Las Fuerzas Armadas chilenas tenían una definición institucional que se resumía en el principio de obediencia y no deliberación militar. Esto implicaba que estaban subordinadas al poder civil y que no participaban en política contingente. Históricamente, existieron algunas excepciones, como la guerra civil de 1891 o el golpe militar de 1924, e incluso la presencia de Carlos Ibáñez del Campo en el gobierno entre 1927 y 1931. Después de 1932, bajo la plena vigencia del régimen institucional, la tendencia fue a respetar esa doctrina tradicional, en lo que algunos autores han llamado un “constitucionalismo formal” (Augusto Varas, Felipe Agüero y Fernando Bustamante, “Chile, Democracia, Fuerzas Armadas”, Santiago, FLACSO, 1980). Por otra parte, había existido una tendencia de los uniformados a vivir en sus propias poblaciones, con sus actividades específicas, incluso con parentescos dentro de la familia militar, aislados del mundo civil y político, lo que contribuyó con el tiempo a un mutuo desconocimiento entre ambos mundos. Esto traería consecuencias.

También hubo algunas asonadas o intentos de acción política por parte de algunos uniformados: el Ariostazo en 1939, el complot de las Patitas de Chancho (1948) o el de la Línea Recta (1955), que implicaban un resurgimiento del militarismo, como ha expresado Frederick Nunn en “The military in Chilean history” (Albuquerque, University of New Mexico Press, 1976). Pese a ello, resulta claro que a mediados de siglo los uniformados no eran actores políticos relevantes.

En la década de 1960 se produjeron cambios relevantes. Primero, producto de la Revolución Cubana surgieron disputas por el poder en la región, que en algunos lugares culminaron con la instalación de dictaduras militares de marcado carácter anticomunista, como ocurrió en Brasil en 1964 y luego en otros lugares. Por otro lado, desde 1958, como sostiene Alain Joxe, “mientras el promedio latinoamericano deja de disminuir, el porcentaje destinado por Chile a sus gastos de defensa, desciende por debajo del promedio y decrece regularmente” (“Las Fuerzas Armadas en el sistema político chileno”, Santiago, Editorial Universitaria, 1970). Esto fue especialmente notorio en el gobierno de Eduardo Frei Montalva. El general Carlos Prats resume la situación con dos comentarios lapidarios: “La Democracia Cristiana comete un grave error histórico, al menospreciar a las Fuerzas Armadas”, reconociendo que “se genera un peligroso y oculto sentimiento de desaliento, al observar que en los países vecinos el Ejército adquiere preeminencia orgánica entre las Instituciones de la Defensa Nacional, mientras el propio bordea el precipicio de la decadencia” (“Memorias. Testimonio de un soldado”, Santiago, Pehuén, 1985).

Todo esto fue generando un sentimiento de frustración y resentimiento al interior de las instituciones militares, que se comenzó a manifestar externamente a través de actos de indisciplina: reuniones de oficiales para deliberar sobre la desmedrada situación del Ejército; la presentación simultánea de solicitudes de retiro por parte de los alumnos de la Academia de Guerra —“acto tácito de indisciplina”, como lo llamó Prats—; el atraso del mayor Arturo Marshall para rendir honores al Presidente Frei con ocasión del Tedeum de 1969.

Mirados en perspectiva, la situación institucional del Ejército y los actos puntuales de indisciplina confluirían en un momento dramático de la vida nacional: la toma del Regimiento Tacna, en octubre de 1969.

Carta sin respuesta

El famoso Tacnazo fue uno de los movimientos militares más significativos durante la época clásica de la democracia chilena en el siglo XX. El líder del movimiento fue el general Roberto Viaux, quien el 2 de octubre de 1969 había enviado una carta al Presidente de la República —que nunca llegó a manos del gobernante—, donde expresaba: “Ante la imposibilidad de guardar silencio por más tiempo y urgido por los acontecimientos que están ocurriendo en la Institución que representan el derrumbe de nuestro querido Ejército, al cual hemos ofrendado toda una vida sin reticencias ni mezquindades, nos dirigimos a V. E. con la seguridad de que seremos escuchados”. En ella explicaba problemas en la planta del Ejército, de infraestructura, la situación económica y social, moral y disciplinaria (la carta fue publicada en “La Segunda” el 17 de octubre). Ante la falta de respuestas, el general y sus partidarios decidieron pasar a la acción.

