Fue Bolaño el que dijo que Diego Maquieira (Santiago, 1951) publicó dos libros y luego se dedicó a la botella. Efectivamente, lanzó un par de poemarios capaces de situarlo en un lugar privilegiado del parnaso de la poesía chilena y de ahí, en términos literarios, nada más.

Incluso, premonitoriamente, su primer libro fue editado bajo el sello Tempus Tacendi, que significa: “tiempo de quedarse callado”. Hijo del diplomático Fernando Maquieira y de la farandulera Julita Astaburuaga, aprendió inglés a la fuerza ya que durante los cuatro años que vivió en Nueva York sus padres no le hablaban en español.

Volvió a su lengua madre en Lima donde nadie lo quería por venir desde los Estados Unidos y, ya en Chile, se convirtió en blanco de bromas por su acentito limeño. Maquieira, de ahí en adelante, respondería a los ataques desde la ironía, con la soberbia verbal del que se sabe más inteligente.

El pintor Roberto Matta incluso le llegó a decir: “has inventado otra risa”. Entre 1983 y 1986 publicó La Tirana y Los Sea-Harrier, dos libros brillantes y únicos, repletos de referencias ilustradas mezcladas con el lenguaje chilensis. Una oda a la violencia textual y física; tinglados ligeros repletos de humor sarcástico y una visión heroica de una realidad trágica. Enrique Lihn llegó a afirmar que “quien escribe esos textos es un poeta culto, con cierta pasta de erudito; cualidades compatibles con las del humorista sangriento”.

Luego de eso, durante los noventa y con el nuevo siglo, cada cierto tiempo se esparcía sottovoce el rumor de que se venía, por fin, lo nuevo de Maquieira. Pero nada pasaba. Por esa época rayó la frase “va a nevar en el espacio y la NASA no lo sabe” en el chancho volador de Roger Waters, asunto que años después sería ratificado por la misma agencia espacial americana.

Publicó también Annapurna, “una versión latinoamericana de la revista Vogue”, según propia confesión. Se dedicó en arte y vida al alcohol, durante años, y estuvo a punto de perder la decencia, la vista y lo que le quedaba de vida. Hoy está absolutamente retirado y no quiere por ningún motivo dar entrevistas. Costó convencerlo y a la hora de conversar con él, aún se desata todo su pensamiento poético, demostrando que el alcohol no fue capaz de humedecer su lucidez y que, aunque tenga la pólvora mojada, sigue siendo un poeta de alto calibre.

—¿Te dice algo la frase: “hoy todavía es ayer pero no quiero que sea mañana”? Zurita la cita de memoria. Se la adjudica a Ungaretti pero no la hemos encontrado en ninguno de sus poemas. Entonces se está armando un misterio interesante.

—Está buena. Me hace recordar una frase que yo escribí, pero la escribí para mí, para armar algo así como una disciplina, se parece un poco a eso pero no es lo mismo: “el tiempo ha decidido dejar el futuro para más adelante”. Claro, porque tiene que ver con que el día de hoy le teme a lo desconocido.

—Creemos que esta frase tiene que ver con ustedes: con los poetas que escribieron en los setenta y los ochenta, con esa poesía hecha para superar la censura y que a la vez ha resistido bien el paso del tiempo, que aún se lee con perplejidad. Asimismo, ustedes también envejecieron y entonces queremos saber cómo concibes ahora el paso del tiempo.

—Nosotros ya pasamos. Yo ya pasé. Yo me estoy retirando. A mí de cualquier modo la trascendencia no me puede importar menos. Yo no estoy preocupado de la posteridad. Estoy mucho más interesado en el legado de la eternidad que en el legado terrestre. Esto es polvo, no me produce angustia. Si yo tengo algo nuevo que decir no voy a hacer nada.

—¿Pero el tiempo sí te importa?

—Sí, el tiempo desde el punto de vista de la física, del punto de vista de la poesía. He hablado mucho de esto con Jorge Zanelli, del Centro de Estudios Científicos de Valdivia. Pero mis fines no son científicos. Ahora me he estado retirando para hacer conexiones, para ver. Si no, no puedo ver mucho. Lo que hay que resistir en el tiempo es el camino por el desierto. No el tiempo de lo que va a quedar de mí, ni de lo que va a quedar de una determinada obra.

—Al respecto, hay una frase de Einstein que sueles sacar a colación: “el pasado, el presente y el futuro son una ilusión persistente”. ¿Qué lectura haces de esa afirmación?

