Esa mañana, la perplejidad ya es rutina para los chilenos. En el centro de la capital, un par de negocios atendido por chalecos amarillos recibía burlas en lugar de clientes. Más arriba, en el corazón de Providencia, la casa de los historiadores Sofía Correa Sutil y Alfredo Jocelyn-Holt continua su rutina entre libros y bustos de expresidentes chilenos y de poetas de la Grecia Antigua.

—¿Cómo vive este momento una familia dedicada a observar y escribir la historia?

—Atentos y conversando mucho. Nuestra hija Emilia está ahora sacando su doctorado en Derecho en la Universidad de Yale (EE.UU.), pero estamos siempre hablando. También nos encontramos bastante concentrados en nuestro trabajo como historiadores: Alfredo está escribiendo, muy intensamente, el tomo IV de su Historia General de Chile, y que se corresponde con el periodo de la Revolución Francesa.

—¿Y usted?

—Estoy en un libro que es una mirada histórica a los momentos constituyentes que ha tenido Chile, ya sea de reformas o de nuevas constituciones.

Se trata de un nuevo título que la autora de “Con las riendas del poder: la derecha chilena en el siglo XX” (2005) viene trabajando desde el año 2005, cuando la Presidenta Michelle Bachelet inició un proceso constituyente que quedó inconcluso.

—¿Qué es lo que más la ha sorprendido?

—La violencia: se nos había olvidado cuán violentos somos los chilenos. Creemos que somos muy racionales —y en cierta forma lo somos—, pero hay una dimensión de agresividad que nos falta trabajar como país.

-—¿Vio alguna pista?

—En la Historia uno siempre ve indicios anteriores a las explosiones. Sin embargo, el momento y la forma que adoptan son siempre imprevistos. Aquí nadie fue pitonisa.

—¿Cuáles fueros esos indicios?

—Signos de violencia en las protestas estudiantiles. Hace años vemos buses quemados en las afueras de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. Otro indicador potente es lo que viene ocurriendo en el Instituto Nacional. También el descontento de la gente era algo que se podía percibir. Fuimos muchos quienes, desde fines de los 90, venimos diciendo que aquí había un problema serio, pero nos miraron con extrañeza porque el discurso era ¡si estamos yendo tan bien!

—¿Se refiere a la desconexión de la élite?

—Un problema que se percibía, y muy serio, era la falta de encuentro entre la ciudadanía y sus representantes políticos. Si uno cree en la democracia representativa, esa interrelación debe ser muy vigorosa. Al país le hizo mucho daño el sistema binominal, porque el parlamentario no tenía que jugársela en su electorado ya que era en las cúpulas donde se tomaban las decisiones. Es cierto que esto cambió cuando cayó el binominal, pero ya se había provocado un distanciamiento importante. ¿Cómo se notó? En la creciente abstención electoral que comienza, justamente, a fines de los 90. La dirigencia política tomó conciencia e intentó con el voto voluntario, pero no resolvió el problema.

—¿Lo empeoró?

—No lo sé. Ahora se quiere restablecer el voto obligatorio, pero si tenemos una juventud que no respeta el toque de queda y lo desafía, ¿quién dice que no desafiará la obligatoriedad de votar? Esto no resuelve el tema de fondo que es la participación política; es decir, convocar a quienes están hoy en las calles manifestado su descontento.

—¿Por eso aparece la demanda de una nueva Constitución?

—Creo que esta demanda involucra la necesidad de materializar lo que se entiende como un nuevo pacto social. Cuando la gente pide una nueva Constitución no necesariamente dice: “mire, quiero pasar de un régimen presidencial a uno semipresidencial o parlamentario”. Eso es clave, pero no está en su horizonte.

—¿Y qué estaría?

—La necesidad de políticas públicas que permitan un piso para una vida digna, sobre todo a los sectores más vulnerados. Ese, creo, fue el sentir de los cabildos a los que en 2015 convocó la Presidenta Bachelet. Después, quienes tienen en sus manos el conocimiento del Derecho Constitucional, interpretarán ese sentir ciudadano. Ahora, ¿cómo se canalizan esas demandas viables en un cambio? A mi juicio es fundamental, ¡fundamenta!, que sea en el Congreso Nacional.

—¿Por qué?

—Porque si te saltas al Congreso debilitas la democracia representativa. Y, debilitada la democracia representativa, abres la puerta a cualquier fórmula autoritaria de cualquier signo político.

—¿Pero qué pasa si la ciudadanía desconfía de su Congreso?

—¿Entonces estás diciendo que la sociedad no cree en la democracia representativa? No creer en el Congreso Nacional es no creer en la democracia.

—El historiador Gabriel Salazar dijo que hoy el enemigo es la clase política.

—Él ha escrito durante muchos años de forma muy crítica sobre la representación. Pero yo creo que no puede existir una democracia si no es una democracia representativa, y la representación debe darse a través de los partidos políticos, porque son estos los que recogen la diversidad ciudadana y la procesan en una visión de país. No milito en ningún partido ni tampoco me gustan mucho los que tenemos, pero entiendo que no puede existir una democracia sin partidos políticos.

—Hoy se escucha a políticos renegar de su condición. ¿Qué le parece?

