Son las 12 del mediodía y en la Plaza Italia ya está desplegada la policía con tres carros lanzaguas, dos buses y unos 300 efectivos de Fuerzas Especiales que se desplazan también hacia el puente Pío Nono. Además, algo nuevo: hay carabineros a caballo en el parque. Un grupo heterogéneo de manifestantes —entre los que se mezclan mujeres de distintas edades, mendigos y universitarios— baila batucadas. Otro lote, se monta con banderas mapuche en la cima del monumento a Baquedano.

Las veredas están cubiertas de merchandising: se venden calcomanías, poleras, banderas, chapitas, pipas y papelillos, entre otras cosas. Pregunto si venden marihuana y me dicen que sí, que cuánto quiero, que me la traen de inmediato.

Desde el inicio del estallido social Felipe Sotelo (34) se traslada, cada día, desde Puente Alto hacia el sector de la Plaza Italia. Allí, en un escondido pasaje de calle General Santiago Bueras, a 300 metros de la llamada Zona Cero de las protestas, se ubicaba el puesto médico de los Rescatistas Voluntarios, donde trabaja como coordinador en terreno junto a un equipo de 80 personas. Debido a que recibían bombas lacrimógenas, debieron mudarse y hoy atienden a heridos en el GAM.

Es una de las tantas agrupaciones de ayuda humanitaria que se han organizado para esta crisis, pero se distingue porque ellos son rescatistas profesionales independientes que se autoconvocaron a través de las redes sociales y no pertenecen a una misma institución. En el sector también hay voluntarios que son estudiantes de carreras de Salud de distintas universidades de Santiago.

Hijo de un padre que se dedicaba a marcarle la hora a las micros en la calle, desde su adolescencia Felipe se ha involucrado en crisis humanitarias. A los 14 años, cuando su familia se trasladó desde una población en la comuna de Pedro Aguirre Cerda hacía unos edificios “aspiracionales” en Puente Alto, como dice él, se metió a la Cruz Roja (donde estuvo hasta hace poco). También fue parte de Socorro Andino por otros años, así que se convirtió en experto en técnicas de rescate y primeros auxilios.

En paralelo estudió técnico en Enfermería y ahora está sacando la profesión universitaria. Hasta el año pasado trabajó en la Urgencia del Hospital Sótero del Río y luego al interior de una ambulancia, además de ser instructor de primeros auxilios para World Vision, una institución internacional de ayuda humanitaria. En toda esta historia, le ha puesto el cuerpo a distintas situaciones donde pueden haber heridos y riesgos vitales, como catástrofes naturales, accidentes, eventos masivos, conciertos, manifestaciones estudiantiles... Pero, desde el 18 de octubre de 2019, estos eventos críticos se transformaron en su “normalidad”.

Felipe tiene 2 hijas pequeñas. La menor nació el 14 de octubre, cuatro días antes de que estallara la revuelta. Reconoce que ha pagado altos costos emocionales por estar en la calle. “Yo no veo tele. Me da pudor ver las noticias cuando sé que afuera está la embarrada. Desde chico mis padres me inculcaron que era importante ser solidario, que este mundo da vueltas y que un día puedes estar arriba y otro día estar abajo. Cuando hay gente sufriendo y yo no estoy ayudando me duele la guata. No puedo evitar salir a la calle. Me molesta ver en los medios gente que analiza todo desde las alturas, sin haber ido a la calle y sin tomar posición, desde un sillón”.

Felipe ha atendido heridos de balines y perdigones, pero esto ha cambiado en las últimas semanas, cuando han aumentado lesiones por bombas lacrimógenas, así como de quemaduras químicas que provienen de los carros lanza-aguas. Dice que siempre hay lesiones por piedrazos que lanzan los encapuchados y que pueden llegarle a cualquiera, o por caídas de chicos que andan borrachos, aunque asegura que son los menos. “Nosotros atendemos a cualquier persona que lo requiera”, enfatiza. “Cada uno tiene sus ideas políticas, pero como rescatistas debemos abocarnos al ser humano. No hemos atendido a carabineros porque ellos son trasladados de inmediato en sus propios vehículos. Generalmente los que rescatamos de la calle son manifestantes, que están desprotegidos. Y las ambulancias muchas veces tardan en llegar”.

En estos más de dos meses, en la Plaza Italia y lugares aledaños, Felipe dice que no ha habido ni un solo día sin protestas y eventos violentos. Las manifestaciones ya son un hecho cotidiano, tienen una dinámica instalada y es posible predecir cómo viene cada jornada. “Los lunes son fuertes, los martes, miércoles y jueves hay menos manifestantes, los viernes son ‘súper viernes', porque es seguro que habrá desórdenes y represión. Los sábados y domingos son los más tranquilos. Un domingo, por ejemplo, puede haber 500 manifestantes. Un día de semana cualquiera hay como mínimo 2 mil personas, y los viernes nunca hay menos de 5 mil alrededor de la zona”, cuenta Felipe.

