Cinco mil haitianos celebrando en el Caupolicán

Un lienzo de más de 30 metros llama la atención en la fachada del Teatro Caupolicán. En él se lee: “Festival Voces de Haití, 24 de diciembre”, y la citación es a las nueve de la noche. Un poco temprano para convocar al público santiaguino, que a esa hora suele estar en la previa de la cena familiar que antecede al clásico intercambio de regalos. En cambio, para la población haitiana, esta es la gran oportunidad de conectarse con su manera de celebrar. Y la convocatoria promete. A pocos días del evento, la venta de entradas (la más barata cuesta trece mil pesos y se venden en diferentes puntos de Santiago, Estación Central y El Bosque) permite proyectar un lleno total: casi cinco mil haitianos pasarán allí juntos la Nochebuena.

Además de un encuentro multitudinario con compatriotas, el festival tiene un gran gancho: el debut en Chile de Disip. La banda liderada por Gazzman Couleur es uno de los números más populares en Haití y hoy, radicados en Miami y de gira por varios países, suman cientos de miles de descargas en YouTube y Spotify. Su último disco, Loreya, está entre los más vendidos del Caribe.

“Disip es algo así como Chayanne para ellos” explica el productor Sergio Alcayaga, paseándose con una polera negra que anuncia la presentación del número estelar de la noche, mientras en el Caupolicán los tramoyas preparan ruidosamente el escenario.

Lo de Disip es el konpa, un sonido emblemático de la cultura haitiana nacido a mediados de los años 50. El mismo estilo que cultiva Konpa 9, uno de los números “locales” del festival, conformado por haitianos asentados en Santiago.

Es la primera vez que esta comunidad vivirá una celebración masiva y apegada a sus costumbres, con música y comidas típicas. “En Haití, el 24 de diciembre hacemos de todo: la fiesta, la comida, los niños jugando en la calle, como si fueran las ocho de la tarde, como si no corriera la hora. A la gente le gusta salir. Nosotros no somos latinos, tenemos otra cultura, más parecida a lo que pasa en África”, explica Jean Wild, el haitiano más popular deChile por su personaje Chetumé, ayudante díscolo del verdulero Don Tuto, que aparece cada noche en Morandé con Compañía.

La idea del festival se podrá concretar en buena parte gracias a la amistad entre Sergio Alcayaga, ingeniero electrónico, y Lucien Peterson, hoy estudiante de Derecho, que llegó en 2016. Se conocieron en La Polar, donde Sergio veía las estadísticas y Lucien trabajaba en el casino.

“Mi segundo año en Chile fue muy triste, porque mi mamá se murió en Haití y no pude ir a visitarla”, cuenta Petersen, quien le comentó a Sergio que a él, como a muchos de sus compatriotas, les encantaría generar una actividad familiar que recogiera la alegría de los festejos de su comunidad. Convencido por el entusiasmo y los argumentos de su amigo, el ingeniero se dispuso a arriesgar en una nueva empresa y a producir un evento por primera vez.

A la organización del evento, que ya lleva seis meses, se sumó Wadner Maignan, nombrado embajador de las juventudes haitianas en Chile por el gobierno de su país, que apoya en la difusión del evento a través de sus redes sociales y de la aplicación T-zen, un desarrollo diseñado especialmente para informar y ayudar a su comunidad. Maignan llegó a hace cuatro años, tras haber estudiado Ciencias Políticas en la Universidad Notre Dame de Haití. Su gente no está acá y para las navidades anteriores aceptó la invitación de familias chilenas. “Este año voy a pasarla con mi pueblo haitiano en este festival”, cuenta emocionado.

“En Chile, mis navidades han sido siempre en familia, pero este año la voy a pasar con mis compatriotas y con Disip” cuenta

Francois Franceskha Olivert (19), que llegó a estudiar su enseñanza media en Chile y cuyo primer trabajo es en Etnia Music, la productora de Sergio y Lucien. “Nuestra principal motivación con este evento es romper con el prejuicio de que el chileno es racista y que el haitiano no tiene oportunidades. Por eso, pasaremos la Navidad todos juntos”, dice Sergio.

Bienvenido 2020 desde Plaza Dignidad

Lo que los unía antes del 18 de octubre era una amistad que nació del gusto por la cultura pop, los libros y el cine. Algunos se conocen hace más tiempo que otros, pero en gran medida estos seis amigos han fortalecido sus lazos en estos más de dos meses de marchas. Caminando por la rebautizada Plaza de laDignidad han llegado a conocerse más como personas que como simples consumidores de tal o cual película. Y de paso, han aprendido a escuchar y reconocer al desconocido o desconocida de turno que les toca al lado cuando se trata de manifestarse pacíficamente por los derechos sociales.