—Esa frase me ha dejado pensando. Él dice: “nosotros, los que creemos en la física, sabemos que la distinción entre pasado, presente y futuro es una ilusión obstinadamente persistente”. Y yo no me he preocupado tanto del tiempo, por mi edad, pero ya en el Annapurna está lo mejor que pude hacer en cuanto al tiempo: “Porque sin haber un antes/ hubo un mientras quieto/ Que nunca apareció durante/ Y que sin la sustancia del tiempo/ Se adelantó al después soltando”. Ese es un fragmento que está distribuido entre cuatro imágenes. Yo me imagino el Annapurna como un poema en 180 grados, un viaducto que podría montarse como en un semicírculo convexo, que se lee por fuera y que aparece y desaparece. Las últimas imágenes están en blanco. Eso es todo el material que pude acopiar del tiempo, que para mí es un tremendo misterio, no un enigma como lo ve Parra, desde una mecánica muy racional. Hay algo superior a la verdad, que es el misterio, y eso lo digo en forma optimista. Con Zanelli he hablado de esto. ¿Dónde va a parar la luz que se tragan los objetos? De repente me pasa que no sé escribir de esto porque no encuentro el lenguaje, yo quiero mostrar, no explicar.

—¿Poner en escena?

—Claro, ascender.

—¿Y el lenguaje científico te provee de herramientas para ese ascenso?

—Leo cosas científicas. Me interesa qué lenguaje tienen que usar ellos: “horizonte de expectativas”, “punto de no retorno”, palabras nucleares que me estimulan la imaginación. Por ejemplo, hay una palabra, que no he usado, que descubrí hace poco: “fulcro”. Significa “punto de apoyo”. Entonces la lectura del tiempo como ilusión persistente que estábamos discutiendo no es de Einstein, es de Minkowski, su profesor. Él armó un puzle. Einstein nunca ha negado que la relatividad general está fundada sobre la mecánica de Galileo, la mecánica de Newton modificada por la electrodinámica de Maxwell. Eso me pasa a mí. Él trabaja con el trabajo de otros, y yo también meto traducciones, cosas de cine, pero mi idea es hacer como un campo sincrónico, conexiones más que un collage. Creo que eso hago, puede que fracase en ese intento. El concepto de espaciotiempo fue consultado por Chaplin, quien preguntó si la relatividad general se oponía a la teoría newtoniana. No, por el contrario, es una prolongación de ella. Entonces lo que él hace es que subsume a otras teorías como países en un continente.

—Gregory Bateson en su libro Ecología de la Mente postula que el gran defecto del individuo en el mundo contemporáneo es la incapacidad para ver en el arco la circunferencia. No percibimos el todo. ¿Tu intento es un poco ese, no?, encontrar los amarres, las pautas que conectan.

—Exacto, eso es lo que yo quiero para no perderme en esta inmensa majamama. Estoy trabajando en esto. Estoy con una perplejidad, no tengo claro nada. Tengo una manera de defenderme porque estoy tremendamente perdido, y la anoté: “el que anda a la redonda no va nunca a la deriva”. No sé. Pero eso ya es un consuelo.

—¿Eso quiere decir que el que sigue buscando eventualmente no va a estar perdido en algún momento?

—Claro, en el sentido de que tengo una fe enorme. Encontré una definición de John Wheeler que es una suerte de haiku acerca de la relatividad general: “la materia le dice al espacio cómo curvarse y el espacio le dice a la materia cómo moverse”. Esa es una maravilla. Esa es una inspiración. Yo no tengo computador, no tengo ni sé usar celular, no tengo auto, ando en “piecicleta”. Pero hay una conversación en Alemania muy interesante entre Einstein y Tagore. Búsquenla en el internet. La reprodujo el New York Times en los años treinta. Yo estoy mucho más cercano a lo que dice Einstein que a lo que dice Tagore, me abre mucho más el universo lo que dice Einstein que lo de Tagore, espiritualmente.

—A propósito de espiritualidad, no solo tus textos, sino tu discurso, pareciera perseguir la sustancia, lo elemental.

—Eso que están diciendo ha sido para mí una revelación pero como vivo solo, sin nadie, a veces se me va la onda. Lo anoté para no olvidarlo. Se trata de dar con un insumo, no con un producto. Con el concepto del “poesi”, que es un combustible. Eso es lo que tiene que llenar el poeta.

—¿Cuál es tu concepción de lo espiritual? No pareciera ser algo religioso.