—Si en un momento tan crítico las dirigencias políticas no asumen la necesidad de representar y recomponer sus vínculos con la ciudadanía, podemos caer en cualquier escenario dictatorial. Si se acaba el Congreso —y se acaba la representación vía partidos— entramos en una dictadura.

—¿Es lo que teme?

—No. Quiero ser optimista. Creo que todavía hay bastante margen de acción desde la política. Mi esperanza, eso sí, es que la dirigencia política tome el peso de este momento y responda en consecuencia. Decir: “vamos a hacer una nueva Constitución” es, simbólicamente, muy importante en ese nuevo trato que espera la ciudadanía. Ahora, ¿dónde se debe hacer? Repito, en el Congreso Nacional. ¿Escuchando? Sí y mucho: a la ciudadanía en los cabildos; a los constitucionalistas de todas las tendencias políticas. Y si hay diferencias fundamentales entre dos textos que son incompatibles entre sí, eso se puede plebiscitar.

—¿Y la opción de una Asamblea Constituyente?

—Es una irresponsabilidad plantearla. Porque, ¿cómo se crea? Se habla, pero nadie sabe. Se discutió bastante durante el proceso que intentó la Presidenta Bachelet y se propusieron varios mecanismos. Uno fue la representación sectorial: las mujeres, los mapuches... Y luego ¿por qué unos sí y otros no?; ¿por qué unos con más cuotas y otros con menos? Ahora, si la respuesta es que la Asamblea Constituyente se elija igual que el Congreso Nacional, entonces, lo único que haces es debilitar al Congreso.

—¿Hay algún caso de Asamblea Constituyente exitosa?

—En Chile no. Hay una que estudió Gabriel Salazar y que es de 1925. Se trató de demandas de políticas públicas; algunas como prohibir el consumo de alcohol. Al final, terminaron todos peleando, incluso, a puñetes. Se reunían en el Teatro Municipal. O sea, tampoco eran muchos.

Fin de ciclo

La historiadora y académica se mueve ágil entre el living y la oficina- escritorio donde trabaja su marido. Resuelven uno que otro tema doméstico y luego regresan a sus escritos.

Jocelyn-Holt publicó hace veinte años “El Chile perplejo: del avanzar sin transar al transar sin parar”, en el que, desde su portada, aparece una persona detenida en 1973 con expresión de no entender lo que ocurre, ni a él ni a su país. Hoy existe algo de esa perplejidad.

“Esta sería la primera vez que se haría una Constitución desde el Congreso Nacional porque todas las anteriores fueron comisiones designadas autoritariamente”, explica Sofía. “La de 1925 fue una comisión que designó Alessandri, y a través de un plebiscito muy mañoso”.

—Entonces ninguna Constitución en Chile ha sido realizada desde las bases.

—Pero después han sido legitimadas, tanto con la práctica política como con las reformas constitucionales. La Constitución de 1833 posibilitó un nuevo régimen de gobierno de tipo parlamentario a través de reformas y de prácticas. (Se queda un par de segundos en silencio) La única que se plantea como nueva y no como reforma, es la Constitución de 1980.

—Redactada en dictadura y aprobada, según autores como Claudio Fuentes, de manera fraudulenta.

—El gran problema de la Constitución actual es que sigue llamándose la Constitución del 80, aunque los cambios que se le hicieron en 1989 y en 2005 fueron sustanciales. Estas reformas fueron muy profundas, pero políticamente no fue considerada una nueva Constitución.

—¿Cómo explica el fracaso político de esa reforma?

—En gran parte porque no fue debatida por la sociedad. Se discutió a puertas cerradas, a pesar de la profundidad de las reformas: salen los senadores designados, los comandantes en jefe pueden ser llamados a retiro por el Presidente y dejan de ser los garantes de la Constitución, en fin. El Presidente Ricardo Lagos creyó que podía llamarse la Constitución del 2005, pero la situación política no lo permitió.

—En las marchas, junto con un proceso constituyente, algunos piden la renuncia de Piñera.

—Una nueva Constitución no tiene nada que ver con la salida del Presidente de la República. ¡Una dimisión del Presidente es una crisis de proporciones! No se rompe necesariamente el estado de derecho, pero podría romperse. Estamos en un escenario súper delicado y debemos tener muy claro que hay ciertas propuestas que pueden conducir a una dictadura.

—¿De qué tipo?

—¡No lo sé! Lo que sí tengo claro es que o fortalecemos el Congreso y las instituciones que hoy tenemos en Chile o se derrumba la institucionalidad. Propongo que la dirigencia política tome consciencia de su rol y, en conjunto, conduzca al país a una Constitución y a una nueva etapa histórica. Si es una la persona que conduce todo este proceso, podemos llegar al autoritarismo, caudillismo, protodictaduras y un largo etcétera.

—¿Cómo ve a la derecha?

—Tiene que entrar al debate de la nueva Constitución. La derecha debe asumir que el Chile de los 90 al 2020 es una etapa que se cerró. Es algo que cuesta visualizar, pero en esta vuelta ha sido pragmática. Lo primero que escuchamos a los empresarios es que hay que meterse la mano al bolsillo… bueno, cosas que debieron decir hace 10 años.

—El Ejército ha pasado por diferentes sintonías con la derecha, ¿en cuál está ahora?

—Hoy nadie sabe en qué están los militares. Nadie, al menos, que se informe por los diarios.

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