Noche del sábado 30 de noviembre de 2019. Patricio Bañados, periodista y hombre ancla de la emisora del 96.5, se despide en las últimas transmisiones. Su voz es profesional y no tiembla. Acto seguido, presenta a Adolfo Flores, fundador de Radio Beethoven, quien cuenta una breve biografía de la radio a través de homenajes y agradecimientos al equipo de profesionales que formó parte de esta historia. Termina su discurso dirigiéndose a los auditores, “con el solemne compromiso de encontrarnos de nuevo más temprano que tarde”.

Adolfo Flores Sayler (1941), contrabajista connotado y miembro del Sexteto Hindemith 76 (grupo chileno pionero de música contemporánea) sentado en una oficina de la Fundación Beethoven —de la cual es asesor artístico y parte del directorio— comenta que el cierre de la emisora finalizó con la Novena Sinfonía, El himno de la alegría, “con la esperanza de que, después de estar trabajando en un proyecto por 40 años, no vamos a claudicar tan fácil”.

—Las últimas transmisiones de la radio fueron emotivas. Tras el fin de la música, vino un silencio que duró casi tres minutos. ¿Fue un acto deliberado?

—Con eso quisimos decir que nosotros estamos vivitos y coleando.

—Vamos al principio: ¿Qué los llevó a poner una radio llamada así?

—La cosa se materializó en marzo del 81, ahí partimos. ¿Por qué elegimos el nombre? Porque era un momento complicado en Chile y no podíamos ponerle al proyecto “radio revolución musical”. Tanto Fernando Rosas como yo éramos amantes de Beethoven. De hecho, yo hice mi memoria sobre él en el Conservatorio y Fernando era un erudito de su obra. Nuestras simpatías eran por su calidad de músico y por su rebeldía frente al poder.

—Beethoven apoyó primero a Napoleón y luego se desdijo. Ustedes comenzaron la radio en dictadura. ¿Existe algún paralelismo?

—Beethoven cuando se entregaba a una causa, se la creía. Y de alguna manera, por eso se enamoró de la revolución que hizo Napoleón en Europa; pero se le fue abajo su figura cuando se declaró emperador. Ahí, el compositor se dio cuenta de que ese hombre había estado toda su vida peleando para él mismo y no para la humanidad. Desde el punto de vista musicológico, era un creador que estaba por la justicia y el respeto por el hombre.

“Ningún gobierno nos apoyó”

—Hace poco se reunieron 45 mil firmas pidiendo la continuidad de la radio. ¿Cuál es el futuro de la emisora?

—Como primera cosa, nos interesa mantener el nombre de la Fundación Beethoven, y continuar una labor de extensión de nuestro trabajo a través de las plataformas digitales.

—Pero Copesa, cuando anunció que la vendía, dijo que se quedaba con la marca.

—Ellos tienen la marca “Radio Beethoven”, pero no la marca “Beethoven”. Hay una diferencia.

—O sea, ustedes siguen apostando a su potencial.

—El capital que nosotros tenemos son 40 años de experiencia y hemos recibido un tremendo apoyo ciudadano. Hasta el 2007 la radio era nuestra, de Fernando Rosas y mía. Luego se produce un quiebre en nuestra historia cuando empiezan a aparecer los grupos radiales, monopólicos. Nosotros empezamos a formar parte de un conglomerado y eso hizo que la competencia de una radio pequeña como Beethoven frente a otras radios de un mismo grupo económico fuera desigual. Pasamos a Copesa con grupo Dial y la cosa al principio pintaba bien, pero finalmente concentraron sus inversiones en los medios de carácter informativo, lo que hizo que la situación se fuera comprometiendo hasta lo insostenible.

—Tenía buena sintonía y un público fiel, pero el avisaje era deficiente porque los publicistas asociaban la emisora a algo pasado de moda. ¿Era así?

—Ahí se generaron estereotipos. Antiguamente, la música docta que se tocaba en la radio era exclusivamente para festividades religiosas, a pesar de que donde más pecado hay, posiblemente sea en la música selecta. Lo que se produjo con el asunto del avisaje fue que productos de ciertas empresas no se atrevían a hacer publicidad en nuestra radio. Nunca censuramos un producto, pero no podíamos, por ejemplo, poner un comercial sobre “El palacio del calzoncillo”, porque ellos se ponían la autocensura. Entonces hubo muchos productos que, al final, se fueron auto excluyendo. Y luego estaban las agencias de publicidad que siempre nos miraron con desconfianza.

—¿Piensa que se podría haber hecho de radio Beethoven un motor cultural del Estado, un símbolo como la BBC en Inglaterra?

—Ningún gobierno apoyó a Radio Beethoven. Yo creo que, para todas las administraciones, desde la de Bachelet a la de Piñera, la parte cultural siempre ha sido el último eslabón de sus prioridades. Los gobiernos promueven lo que es más inmediato.

