“Nuestra idea es seguir creciendo pensando que esto es como una familia. Porque yo estoy muy agradecida de ellos. Y de eso se trata: es una cadena de gratitud”, dice Milena, de Vuelvo al Sur.

DE LA CALLE A LA VIDA: La Vida, rico y con sentido

@lavidastgo

“El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Juan 10:10

Para Natalia Jiménez (32) y Roel Westerbeek (38), este versículo resume las intenciones detrás del emprendimiento que comenzaron a imaginar hace cinco años. No es coincidencia que sean palabras de la Biblia: ambos son cristianos y se conocieron en 2008, cuando Natalia llegó una noche a la Vega buscando a un grupo de voluntarios que acompañaban a personas en situación de calle. “Me habían dicho que el encargado era un tal Joel. Me imaginé a un señor mayor, pero cuando lo vi, me encontré con Roel, no Joel, un holandés joven, guapo y muy cercano con la gente. Él derribó todos mis prejuicios sobre los misioneros extranjeros, que pensaba que venían a puro turistear”, dice Natalia.

Roel había llegado a Chile casi un año antes: “Estaba misionando en Estados Unidos y tenía ganas de aprender español, por eso me vine. Hice un curso de cinco meses, y al final me quedé. Y cuando buscaba qué hacer con mi tiempo, pregunté por personas que trabajaran con gente pobre. Me llevaron a un grupo de una iglesia que iba a la Vega y me sumé. Al tiempo se disolvió, pero como me hice amigo de la gente, continué yendo, y de a poco se sumaron nuevos integrantes, entre ellos la Nati”.

Al mes de conocerse, Roel y Natalia se pusieron a pololear, y desde 2010 están casados. Sus primeros nueve años los dedicaron por completo al trabajo con la agrupación, que opera bajo el alero de Operación Movilización Chile. “Una de las cosas más importantes era ayudarlos a soñar de nuevo con la posibilidad de un futuro mejor. Pero luego, por ejemplo, encuentran un nuevo trabajo y a las semanas renuncian. Eso, para nosotros era muy frustrante. Por eso empezamos a pensar en un espacio intermedio, donde pudiesen equivocarse y prepararse para una pega mas formal”, dice Natalia.

Eso les empezó a dar vueltas en 2014, pero recién en 2016 lograron dedicarle tiempo. “Llegamos a la idea de hacer una cafetería y nos metimos a todos los cursos Sercotec para hacerla. Pero no sabíamos cómo partir. Entonces encontraron Emprediem —plataforma de vinculación y gestión para innovación social creada por un grupo de emprendedores— y su programa Mentores de Impacto”, cuenta Natalia. “Ahí nos dieron vuelta la idea”, agrega Roel.

La estrategia que desarrollaron se centró en etapas: primero, validar que se puede trabajar con personas en situación de calle con la elaboración de productos; luego tener un carrito de café con el que pudiesen participar en eventos, y finalmente, crecer hacia una cafetería. “Empezamos a postular a fondos, y gracias a uno de Corfo, La Vida se hizo realidad en 2017”, cuenta Natalia.

Waffles holandeses y Las Picaronas —una trilogía de mermeladas con rocoto— son la base de sus productos, preparados por los cuatro primeros participantes del programa, que recibieron un sueldo por ir a cocinar junto a Roel a un cowork de Independencia, y que luego salieron a vender a todas las ferias posibles. “Ahí nos dimos cuenta de que nosotros sabíamos ser voluntarios con ellos, pero ser jefes era otra cosa”, confiesa Natalia. “Era muy difícil el trato, no han trabajado en mucho tiempo y menos con un jefe. Un señor se autodespidió como cuatro o cinco veces”, agrega Roel. Por eso sumaron a una psicóloga y un calendario de mentorías, para hablar y evaluar su compromiso. “Aprendimos que por cada crítica que les hacíamos, teníamos que reforzarles ocho cosas buenas. Porque eso es lo que más necesitan”, afirma Natalia.

