Zapatos de tacos cuelgan en el techo, una sororidad de muñecas Barbies desnudas adornan una de las paredes, otra contiene una galería interactiva que invita a las clientas a pegar fotografías personales. Más allá, en el privado, un lienzo ofrece un mensaje directo: “El heteropatriarcado nos mata. Las lesbianas vivas nos queremos”.

Es noche de viernes y el Chueca Bar está repleto. Sobre mi mesa, un cebiche de cochayuyo y una cerveza Hathor, cuyo nombre rinde homenaje a la diosa egipcia. La clientela está compuesta en su mayoría por mujeres, pero también hay un par de hombres repartidos por el lugar.

Inaugurado en octubre sobre las ruinas de “La Picá de Luchito Jara”, este bar es más que un lugar de diversión. Para sus dueñas es un punto de encuentro feminista y, en el contexto del estallido social, también un centro de diálogo y resistencia. Ellas son la abogada Carmina Vásquez y la publicista Macarena Cortés, quienes recién en agosto tomaron la decisión de abrir el local sin sospechar el éxito que tendrían. De hecho, todas las noches, de lunes a sábado, se forman filas para entrar. “Trabajamos sin reservas, solo con orden de llegada. Es mas democrático. No hacemos excepciones”, aclara Cortés.

Algunas particularidades del Chueca: todas las meseras son lesbianas, la carta de comida (diseñada por la chef Fran Paz, ex La Salvación) es 80% vegana y las cervezas son producidas por mujeres chilenas. La decoración kitsch, a cargo de los diseñadores Eduardo Peña y Camila González, está inspirada en el bar Sor Rita de Barcelona. El nombre del local tiene un doble sentido: remite a Chueca, el barrio de la diversidad de Madrid, y alude irónicamente a la idea discriminatoria de que las lesbianas están “torcidas”. Además, el espacio ofrece una amplia gama de actividades, desde intercambios sobre política hasta los “martes de solteres”, instancia inclusiva para conocer parejas.

“El objetivo era tener un espacio para reunirnos”, cuenta Vásquez. “Sentíamos que no había lugares lésbicos en Chile. Solo uno: el ‘Sabor a mí' en Bellavista. Faltaban espacios para salir, no solo para lesbianas, sino que para mujeres que quieren estar solas sin que alguien las esté acosando”.

“La otra vez vino un tipo que se dio cuenta de que vienen puras mujeres”, agrega Cortés. “La chica de la barra le explicó que era un bar lesbo-feminista y que si venía a conocer mujeres era difícil que pasara algo. Él se sentó en la barra con dos chicas y las invitó a tomar algo. Todas nosotras nos preocupamos. Estábamos pendientes. Cuando llega un hombre heterosexual nos ponemos en alerta. Eso no quiere decir que no puedan venir. No somos separatistas. Se aceptan hombres mientras sea con respeto”.

Unidas y seguras

Cuando tenía 15 años de edad y estudiaba en el colegio Nuestra Señora del Carmen, Carmina Vásquez se enamoró de una compañera de curso. “En el colegio decidieron que una de las dos se tenía que ir”, recuerda. “Entonces decidí irme. Según las monjas había un brote de lesbianismo y por supuesto que no les gustaba para nada. Comencé a ir a una psicóloga que me decía que yo no era lesbiana. Yo le creí en el momento; no se lo pude rebatir”.

Vásquez vivió así una vida heterosexual, estudió Derecho y se casó. “Estuve tres años casada, hasta que me enamoré de una mujer. Fue un caos, no solo por el divorcio, sino que porque tuve que contarle a mi familia. Mi entorno de amigos se lo tomó bien, aunque misteriosamente dejé de verlos a todos”.

Esa segunda salida del clóset, la definitiva, llevó a Vásquez al activismo. “Me di cuenta de que yo tenía prácticas lésbicas, pero no era una lesbiana política. A partir de entonces me uní a la red lesbo-feminista, donde conocí a Macarena. Ahí organizamos charlas, performances y la semana de la visibilidad lésbica. La idea es juntarnos, que las lesbianas del mundo no nos sintamos solas. Esa es la idea principal de la red”.

“Gracias a la red empecé a aprender más del feminismo”, agrega Cortés. “Yo vivía en una realidad mas lejana a la que viven la mayoría de las lesbianas en Chile. Tengo una familia que me acepta y me quiere mucho, pero hay muchas chicas que ven cómo en la familia o en el trabajo les cierran las puertas. Yo me di cuenta de que estuve siempre en una burbuja de privilegios. Eso me llevó a emprender este proyecto, armar una comunidad donde las chicas puedan sentirse seguras”.

En un país en el que hasta octubre se contaban más de 25 ataques de discriminación sexual, según datos manejados por Vásquez, el Chueca Bar sintonizó inmediatamente con las demandas sociales.

“El bar es producto del estallido social”, afirma Cortés. Se ubica a pasos del epicentro de las protestas, en Rancagua con Condell, Providencia. “Mucha gente viene aquí después de marchar en la Plaza de la Dignidad y pegan los carteles en las murallas”, añade. “Aquí se extiende la sensación de compañerismo. En una sociedad tan individualista, la gente quiere sentirse unida. Es una necesidad”.

alejandro balart

Carmina Vásquez: “La idea es que no nos sintamos solas”

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