La carta que llegó tarde

—Antes del cierre del 30 de noviembre, ¿se acercó a ustedes alguien del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio?

—Hubo gente que me llamó, pero creo que no fue por iniciativa de ellos. Lo que sí me llegó fue una carta en noviembre de la Academia Chilena, con copia al Ministerio de Cultura. Después, del Ministerio me mandaron una carta diciendo que tenían interés en conversar conmigo, pero hace un mes que ya estábamos vendidos.

—O sea, ustedes no alcanzaron a reaccionar.

—Exacto. Porque podríamos haber hecho el intento por juntar gente para comprarla. Esa era una posibilidad. Las 45 mil firmas de apoyo lo ratifican. Por eso, si nos hubiéramos enterado antes de la noticia, o si nos hubieran dicho que se tenía que vender porque estaban quebrados, nos habríamos movido para comprarla. Incluso como Fundación Beethoven habríamos pedido recursos para financiar la adquisición de la radio, pero no se pudo porque no hubo aviso previo.

“Me sigo levantando

a las 5:30”

—Pese a todo, ¿piensan seguir adelante?

—Vamos a seguir. Cómo, con quién, dónde, lo estamos viendo, pero lo vamos a hacer de todas maneras. Yo antes me levantaba todos los días a las 5:30 de la mañana y un cuarto para las siete estaba trabajando en la radio. Ahora me sigo levantando todos los días a esa misma hora, pero pensando, trabajando y juntándome con gente con la que vamos a seguir en este asunto a como dé lugar.

—¿Piensan capitalizar su público a través de donaciones? ¿O al menos mantener el proyecto musical como plataforma online?

—Como le decía antes, es un nicho en el que hemos estado trabajando. Pero también hemos estado trabajando paralelamente para conseguir una frecuencia.

—¿Por qué es tan importante para ustedes mantenerse en el dial?

—Porque no queremos perder el contacto directo con la gente que nos sigue y que todavía no se maneja en el espacio digital, que es mucha. Le doy un ejemplo: hay un señor que trabaja en el ensamblaje de ductos de un edificio en construcción, y me escribió diciendo que el cierre de la radio fue una de las peores cosas que le habían pasado en la vida. Me dijo que, junto a otros trabajadores, hicieron una colecta y se habían comprado un transistor exclusivamente para escuchar Radio Beethoven.

—Según los testimonios que se han publicado en redes sociales, parece que era la banda sonora en la vida de mucha gente.

—Sí, una cosa que me fijé, varias veces, fue que, mientras hacía trámites, vi a muchos trabajadores con la radio Beethoven puesta en el computador. Y para qué le voy a decir cómo era la cosa en la consulta de los dentistas: ¡Ellos nos deberían haber pagado derechos de autor!

—Entiendo que la radio tenía programadores humanos, a diferencia de la mayoría de las emisoras actuales, que usan aplicaciones computacionales para elegir la música. ¿Qué pasa ahora con ese equipo y con los otros trabajadores?

—Bueno, en esta nueva aventura, siguen todos. Ahí no hay cambios. Los muchachos que están ahora son gente que se formó conmigo. Gente muy estudiosa como Sergio Díaz o José Oplustil que, cuando llegó a trabajar a la radio, era apenas un niño. Con Fernando Rosas siempre nos propusimos hacer lo mejor. Y si no era lo mejor, no se hacía. Esa premisa prevaleció hasta el día del cierre de las transmisiones. Por eso yo estoy muy tranquilo de cara a lo que va a venir.

—Ustedes enfrentaron crisis económicas anteriores…

—Sí, pero con avisos de alerta previos. Por ejemplo, el año 83 tuvimos una deuda enorme cuando se produjo el cambio del valor del dólar. Y siempre le pusimos la proa a las dificultades. La diferencia con la crisis actual es que ahora no nos avisaron nada. Fue a mansalva y, de un día para otro, cambió todo.

—Lo mismo pasó con el estallido social. ¿Qué opina sobra la destrucción de los símbolos de la ciudad?

—Yo lo encuentro una atrocidad. Una barbarie. Ver a los delincuentes incendiando el metro…Esa cuestión significó un sacrificio inmenso, pero no para la gente que tiene auto, sino para la gente tiene que ganarse la vida levantándose a primera hora para poder llegar a la pega. Yo no soy religioso, pero algo que me llegó al alma, y que creo que fue un antecedente para todo lo que está sucediendo fue cuando saquearon una Iglesia (de la Gratitud Nacional en 2016), sacaron un Cristo y lo destrozaron. Esas son cosas demasiado vejatorias. Y la escultura del General Baquedano, mal que mal, es un símbolo importante, y lo rayaron. A nosotros nos pasó lo mismo cuando terminamos las transmisiones con la Novena Sinfonía. Lo que pusieron después (la señal de un grupo evangélico, Inicia Radio) también son rayas y consignas que no tienen ningún valor cultural ni estético.

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