—No. Ya los poetas místicos prescindieron de la teología. Lo espiritual es una necesidad interior que tengo. Y eso me ha acercado mucho a Lao Tse. Dentro de los personajes históricos es uno de los más poderosos, junto a Cristo. Yo no soy taoísta, porque habría que ir a la fuente. Lao Tse me plantea cosas que me abren a ver si me edifican o si yo tengo algo que hacer ahí, o ni siquiera soy el indicado para meterse en esos temas del Tao, como cuando dice lo de “el gran cuadrado que no tiene ángulos”, o que “el gran sonido no se oye”, o “donde no hay bastante fe no hay fe”. Entonces tiene esa cosa que no es el que dictamina sino el que determina.

—A pesar de no seguir ninguna doctrina, declaras maestros. ¿Tienes alguna práctica que se pueda entender como una disciplina, o andas solo, por las tuyas?

—Yo paso muchas horas solo. Tengo muchas horas de vuelo en la soledad.

—¿Cómo convives con eso?

—Me ha costado mucho, pero he aprendido harto.

—Eso es algo que se puede apreciar en otros poetas de tu generación. Es el caso de Claudio Bertoni, por ejemplo, que gran parte de su trabajo se configura como el diario de vida de una persona que pasa mucho tiempo a solas, registrando sus procesos.

Bertoni tiene una ansiedad muy alta. Y no filtra. Y siento que tiene una angustia permanente. Me pasó un libro, Adiós, y le dije que no debería haberlo publicado, son huevadas muy triviales. Creo que estos son los malos efectos de la colonización de Parra.

—¿Cuáles son estos?

—La poesía “chaparra”. Con todo el cariño y respeto que le tengo a Parra, entre los aluviones de Neruda y los socavones de Parra la poesía chilena se ha vuelto intransitable.

—¿Estás al tanto de la literatura que se escribe hoy en Chile? ¿Sigues leyendo?

—No sé lo que está pasando, yo tengo una desconexión total. No hago talleres, no hago nada. Habría que poner atención a los que tienen entre 21 y 35 años. A los menores de cuarenta.

—A todo esto, ¿por qué te declaras en retiro?

—Yo necesito silencio. He seguido los consejos de Pitágoras, de Wittgenstein, de los egipcios: “o callarse, o decir algo que valga más que el silencio”. Esos son los maestros, las cosas que yo necesito que me digan. No necesito que me halaguen, necesito que me hagan pedazos a ver si tengo algo de verdad que hacer.

—¿Qué te dice, en ese sentido, la supuesta última frase atribuida a César Vallejo: “ser poeta hasta el punto de dejar de serlo”?

—Esa es la gran pregunta. ¿Qué significa eso? El poeta nunca debe dar nada por sentado. No debe buscar permanecer, perdurar. Hay que pensar la poesía como una travesía. Estar más en el espíritu de Marco Polo, de Hernando de Magallanes. Y quizá lo que tú tienes para dar no es más que una travesía entre Algarrobo y el Quisco. Y eso puede ser una belleza. Una contribución. Pero no estarás ahí, como están todos, en la de Ayrton Senna, ni en la de Fittipaldi, ni en la de Schumacher. Hay poetas que quieren arribar y yo lo entiendo. Ese es un problema nacional.

—¿Cuál sería?

—Yo lo veo como extranjero. Y debe ser por los doscientos años de vida que tiene este país. Son cuatro palabras: chaqueteo, pisoteo, ninguneo, basureo. Eso hay que contrastarlo con pololeo, jubileo, coqueteo, a pocos metros de la laguna de Aculeo. Nadie le reconoce méritos a nadie y todos terminan afuera: Huidobro, Roberto Matta, Claudio Arrau. Pero a la vez todos tienen una ansiedad de reconocimiento feroz. Hay una chilenitis, y un complejo de inferioridad, una búsqueda de prestigio que hace que muchos se queden ahí pegados en ese cebo. Es muy jodido porque todos se atacan entre ellos. Es todo muy inconsistente.

—¿Cómo ves al país hoy?

—Estoy tratando de verlo. Lo veo muy difícil. Falta todavía para que nos comencemos a caer a pedazos. Ahora, creo que estamos en el globo en una posición privilegiada. Hay que estar más debajo de la línea del Ecuador, pensando en la cúpula. El sur. Fuerte Bulnes, Punta Arenas, ahí está el futuro, en manos de Argentina y Chile. Ahí está el agua, Campos de Hielo Sur. Estar más cerca de la Antártica que de Dinamarca. Hay que refugiarse, eso me interesa mucho. Y esto lo digo ahora probablemente porque yo también me estoy terminando, por mi edad. Entonces hay que pensar como los esquimales, refugiarse en la cueva.

