Alessia Injoque es la primera presidenta transexual de la fundación Iguales. Se hizo conocida en 2016 al asumir de manera pública su tránsito de hombre a mujer en su lugar de trabajo. Acaba de lanzar su libro “Crónicas de una infiltrada” (Libros El Desconcierto) en donde narra las dificultades que debió sortear para llegar donde está hoy.

Alessia cambió de sexo a los 35 años. Antes de eso era Alejandro y llevaba seis años casado. Su vida cambió radicalmente de un día para otro. Pero su historia había comenzado mucho antes.

Alejandro Injoque nació en Perú en 1981 en una familia evangélica practicante y muy conservadora. Su padre era un ingeniero en minería, fujimorista y “más o menos pinochetista”. Su madre, una consejera bíblica matrimonial, devota y creacionista (es decir, niega la evolución, que la ciencia ha demostrado). “Era el estereotipo de la familia que hubiera votado por José Antonio Kast”, cuenta hoy Alessia Injoque mientras acomoda sus rizos rubios, recordando su niñez como Alejandro. “Desde muy temprano, 4 o 5 años yo me ponía ropa de mi mamá, me maquillaba. No tengo mucha conciencia de esa época, solo recuerdo que lo hacía y que alguna vez me pillaron”.

Creció como un niño común, jugando a la pelota, a los videojuegos y sin que ninguno de sus compañeros pudiera notar aquello que escondía en su mundo interior. “A mí no me hacían bullyng, yo hacía bullyng. Jugaba a la pelota, y molestaba en el salón de clases. Yo era uno más de los niños, siempre a punto de ser expulsado. Pero, internamente, ya en ese tiempo tenía asumido mi rol. Esto era algo que yo tenía que inhibir y lo inhibí, muy conscientemente. Me recuerdo rezando para ser una niña como las demás, cuando tenía 7 u 8 años. No se lo conté nunca a nadie”.

Alejandro llegó a Chile a los 14. Su papá venía arrancando del terrorismo del Sendero Luminoso en Perú y había encontrado en el Chile de Pinochet un lugar tranquilo y en orden. Decidió venirse y luego continuar criando aquí a su familia. Aquí Alejandro tuvo sus primeras pololas, e intentaba negar su inquietud, que no sabía poner en palabras.

“Durante mi infancia no se veían personas trans, ni gays, ni lesbianas ni nada. Lo que me pasaba, yo pensaba que me pasaba a mí no más. En algunos talk shows aparecieron los primeros travestis, pero eran personas muy marginadas. Por más que me sentía identificada, yo no quería eso para mí. En esa época, ser trans era prostituirse. No había más futuro para una persona así. Había que alejarse de los amigos, de la familia, de la sociedad, cuando lo normal sería poder ocupar todos los espacios. Además, una persona gay puede ocultar su vida sexual, pero un trans no puede ocultarse”, reflexiona.

—¿Nunca expresaste nada de lo que sentías?

—Nunca. La forma en que negué esto fue tan fuerte que yo más bien fui una persona homófoba. Esto que yo rechazaba de mí, lo rechazaba también en el resto y mi trato era despectivo. Hoy día, mirando para atrás, entiendo por qué fue y me siento mal. Hace poco estuve recordando con una amiga en Lima que ella tenía un amigo gay, y nosotros en el grupo de hombres siempre nos burlábamos de él.

—En la adolescencia hay un cambio hormonal. ¿Cómo viviste esa etapa?

—Para mí no fue tan dura esa parte, porque a mí siempre me han gustado las mujeres. Hoy tengo una polola lesbiana. Si bien no podía ser libre para ser quien soy, al menos podía estar con quien quisiera o quien me atrajera. Me enamoré como se enamora cualquier persona y pedí pololeo como hace cualquier hombre. Y el amor que sentimos es el amor que siente todo el mundo. Como yo era hombre, para el mundo era una relación hétero, como cualquier otra. Una vez me pillaron mi maletita (que mantenía oculta bajo su cama, con ropa y maquillaje de mujer). Pensaron que era de una polola. Yo no llamaba la atención, porque me gustaban las mujeres, no parecía gay.

—Cuando tenías intimidad con alguien, ¿sentías que estabas siendo tú?

—Mi dificultad era pensar cómo se hubiera sentido ser yo, porque tampoco lo sabía. Hoy día para mí es muy diferente relacionarme con mi polola, es mucho más auténtica mi relación. Soy yo en la vida cotidiana, en público y cuando estamos en pareja. Mientras que del lado masculino sentía que estaba performando y que tenía que cumplir ciertos estereotipos: ser quien toma el control, cosas que no eran tan naturales en mí. Pero además no sabía si era algo solo mío, porque también son presiones que enfrentan todos los hombres.

—¿En qué momento pensaste en hacer tu tránsito?

—Esto siempre fue parte de mí, pero eso de decidirlo, soy trans, fue porque yo veía que en otros países el tema avanzaba. Y cada vez fue más incómodo. Yo salí del clóset a los 35 años.

“Su esposo estaba desapareciendo”

“Hubo una época en que esperé que esto fuera pasando. Decía: tal vez cuando conozca la mujer indicada se me va a pasar”. Con el tiempo, la mujer indicada llegó: Cossette. Una peruana amiga de un primo de Alejandro. Ella venía de viaje a Chile y le pidieron llevarla de paseo. Tras dos años de pololeo, se casaron.

Por esa época Injoque tenía un alto cargo ejecutivo en Cencosud. Durante años fue de terno, armaba reuniones, tenía compadres. “En el trabajo no sabía nadie, ni uno solo. Mi teoría era que si se enteraba una persona, iban a saber todos. Era demasiado jugoso el chisme”.

