Después de haber publicado su libro “La revolución capitalista de Chile: 1973-2003”, en 2012, el doctor en Historia y Civilizaciones Manuel Gárate encontró servido en bandeja de plata un nuevo tema de estudio. ¿Cómo se viene enseñando Economía en Chile en los últimos 40 años?, es la pregunta que empezó a galopar en la cabeza del docente de la Universidad Católica, quien se ha dedicado minuciosamente a revisar mallas universitarias, libros, pruebas, conferencias y todo lo que le permita definir el protagonismo que para él ha tenido esta disciplina en las decisiones políticas del país.

Las demandas sociales potencian esta línea de investigación para Gárate, que en su libro explica no solo cómo se instaló el actual modelo económico en 1975, sino cómo este llegó a consolidarse paradójicamente con el retorno de la democracia.

—¿Qué hace que en Chile se instale el modelo neoliberal con más fuerza que en cualquier parte del mundo, como usted plantea?

—Después del golpe, los militares no tenían un proyecto económico. Los militares, en general, son estatistas por naturaleza. Al interior de la Junta se da una lucha. Desde la Fuerza Aérea, el general Leigh no era partidario de una libertad absoluta. Había una buena parte del empresariado que tampoco estaba dispuesto a una apertura porque eran industriales, y abrirse a las importaciones era quebrar. Pero es Pinochet el que permite que llegue un grupo de jóvenes economistas, que luego serán conocidos como los Chicago Boys. Por eso el cambio se produce en el 75. Ahí comienza a tomar fuerza el modelo. Antes de eso, el gobierno hace lo que puede, trata de controlar la inflación, y el Estado sigue siendo del mismo tamaño.

—¿Pero hay algo en nuestra idiosincrasia, algo más profundo que explique además el apego al modelo?

—A mí no me gusta las explicaciones esencialistas, pero si hay algo que uno podría ver como un continuo en la historia es que a Chile le ha gustado parecerse a otros países del mundo desarrollado. En alguna época fue Francia, en otra Alemania, o Estados Unidos. Y su modelo es ese. Chile se siente poco identificado en Latinoamérica, y en el último tiempo se ha notado más. Incluso se llegó a decir que somos el oasis. Esta es la casa más linda de un barrio feo. Esa idea está instalada sobre todo en la élite. La mayoría del pueblo chileno tiene muy claro que es latinoamericano. Pero hay una parte de la élite que piensa otra cosa.

“La pobreza se mide de manera relativa”

—Con la llegada de la democracia se fortalece el modelo, según su libro. El ministro de Hacienda Alejandro Foxley recibe un país con números rojos, pero cuando aparecen los acuerdos económicos internacionales viene el despegue. Es una paradoja.

—Es una paradoja. Y efectivamente, el sistema está funcionando muy bien en los 90 y a principios del 2000 porque tiene tasas de crecimiento muy altas. Eso permite efectivamente el chorreo. Vamos a ver los primeros malls en La Florida, somos los jaguares. El dinero está llegando porque estamos viviendo el gran ciclo de los commodities, el gran ciclo del precio del cobre, sobre los 3 dólares la libra. Pero era insostenible en el largo plazo. Lo preocupante es que el modelo generó riqueza, mucha riqueza. Pero si bien todos subieron, unos subieron demasiado.

—¿Qué dice de la pobreza?

—La pobreza se mide de manera relativa. No es si ahora tiene zapatillas y antes andaba a pie pelado; o si el niño puede tomar leche y antes estaba desnutrido. La pobreza también tiene que ver con cuán lejos de los otros estoy y qué oportunidades tengo. Y cómo obtengo esos bienes. Por ejemplo, recuerdo cuando empecé a ver que la mayor parte de los jóvenes universitarios tenían gratuidad o crédito con aval del Estado. Entonces veía a muchas familias tratando de surgir y que, si sus padres venían endeudados, los hijos ya estaban endeudados. Lo que vi desde el 2006 en adelante en la juventud era rabia y desesperanza.

—¿Son las primeras señales?

—Las señales se pueden rastrear desde el 2006, y antes, cuando en 1997, dentro de la Concertación, surgió este grupo de los autoflagelantes y los autocomplacientes. Había un grupo de parlamentarios de la Concertación que decían que el espíritu de reformas sociales que hubo en el comienzo del gobierno de Aylwin se había estancado en el de Frei. Y que estábamos en una economía muy orientada al empresariado, al crecimiento, y poco hacia la justicia social. Lo tomó un poco Ricardo Lagos en su campaña, con el lema crecer con igualdad, pero en la segunda vuelta, si uno se acuerda, toda la gente que estaba haciendo esa campaña sale, entran otros asesores, que comenzaron con la idea de seguir adelante con el modelo, porque el modelo les iba a llegar a todos, porque todos iban a tener acceso al consumo.

—¿Usted no habla de 30 años entonces?