Al escenario desafiante del día a día, en 2018 se sumó el fin de los recursos. “Ese fue el gran porrazo. No teníamos cómo seguir. Y cuando llegamos al punto de mayor desilusión, dijimos ‘sigamos con el plan: vamos por el carrito'”, explica Natalia. Con un crowdfunding y el apoyo de la comunidad de Roel en Holanda, el año pasado la segunda etapa se concretó. “Ha sido difícil igual, porque sin un lugar fijo dependemos del momento, y así no podemos ser constantes con los chicos”, asegura Daniel Serrano, nuevo socio de La Vida desde julio de este año. “Él tiene conocimientos en el mundo del café, además es psicólogo y ha sido un aire fresco”, dice Natalia.

Con la confianza de Daniel y su ímpetu por abrir nuevas puertas, hoy están concentrados en que su mejor mes del año realmente lo sea. “Esta es la época de regalos corporativos y eso nos sirve mucho. Pero con todo lo que está viviendo Chile, muchos de esos pedidos se han caído”, dice Daniel. “Aun así, se han abierto muchas ferias gratuitas y con eso hemos sido súper insistentes”, agrega Nati —mañana estarán en Sabores del Mundo, en Providencia, y el domingo en Marcas que hacen bien, en Cáñamo Coffe & Beer—.

“Nuestra urgencia es poder instalar el carrito fijo”, dice Daniel. “Así podríamos hacer un trabajo formal y desarrollar habilidades blandas con los chicos, que hasta ahora han sido cerca de diez. Eso, y que tengan un lugar de protección donde siempre podrán volver, a través de módulos de trabajo que estén a su disposición”, agrega. Si bien en Vitacura son miembros permanentes de la feria sustentable que se hace el primer domingo de cada mes, no alcanza. “Hemos tenido reuniones en municipalidades, incluso con alcaldes, pero después no sabemos más de ellos”, dice Roel. Nati agrega: “Es bien frustrante, porque el impacto es grande. Estas personas son el reflejo máximo de cómo la vida se puede arruinar. Tras ellos hay mucho dolor y destrucción. Esta es una herramienta para sacarlos de ahí y que puedan recobrar una vida mejor”.

UNA CADENA DE GRATITUD: Vuelvo al Sur

@vuelvoalsur_com

En 2010, el publicista Francisco Calquin (40) tomó un avión rumbo a Nueva Delhi para estudiar gracias a una beca del gobierno de la India. Era una suerte de diplomado intensivo de diseño gráfico, en el que compartiría dos meses y medio con gente de todo el mundo. Al mismo tiempo, desde Bogotá, Colombia, Milena Rodríguez (40) se dirigía al mismo lugar. Diseñadora de artesanías, hace tiempo buscaba salir de su país a vivir nuevas experiencias. “Nos pusieron en el mismo hotel, y por supuesto que nos la pasábamos juntos”, cuenta Milena, que desde entonces nunca más se separó de Francisco.

El curso terminó, pero el amor siguió, y la pareja decidió que en cuanto Milena pudiera, tomaría sus cosas y se mudaría al sur, para instalarse en Chile. “Llegué en septiembre de 2011, pasé seis meses buscando trabajo y me empecé a deprimir, así que decidí regresar a mi país. Allá, mis compañeros de artesanías Colombia, donde trabajaba tomando los referentes de la artesanía tradicional para proponer nuevos productos, me incentivaron a hacer lo mismo en Chile. Y se lo comenté a Francisco”, explica.

Un poco resistente al comienzo, finalmente su marido accedió y así comenzó Vuelvo al Sur, una marca de diseño que aprovecha la cultura iconográfica chilena y la escasa oferta de artesanía moderna que veían en el país. “Cuando Mile volvió a Colombia, quería llevar artesanía de regalo y no había opciones”, dice Francisco. “Terminé llevando vinos. Y en Colombia la artesanía se ha valorizado mucho, los diseñadores viven con las comunidades, encuentran nuevos pigmentos naturales, colores, e innovan manteniendo el saber”, agrega Milena.

Partieron por lo más obvio: “Tazones, imanes y unos bolsos de La Tirana. Mandamos a hacer 100, pensando que los venderíamos en un par de meses. Nos tomó un año deshacernos de todo”, dice entre risas Milena, recordando los inicios. En su pequeño departamento montaron el taller donde estampaban los productos que luego ofrecían a concesión en ciertas tiendas. “Fueron momentos difíciles, facturábamos 30 mil pesos. A Francisco le tocó conseguir trabajo y así estuvimos un buen tiempo”, cuenta Milena, que pasaba horas estudiando la artesanía nacional, para rescatar lo que la gente desconocía.