El general Roberto Viaux, líder de la rebelión, explicó su visión en la larga entrevista de Florencia Varas, “Conversaciones con Viaux” (Santiago, 1972). Ahí recuerda cómo se precipitaron los hechos: “Aproximadamente a las 06:30 horas del 21 de octubre, entraba al Regimiento ‘Tacna'. Tomé el mando de la Unidad y alrededor de las 08:00 horas llegó la Escuela de Suboficiales seguida por el Batallón de Tanques”. Rápidamente cundieron las alertas, especialmente en un mundo político que reaccionaba con temor y alguna ambigüedad, y que además observaba la movilización militar como el posible comienzo de un golpe de Estado. Por otra parte, llegaron numerosas visitas hasta el lugar, para manifestar el apoyo a los acuartelados. Algunos creativos llegaron a La Moneda con la idea de llevar a cientos de campesinos frente al Tacna para manifestar la defensa del orden constitucional, lo que podría haber agravado las cosas.

El general Viaux siempre reivindicó el carácter estrictamente “profesional-militar” del Tacnazo, asegurando que su acción estaba determinada por las malas condiciones profesionales y de equipamiento que sufrían el Ejército y la Defensa en general. El movimiento quedó en el plano corporativo, estrictamente gremial, porque “Roberto Viaux nunca quiso dar, para bien o para mal, el paso siguiente”, como señala el capitán Víctor Mora, acuartelado en el Tacna ese 21 de octubre (entrevista del 20 de septiembre de 2016). Viaux, como hemos señalado, no representaba una visión aislada, sino que era parte de un sentimiento compartido en la institución en aquellos años. Algunas frases sintetizaban el pensamiento de los uniformados: “No podemos vivir con esta suma” y “no podemos defender al país con estas armas”.

Pese a sus propias confesiones, muchos vieron el Tacnazo como un posible golpe de Estado, información que circuló en La Moneda durante esa jornada y que alentaban algunos políticos. Y aunque esto quedó en condición larvada, sí persistió la sombra de duda sobre el movimiento, en el sentido que excedía lo meramente profesional. Incluso quien sería posteriormente abogado de Viaux, Pablo Rodríguez Grez, llegó a la conclusión que el general “aspiró a un gobierno militar” encabezado por él, aunque no se lo manifestara (entrevista 28 de junio de 2018). Esto se daba, además, en un complejo contexto latinoamericano, donde se sucedían los golpes militares.

El presidente Eduardo Frei decretó Estado de Sitio y recibió numerosas visitas de solidaridad en La Moneda, desde dirigentes políticos hasta líderes gremiales, rectores de universidades, figuras de la Iglesia Católica y otros que —dejando las diferencias de lado— estimaban necesario manifestar un claro respaldo a la democracia chilena. Mientras tanto, fuerzas militares lideradas por el general Emilio Cheyre Toutin rodeaban el Tacna. El presidente Frei señaló enfáticamente: “¡De aquí nadie me moverá! Confío en que la cordura se imponga y quienes han faltado se sometan a la disciplina”; paralelamente clausuró la convocatoria a las sesiones extraordinarias del Congreso y declaró el estado de sitio. A juicio de Viaux, las informaciones que circulaban faltaban a la verdad, al darle a su acción “un carácter político que nunca tuvo”, reiterando su “absoluta lealtad a S. E. el Presidente de la República y a los poderes constituidos”.

Finalmente, la crisis se solucionó después de realizarse diversas fórmulas de mediación, que incluyeron a figuras como Juan de Dios Carmona, exministro de Defensa; el general Alfredo Mahn, comandante de la Guarnición de Santiago, y Patricio Silva, subsecretario de Salud, quien se convertiría en la figura central. El acuerdo permitió la entrega “sin condiciones” del regimiento Tacna —aunque hubo cambios y revisión de los problemas— y el regreso a la normalidad institucional: sin embargo, el país ya no era el mismo. En realidad, hubo algunas resoluciones inmediatas producto del Acta del Tacna: la renuncia del ministro de Defensa Nacional Tulio Marambio; el Presidente de la República resolvería de manera urgente el problema económico de las Fuerzas Armadas; habría “un proceso único a fin de comprobar si hubo intento de atentar contra la Institucionalidad del País, y establecer la responsabilidad de la circunstancia en la cual cayeron heridos civiles” e incluso el gobierno reconocía la actitud del general Viaux de “facilitar la solución del problema”. Todo esto permitía a Viaux asegurar que había logrado la finalidad de su movimiento estrictamente castrense.

