Una vez al año los socios de la Cofradía del Vino se visten con su tenida de gala —una capa delgada café claro, un sombrero negro estilo huaso y una medalla dorada que los identifica como miembros—, para entronizar a sus nuevos integrantes. La ceremonia es formal. Entran en fila al lugar elegido —el año pasado fue en la Viña Santa Rita en Alto Jahuel— dirigidos por su presidente, quien lleva un báculo hecho con un antiguo tronco de parra.

Él presenta a los postulantes e introduce a sus padrinos para que relaten sus méritos. Luego al postulante se le vendan los ojos y los cofrades votan a mano alzada si lo aceptan —nadie ha sido rechazado hasta ahora—. Aún con sus manos en alto, le quitan la venda y el nuevo socio constata que ha sido aceptado, mientras todos aplauden. Después, el brindis de rigor con el mejor vino de la casa. Los socios cuentan que incluso se han descorchado botellas de los ensamblajes más caros y mejor puntuados en rankings internacionales, como el Seña de Viñedos Chadwick.

“La cofradía es una organización integrada por una elite de profesionales ligados al vino y a sus quehaceres, que han sido seleccionados por sus cualidades humanas y científicas, complementados por un inclaudicable amor al vino”. Así se autodefine el grupo en su web.

Yerko Moreno, actual presidente, cuenta que fue fundada a fines de 1993 por una veintena de ingenieros agrónomos enólogos que habían recibido el Premio al Mérito Vitivinícola de la Asociación de Ingenieros Agrónomos Enólogos, distinción que sigue siendo una forma de ingreso.

La otra es ser apadrinado por uno de los cofrades. Fue así como el grupo empezó a crecer —hoy son 115 socios, aunque cerca de 90 los más activos—, con la llegada de académicos, investigadores, periodistas, críticos del vino y prestigiosos empresarios viñateros.

Entre estos últimos, hay nombres reconocidos como Rafael Guilisasti (Viña Concha y Toro), Eduardo Chadwick (Viña Errázuriz), Aurelio Montes (Viña Montes), Agustín Huneeus (ex Viña Veramonte), Pablo Morandé (Viña Morandé), Andrés Pérez Cruz (Viña Pérez Cruz) y Carlos Cardoen (Viña Santa Cruz). Precisamente Cardoen congregó a varios de ellos hace dos semanas en la inauguración de su Museo del Vino en Colchagua.

Agustín Huneeus Cox cuenta que fue uno de los primeros no-enólogos en ser invitado a este club, junto a Eduardo Guilisasti Tagle. “La idea de unir en una cofradía a todos los que participamos en las muy diversas áreas de la actividad vitivinícola es única. No conozco otra organización parecida”, describe. El vicepresidente de Concha y Toro, Rafael Guilisasti, agrega que “esta cofradía emula a las legendarias europeas”. Orgulloso cuenta que su padre Eduardo, y su hermano José (fallecido) también la integraron.

Jornadas pro-vino

Moreno explica que la misión del grupo es “defender el prestigio, la calidad e integridad del vino chileno y promover los beneficios de su consumo”. Para ello, organizan distintas actividades y viajes dentro y fuera de Chile.

En junio se juntan en el auditorio de la Viña Concha y Toro en Alonso de Córdova, y realizan la “Recepción del Vino Nuevo”, donde se presentan los vinos del año y se analiza la temporada. Entre octubre y noviembre eligen un restaurante y organizan la “Cena del Vino y Gastronomía”, para acentuar conocimientos en maridaje.

También está la “Jornada de Reflexión del Vino Chileno”, que ya tiene ocho versiones en el auditorio de la Municipalidad de Vitacura donde se analiza al mercado. Este año se realizará el 12 de noviembre y están planificadas presentaciones de distintas viñas abordando la escasez de agua.

“Destaco las jornadas de reflexión donde se invita a diferentes actores de la industria, se tocan temas relacionados y el cómo se puede mejorar con una mirada país en diferentes aspectos”, describe Andrés Pérez Cruz, presidente de la Viña Pérez Cruz y cofrade desde 2010.

Por último, está la “Tertulia del Vino Antiguo”, donde los socios comparten algunos de sus tesoros añejados. “El espíritu es romper la idea de que el vino chileno no es capaz de envejecer dignamente como los europeos”, dice el presidente Moreno.

“Cuando estoy en Chile trato de participar regularmente en las actividades de la cofradía. Recuerdo una en Monticello donde se desarrolló una interesante discusión sobre la estrategia internacional del vino chileno”, cuenta el excanciller Mariano Fernández, ex presidente de la Academia Internacional del Vino (AIV), que fue entronizado a mediados de los 90 junto a Aurelio Montes.

Nueva AG

Por ahora no tienen un lugar físico propio y hasta hace poco más de un año eran una organización más bien “informal”, lo que cambió cuando decidieron transformarse en un gremio, para ordenar el flujo de las donaciones con que organizan sus actividades.

Eso sí, dicen que no tienen las mismas tareas de un gremio tradicional, como Vinos de Chile, por ejemplo, que agrupa a gran parte de las viñas del país. “No salimos a defender a nadie. Respondemos al vino como un todo y tratamos de estar en cosas transversales”, describe Moreno.

“A algunos cofrades les gusta decir, a mí me da un poco de pudor, que nosotros deberíamos ‘estar por arriba' de los gremios en términos de pensar en los grandes temas del vino”, concluye.

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