Convencidos de persistir, Milena leyó sobre el concurso Capital Abeja. “Para mí era impensado que una mujer extranjera pudiese optar a un fondo público, eso en Colombia jamás. Por eso, cuando leí las bases no lo dudé. Y lo ganamos. Con eso compramos nuestra primera máquina de estampar y empezamos a hacer guantes, una idea que obsesionaba a Francisco”, cuenta Milena. “Ese fue el despegue. Fuimos a una feria con 40 pares pensando que venderíamos la mitad, y en media hora se nos habían acabado todos”.

Con mayor presencia en ferias, nuevos fondos y enfocados en lo textil, en 2014 Francisco dejó su trabajo y se sumó por completo a Vuelvo al Sur. Consiguieron espacios en nuevas tiendas, entraron al aeropuerto, y los llamaron de locales en Torres del Paine, hoy su fuente más fuerte en términos de ventas.

“Nos mudamos a una casa para tener un taller más grande y expandir el catálogo”, explica Francisco. Así llegó el momento de finalmente poder plantearse ser la fuente de trabajo para otros. “Cuando empezamos a pensar a quién darle la oportunidad, siempre nos inclinamos por personas en situaciones más difíciles. Queríamos dar la oportunidad que otras empresas no y que quienes se sumaran fueran tratados dignamente. Porque se cree que por ser emprendedor pagas menos o te aprovechas y es todo lo contrario. Para nosotros es muy importante que aquí te sientas considerado”, explica Milena.

De este modo, llegaron Marcial y Katy. Él en 2015, y ella hace un año y medio. “A Marcial lo despidieron de su trabajo de muchos años y le estaba costando encontrar otro. Nosotros siempre hemos querido apoyarlo y hoy es uno más”, explica Francisco. “Y Katy llegó a través de la señora que nos ayuda con el aseo, cuando recién había llegado de Haití. Y aunque costó, aquí está y es maravillosa. Nuestra idea es seguir creciendo, pensando que esto es como una familia. Porque yo estoy muy agradecida de ellos. Y de eso se trata: es una cadena de gratitud”.

ASTUCIA PARA RECICLAR: Reclicapp

@reciclapp

Después de una pichanga con los compañeros de universidad un día de verano, hace cuatro años, Cristian Lara, entonces estudiante de ingeniería civil industrial de la Usach, tuvo la idea del millón. Aún con el intenso calor, no pudo evitar detenerse a observar al reciclador que buscaba latas alrededor de la cancha en Villa Portales.

Entonces se acercó a preguntarle por qué no iba directo donde los locatarios para que le entregaran las cosas. “Así conocí a don Joselito, que me contestó que vivía en la calle y le daba vergüenza acercarse a la gente. Ahí noté la falta de conexión entre el que genera el residuo y el que lo recicla, y se me ocurrió Reciclapp”. En menos de un año, su creación se hizo conocida como el “Uber del reciclaje”, que busca optimizar el proceso de reciclado en Chile, uniendo personas que tienen material reutilizable con recicladores que lo retiran para comercializarlo libremente. Un servicio gratis para el usuario y que para el trabajador ofrece un pago fijo, por el peso retirado e incentivos.

Rápidamente, Cristian aprendió a manejar datos que hoy recita a la perfección. “El kilo de latas entonces costaba 900 pesos, ahora 550. El de cartón antes podía pagar 100 pesos por kilo, ahora con suerte 20, y por eso a nadie le interesa. El vidrio 20 pesos el kilo y el tetrapack, que la gente entrega súper ordenadito y limpio, tampoco paga”, cuenta. Junto a unos compañeros, sus socios al comienzo, transformaron la idea en un proyecto y lo presentaron en una hackaton organizada por la universidad. “Era pequeña, la organizaba Startup Chile, la ganamos y así entramos al ruedo”, cuenta Cristian, que pronto congeló la universidad para dedicarse por completo a esto.

