Dora Altbir Drullinsky, ariqueña, se sienta muy derecha en su oficina del Cedenna, Centro para el Desarrollo de la Nanociencia y la Nanotecnología de la Universidad de Santiago, donde dirige a más de 200 científicos, y alisa su falda. Altbir es formal en su lenguaje y se dedica a una rama de la física casi desconocida para el público: la nanociencia y nanotecnología. Subraya su importancia en el desarrollo futuro de Chile. Pero, como la segunda chilena en obtener el Premio Nacional de Ciencias Exactas —la primera fue la astrónoma María Teresa Ruiz en 1997—, es una científica que ha aprendido a multiplicar sus tareas e intereses. Lleva décadas levantando su voz para defender la presencia femenina en la ciencia nacional.

—Me preocupa que las mujeres podamos hacer todo lo que queramos y que no seamos víctimas de ningún prejuicio. Si una mujer no quiere estudiar ciencias es tan válido como un hombre que no quiere estudiar enfermería. ¡Lo que importa es la conciencia de que tenemos la capacidad de hacer lo que nosotras queramos!

—¿Usted ha hecho lo que ha querido?

—Absolutamente. En términos profesionales, he podido realizarme totalmente. Siempre hay vallas, pero depende de cada mujer lo que haga frente a ellas. Yo paso las vallas, no me detengo. Enfrento los problemas y tengo confianza en mis capacidades. En los temas profesionales, las mujeres tenemos que ser capaces de avanzar. Cuando hay dificultades, hay dos opciones: o nos quedamos o las sobrepasamos.

Desde que se tituló en Licenciatura en Ciencias Exactas con mención en Física en la Universidad Católica, donde también se doctoró en la misma materia, supo pasar escollos hasta llegar a dirigir el Cedenna en 2009, un centro especializado en nanociencia y nanotecnología. Pero Altbir vio quedar a muchas colegas en el camino y eso no lo olvida.

Las cifras la avalan. Según la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica, Conicyt, en 2017 la titulación de las chilenas en los programas de doctorado en ciencias básicas no superó el 38,7%. Este dato preocupa a Altbir, quien acuñó un título para su cruzada: la ciencia no tiene género, y las mujeres pueden —y deben— llegar lejos en ella. Es cosa de determinación, dice, extendiendo su mirada por la blanca sala del Cedenna:

—Es muy importante que las mujeres se incorporen a la ciencia. Necesitamos más científicos y es un lujo que no nos podemos permitir el perder a la mitad de la población trabajando en ciencia. La razón por la cual ellas no se interesan hoy es cultural: estamos en un país donde todavía hay profesiones femeninas y masculinas. Y es clave mostrar que la ciencia no tiene género.

Altbir agrega:

—Tiene que ver con el prejuicio de que las matemáticas no son para las mujeres y que los hombres en ellas son mejores. Pero nosotras tenemos tanta imaginación como ellos y ninguna dificultad para incorporarnos al mundo abstracto de las matemáticas. Hay que derribar ese mito. No hagamos diferencias en el trato a niñas y niños en términos de regalos, muchas veces los padres vamos guiando sin querer las profesiones: regalamos cocinas y muñecas a las niñitas mientras que a los niños, el estetoscopio para que sean doctores o el microscopio, o el auto para que manejen.

En 2007, Dora Altbir logró con el rector de la Usach, Juan Manuel Zolezzi, un importante mejoramiento económico para las científicas de esa casa universitaria y, junto con Conicyt, de todo Chile. Recuerda:

—Las mujeres que tenían una beca de doctorado o posdoctorado en el país podían suspender o pedir una licencia maternal, pero esta no era pagada y, por lo tanto, muy pocas la utilizaban. Junto con Conicyt presentamos al rector de la Universidad de Santiago una propuesta para becas de doctorado y posdoctorado con financiamiento adicional para períodos de pre y posnatal. Lo conseguimos.

La iniciativa de Altbir tuvo eco en la directora de Fondecyt en la época, María Elena Boisier, y Conicyt la integró, desde entonces, a todos sus programas. “Me pareció que contribuía a nivelar la cancha para las mujeres”, dice Dora hoy.

En su obsesión por lograr que Chile aumente las cifras de científicos y científicas, junto con su equipo del Cedenna montaron una página web durante diez años para apoyar a profesores y alumnos de enseñanza media en todo el territorio nacional. Tuvieron más ideas.

—¿Qué fue ‘100 años, 100 colegios'?