—Los primeros 15 años, y esto funciona en todo el mundo, es que un sistema se mantiene cuando una generación cree que la siguiente va a estar mejor. Para mí eso es clave. Si usted cree que sus hijos van a estar mejor que usted en el futuro, usted se la juega, se sacrifica, trabaja lo que tenga que trabajar. Cuando la generación más joven empieza a darse cuenta de que puede llegar a estar tan mal como sus padres, o peor, porque ya está endeudada, ahí se rompe la promesa del capitalismo, de que todos podemos surgir. Esa promesa en Chile comenzó a resquebrajarse hace unos 15 años y tiene que ver con el autoendeudamiento. La vida como deuda es una vida sin futuro y no hay nada más explosivo que eso. Es más explosivo que la pobreza. El endeudamiento es como el casi casi, como la estafa de lo que no se puede lograr.

—La deuda opera como figura de sicoanálisis.

—Sí. Se crea una falsa sensación de riqueza a través de la deuda. Y en los sectores más bajos las tasas de endeudamiento son altísimas. A mí me llamó mucho la atención algunos saqueos en Concepción que no eran para llevarse el televisor. Lo tomaban y lo echaban a la barricada. Y tenía que ver con las casas comerciales, donde la gente puede sacar un televisor (en el mundo popular se habla de sacar un televisor en cuotas cuando se opta por el crédito) por el que se está pagando tres o cuatro veces su precio. Y uno de los problemas hoy es que ya mucha gente dejó de creer en el ascensor social y por eso están cantando en las calles “El Baile de los que sobran”, que es una canción de los ochenta.

“La política fue derrotada por la economía”

—¿Por qué se produce este resquebrajamiento?

—Por ceguera de las élites. Y algo que no puedo dejar de decir, es que los economistas, del color que sean, tienen que estar al servicio de la política. La política es la que pone el rumbo. Para acá vamos. Y al economista uno le dice, usted vea cómo me cuadran las cuentas, de dónde se saca la plata. Chile en eso fue extremo, porque los economistas se transformaron en los que tomaban la decisión. El técnico tomando la decisión, el tesorero tomando la decisión. Es la tecnocracia. Es Chicago, pero está presente después en la Concertación. Apoyarse en sus técnicos. Ellos tienen la última palabra en todo.

—¿Prevalece el excel en las decisiones?

—Claro y nos damos cuenta después de que se podía más. Porque ahora sí nos dicen que se podían pagar salarios de 500 mil pesos. O sea, esa fue la derrota de la política. La política fue derrotada por la técnica. Yo creo que deben estar en equilibrio. La élite debería dejar de pensar con el Excel en la cabeza. Yo creo en el mercado, no en sistemas alternativos al capitalismo, pero hay distintas formas de capitalismo. Eso en Chile no se ha entendido. Se cree que es uno solo y a ultranza. Uno ve otros países, Alemania, y es muy bueno tener sindicatos fuertes. Los empresarios en Chile no entienden que es bueno, porque así uno tiene un interlocutor. Y en esta crisis un problema grande es que no hay interlocutor.

—¿Hablamos solo de Chile?

—La economía se entronizó como una ciencia que podía definir todo el mundo social y eso, creo, se está derrumbando. Se está cuestionando en todo el mundo. Y no es porque no sea interesante, sino porque perdió el equilibrio con todo lo otro. ¿Dónde está la sociología, la política? La economía tiene que estar al servicio de los seres humanos y no al revés. Los economistas tienen que mirar primero cuáles son los objetivos de la política. Si uno se fija, todos los debates del último tiempo dicen, le subimos un puntito más acá, que la tasa. Eso es pura técnica. La pregunta es qué queremos hacer. ¿Queremos tener buenas ciclovías? Ya, tengamos una buena política general, pensada para eso. ¿O vamos a dejar que cada comuna la haga a su pinta?¿Algunos pidiendo cotizaciones, y ver que luego nada se conecta? Se esquiva la planificación, que es a lo que le hace la guerra el neoliberalismo.

—¿Hay una mirada a corto plazo, endémica?

—En todo el mundo hoy en día. Mire, a mí el concepto neoliberalismo no me gusta mucho. Cuando se habla de neoliberalismo se usa en cualquier forma de capitalismo. Lo que creo que se aplicó en Chile es un sistema económico monetarista que venía como receta de Chicago. Le podemos llamar neoliberalismo, pero no es lo que se enseña en Francia. O en Inglaterra. Incluso con Margaret Thatcher se defendió un sistema de salud fuerte. El neoliberalismo para mí es una ideología que pone al mercado como centro de toda la vida social, regula todo, la vida, la educación, todas las relaciones sociales. Pero no se pone freno a la acumulación, desaparecen los principios de solidaridad y desaparece el equilibrio. Porque la solidaridad no es cuestión de ser buena persona, es estabilidad social. Las sociedades que son más solidarias, son más estables en el tiempo. Los capitalismos que son más solidarios son más estables en el tiempo.

—¿Capitalismo solidario?

—Si quisiera dejar un mensaje es ese. Las sociedades capitalistas que son estables en el tiempo son aquellas donde hay menos desigualdad. El neoliberalismo se usa como sinónimo de capitalismo, pero no, hay muchas variedades de capitalismo. Nosotros nos fuimos por ese lado, porque nos fue muy bien al principio. Aparecimos como el alumno más aventajado, porque el Fondo Monetario, el Banco Mundial. No quisimos ver, pero estábamos en una olla a presión a fuego lento. Y demoró 15 años.

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