“Me cuesta dormir”

—¿Cuando llegas a tu casa cuentas lo que viviste?

—No, no cuento mucho. Eso es típico de rescatista y comienza a afectarte psicológicamente. Pero el esfuerzo del rescatista es no volverse una víctima. Entonces nosotros, mientras trabajamos, no podemos permitirnos esa posición. Pero es mentira que no nos afecta. Por eso ahora tenemos un equipo de psicólogos de la Universidad de Chile que nos están apoyando semanalmente.

—¿De qué manera te afecta?

—Me cuesta dormir, ando más sensible, más irritable.

—¿Qué es lo que más te ha afectado?

—Pensar en las vidas que quedaron truncas. Por ejemplo, la niña de 15 años que sigue grave por un impacto de bomba lacrimógena en la cabeza, no sé qué va a pasar con ella. También me afecta pensar en Gustavo Gatica, a quien atendimos. Ese fue el día más intenso, el viernes 8 de noviembre. Tuvimos muchos heridos graves y muchas lesiones oculares. Teníamos el puesto lleno de gente. Estábamos atendiendo un trauma ocular y llegaba otro entero sangrando, y los teníamos que tirar en el suelo, no teníamos más camillas ni más personal. Lo más impactante de esto es que la relación de violencia es demasiado asimétrica, acá hay enfrentamientos entre gente con piedras y gente con armas de alto poder destructivo. No quiero parecer abanderado, pero no hay ningún punto de comparación entre la violencia de los manifestantes y la respuesta de la fuerza pública.

—¿Cómo fue cuando atendiste a Gustavo Gatica?

—Llegó con impacto en los dos ojos y tratamos de estabilizarlo. Estaba con la presión muy baja, había perdido mucha sangre. Se le puso una vía intravenosa y se le pasó suero. Después lo trasladamos a nuestro puesto de rescate y allí demoró mucho la ambulancia en trasladarlo a urgencia hospitalaria. El tráfico estaba colapsado y los sistemas de salud público también. Eso es algo muy fuerte. Nosotros, que somos voluntarios, tenemos que actuar intensivamente porque los sistemas de salud pública no dan abasto. Estamos supliendo la responsabilidad que el Estado tiene en esto.

Plaza sitiada

A medida que ha avanzado la revuelta, los protagonistas de la calle han asumido rutinas. La presencia de las Fuerzas Especiales que ocupan el sector se ha vuelto más visible y desde más temprano (al mediodía comienza). A esa hora también pueden verse algunos grupos dispersos de manifestantes. Después de las 5 de la tarde es probable que haya chicos tirando piedras a las fuerzas policiales quienes, a su vez, ya están lanzando chorros de guanaco intentando dispersarlos.

“Muchas veces carabineros actúan antes de que empiece la protesta, como un medio de impedir que la gente se reúna”, cuenta Felipe. “El punto álgido es entre las 8 y las 9:30 de la noche. Es la hora del ´barrido`, cuando las fuerzas policiales actúan de manera más directa para disolver la manifestación”.

El escenario, aunque predecible, varía en cuanto a los heridos. “Hay días que pensamos que no va a pasar nada y tenemos muchos heridos y otros que estamos preparados para atender a más personas y no hay tantos lesionados”. Se calcula que en total las brigadas humanitarias ha atendido a más de 6 mil personas, pero muchos heridos no figuran en los registros oficiales porque después de atenderse en la calle se van y no quieren hacer la denuncia.

Los Rescatistas Voluntarios se instalan en su puesto alrededor de las 4 de la tarde. Antes tenían guardados sus insumos en el Cine Arte Alameda (que se incendió) y hoy reparten en algunos puntos del sector. Los vecinos han tenido que soportar su presencia constante hasta altas horas de la noche. A veces quienes viven cerca reclaman, pero también les traen comida.

Entre las cosas que utilizan para sus labores hay una antena de transmisión, equipos de radio y una base de telecomunicaciones, ya que la cobertura de celulares durante las protestas suele ser muy mala. También tienen camillas estáticas, apósitos, sueros, gasas, tablas espinales, collares cervicales, férulas y un desfibrilador externo que se usa para sacar a pacientes de paro cardíaco.

Hace pocas semanas instalaron un puesto de descontaminación, donde los rocían con agua y otros purificantes para sacarles los químicos de la piel. “Lo que pasa es que el agua de los guanacos (los carros lanza-aguas) hoy tiene mayor cantidad de concentración de químicos. Mi rol no es hacer análisis químicos, pero sí puedo decirte que hemos atendido muchas quemaduras de guanaco. En proporción a la cantidad de manifestantes, hoy es mayor la cantidad de efectivos policiales”, asegura Felipe.

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