(Continuación)

Cada contribuyente en Chile, sin importar su categoría, tiene deberes con el Estado. Conocer la normativa vigente es solo uno de ellos, pero en materia de impuestos no siempre es fácil estar al día. Por eso, para cumplir con sus obligaciones y, al mismo tiempo, aprovechar los beneficios tributarios que —como chilenos les corresponden— los contribuyentes buscan asesoría.

Para Claudia Farías, académica de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Talca, el rol del asesor tributario es explicar las modificaciones legales y cómo estas impactan en un negocio. Además, su papel es muy relevante en la respuesta a las notificaciones que realiza el Servicio de Impuestos Internos (SII), organismo que administra el sistema tributario en Chile, ya que entiende claramente el enfoque que se le está dando a una fiscalización y, por ende, puede agilizar la entrega de antecedentes y cierre de una auditoría tributaria.

“Por último, le entrega al contribuyente siempre una evaluación cuantificable de la contingencia tributaria que tiene en el negocio, estando en un proceso de fiscalización o no”, enfatiza.

Para las pymes, de hecho, el asesor tributario es fundamental en la definición de las reglas del juego con que se relacionarán empresa y empresario con el Fisco. Su acompañamiento permanente evita que el contribuyente pague demás, incurra en evasión o se vea afectado por multas y pago de intereses.

“Aporta inicialmente en la planificación tributaria de la empresa y los dueños; y luego, en orientar para cumplir en tiempo y forma las obligaciones tributarias, así como en beneficios tributarios, como crédito a los impuestos (derechos a rebajas)”, explica el académico de la Escuela de Ingeniería en Administración de Empresas de la Universidad Andrés Bello (UNAB) Víctor Valenzuela.

Si bien con la reforma tributaria el 100% de los pequeños y muchos medianos empresarios quedará exento del pago de impuestos a nivel empresa —es decir, todas las compañías que facturen en el año hasta 75.000 UF no pagarán impuestos por sus utilidades— el empresario sí paga —como todas las personas— por los ingresos provenientes de la compañía, aclara el profesor de la UNAB.

En este ámbito, Eduardo Rivero, académico de la Escuela de Contadores Auditores de la Universidad Tecnológica Metropolitana (UTEM), explica que un asesor tributario aporta, al menos, en tres aspectos importantes: primero, verificando las contingencias que una empresa pudiese tener debido al cálculo de impuestos de forma errónea en periodos anteriores; segundo, en el cumplimiento tributario de la empresa en el presente; y, tercero, ayudando a optimizar la carga tributaria de la empresa y de sus dueños en el futuro.

Errores

que cuestan caro

Agrega que, en materia tributaria, existe un mundo de diferencia entre el que comete un error por desconocimiento y aquel que planifica pagar menos impuestos sobre la base de su amplio conocimiento.

“El SII ha creado mecanismos para informar a los contribuyentes de forma didáctica sobre el proceder de los impuestos, ha flexibilizado de forma significativa sus actuaciones, y ha hecho condonaciones importantes en caso de sanciones económicas. Sin embargo, hay muchos errores que son repetitivos y generan problemas, no por la sanción, sino porque se acumulan impuestos sin pagar por estos errores y aunque el SII condone el 100% de multas e intereses, no es posible hacerlo con los impuestos”, afirma.

De esta forma, si una pyme paga $100 en IVA, debiendo pagar $150, en dos meses generará un error de $100 equivalente al IVA de un mes, es decir, que sin sanciones deberá restituir $100.

“Así, al tercer mes deberá pagar el equivalente a dos meses de IVA. Imagínese cometiendo este error por un año”, comenta Eduardo Rivero.

El Código Tributario regula tanto el comportamiento del contribuyente como el del organismo fiscalizador y la relación con otros agentes que pudieran intervenir, como los Tribunales Tributarios. Contiene los derechos y deberes de todas las partes, pero sus normas, generalmente, son desconocidas por las personas detrás de una pyme.