—Pensamos celebrar los cien años del año milagroso de Einstein, 1905, cuando él generó distintas teorías, no solo la de la relatividad. Se había elegido el 2005 como el Año de la Física y dijimos ‘hagamos un experimento con 100 colegios y midamos con ellos la radiación solar', para hacer un mapa a lo largo del país y saber cuánta radiación solar llegaba a Chile. Preparamos un sensor muy sencillo y se presentaron más de 200 colegios del país. Con el mapa y los dibujos y poemas escolares, se hizo un libro muy bonito.

Dora también montó un Café Científico en los salones del Torres entre 2012 y 2014. Ella fue la productora del evento: buscó y eligió, junto al docente y físico de la Universidad de La Frontera, Eugenio Vogel, a los científicos que participaron. Fue un éxito que duró dos años y medio, dice ella. También logró que diez radios universitarias adhirieran y lo transmitieran a todo el país.

Esta docente de la Universidad de Santiago afirma que hoy tenemos un octavo del número de científicos por millón de habitantes que debiéramos tener, acorde al promedio de la OCDE. Y dice que, para transitar al desarrollo, Chile debe agregar valor a sus recursos naturales.

—Como país no somos dueños de nuestro destino, dependemos muchísimo de lo que pase en otras potencias. Si lográramos incorporar valor agregado a nuestros productos naturales, podríamos transformarnos en un país desarrollado.

Una casa de científicos

Dora Altbir es una guardiana de su vida más allá de la universidad y la investigación científica. Nació en 1961 y se casó a los 36 años con otro doctor en física, el investigador Juan Carlos Retamal, de quien fue compañera en la Universidad Católica. Con él tiene mellizos de 20 años, Moisés, quien estudia Ingeniería Civil y Catalina, alumna de Medicina. Pero, a pesar de su formación estructurada, en sus grandes decisiones se ha guiado por su intuición.

—Creo que la decisión de formar familia llega en el momento en que llega. Yo sentí que era el momento adecuado. Había terminado mi doctorado y los dos estábamos de acuerdo, con nuestros doctorados terminados. Pololeamos varios años. Mi marido era compañero mío en la universidad, hicimos el doctorado juntos. (...) Nunca nos cuestionamos retrasar el matrimonio por la carrera. Me embaracé al año.

—Todo lo ha hecho en forma orgánica.

—Como va saliendo. Soy muy poco planificadora de mi vida. También de mi carrera. Yo creo que no soy buena planificando. Voy haciendo lo que voy haciendo como lo puedo hacer. No me trazo muchas metas, es parte de mi personalidad. Creo que la vida tiene montones de sorpresas, ¡y me gustan las sorpresas! Uno tiene que darse también la oportunidad de cambiar, de redefinir el camino.

—En eso es bien poco científica...

—¡Sí! La gente piensa que los científicos somos personas muy estructuradas. Pero yo creo que el trabajo científico es bastante intuitivo. Hay mucha intuición en él y creo que en mi vida he sido mucho más intuitiva que planificada. Y me gusta.

—¿Desmitifica la creencia de que los científicos no dejan nada al azar?

—De ninguna manera, por lo menos yo no trabajo así. Y no vivo así.

—¿Cómo fueron su infancia?

—Mi papá era polaco y mi mamá, chilena de padres rusos; me formé en Arica. Mis padres no tenían nada que ver con la ciencia, trabajaban en un negocio de importaciones. Mi hermana es dentista. Me decidí por la física porque en tercero medio conocí las ecuaciones de movimientos de los cuerpos y las encontré casi mágicas. Me impresionó que uno pudiera predecir cosas con las ecuaciones de la física.

—Fue una vocación.

—Sí. Como un descubrimiento. Tuve muchas dudas entre estudiar física, medicina —que me gustaba mucho— o teatro. El teatro me encantaba. Pero tuve cosas a mi favor: mi mamá asumió que la decisión era mía y eso fue muy importante, porque estudié física en un momento en que las ciencias tenían una muy escasa valoración en nuestro país. Estudié en un momento en que las disciplinas tenían sus límites muy bien definidos, pero con los años estos se fueron difuminando. Y sin querer, he tenido que trabajar en química, aprender un poco de biología, me he relacionado con temas de medicina. El mundo es más interdisciplinario. Las disciplinas ya no son esos compartimentos rígidos que existían en los 80. Y estoy muy contenta.