“Crujió el sistema”, apareció en la portada de Punto Final (N° 90, 28 de octubre de 1969), mientras Ercilla habló de “23 horas amargas” (22 de octubre de 1969). El Mercurio, en una edición extraordinaria, destacó la entrega del Tacna y que un civil sería ministro de Defensa: se trataba de Sergio Ossa Pretot. Rápidamente se sucedieron diversos y encendidos debates en el Congreso y en la prensa. Chile había cambiado.

Los efectos de la irrupción de los militares en política

La primera consecuencia inmediata del Tacnazo fue la irrupción —una vez más— de los militares en el escenario político, de lo que Chile presumía estar inmune en un contexto regional de creciente militarismo. Fue “una campanada fuerte”, como señala José Rodríguez Elizondo; “la piedra angular” en el camino al golpe de Estado, según Verónica Valdivia; “un caso de caudillaje militar”, en palabras de Gabriel Salazar; “una inusual agitación gremial”, de acuerdo a Mario Valdés y Danny Monsálvez; un golpe que sería “el último resabio ibañista”, en la reflexión de David Pérez Carrillo; John Bawden afirma que “escandalizó al establishment político”, porque los militares no habían desafiado a las autoridades civiles durante mucho tiempo. Tiene razón Joaquín Fermandois cuando reflexiona al respecto: “No existe acto deliberativo solo ‘gremial' en el detentor de la ‘violencia legítima'”. Hay muchos intentos de explicar el suceso, que se inscribe dentro del clima de deterioro institucional y creciente polarización política, como hemos señalado en nuestra Historia de Chile 1960-2010, Tomo 4 (CEUSS/Universidad San Sebastián, 2018).

En segundo lugar, constituyó otra señal de la crisis de la democracia chilena durante la década de 1960, en un momento en que se vivía un creciente desafecto hacia al régimen institucional del país y se abrían posibilidades de otras variantes de lucha política, como la revolución armada o la intervención militar. En tercer término, el Tacnazo produjo cambios inmediatos de orden político e institucional, como el mencionado en el ministerio de Defensa y —más importante todavía— en la comandancia en jefe del Ejército, donde asumió el general René Schneider. Finalmente, agregó un elemento más al complejo escenario de la elección presidencial de 1970: el factor militar, que tendría muchas manifestaciones desde entonces en adelante.

Ciertamente, mirado desde una perspectiva histórica, hubo repercusiones impensadas, al acelerar los cambios en la jefatura del Ejército, con el nombramiento de Schneider: su asesinato precipitó la llegada de Carlos Prats a la Comandancia en Jefe, quien renunció en agosto de 1973, abriendo paso a la designación del general Augusto Pinochet. Podríamos decir que sin el Tacnazo no habría existido esa aceleración de los cambios y el cambio histórico consiguiente, que se insertan en el clima de polarización política creciente, en la llegada de la Unidad Popular a La Moneda y en el proceso de construcción del socialismo.

Durante esos años, el factor militar estaría presente de principio a fin: primero con las declaraciones del general René Schneider en medio de la campaña electoral de 1970 —aunque fuera solo para recordar la doctrina del Ejército—, luego por la participación del general Carlos Prats como ministro del Interior en noviembre de 1972, y ciertamente por un clima de continuos llamados a los militares a intervenir en una u otra dirección del proceso político. La historia se cerraría con la intervención militar del 11 de septiembre de 1973, aunque ciertamente en la histórica jornada del 21 de octubre de 1969 no era previsible que el proceso político-militar terminaría de esa manera.

El general Roberto Viaux siempre reivindicó el carácter estrictamente “profesional-militar” del Tacnazo, asegurando que su acción estaba determinada por las malas condiciones profesionales y de equipamiento que sufrían el Ejército y la Defensa en general.

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