“(Hoy) los militares pasan

a ser vistos como un símbolo de división”.

Julio Pinto, historiador.

Marzo de 1881. El general Manuel Baquedano regresaba a Santiago tras la victoria chilena en las batallas de Chorrillos y Miraflores.

Miles de ciudadanos esperaban su llegada con vítores en el Paseo de las Delicias, ahora conocido como la Alameda. Desde los balcones de las casas le arrojaban flores, mientras el general junto a sus hombres marchaban debajo de “arcos de triunfo” construidos por agrupaciones obreras.

El relato del Diario Oficial daba cuenta de que Baquedano, quien tuvo una recepción similar en Valparaíso, era el chileno más popular de su época.

Sin embargo, 139 años después, su figura se ha desvalorizado.

Manifestantes que se reúnen todos los viernes en la plaza que lleva su nombre han tratado de derribar su estatua. Hoy, luce vandalizada y pintada con grafitis. Además, le extrajeron su sable, que fue recuperado.

Los ataques que ha sufrido la obra motivaron, incluso, al Consejo de Monumentos Nacionales a considerar su traslado, aunque finalmente se decidió mantenerla en su lugar.

Para un sector de la sociedad, aparentemente el general se transformó en un símbolo del militarismo y de un pasado despreciado.

No obstante, la desvalorización del héroe militar comenzó antes y curiosamente no fue exclusivamente en los grupos de izquierda.

En los libros del historiador Francisco Encina, que predominaron en la conservadora educación escolar en los años setenta y ochenta, Baquedano no era una figura destacada.

El general, un militar antigolpista y no deliberante (ver recuadro), además, representaba la antítesis de Augusto Pinochet, quien prefirió figuras como Diego Portales o Bernardo O'Higgins para darle un simbolismo histórico a su régimen.

Baquedano representaba algo distinto. Por ejemplo, en el epílogo de la Guerra del Pacífico, el general rechazó el ofrecimiento de ser nombrado “capitán general” por el Congreso. Además, pese a su popularidad, se negó tajantemente a ser candidato a la Presidencia, y en la Guerra Civil de 1991, entonces senador por Santiago, optó por una postura neutral, al ver que sus ex camaradas de armas entraban en conflicto.

Ese rol neutral, sin embargo, le trajo costos. No logró contener los disturbios tras la abdicación de José Manuel Balmaceda y terminó enemistado con ambos bandos. Los conservadores no lograron convencerlo para que se quedara a cargo del gobierno y terminaron motejándolo como un líder sin carácter, mientras que liberales le reprochaban que al final se había prestado para ser un “juguete” de los antibalmacedistas, según el calificativo del diario gobiernista de la época El Comercio.

Juicio al pasado

En una columna publicada el 5 de enero en El Mercurio, Carlos Peña, abogado y rector de la U. Diego Portales, planteó la hipótesis de que estos actos contra la imagen del general no implican, a su juicio, un repudio a su memoria.

“No es, pues, que quienes se reúnen en Plaza Baquedano desprecien al general de ese nombre; solo desvalorizan simplemente el pasado como tal”, escribió Peña.

A juicio del doctor en Historia de la Universidad San Sebastián, Cristián Medina, este olvido es un problema cultural. “No hemos sido capaces de educar la memoria histórica de nuestra sociedad. Entonces, para los jóvenes un monumento es simplemente un bien que no tiene sentido. No te interpela como ciudadano”.

El fin de la sociedad militar

A juicio de Julio Pinto, académico de la Universidad de Santiago y premio nacional de Historia 2016, la dictadura fue el punto de quiebre en la valorización que se le da hoy a los militares, por lo que se perdió la relación con los grandes héroes. “Hay una percepción de división interna, donde los militares se relacionan con el bando que gobernó 17 años, que transformó radicalmente la sociedad chilena. De haber sido un símbolo de unidad nacional, los militares pasan a ser vistos como un símbolo de división”, afirma.

Esta distancia con la “sociedad de guerra” es uno de los factores que podría explicar por qué la estatua de Baquedano se ha transformado en uno de los monumentos más vandalizados desde el 18-O.

Alejandro San Francisco, historiador y director de formación del Instituto Res Publica, señala que, además, “Baquedano tiene un problema práctico”, por estar ubicado en el punto de encuentro de los manifestantes, quienes, en los últimos meses, han planteado cambiar el nombre del lugar a Plaza de la Dignidad, viendo al general “como una competencia frente a este deseo”, dice el historiador.

La versión de Encina

Hasta antes del 18-O, la estatua de Baquedano nunca había entrado en conflicto con congregaciones en ese sector.

Al contrario, se había transformado en el epicentro y símbolo de las celebraciones deportivas.

Sin embargo, esta distancia entre la figura del general y los actuales manifestantes podría tener otra raíz.

Los textos de historia tienen una responsabilidad en este contexto. Uno de ellos es la “Historia de Chile: Desde la prehistoria hasta 1891” de Encina, quien para algunos historiadores transmitió en las bases curriculares una descripción poco objetiva del prócer.

Rafael González, autor del libro “Baquedano: Controversias sobre un general invicto”, comenta que Encina era sobrino del coronel Francisco José Vergara, quien fue ministro de Guerra y enemigo de Baquedano. “Lo que aprendió de niño eran cosas negativas. Se formó un prejuicio, que transmite en su principal obra”.

A juicio de González, lo que más perjudicó la imagen del general fueron los libros de Encina, que son las principales referencias en el estudio de la historia chilena. “Lo trata muy mal, como un personaje tartamudo, que no era inteligente, que tenía buenas virtudes, pero que estaba muy lejos de ser un genio militar”, plantea.

San Francisco añade que “Encina define a Baquedano como una especie de invento del sector aristocrático chileno, más que un héroe propiamente tal”.

Los textos sobre Baquedano, además, tienen interpretaciones disímiles.

Según San Francisco, la historiografía ha ido evolucionando en las últimas décadas hacia una mirada más interpretativa del pasado. “Si miras la elaboración de las bases curriculares y cómo se estructuran los textos de estudio, tienden a desaparecer las grandes figuras”.

El académico sostiene que el país debiera reivindicar a sus figuras militares en el tiempo, de lo contrario, “las personalidades se van olvidando”.

En ese sentido el legado de Baquedano como militar republicano también corre el riesgo de desaparecer.

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