“Este lugar ha sido para nosotros un potente anfiteatro desde donde hemos podido juntarnos con mucha más gente para pedir lo que creemos es un cambio justo en Chile. Y por eso, hace unas semanas estamos planificando pasar el Año Nuevo en este lugar, que simboliza algo tan fuerte y lleno de esperanzas”, dice Alejandra Pinto, asistente social y crítica de cine en los sitios El Agente Cine y Canal Anfibia y residente de Providencia. Para ella, Plaza de la Dignidad (ex Plaza Italia para todo el grupo) ha cambiando de significado.

Su pareja, el ingeniero en informática Pedro Llantén, asiente con la cabeza y agrega:

“No es lo mismo venir a despedir el 2019 y dar la bienvenida al 2020 en este lugar que lo que era, por ejemplo, juntarse abajo de la Torre Entel. Y eso también es simbólico. Ver los fuegos es casi un acto individual, uno mira al cielo y no se preocupa de la persona que tiene al lado. Lo que hemos vivido acá es una experiencia colectiva y social: preocuparse por la persona que está con uno hombro con hombro, e iniciar un diálogo aunque no nos conozcamos. Por eso, yo creo que vendrá mucha gente esa noche. Hay varios llamados a juntarse, traer comida y compartir”, cuenta.

Katherine Navarrete, ingeniera en Recursos Naturales también cree que venir a darse el abrazo de la doce del 31 de diciembre entre los rayados, escombros y el aire pasado a las lacrimógenas. “Así podemos compartir con muchos otros el sentimiento de que podremos construir un país nuevo, más justo y equitativo para todos”.

Elizabeth Salazar, periodista de mujeresymas.cl, cuenta que se están poniendo de acuerdo para el menú. Tienen la idea de traer una provisión de papas duquesa desde sus hogares e ir comiéndolas al paso, en una especie de “cena a la marcha” Es decir, itinerancia pura. “Si aumenta el hambre, que seguro va a ser mi caso, confiamos en que habrá su comida y sus emprendimientos de bebestibles mientras nos movemos por acá”, dice Víctor Méndez, técnico en informática, que tiene experiencia en la lógica de las marchas, con grandes cantidades de vendedores ambulantes de todo tipo. “Siempre hay cervezas heladitas y comida”, dice entusiasmado”. Un verdadero “Marchapalloza”, imagina en broma, mientras Katherine Navarrete cuenta que llevará manteles para improvisar, si el destino así lo quiere, un pícnic en los secos pastizales de la plaza.

Alejandra Pinto, por su lado, confía en que este Año Nuevo va a ser una experiencia inolvidable para el grupo, más acostumbrado a juntarse en casa para ver películas, series o para hablar de escritores. “No tenemos miedo a que esa noche vaya pasar algo negativo o a que tengamos choques fuertes con la policía. Hace dos meses que estamos juntándonos acá a marchar pacíficamente. Es verdad que ya no vienen familias como al principio, porque hay mucha hostilidad y lacrimógenas en el aire, pero yo creo que en las fiestas de fin de año se requiere una tregua. Un poco de tranquilidad para venir a darnos un abrazo apretado con todos y todas”.

Luis Saavedra, ingeniero en informática y escritor, también tiene claro el trasfondo de la idea: “Los que nos vamos a juntar acá somos gente de clase media, trabajadora y que creemos en mejorar Chile. Y qué mejor que venir a celebrar la llegada de un nuevo año a este lugar, donde hemos soñado un futuro mejor para todos”.

Una olla común para Navidad

Las pistas son pocas, pero contundentes afuera de una casa a mitad de cuadra de la vereda norte de la calle Coquimbo, casi esquina Portugal: una mesa redonda plegable exhibe una improvisada alcancía hecha con la base de una botella plástico. A un costado, una pizarra indica que se reciben donaciones para los almuerzos de la olla común que organiza la junta de Vecinos El Progreso, junto al colectivo Gourmet de La Miseria. Desde dentro de la casa se escucha a volumen bajo el repertorio clásico de Los Prisioneros. Algunos peatones depositan sobre la mesa tallarines, latas en conserva o arroz; también billetes o monedas en la botella-alcancía.

En este mismo lugar, este 24 de diciembre se celebrará una olla común navideña gratuita para unas 200 personas que circulan por el barrio. El menú será pollo con ensalada, guisos de legumbres para los veganos y duraznos con crema para el postre. Además, habrá músicos, poesía y cuentacuentos.

La anfitriona del local y presidenta de la Junta de Vecinos, Valeria Bustos, se apresura a decir que esta celebración navideña en ningún caso es caridad.