Flores, cáncer y ciencia

A Dora Altbir el ministro de Ciencia y Tecnología, Andrés Couve, la calificó de ‘inspiradora'. Y fue su tutor de tesis el Premio Nacional de Ciencias Exactas 2007, Miguel Kiwi, quien la animó a dedicarse a la nanotecnología. Ella dice que este campo de la física no solo interesa como factor de avance en el conocimiento, sino por su tremendo potencial para el desarrollo de Chile. Altbir trabaja en el Cedenna haciendo simulaciones computacionales y está muy involucrada en transferencia de tecnología. La nanociencia y la nanotecnología podrían ser, en el futuro, elementos del conocimiento científico que podrían revolucionar la exportación nacional de productos naturales: cobre, madera, frutas y verduras. Exportamos gran cantidad de frutas. Utilizando nanotecnología podríamos alargar su vida y tener mercados de distribución más amplios. Lo mismo ocurre con el salmón fresco, salmón congelado, las carnes, las flores. Todas nuestras exportaciones podrían tener una vida útil mayor y llegar a mayores mercados si utilizáramos, por ejemplo, envases que incorporan nanotecnología.

En nanotecnología, la profesora Altbir trabaja en materiales a escala nanométrica. Y un nanómetro equivale a la millonésima parte de un milímetro. “Como dividir un milímetro en un millón de partes”, explica.

—¿Lo más chico de lo chico?

—¡No! Porque los átomos tienen un tamaño menor que los nanómetros. Una cadena de seis átomos casi de cualquier material va a medir un nanómetro. Y cuando tengo un material, que en algunas de sus dimensiones mide menos de 100 nanómetros, este tiene propiedades diferentes. Nosotros fabricamos materiales con estos tamaños y estudiamos sus propiedades. Y a partir de esas propiedades se pueden diseñar aplicaciones. (…) Nuestro centro tiene como mandato transferir tecnología desarrollada por nosotros a escala nanométrica. Eso me ocupa.

—¿Transferencia a la industria?

—Exactamente, al mercado. Me tiene muy motivada y entusiasmada. Creo que la ciencia siempre sirve, va mucho más allá de ser una aventura del conocimiento, nos permite desarrollar tecnología que contribuye al bienestar de las personas. Sin embargo, nadie sabe cuándo va a ocurrir eso. Es muy posible que las escalas de tiempo en que se transforma un conocimiento científico en una tecnología sean bastante largas.

—¿Hay mucha frustración esperando?

—No. La motivación de los científicos es la comprensión del fenómeno. Entender. Y una vez que uno lo entiende, no hay frustración. Eso es lo primero que buscamos: comprender la naturaleza. Ese conocimiento, a veces, se transforma en tecnología. A mí lo que más me motiva es la comprensión de un fenómeno, pero ahora que he trabajado en transferencia tecnológica estoy muy entusiasmada con el proceso: poder llegar al mercado con un desarrollo que parte como un conocimiento netamente científico.

Hablando de mejorar la vida, Dora Altbir recuerda que la nanociencia y la nanotecnología han resultado capitales en la detección y tratamiento de algunos cánceres, como los de colon y mama.

—Se aplica muchísimo en el diagnóstico y cura de distintas enfermedades, en particular el cáncer. Somos parte de un consorcio europeo, financiado por la CEE (Comunidad Económica Europea), para el desarrollo de un sistema de detección temprana de cáncer colorrectal. Estamos diseñando nanopartículas que pueden interactuar con células cancerosas en etapas muy tempranas e informar que existen células malignas.

Recuerda que una de esas técnicas, la hipertermia, permite el calentamiento de regiones específicas en que existen células cancerosas y se calientan hasta que las células se destruyen. Y dice que estas técnicas, que tienen la ventaja de entregar la droga exactamente donde está el cáncer y así evitar efectos secundarios, se aplicarán en Chile.

Su especialidad es también útil en el medio ambiente. Con la nanotecnología se pueden liberar suelos y aguas de contaminantes de arsénico, pesticidas y plomo, con tecnologías más económicas y mucho más eficientes que las actuales en uso.

—Ha dicho que no concibe la vida sin la ciencia

—Uno ve la vida intensa, porque la ciencia es muy intensa en términos de exigencia. Intensa también en términos de lograr entender los fenómenos y tratar de hacer eso mismo en la vida real. Mi vida es así: tengo que compatibilizar distintos roles, por eso es agitada.

—¿La intensidad de la vida de una científica es de distinto cariz?

—Creo que no es más intensa. Tiene que ver con los múltiples roles que las mujeres estamos jugando; se aplica a todas las profesiones y a todas las mujeres que tratan de ser mamás, esposas, hijas y desarrollarse en sus profesiones. Yo soy directora de Cedenna, por lo que hago mucha gestión y administración científica. ¡Pero lo que más me gusta es el trabajo científico mismo, hacer investigación!

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