De Villarrica, hijo de un guardia de seguridad y de una dueña de casa, Cristian era el primero de su familia en ir a la universidad, por lo que el riesgo de ponerle todas sus fichas a su proyecto era alto. “Pero confié en mi intuición. Yo siempre digo, para emprender no hay que tener título universitario ni haber ido al mejor colegio. Hay que tener una buena idea, ser perseverante y astuto”, afirma. Con el apoyo de nuevos fondos empezó el desarrollo: en 2016 se creó la app, en 2017 empezaron los retiros y en 2018 se consolidó un modelo de negocios en constante actualización. “Es un mercado importante, pero muy informal. Hay tan pocos valorizadores —el vidrio tiene dos, el cartón dos, el plástico tiene más, de 10 a 15, y de electrónicos hay solo tres grandes— que no se puede reciclar tanto. La nueva ley de reciclaje debería generar cambios, porque hoy reciclamos un 1% de la basura y si se quiere llegar a un 30% en 2030, debería crecer la industria y mejorar los precios”.

Pero para que la app funcionara era clave la red de trabajadores. “Esa fue una pega que hicimos a patita. Armamos una base de datos que reveló que la mayoría son mujeres, casi todos tienen más de 55 años y muchos son pensionados. Luego teníamos que fidelizarlos, para lo que creamos el PAR, un programa de apoyo, con el que levantamos sus necesidades básicas. Pero en paralelo decayeron los precios de compra y se perdió rentabilidad. Ahí incorporamos el ingreso fijo, gracias a la alianza con tres grandes marcas —Cachantún, Misiones de Rengo y Entel—”, explica.

La precariedad del trabajo de los recicladores y la falta de escolaridad surgieron como los datos más importantes. “Un señor me dijo: ‘yo todavía no entiendo por qué si cruzo la plaza es más corto que si le doy la vuelta'. Y eso es teorema de Pitágoras, que a todos nos enseñan en quinto básico, pero él no sabía. Entonces había que armar el modelo de trabajo en base a lo que ellos manejaran. Imprimirles las rutas, enseñarles a usar la tecnología, trabajar el sentido de pertenencia y seguir un sistema. También revisamos sus transportes y sus necesidades familiares”, agrega.

Hoy, Reciclapp atiende a miles de usuarios en nueve comunas de Santiago. Además, están en Iquique y Valdivia, y para 2020 expandirán la cobertura a otras ocho comunas de la zona sur de la Región Metropolitana. Esto último, porque desde 2018, Cristian se preocupó de poner más foco en el usuario de la app, donde están los más grandes desafíos: expandir la variedad del reciclaje –que hoy es cartón, vidrio, Pet 1 (envases de botellas), objetos electrónicos de bajo volumen, latas y papel—, y extender los horarios de retiro, que hoy se dividen en cuatro turnos desde las 9 am a las 5 pm, y que pronto flexibilizarán mediante un pago.

Las ganas de crecer, asegura Cristian, son infinitas. “Nuestra meta es consolidar la cobertura nacional, diversificar la cantidad de residuos, empezar a vender puntos limpios, y generar nuevas alianzas de retiros con empresas, además de crear nuevas campañas. Queremos que nos reconozcan como una pieza clave en el mapa del reciclaje”.

EL TEJIDO A LA LIBERTAD: María La Biyux

@marialabiyux

En agosto de 2018, en el Drugstore, en plena Providencia, María José Aguirre (37) vivió el hito más importante de María La Biyux, su emprendimiento. En distintas vitrinas del pasillo principal expuso su colección de joyas textiles en una muestra que llamó “Reparación”. Era la celebración de su primer aniversario y una experiencia única e impensable para sus trabajadoras: estar en libertad por unas horas. Porque María La Biyux, la marca que la publicista creó cuando vivía un proceso de profunda transformación personal, se sustenta en una potente premisa: dar una oportunidad laboral a mujeres privadas de libertad.

En 2015, la publicista volvió a su trabajo en una gran marca de retail después de su segundo posnatal, y dijo: “no puedo más”. “Cuando tuve a mi primera hija, hoy de ocho, empecé a sentir mucha culpa por no estar con ella y con la segunda no soporté la sensación. Con esa energía maternal, renuncié. Y digerir todo lo que cambió significó todo un tema terapéutico y de reparación”, explica.

