José Luis Calfucura entendió que no tenía otra salida. Que sus razonamientos frente al grupo de personas enfurecidas en el frontis de su restaurante en Maipú eran palabras perdidas: nadie las oía. Debía ceder. Debía cumplir lo que todos esas voces le pedían a gritos, casi como un castigo por haber recibido esa mañana al Presidente Piñera, quien desde ese local de cocina indígena lanzó este martes su proyecto para dar un bono de $100.000 a las familias más vulnerables.

Resignado, José Luis Calfucura se encaramó al techo de su restaurante Amaia y ahí, a cuatro metros del suelo, procedió a dar curso a esa solicitud, a esa condena, que le partía el corazón: bajar del mástil su bandera mapuche.

Calfucura, el chef mapuche más conocido del país, sentía dolor. Pero antes, no mucho, tal vez una hora, había sentido rabia. Porque dice que fue engañado. “Embaucado”, precisa. Porque él jamás manejó entre los planes de ese día tener al Presidente de visita. “Yo a él no lo invité”, señala.

—Aseguras que la visita del Presidente te la avisaron sólo cinco minutos antes de que él llegara.

—Así fue. Lo que había acordado era una reunión entre Sercotec, Corfo, algunas pymes y el ministro de Economía. Para hablar de la situación actual. Era una reunión de trabajo, para lo cual yo accedí a prestar el restaurante. Para conversar y hacer comunión, que es lo que me gusta. Pero no sabía que el Gobierno estaba pensando otra cosa…

Dice Calfucura que lo primero que lo sorprendió es que a las 7:30 de la mañana llegaron carabineros al restaurante. Que revisaron todo, hasta los casilleros del personal. Él protestó, pero le explicaron que era por seguridad. Dice que él no se dio cuenta en ese momento, pero que afuera se acordonaron las calles cercanas y la gente no podía transitar con normalidad.

“En un momento se acerca la mujer que organizaba todo, y que había venido a mirar el lugar el día anterior, y me dice que viene el Presidente. Yo enseguida pensé dos cosas: que me iban a funar el restaurante, porque en Maipú hay mucho descontento; y que podía ser una posibilidad de conversar con él de las demandas de nuestro pueblo. Piñera llegó apenas cinco minutos después. Entró por la puerta trasera del restaurante. Me pilló de sorpresa”.

—Desde la Moneda te desmintieron: dicen que te lo comentaron una hora y media antes y que estuviste de acuerdo.

—Eso es falso. Las pymes invitadas después me dijeron que sabían desde las 10 de la noche del día anterior. A los que nos mintieron fueron a mí y a mi socio del restaurante.

—¿Por qué?, ¿con qué propósito?

—Tengo tantas preguntas. ¿Por qué en Maipú y no en un restaurante de Vitacura o un sector más neutro para ellos? ¿Sería que querían tener la foto con el mapuchito al lado, como generando un acuerdo? ¿Por qué hacen esto? Ellos se fueron y fui yo el que tuvo que poner después el pecho a las balas.

“Mijito, mejor ceda”

Lo de la visita del Presidente fue rápido. Hubo una reunión breve entre las pymes y Piñera; luego él dio un punto de prensa con su anuncio y, antes de partir, Calfucura dice que le alcanzó a decir que cuidara a las mujeres y a la gente mapuche del sur. Pero si el dueño del Amaia pensó que lo más difícil había pasado, se equivocaba. Justo en ese momento, frente al restaurante, ya se había juntado un grupo de vecinos para protestar en contra suya. Estaban muy molestos.

El chef José Luis Calfucura es el mayor de los tres hijos de un matrimonio mapuche oriundo de Repucura, en la IX Región, que se vino muy joven a trabajar a Santiago. Se instalaron en una toma en Cerrillos, que luego el Gobierno les cedió como terreno propio. Sus hijos nacieron en la capital, por lo que caen en esa categoría que llaman mapuches urbanos. Pero no se salvaron de la discriminación. Calfucura dice que en el colegio lo pasaba pésimo, porque sus compañeros lo molestaban: lo apuntaban con el dedo y le gritaban “indio, indio, indio”. Él lloraba. Hoy, sentado en su restaurante que abrió hace seis meses, dice que lo que le pasó el martes con los vecinos le ha recordado la sensación de ese maltrato escolar.

“Lo sentí como un déjà vu, como algo que ya había vivido antes. Pero esta vez lo tomé con cordura y tranquilidad. Decidí salir a la calle”, cuenta.

—¿Por qué saliste a dar la cara?

—Salí a conversar, a escuchar, a abrir un diálogo. Yo creo en eso. Así como había hablado con Piñera, también podía parlamentar con los vecinos. Contarles lo que había pasado, que fui tan engañado, tan perfectamente engatusado, que no me di cuenta.

—Pero la gente no te oía. Tú razonabas, pero no se imponía la razón…

—Sí. Me dijeron muchas cosas, insultos. Me decían que por qué había recibido a esta persona, que era un vendido, que no era un verdadero mapuche. Sentí frustración. Les decía que les estaba contando la verdad, que soy una persona honesta. Entonces empezaron a pedir que bajara mi bandera mapuche del techo.

—¿Tuviste miedo?

