendo reconstituir el mismo equipo de trabajo y que cuando se ponga al aire de nuevo (en abril), quien abra las transmisiones sea Patricio Bañados.

Más atento

Hasta ahora han cuantificado en 400 millones de pesos las pérdidas desde el estallido social (sin contar las actividades que se suspendieron y los servicios que no se prestaron). “La Casa Central está en la zona cero, a solo cuadras de Plaza Italia y de La Moneda, en plena Alameda. Entre rayados, vidrios rotos, intentos de incendio y acciones vandálicas, no ha sido fácil. Sobre todo por la gente que trabaja aquí y por los alumnos que vienen”, dice.

Cuenta que “hubo muchos días bien complejos, de llegar muy temprano, de madrugada a ver cómo los guardias habían pasado la noche, o de irnos muy tarde viendo cómo se desarrollaba todo”.

Los primeros días de noviembre, recuerda, les llegó una alerta de que podrían tomarse la universidad de noche. Así que ese día se vino con su almohada dispuesto a dormir en la Casa Central. Pero no fue necesario.

—¿Lo cambió en algo la crisis?

—Sí, creo que a todos nos cambió. Se evidenció mucho la falta de respeto que sentía la gente, la sensación de maltrato, de falta de dignidad. El estallido social mostró a mucha gente que quería se escuchada y no lo era, y a otro grupo gritando que ya no toleraba que la siguieran maltratando en sus derechos. Es ahí cuando uno se pregunta si podría haber hecho más, en lo personal y en lo institucional. Y creo que ninguna institución universitaria puede decir que hizo todo lo que debía.

—Y en lo personal...

—Estoy más atento a lo que puedan sentir o pensar las personas con menos oportunidades. Uno se pone más sensible a entender las posturas de otros, se pone más abierto, más tolerante, más dispuesto a escuchar otras realidades y a ser menos enjuiciador.

—¿Cómo se va a traducir eso en los debates por matrimonio igualitario o adopción homoparental, que ponen en cuestionamientos dogmas de la Iglesia?

—Claramente hay una nueva realidad y tenemos que censar con inteligencia, percepción, con mucha escucha y diálogo las necesidades de la comunidad. Más que tener la mente puesta en convencer, queremos exponer una mirada. Si finalmente es considerada o no en la construcción de futuras leyes, no depende de nosotros. La sociedad chilena más que nunca necesita un abanico de posibilidades, y la nuestra es una opinión que damos con convicción para que se considere dentro de otras.

Rayar la cancha

—¿Le preocupa marzo?

—Sin duda me preocupa, porque hay muchos temas pendientes y es claro que hay grupos que quisieran reiniciar una acción similar a la de octubre. Las universidades son muy sensibles a estos movimientos. Y he encontrado en muchas personas esta actitud pesimista-derrotista de que marzo va a ser un caos. Creo que hay que tener cuidado con ir construyendo una profecía autocumplida. Marzo va a ser complejo, pero los problemas que tengamos debemos asumirlos razonablemente.

Por lo pronto, cuenta, en la UC este mes se han dedicado —con los decanos— a realizar conversaciones con los profesores en todas las facultades para debatir posturas frente al estallido social, las paralizaciones y las tomas. “Me parece muy interesante que un profesor que está en contacto con los estudiantes, le pueda decir a uno: «Rector, yo tengo una mirada menos crítica que usted de las tomas. ¿Por qué le parece que no es tolerable?» Eso nos permite debatir, más allá de si estamos de acuerdo o no. Porque a mí también me interesa saber por qué ese profesor está con esa actitud”.

El objetivo de los encuentros es construir una suerte de planificación que debe estar lista antes que los estudiantes regresen a clases en marzo, donde haya protocolos de acción respecto de diversos escenarios. Por ejemplo, qué pasa con las pruebas cuando hay paralizaciones o qué se hace con las clases cuando se llama a paro. “No queremos el día anterior de un llamado a paro preguntarnos qué vamos a hacer, queremos que todos tengan muy claro el curso de acción”, dice.

—¿Algún principio ya definido?

—Si hay paro, el profesor siempre debe estar en la sala de clases. Si llega un grupo de estudiantes, debe hacer la clase y subirla a la página web. Y si no llega ningún alumno, también debe subir la clase a la web y dar la materia por pasada.

—Es decir, rayar la cancha a los alumnos.

—No solo a los alumnos, a todos. Lo hemos tratado en varias reuniones con decanos, directivas estudiantiles y profesores. Hay que entender que nuestros alumnos son adultos jóvenes, hablamos de estudiantes de 19 o 20 años. Nosotros debemos poner el marco de referencia, pero ellos son los que deben decidir y responsabilizarse por sus decisiones. ¿Significará algún traspié? Seguramente, pero eso es más formador que estar encima tratándolos como niños. Los estudiantes necesitan reglas claras, pero lo que más necesitan es que las instituciones cumplan esas reglas.

El poder crítico en la casa

Casado con una compañera de curso de Medicina (hoy profesora de esa facultad), tiene siete hijos. Seis han pasado por las aulas de la universidad. Cinco ya egresaron (uno de ellos se acaba de ir a Estados Unidos a hacer un semestre a la Universidad de Nueva York) y el más chico, pasó a tercero medio.

—No debe ser fácil estudiar acá siendo hijo o hija del rector...

—Habría que preguntarles a ellos, pero me doy cuenta de que no es una situación fácil. He visto muchas veces que no cuentan que son hijos del rector, porque cuando en segundo o tercer año han llegado grupos de compañeros a hacer algún trabajo a la casa y les abro la puerta, los compañeros quedan bien sorprendidos.

—¿Y son críticos con usted?

—Si, claro, de procesos, de sumarios, al final son estudiantes de la universidad que ejercen su poder crítico dentro de la mesa de la casa.

—¿Algún dirigente estudiantil?

—No, quizás ellos mismos se restaron de ser dirigentes. Pero se han desarrollado en temas sociales y alguno en temas pastorales. Pero, como en toda familia, ocurren situaciones curiosas. Uno de ellos, estando en segundo año, reprobó un ramo de formación general... ni más ni menos que Teología. Lo fracasó, lo tomó de nuevo después y lo pasó incluso con muy buena nota. Creo que enganchó mejor con el segundo profesor que con el primero.

—¿Qué le dijo usted cuando le contó que se había echado Teología?

—Nada, lo bromeé, le di las gracias porque me hizo pasar a los anales de la universidad como el único rector UC cuyo hijo se echó un ramo teológico.

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