En esto, el tejido fue transformador. Un espacio de reenfoque para reconocer a la persona que ahora era. Contactando gente para hacer algunos trabajos, le encantó la propuesta de Fran Caselli, que le ofreció pagarle una asesoría con un taller de telar. “Empecé a conectarme con el color, con lo femenino, con el estar con mis pollos, hacer casa, y del telar empecé a evolucionar a accesorios textiles”, cuenta. El resultado encendió en María José una infrenable inquietud. “Me di cuenta de que tenía un producto interesante y que al hacerlo se vivía un proceso terapéutico importante. Y dije: ‘ya, tengo que hacer algo con esto. Armar un proyecto que ayude a otras a sentir lo mismo'”.

Sin mucha claridad de cómo partir, María José se contactó con la hermana Nelly León, capellana del Centro Penitenciario Femenino, y le contó lo que estaba haciendo. “La hermana me llevó al CPF y apenas entré sentí que ahí era donde tenía que materializar esta idea. Armé unos kit para capacitar a diez chicas para hacer las joyas, y en un taller intensivo de dos meses desarrollamos una metodología, pero además nos conocimos, generamos un vínculo”, explica.

¿Cuál era el plan? Crear María La Biyux con ellas. María José diseña, se preocupa de los insumos, arma los kits para hacer las joyas, y desde la cárcel, por un pago mensual, las mujeres tejen las joyas que luego vende en ferias y desde este año en una tienda en el mismo Drugstore donde celebró su aniversario. “Al principio estaban súper reticentes, desconfiadas. Me preguntaban si iba a pagar mis culpas, que por qué estaba ahí. Pero en las conversaciones me di cuenta de que con ellas lo que hace la diferencia es estar, ser metódica, y que llueva o truene hay que llegar. Mostrar tu compromiso”, explica.

En paralelo, María José se enfrentó al desafío de armar un modelo de negocios, generar recursos, estrategias de venta, y que el producto se hiciera conocido. Hoy, su modelo se basa en tres ejes: “moda, porque es un accesorio que se valida desde el diseño; terapéutico, porque a través del tejido vas trabajando la autoestima, el compromiso, la tolerancia a la frustración, el empoderamiento, y finalmente un eje social, porque dignifica su trabajo y es un aporte económico con el que pueden estar presentes en sus casas”.

Los resultados le dan la razón. Del taller original ya no le quedan participantes, porque avanzaron a sistemas semiabiertos internadas en otro lugar, o salieron en libertad. “La Ruth, que ya salió, a las dos semanas me llamó para que trabajáramos juntas. Fue tanta la emoción, porque el círculo se completa: entendió que no está sola, que tiene una red y que yo puedo avalarla para otro trabajo, porque fue responsable y comprometida”, dice María José. Pero también confirmó que el proyecto aun tiene muchas áreas que no puede cubrir: “Hoy, mi foco es la intervención interpenitenciaria, no tengo espaldas para hacerme del seguimiento posterior, aunque intento ayudarlas en lo posible”.

Para María José, la experiencia ha reafirmado que los modelos de negocio necesitan poner a las personas en el centro. “Tienen que ser sustentables, pero más allá de las chicas, que son nuestra gran fortaleza y motor, también deben orientarse al cliente, con una propuesta de valor increíble, no solo del producto y el servicio sino en la posventa, con un engagement potente que genere comunidad”.

Con su taller aun en la casa, armando kits con sus niñas, y su marido a cargo del lado comercial, María La Biyux crece a paso firme. Gracias a un fondo Corfo, a través de Incubatech, este año implementó un piloto en Valdivia y en Puerto Montt, donde hay dos internas en proceso de ser contratadas. “Esta es la primera empresa externa —los centros son concesionados— en realizar una oferta remunerada a mujeres privadas de libertad en 12 años”, dice con orgullo. “Por eso, la venta para nosotros es tan importante, así podemos seguir creciendo. La meta es consolidar el modelo de impacto social y aumentar el desarrollo de productos, para generar una marca de indumentaria que tenga el corazón desde el tejido. Ese el gran sueño”.