—Vas en contrasentido a esta idea de progreso, en que el mundo entero se está conectando, lo local con lo global.

—Porque yo estoy en “outernet”. Los que están en internet están en “arroba.com”. Los que están en “outernet” están en “arriba.fasostenido”.

—¿Y qué ocurre allá arriba, a diferencia de acá abajo?

—He tenido experiencias místicas. Me ocurrió cuando dejé de tomar medicamentos. Pero es peligroso porque hay un desgaste neuronal en el que uno puede quedar en un estado psicótico. Mi querido doctor, un alemán, primer psiquiatra sano que conozco, me acompañó en este proceso. Lo llamé altiro cuando tuve la visión de la bóveda celeste: vi millones y millones y millones de huellas digitales de la humanidad pegadas, una visión extraordinaria que me indicó que no nos vamos a poder clonar. Yo hago lecturas de ellas. Por eso en el Annapurna está la imagen de Miguel Ángel pero al revés. Pero no he visto extraterrestres, aunque los extraterrestres no pueden ser tan feos como nos lo muestran.

—¿Te interesa salir del planeta?

—Cuando los “go cars” de la NASA o el Kepler nos muestren a la Venus de Urbino o algo como la alabanza a los palillos de Chaplin, ahí ya estaría interesado en ir a Marte, me costara lo que me costara. Algo de una belleza increíble.

—Tienes vocación de mirador de estrellas. Los telescopios son un elemento persistente en tu obra.

—A mí me interesan los telescopios. De repente puede aparecer algo ahí, pero no desde el punto de vista de la astronomía, sino mucho más arriba: de la cosmogonía, del origen.

—¿En qué crees?

—Tengo una fe total, absoluta, de que existe un Dios, un ser supremo, politeísta. Creo que yo he estado vivo mucho antes de haber nacido y que voy a seguir vivo de otra manera después de muerto. Creo en una serie de cosas y tengo una fe enorme que, desde el eslabón perdido, la descendencia del mono, los egipcios, pasando por Darwin, la evolución de todo esto no ha sido en vano. Homero, Shakespeare, Mozart, Dante, qué sé yo; Buda, Mahoma, todo, nada de eso ha sido en vano. No soy positivista, materialista. El mismo Einstein creía, aunque él creía en el Dios de Spinoza. He retomado a Einstein, lo leí muy joven. Tenía una frase que es muy buena: “una persona puede hacer lo que quiera, pero no puede querer lo que quiera”. Eso para él fue una tremenda fuente de tolerancia que lo relajó totalmente. Pienso que cuando tú tienes fe interna puedes vivir menos torturado y morir sin ninguna duda.

—¿Qué idea tienes de la muerte?

—No es evidencia de nada, ni siquiera de la muerte es evidencia. Aquí lo que me interesa es conectarme con una cosa superior. Me fascina la idea de pensar en qué tipo de materia, de energía inconmensurablemente superior a esta vamos a encontrar.

—Decías que habías estado vivo antes de esta vida. Y que seguirías vivo después de la muerte. ¿De qué manera concibes entonces el presente, este paso tuyo en la tierra?

—Tengo que cuestionarme muchas cosas para ver en qué estoy. No tengo respuestas muy claras a las preguntas que me puedo hacer. Trato de responderme y a veces digo una majamama de contradicciones y de inconsistencias.

—¿A qué has sido fiel?

—A mí mismo. Incluso cuando he renunciado a ser yo mismo.

—¿Cómo fue esa renuncia?

—Son como aproximaciones. A mí nunca me ha importado ser yo mismo ni tampoco otra persona. Eso me conecta con Sun Tzu: “el hombre perfecto no tiene yo, el hombre inspirado no tiene obra, y el hombre santo no tiene nombre”.

—¡Es como un koan! Una paradoja, algo aparentemente imposible de alcanzar.

—¡Joder! Y yo me pregunté: “¿y quién le contesta a Sun Tzu desde Occidente”? El único que pude encontrar fue a Heráclito: “insuficiente y demasiado”.

¿Crees que quedan revoluciones?

—Se están gestando, más que las revoluciones, grandes armazones internas que puedan resistir cualquier tipo de revolución. Es como lo que dice Lao Tse: “el que tiene la vida se ciñe a sus deberes y el que no tiene la vida se ciñe a sus derechos”.

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