“Somos pobres ayudando a pobres, a gente en situación de calle, a viejitos que no les alcanza la plata para llegar a fin de mes, a trabajadoras sexuales que simplemente no pueden darse el lujo de tener una cena de Navidad”, explica, mientras a la sede entran y salen personas que vienen a comer porque ya no les alcanzó más el dinero. Hay jubilados cuya pensión no da para todo el mes, inmigrantes, trabajadoras sexuales trans y personas en situación de calle.

Ls ollas comunes de El Progreso ya llevan cinco meses, con la complicidad del colectivo Gourmet de La Miseria. El grupo se formó en octubre de 2017 como una forma de “devolver ciertos platos al pueblo y a través de la comida facilitar el intercambio cultural”, dice Vicente Gabriel, uno de los dos cocineros que esta semana manejaba los fuegos del anafe.

Al comienzo, los almuerzos —pensados para comensales veganos y “tradicionales”— solo se ofrecían el último domingo del mes, para ayudar a vecinos con serios problemas económicos que muchas veces solo podían comer una vez al día.

“La cesantía es alta y no alcanza el dinero, así que decidimos organizar estas ollas comunes” explica Valeria sobre la iniciativa, que tras el 18 de octubre tuvo un punto de quiebre. Se sostuvo durante doce días corridos, sin ningún apoyo municipal ni privado. Ahora se están ofreciendo almuerzos dos veces a la semana: los miércoles dentro de la sede, los domingo sacan las mesas a la calle. En total, a la semana sirven 1.500 almuerzos.

¿Cómo logran darle comida a tanta gente sin financiamiento? Vicente dice que nada sería posible si no fuera por las donaciones de los vecinos de distinta condición: desde el más humilde que aporta una cebolla hasta desconocidos que han llegado a la sede vecinal en autos caros ofreciendo, por ejemplo, 50 helados para el postre de los niños o 30 kilos de carne.

Valeria agrega un dato más. “Hay gente con recursos que viene a darse una vuelta para ayudar no desde la caridad, sino para compartir con gente que no tiene nada y vivir en primera persona la solidaridad”.

“Ahora mucha gente quiere venir a trabajar con nosotros”, dice el cocinero. “Me escribió hasta una niña de Alemania que está de paso por Chile para venir a compartir con nosotros, porque quiere participar en una cena solidaria de verdad. Y, por supuesto, todas las donaciones son bienvenidas, hay gente que aporta con un lavalozas, un cloro, otros que aportan comida o jugo en polvo”.

En la sede de la Junta de Vecinos El Progreso, como broma interna, se hacen llamar “La última línea”, porque a doce cuadras de allí está Plaza Italia. “Estamos atrás, muy atrás”, dice Valeria. “Pero siempre conversando con el vecino que no tiene conciencia de que el sistema está mal, conversando desde el amor, de los afectos, del cariño comunitario, y tratando de mostrar la pobreza que convive con nosotros. La idea es dar la oportunidad de compartir”.

Tomarse las veredas

En la calle Arzobispo Casanova, en medio del Barrio Bellavista, cuatro familias que hoy habitan el conjunto de casas de adobe que se encuentran entre Antonia López de Bello y Bellavista, en lo que aún se conoce como población León XIII, tomaron la iniciativa y están invitando a otros habitantes de ese sector histórico a pasar por primera vez juntos un Año Nuevo. Ellos ya tienen claros sus aportes al menú: los Jara Muena pondrán en la mesa común la carne; las pastas y el pan lo pondrán los Härtel García; la ensalada y el postre son aporte de los Valencia Rivera y, para acompañar el café, las facturitas de los Zanetti Madrid. “Esta es una población que se construyó en 1890 y todavía tenemos vecinos que son descendientes de los primeros habitantes de estas casas”, cuenta la actriz y diseñadora Paulina Muena, una de las organizadoras, mientras observa a su hija de cinco años que juega en la calle con otros niños del barrio. “Este año llegaron muchas familias nuevas con hijos pequeños al barrio”, dice.

Se trata de un sector patrimonial, resultado de un aporte de 100 mil pesos, una suma enorme a finales del siglo XIX, entregada por el abogado y político Melchor Concha y Toro. Ferviente católico, en su conciencia caló la lectura de la encíclica Rerum Novarum, escrita precisamente por el papa León XIII en 1891, que pasó a la historia como el primer documento con enfoque social por parte de la Iglesia Católica en favor de los trabajadores. En ese tiempo, Santiago tenía menos de 200 mil habitantes y estas casas, de un piso y fachada continua, fueron las primeras viviendas sociales que contaron con el lujo de tener el baño bajo el mismo techo. Para obtenerlas, los Concha y Toro pusieron algunos requisitos. Debían ser familias de soldados casados, y haber sido miembros del Ejército congresista durante la revolución de 1891, el bando que terminó derrocando al gobierno de José Manuel Balmaceda.