Por ello, señala Claudia Farías, es el asesor tributario quien “debe estar ahí entregando claridad y señalando el marco legal de lo que se puede hacer en cada negocio”, pues muchas veces se normalizan situaciones vistas en negocios de familiares o conocidos que han pasado la barrera de la fiscalización.

Réditos de la planificación

De enero a diciembre, el asesor tributario ayuda a incorporar en los flujos de caja los Pagos Provisionales Mensuales (PPM), el IVA por pagar y cualquier tributo que tenga relación con el flujo de caja.

“El flujo de caja es el capital de trabajo que permite funcionar día a día, no son gastos necesariamente, pero son necesidades de capital de trabajo”, explica Víctor Valenzuela.

Pero, ¿cómo hacer una buena planificación financiera? Eduardo Rivero recomienda establecer un horizonte de tiempo (un mes, un trimestre, un año u otro). “Toda proyección parte de una base que puede ser compleja y que es determinar los ingresos proyectados y los percibidos durante el periodo de tiempo determinado. Es importante tener claro cuáles son las variables que impactan los ingresos, por ejemplo la venta en dólares”, acota.

Los costos dependen de un proceso productivo determinado, que el empresario debe conocer, pero los ingresos se relacionan con una variable incontrolable: las ventas. En este aspecto, Rivero aconseja preguntarse cuánto venderá en el período, cuánto de lo vendido será cobrado, cuánto costará producir o prestar los servicios y cuándo se deben pagar los costos.

“De esta forma se puede determinar la utilidad que genera la actividad que presto. Si los ingresos devengados de un periodo son mayores que los costos de producir se genera una utilidad, por lo cual se debe tributar. En teoría, la proyección financiera con algunos ajustes debe ser un muy buen referente de lo que debe ser la proyección tributaria”, sostiene.

(Sigue)

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Sin importar cómo lo llamemos (“crisis”, “estallido” o “despertar” social), sobre lo que no hay dos opiniones es el hecho de que, después del 18-O, numerosos paradigmas de nuestra convivencia social han sido puestos bajo revisión.

El sistema tributario no es la excepción. Por un lado, se han acordado modificaciones al proyecto de modernización tributaria que tocan muy de cerca algunos de sus pilares básicos: se abandona definitivamente la reintegración; se eliminan los denominados “PPUA”; se introduce un impuesto a los activos inmobiliarios, y se adopta el compromiso de revisar todo el entramado de exenciones, entre otros.

Y, por otro lado, nos hemos dado el desafío de otorgarnos una nueva Constitución, lo que para los impuestos quiere decir repensar, y acaso reformular, los principios y directrices básicos del sistema.

Lo anterior, qué duda cabe, nos obliga a levantar la mirada más allá de los cambios específicos que ya se tramitan en el Senado, y reflexionar sobre su lógica subyacente. Y es que, tal vez, si ya estamos acá, es hora de considerar dónde nos lleva recorrer su total dimensión. Veamos.

Al abandonar la integración y dejarla solo disponible a las pymes, terminaremos con básicamente cinco sistemas conviviendo en paralelo (semi-integrado, atribuido, integrado pyme con contabilidad completa, integrado pyme con contabilidad simplificada, y régimen de trasparencia pyme). ¿No será hora de pensar en un sistema desintegrado cuya carga tributaria efectiva sea equivalente?

Al eliminar los PPUA, se busca garantizar que los impuestos corporativos pagados sean solo aprovechados por los contribuyentes finales. ¿No será el momento de pensar en un sistema de consolidación tributaria, que neutralice las operaciones inter-compañía, y en que eliminemos la ficción del “RUT” para dejar a los dueños de empresas de cara a un resultado único tributario?

El impuesto a los activos inmobiliarios, por su parte, busca gravar a los “super - ricos” (o los simplemente ricos). ¿Se revisó la experiencia internacional en impuestos similares, que reconozcan activos y pasivos?

Y en cuanto a las exenciones, para qué decir. Es hora de hacerlas coherentes y empezar a seguir la tendencia global de “mayor base, menor tasa”, que parece ser más eficiente y justa.

En definitiva, volver a lo esencial.

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