Admiré la pluralidad de la asistencia, porque iban muchos comunistas al restaurante”.

Hermógenes Pérez de Arce, amigo y cliente.

Solo quedan los juguetes del perro en la entrada del restaurante alemán Lili Marleen, en la calle Julio Prado de Providencia. Si no fuese por las vitrinas decoradas con un águila militar, nadie reconocería la casona que algún día albergaba por las noches a la élite chilena. El 10 de noviembre, tras el estallido social, decidieron cerrar indefinidamente sus puertas.

“Para nuestra familia y trabajadores es imposible atender en condiciones que no den seguridad en sus retornos a casa. Asimismo, la escalada de violencia en que estamos sumergidos nos ha afectado a nosotros también”, decía un comunicado en sus redes sociales. La razón es que el local recibió múltiples amenazas de violencia y quema del sitio.

En 2003 nació el lugar que frecuentaban diversos personajes de la política, siendo el más recurrente el exalcalde de Providencia Cristián Labbé. En las fotos que colgaban en sus paredes figuraban Pablo Longueira, Hermógenes Pérez de Arce y Francisco de la Maza; personajes de la cultura como Julio Jung, Amparo Noguera y Daniel Muñoz o incluso cantantes como Mike Patton. De la Nueva Mayoría, Francisco Vidal, Eduardo Dockendorff, Osvaldo Puccio y Nicolás Eyzaguirre. Incluso en 2015 paparazearon a Sebastián Dávalos cenando ahí a unos meses de haber estallado el caso Caval.

Al frente del local, los vecinos del Café Menta y Moka ni se percataron del cierre. “Si no fuese porque no están los carteles, no me daba ni cuenta”, afirma un funcionario. Y es que el local abría por las noches y su dueño, el alemán Hans Dittman, era muy hermético según los vecinos.

“Él era una persona muy cordial. Cuando teníamos convivencias, siempre nos regalaba vinitos o cosas para que lo disfrutáramos. Una persona muy generosa, pero reservada”, indica Gabriel Albornoz, funcionario de la Fundación Arturo López Pérez, vecina de la casona.

La familia Dittman se negó a dar detalles sobre el cierre con “La Segunda”. Sólo expresaron estar “muy sentidos con el pueblo chileno”.

Desde la RDA a la dictadura

Hans Dittman y su esposa, Gisela, se conocieron en Alemania, su país natal. En 1970, luego de pasar tres años preso por la Stasi, órgano de inteligencia de la República Democrática Alemana, él huyó con su cónyuge al otro lado de la muralla de Berlín, la Alemania Federal. Llegaron a Chile en 1998, admirados por la influencia prusiana del Ejército nacional.

Lili Marleen se inauguró cinco años después. El nombre estuvo inspirado por la canción alemana que terminó por convertirse en un himno militar fascista. El local era reconocido por su indumentaria de la milicia, alemana y chilena. Abundaban los cuadros sobre la dictadura, cascos prusianos reconocibles de los soldados nazis e incluso una réplica en miniatura del funeral de Augusto Pinochet. Los Dittman no escondieron su “pinochetismo”. Hace seis años, en un obituario de El Mercurio dedicado a la muerte del dictador, la pareja le escribió: “Con profundo cariño, inmenso afecto y lealtad, teniendo la certeza de que la historia más temprano que tarde, reconocerá su aporte y legado a los hijos de esta patria”.

Entre sus amigos, Hermógenes Pérez de Arce fue invitado por primera vez hace diez años.

“Me dieron unas excelentes carnes crudas y admiré la pluralidad de la asistencia, porque iban muchos comunistas al restaurante. Les gustaba por lo bueno que era, a pesar de que ahí tocaban puras marchas y había retratos de Pinochet. Cuando hay buen servicio, a la gente se le olvida la ideología”, dice hoy el abogado.

“Sentí mucho su cierre, porque lo asolaron los delincuentes”, añade. Tras 16 años de funcionamiento, la reja figura con candado para sobrevivir a posible desmanes. Hermógenes le consultó a Hans Dittman si es que iba a volver a abrir. “Me dijo que veía la posibilidad, pero no muy próxima”, relata.

Experiencia agridulce

Por el otro bando, figuraba entre los comensales Francisco Vidal, exministro de Defensa del primer gobierno de Michelle Bachelet. Consultado por la anécdota, el panelista de “Estado Nacional” ríe largamente. En marzo del 2006, una vez terminado el mandato de Ricardo Lagos, Osvaldo Puccio, entonces ministro secretario general, lo invitó al restaurante de su amigo Hans, a quien había conocido en el exilio de Alemania Oriental.

“Ahí descubrimos que el restaurante tenía poco de Berlín del este, porque era bien nazi. Estaba lleno de cosas fascistas, y tengo la impresión de que los clientes asiduos eran antiguos CNI. Me miraban raro. Era tan exótica la presencia de estos izquierdistas, que el dueño nos pidió una foto que quedó instalada. Nunca más fui, porque una de las características del inmueble es que no había centímetro cuadrado sin una foto o alguna cosa vinculada al fascismo”, indica Vidal.

“Con las murallas con fotos de Pinochet me indigesté un poco, pero igual el Apfelstrudel (el clásico pastel de manzana austríaco alemán) estaba muy bueno”, confiesa.

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