—Sí. Soy un ser humano. Me daba miedo que le hicieran algo a mi gente que trabaja conmigo. A mí no me importa que me escupan, que me pongan un combo en el hocico, que me griten, pero sufriría mucho si le hacen algo a mi gente; ahí sí mi corazón se quebraría.

—¿Por qué accedes a bajar tu bandera mapuche? Es algo violento, denigrante me parece…

—Estaba toda la gente pidiéndolo. Varios me decían: “Mijito, mejor ceda”. En esas circunstancias, poner resistencia no parecía adecuado. Accedí para no generar más agresividad, para generar un diálogo. Así que me subí al techo y bajé la bandera con el dolor de mi corazón. Yo siempre la he levantado con orgullo, mostrando mi cultura… La gente que pidió eso realmente no me conoce. Al menos después se quedaron tranquilos.

—En sus redes sociales, el escritor mapuche Pedro Cayuqueo escribió ese martes: “Debe ser de las escenas más patéticas en lo que va del estallido social: chilenos gritando e insultando desaforados al chef José Luis Calfucura, obligándolo a bajar la bandera mapuche de su restaurante en Maipú. ¿La razón? La llegada sorpresiva y sin invitación del Presidente Piñera”.

—Sí, lo leí tarde esa noche… Cada vez que mi gente me da un apoyo, yo siento que no lo estoy haciendo mal. Me siento apoyado dentro de los fundamentos indígenas.

—¿Cuándo volviste a izar la bandera?

—Ese mismo martes, más tarde.

Rescatar lo bueno

—Me contabas que seguiste recibiendo críticas todo el día; por teléfono, por redes sociales.

—Sí. Me decían que por qué había hecho esto, que cómo recibía a Piñera, que en qué estaba pensando… Había también mapuches enojados. Alguien me preguntó que por qué no lo había echado; y no pues: hacerlo habría sido un insulto no al Presidente, sino a nuestra educación. A todos les expliqué lo que de verdad había pasado. En este tiempo de conflicto y alteración social, ninguna persona cuerda sería capaz de invitar a su casa o a su negocio a un Presidente tan cuestionado. Lo que me hicieron fue un tremendo daño.

—No abriste el restaurante durante dos días.

—Sí, recién abrimos el jueves. No era fácil. El martes debimos esperar dentro del restaurante hasta las 6 de la tarde porque por las redes sociales habían llamado a esa hora a una funa masiva para venir a quemar el restaurante. Toda mi familia mapuche de Santiago vino a acompañarme. Pero no pasó nada, porque yo en el día grabé un video explicando el engaño; y se viralizó. Eso calmó los ánimos.

—En ese video te declaras arrepentido. Pero si dices que nada de esta situación la generaste tú, ¿de qué podrías arrepentirte?

—De ser un tonto bueno. Un amigo me dice que piense mal de la gente. Pero a mí me cuesta, tengo 41 años y ya soy así; me cuesta ver maldad en la gente. Hasta personas que me han agredido, trato de entenderlas, de ver sus trasfondos. Es difícil que haya una persona que sea mala porque le gusta serlo. Mira la película del Joker. Pero yo no quiero ser él, no quiero llegar a ser diabólico después de que pase esta cuestión, o desquitarme con alguien. No me interesa.

—¿Tuviste alguna explicación de quienes organizaron la reunión el martes?

—Cuando yo estaba hablando con los vecinos en la calle, dentro del restaurante quedaban dos de las personas que acompañaron a Piñera. Cuando entré, me dijeron que sentían lo ocurrido.

—Dices que todo este episodio te provocó daño. ¿Tú crees que…

—(Interrumpe) Sí, me dañó: di pie a la duda de que yo pudiera darle la razón a un gobierno que lo está haciendo mal.

—Te iba a preguntar si crees que puedes revertir ese daño.

—Sí, con mi trabajo. Además, sé que voy a sacar algo bueno de esto. Es lo mismo que pasó con la muerte de mi padre en abril, que ha sido lo más difícil que he vivido. De la muerte de mi padre saqué no seguir enojándome por cosas banales, disfrutar, abrazar a mi gente, reírme… a mí me costaba mucho reírme. Todo eso me ha pasado con la adversidad máxima que ha sido la muerte de mi padre. Frente a lo que pasó ahora, le hablo a mi padre y le pido fuerzas. Él siempre fue un sabio: toda su vida fue panadero, y siempre ante los problemas me decía “cállese y trabaje no más; con su trabajo va a hacer callar al resto”.

—El escritor Roberto Merino habló esta semana de una irracionalidad en las respuestas de la gente, incluso de deseos de revancha. A ti los vecinos te convirtieron rápidamente en enemigo…

-Sí. Yo comprendo la naturaleza y el comportamiento del cuerpo. Cuando tú martillas, a veces te pegas en un dedo: el dedo se hincha y la sangre queda acumulada allí dentro. Es tan fuerte el dolor que no dudas en clavarte una aguja para que la sangre salga, y así duele menos. Entonces pienso en el dolor interno de nuestro país, que es fuerte y está acumulado y a presión. Yo entiendo ese malestar, y entiendo a los que me gritaban el martes. A lo mejor la aguja fue bajar la bandera. Qué extraña reflexión.

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