“La primera hermana” se nombró a la colina que bordeando la playa Miramar y la de Caleta Abarca hace el límite poniente de Viña del Mar.

Era la primera de otras seis que caracterizaban la Hacienda Siete Hermanas, cada una, una colina. Estas comenzaban en la ribera sur del estero de Marga Marga hasta llegar a la Avenida Argentina, en Valparaíso. Sus “hermanas” intermedias se llamaron del Molle, del Litre, de los Mayos, Hermana Honda, La Perdiz y, la última, de la Cabritería.

Por sus nombres ya se puede imaginar lo agreste y arbolado del antiguo camino costero de Viña del Mar a Valparaíso por el tramo que va a los pies de los cerros que hoy, como si fuesen uno solo, se llama Recreo.

Ya en 1714, el ingeniero francés Amadeo Frézier observó que “en esos cerros crecen el verde laurel, el belloto de blanda madera, el quebradizo peumo, el raulí fuerte i ligero, i especialmente el maitén i el litre”, según anotó Benjamín Vicuña Mackenna.

La colina pasó a llamarse del Cerro del Castillo tras el bombardeo de Valparaíso por los españoles en 1866. La tragedia bélica aconsejó que la Bahía de Valparaíso fuese mejor fortificada. Entonces se construyó aquí el “Fuerte y batería del Callao”, un castillo, que jamás enfrentaría a españoles sino a chilenos en la Revolución de 1891.

Felizmente, la única acción bélica, el Combate de Miramar, fue sólo una escaramuza. En 1897 se refuerza con un largo muro de hormigón… y vegeta hasta alrededor de 1930 cuando allí se comienza construir el Palacio Presidencial. Hasta hoy, sobre el arbolado perfil del cerro mirando desde la Avenida Marina, puede verse la boca de tres cañones.

No es posible narrar el Cerro Castillo sin referirse a sus derredores, pues fueron definitivos para la fundación de Viña del Mar. Antes del ferrocarril, la colina era una sola masa comunicada con los cerros de Recreo y Agua Santa. Por eso, en 1852 debió partirse en dos para crear una brecha para la trocha del F.C. Tres años después, Viña del Mar queda unida a Valparaíso y, en 1863, toda la región con Santiago. En

1874 se funda la ciudad de Viña del Mar … ¡y comienzan los negocios inmobiliarios!

De la sanidad al recreo

Dos cosas aportaron dinamismo y rectoría al poblamiento del Cerro Castillo. Una de ellas fue la existencia de la gran maestranza e industria metalúrgica de Lever y Murphy, desde 1883. Ocupaba todos los terrenos al pie del cerro, que hoy contienen a la plaza de Caleta Abarca, el Hotel Miramar y gran parte de la Avenida Marina, donde se emplazaron el Castillo Wulff (hoy Museo Naval) y el Cap Ducal, notable proyecto del arquitecto Roberto Dávila (1936). La industria, que se dedicó a la construcción de trenes, barcos, maquinarias, fue un ejemplo. Aparte de sus muelles y sus propios barcos, al pie del cerro y en sus primeras alturas llegó a tener una población obrera de unos 1500 a 2000 habitantes.

Según la historiadora Carolina Miranda San Martín (2015), otro agente urbanizador fue la instalación de baños de mar en Miramar, inaugurados en 1884. Todo comenzó desde la concesión de esa playa al médico Teodoro Von Schroeders que la habilitó para fines terapéuticos; pero tras largos años evolucionó al concepto de baño para recreación. Toda la infraestructura nacida desde esto, ya un balneario, hará la aparición de la estación Miramar, la Avenida Marina, un Plan Regulador y las calles que rodearán y subirán el cerro. Por supuesto que se comienza a vender la parte alta y el proceso urbano allí va con fuerza desde 1888 al 1904, fecha en la que ya había alrededor de 90 residencias, la mayoría de extranjeros.

Todo lo narrado en esta crónica se ve hoy, cuando se recorre el cerro.

Allí están, en sus calles, los nombres de Lever, Murphy, Berger, Alamos o Von Schroeders. Todas, recordando a los personajes que fueron sus primeros loteadores. Los árboles nativos han sido reemplazados por ceibos, jacarandás, magnolios, castaños, floripondios… que construyen calles sombreadas y muy amables. Miradores permiten la antigua visión hacia Valparaíso, a Viña y, sobre todo, hacia el mar y las colinas de Recreo, Agua Santa…

Producto de cómo se disectaron los sitios para su venta, la urbanización se expresó geométricamente, resultando un damero irregular que cuando se recorre el cerro da la impresión de caminar por una ordenada meseta. Pocas escaleras y ninguna visión de la topografía virgen hacen olvidar que se está en un cerro, salvo la visión de “más allá” que permite el estar a cuarenta metros sobre el nivel del mar, no más.

Bello, burgués y solitario es este cerro de la “hermana mayor”. Con buenos hostales, arquitectura notable y casi un oasis de paz si se le compara con la ciudad de allá abajo; tan bulliciosa y en decadencia material.

Pocos lugares tuvieron tantos roles urbanos. Defensivo, industrial, residencial y hoy algunos turistas lo recorren y seguro que lo gozan.

Hay algo secreto: la gran cantidad de pololos que, tomados de la mano, seguro que se secretean las mismas cosas de hace 145 años, cuando se fundó la Viña del Mar.

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