Un día citó a los trabajadores de la empresa en un auditorio. “Les hice una presentación sobre psicología de resistencia al cambio: cualquier cosa que quieras cambiar, a alguien le va a molestar por el simple hecho de que es un cambio. Siendo parte de nuestro trabajo, partí por ahí. Luego empecé a hacerlo más personal y finalmente dije: ‘Hay muchas cosas que no vemos, y hay personas que pueden ser diferentes. Como yo, que soy trans. Y quiero contarles que a partir de mañana voy a venir aquí como Alessia. Pero soy esa misma persona con la que trabajaron, con la que resolvieron problemas, con la que se quedaron resolviendo un lío hasta tarde, con la que se tomaron cervezas a la salida'. Me recibieron con aplausos”.

Al día siguiente fue su cumpleaños. Llegó a la oficina con tacos (“porque tenía que verme regia”) y sus compañeros de trabajo le tenían preparada una sorpresa con globos y una torta, y le cantaron “feliz cumpleaños Alessia”. “Los primeros días la gente se confundía de nombre. Alguna vez mandé yo un correo y le puse: Saludos, Alejandro”, recuerda.

Él y Cossette se habían casado en 2010. “Cuando todavía estábamos pololeando, yo le conté que me travestía. Era lo que me atrevía a contarle, que era lo que yo me llegaba a admitir. El resto, por más que yo sintiera, no me atrevía a plantearlo. Una vez que lo pronuncias no lo puedes negar”.

—Pero de alguna forma ya lo sabías.

—Yo ya tenía asumida esa parte de mí. Lo que pasa es que no me atrevía a ponerle el nombre de trans, porque eso significaba algo más permanente. Esto era algo que yo hacía a veces, pero no sabía que formaba parte de quien era. En el camino me fui haciendo las cejas, me perforé las orejas, empecé a depilarme con láser, empecé a dejarme más largo el pelo… todo eso antes de transitar, mientras estaba con mi esposa. Todos estos cambios que iba teniendo me hacían feliz, me iban definiendo como persona.

—Cuando le contaste a Cossette que te travestías en secreto, ¿pensaste que no iba a querer casarse contigo?

—Fue algo que la descolocó, no supo bien cómo enfrentarlo. Pero aceptó que era parte de una persona que quería. Yo en ese momento me moría de miedo. Mi preocupación era que me fuera a dejar. Pero por suerte no fue el caso, ella me amaba y se quedó. Que ella me quisiera fue algo que me ayudó, no sé si a quererme, pero por lo menos a dejar de odiarme.

—¿Te odiabas?

—Esa parte de mí la odiaba. Y que ella estuviera conmigo a pesar de esto, me ayudó a hacer un poquito las paces. Así transcurrieron los años, hasta que en 2016 le dije que quizás era trans.

—¿Cómo le dijiste?

—La verdad es que fue algo muy poco planificado. Estábamos discutiendo por mi pelo. Yo me había estado dejando el pelo un poco largo, y a ella le incomodaba. De ahí la situación escaló a si esto era otra cosa que yo iba a cambiar. Ya me había hecho las cejas, me había perforado las orejas. Ahí empieza la discusión y le dije: tal vez soy transgénero. Las siguientes semanas fueron hostiles, pero después decidió apoyarme. Ella misma me ayudó a decidir mi nombre. Lo más obvio era Alejandra. Pero me parecía muy parecido a lo anterior y yo quería marcar una diferencia. Alexandra me parecía muy fuerte. Y Cossette me dijo: ¿Y por qué no te llamas Alessia?

—Llega un momento en que te empiezas a transformar, y Alessia empieza a tomar protagonismo. ¿Cossette se fue quedando de lado?

—No. Cossette era el centro de mi vida y estuvo involucrada en todos mis procesos. Pero poco a poco se fue dando cuenta que quien iba quedando de lado era Alejandro. No me gusta hablar por ella, pero yo pienso que lo que más le impactó, más que yo tuviera otros espacios, es que su esposo estaba desapareciendo.

—¿Se despidieron de Alejandro?

—Sí, hicimos un ritual en que apagamos una vela y prendimos otra. Le leí una carta de Alejandro a Cossette despidiéndose. Yo de verdad quería que lo mío con Cossette funcionara. Siempre me ilusioné. Pero, para empezar, a ella no le gustan las mujeres. Ella tendría que haber salido del clóset y decir soy lesbiana. Y ella no se sentía lesbiana. Ella nunca se acostumbró y eso precipitó que nos separáramos. A mí me dolió mucho, a ella también. Estuvimos juntos once años. Era mi compañera de vida.

La identidad materna

Cecilia Alegría, su madre, es una famosa periodista en Miami con un programa en televisión en donde da consejos matrimoniales, siguiendo las enseñanzas de la Biblia. Hace poco lanzó su propio libro: “Alessia: Mi hijo es una mujer trans”.

Mi mamá cuando se enteró tuvo dos reacciones. Primero tratar de convencerme de que no era así, lo cual no llegó a ningún lado. La segunda fue decirme que intentara llevar esto en privado. Ese argumento de que no tenía por qué estarme “exhibiendo”. Pero claro, exhibirme es andar por la calle o caminar con mi pareja de la mano. Exhibirme, para algunos, es lo que para otros es hacer su vida normal. En el caso de mi mamá, al principio su identidad como mujer de fe chocó con su identidad de madre. Y se dio cuenta que pesaba más su identidad de madre. Felizmente, eligió a su familia”.

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