UNA RED DE APOYO: Mu'Hu Cowork

@muhucoworkfamiliar

Trabajar desde la casa sonaba como la mejor de las ideas para Bárbara Álvarez (36) después de que nació su hija Amelia —hoy de 4 años—. Como psicóloga, sabía que la primera infancia era fundamental y que quería estar con ella. Pero coordinar sus consultas y asesorías freelance con los tiempos para Amelia se volvió un desafío cada vez más grande. “No teníamos mucha red de apoyo, las abuelas tienen su cosas, la señora que trabajaba con nosotros no estaba orientada al cuidado de los niños y las niñeras que llamábamos no funcionaban. Teníamos que invertir mucha energía en gestionar su cuidado y no queríamos meterla a una sala cuna”, explica. Así empezó a combinar su casa, coworks y cafés familiares como sus lugares de trabajo. Y cuando Amelia entró al jardín por tres horas diarias, el auto era su oficina.

Bárbara se empezó a preguntar cómo todavía no existía un lugar donde una persona pudiese ir a trabajar mientras alguien cuidaba de su hijo. Y lo empezó a conversar con Juan, su marido, con quien ya habían tenido un proyecto en conjunto. “La idea me llamó la atención, le di vueltas y me di cuenta de que no era una necesidad solo para ella, sino también para mí y para otras personas”, agrega Juan David Rayo (38), ingeniero eléctrico matemático, pero un ávido emprendedor, que luego del cierre de su primer proyecto, siempre supo que volvería a apostar por alguna otra idea. “Por eso me puse a estudiar metodologías para lanzarme de nuevo e innovar”, dice.

El mismo día que Bárbara llevó a Juan a un café familiar, para que entendiera las diferencias, él habló con la dueña para arrendarle un espacio y pilotear el primer cowork familiar del país. “Hicimos harto estudio de mercado, entrevistas a los papás y en noviembre de 2018 abrimos una pequeña oficinita con ocho puestos de trabajo”.

Sin grandes inversiones en márketing y concentrados ciento por ciento en las redes sociales, Mu'Hu —“semilla” en kunza— comenzó a operar y el éxito fue inmediato. “No hubo ningún día en que no tuviésemos gente. Mamás que nos decían ‘al fin logré irme a la casa con algo terminado'”, agrega. Para la pareja, ahí radica la gran diferencia de su proyecto: “Nosotros no estamos orientados a los niños, sino que a los profesionales. Somos una solución para que los papás trabajen mientras el niño juega”, dice Juan David.

“Mu'Hu es eso: productividad, red de apoyo y calidad de vida”, agrega Bárbara, que se encargó de la guardería del cowork. “Yo quería un espacio donde cuidaran a los niños como yo lo haría. Por eso, entrevisté a muchas personas. No escogí a nadie por sus estudios; privilegié la experiencia en el cuidado de niños, porque aquí hacemos eso, y no educación. Busqué personas emocionalmente estables, constantes y que los niños se enamoraran de ellas”. Así llegó Andreína, una venezolana que fue clave para que Mu'Hufuncionara. “Hoy, ella sigue con nosotros y hay una persona fija más. En jornadas con más niños llamamos apoyo. La idea es que sea una persona cada cuatro niños”, agrega.

Bajo la modalidad de “piloto”, Bárbara y Juan también probaron tipos de planes, para entender las verdaderas necesidades —hoy tienen cuatro tipos de planes, por jornadas y con precios que van desde los 120 mil pesos mensuales por dos días a la semana—. Y con esa información y más confianza, llegó la hora de crecer, con una gran casa en Las Condes, que cuenta con 60 estaciones de trabajo y que abrió sus puertas hace dos semanas. “Es una casa con patio, con espacios divisibles para distintos servicios y donde se separa el mundo infantil del adulto”, dice Juan. Así, en el primer piso, desde la mitad hacia atrás, Mu'Hu es zona de niños, mientras que las terrazas, los salones y el segundo piso totalmente para adultos. “Hay espacios permeables donde te encuentras con los niños, pero la desconexión es súper importante”, dice Bárbara.

Con un público compuesto por muchos extranjeros, papás que se quedan sin alternativas para cubrir una urgencia, emprendedores y mujeres, hoy ven cumplirse su promesa de ser una red de apoyo para quien no la tiene. “Hay personas que llegan muy agobiadas”, dice Juan, “y en pocas semanas es increíble cómo eso cambia. Por eso, aquí todos crecen: los niños, dando sus primeros pasos, y los adultos, retomando sus proyectos. Es un círculo súper virtuoso”.

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