Hoy, las fachadas de la calle Arzobispo Casanova (en honor al entonces obispo de la diócesis de Santiago) lucen coloridas e impecables, al cuidado de los herederos y nuevos ocupantes de estos espacios que ya se preparan para sacar sus al aire libre. Aunque este será su primer 31 de diciembre en la calle, tienen experiencias en organizando fiestas anteriores, con permiso municipal para cerrar el paso de los autos incluido. “Lo hicimos recién este 18 de septiembre. Y en otra ocasión, para Navidad organizamos el Vecino Secreto e intercambiamos cosas útiles para la casa” explica Paulina.

Esta vez creen que la vereda les basta para compartir de una manera distinta el fin de esta década. Los une el amor por el barrio y sus ganas por hacer vida en comunidad. Por eso tienen una huerta la calle Monitor Araucano, que se turnan para regar. Aun con nuevos habitantes, esta población que se originó a partir de los cambios sociales generados en uno de los períodos más álgidos de nuestra historia republicana, vuelve a recobrar el sentido comunitario gracias al entusiasmo de un puñado de familias que terminan contagiando a toda su cuadra y más allá.

Ya viene El Viejito

La pequeña reja de entrada al condominio Los Alerces de Renca exhibe una mini bota de tela roja, verde y blanca. Es una discreta señal de lo que pasa hace siete años todos los fines de diciembre, al centro de este conjunto de ocho blocks de viviendas sociales, hogar de 128 familias. Es miércoles al atardecer y el pasaje que sigue a la puerta está convertido en una galería de arcos verdes repletos de luces de colores. Los vecinos acaban de terminar la instalación. Es casi el último paso antes de que este domingo, desde las seis de la tarde y no se sabe hasta qué hora, lleguen los inflables, un animador, una caseta para sacarse fotos, una batucada y el Viejo Pascuero aparezca en persona para entregar los 86 regalos que la municipalidad tiene para cada niño que acá vive.

Pero los regalos necesitan un escenario apropiado, y en eso está convertido todo Los Alerces. La plazoleta central está ocupada por un gigantesco pino navideño que armaron entre todos la semana pasada y que este año incorpora novedades acordes a los tiempos que corren: los rosetones son de bolsas de basura y los pascueros y monos de nieve se hicieron con CDs reciclados. Alrededor, desde todos los blocks cuelgan más guiños navideños y al lado del gran pino, ahora que la tarde por fin regala un remanso de frescor, ya se está armando el ambiente de todos los días después de las 8 PM. La directiva del condominio y varios vecinos más bajan a tomar once juntos para conversar y afinar los preparativos. La tarea de hoy: armar las bolsitas de papel para las golosinas de los niños.

“Trabajamos todo el año para esta fiesta”, cuenta Yasna Carrasco, miembro de la directiva del condominio y mamá de dos niñas. Ella es dirigenta hace 12 años, cuando tuvieron la noticia de que en cinco más podrían acceder a una casa propia, y en su caso, dejar de vivir de allegada donde su suegra, también en Renca. “Hacemos completadas, tallarinatas, vendemos pizzas, quequitos... todo para lo que va a pasar este domingo. En total, nos vamos a gastar como 600 mil pesos”, cuenta, mientras va block por block avisando por las ventanas que la gente se ponga para la foto.

La organización de los vecinos da resultado. Por tercer año, la municipalidad organiza un concurso que premia con plata a las comunidades más entusiastas con sus fiestas navideñas. Ellos creen que la idea está inspirada en su fiesta, que es mucho más antigua. Una vez, en medio de una campaña electoral, invitaron a Claudio Castro como jurado del tema de ese año: premiar al block mejor adornado del conjunto. Cuando asumió como alcalde, Castro implementó el concurso Navidad más linda en comunidad. En 2017, Los Alerces salieron segundos, y el año pasado le ganaron a las organizaciones de toda la comuna. Pero no importa si no hay premio. También celebran el Día del Niño y las Fiestas Patrias.

Pero es la Navidad la que más los moviliza y la que, al final, los hace más felices. “Es el evento que a todos les encanta, para eso trabajamos todos juntos, por ver a los niños que ese día van a estar entretenidos, felices”, dice Yasna. “Muchos acá, y yo en lo personal, nunca tuvimos navidades. Nunca ropa nueva, nunca un regalo, pocos recursos para hacer una cena. Por eso acá nos organizamos. Queremos que nuestros niños vean, con el árbol, con los regalos, con el Viejito Pascuero, que la Navidad sí existe”.

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