Es una mañana lluviosa en Puerto Varas y también es una mañana soleada. Vecinos y visitantes guardan los paraguas, para sacar los lentes de sol, para después guardar los lentes de sol y abrir los paraguas. Aquí la lluvia y el sol no son personajes antagónicos, como dicta el cliché climático. Incluso, cada cierto tiempo viven un tórrido romance, que da a luz a un hermoso arcoíris, capaz de paralizar las actividades por algunos minutos. Los residentes son personas afortunadas: sus caminatas acarician el Lago Llanquihue, cortejado por los volcanes Osorno y Calbuco, cuyas crestas nevadas se alzan como guardianes de una de las ciudades más seductoras de Chile.

Los turistas, de diversas nacionalidades, desbordan emociones en sus miradores, muelles, cafés, hoteles y restoranes. Y a pesar de ser visitada por miles de viajeros al año, existen rincones escondidos que guardan secretos y relatan un Puerto Varas más íntimo, que incluso resulta desconocido para los propios habitantes. Descubrirlos es un deber y visitarlos, una obligación. Comencemos.

Un molino de cultura

Si usted es amante del cine, la fotografía o la pintura, probablemente este es su lugar. Erigido sobre una vieja casona donde alguna vez operó un molino, el Centro de Arte Molino Machmar cautiva por varias razones. El edificio de cuatro plantas tiene forma de cubo y perfectamente podría ser una de las tiendas cool de Steve Jobs en Nueva York. Pero la diferencia es que este molino cultural está restaurado en noble madera, esa misma cuyo olor nos traslada a nuestra infancia. En su interior, podemos encontrar trabajos de Roser Bru, Enrique Zamudio y múltiples artistas de prestigio. Aquí, las pinturas y fotografías que cuelgan de sus paredes se confunden con las ventanas, cuyas vistas al lago y volcanes las convierten en permanentes obras de arte. Incluso en la cafetería, engalanada por libros y juegos para niños, se montan exposiciones que alimentan el alma. Pero hay quienes dicen que una ciudad sin sala de cine está incompleta. Pues bien, en la planta baja existe una pequeña, pero coqueta sala de proyección, cuya cartelera seduce a públicos de todas las edades. Emprendedores de la zona, la filantropía de la familia Wellmann y el Programa Puesta en Valor del Gobierno Regional han logrado revivir al viejo molino de Puerto Varas, solo que esta vez su función no es moler trigo, sino sueños culturales y talentos artísticos.

El parque perdido

Como si fuera una banda de rock, Puerto Varas tiene un notable catálogo de “grandes éxitos” que siempre conviene escuchar. El Hotel Cabaña del Lago, el Café Danés, el Club Alemán, el Cerro Philippi, entre otros indispensables. Y también están los nuevos hits, que, a pesar de no ser populares, componen una melodía turística donde el éxito está garantizado. Dentro de los jóvenes imprescindibles, existe un lugar mucho más popular en el extranjero que en nuestro país: el Vivero Los Ulmos. Para conocerlo, hay que tomar el auto y recorrer 60 kilómetros en dirección al volcán Osorno. Advertencia: para llegar, no use Waze. Este panorama es tan desconocido, que conviene ir con un mapa impreso (las nuevas generaciones podrán goglear qué significa esto). Este no es un vivero común y corriente. Aquí hay más de 600 especies de plantas para comprar y más de 200 variedades de árboles para admirar. Su dueño es Fernando Gatica Morel, un arquitecto de 80 años que —seducido por el paisajismo— abandonó la capital hace 30 años para adquirir un campo de 400 hectáreas. La estrella principal es un parque, que no tiene nada que envidiar a los parques de las principales ciudades del mundo. Adornado por encinos gigantes, que ya los quisiera Tim Burton para sus películas, este inmenso jardín reparte belleza y produce una extraña sensación: sabemos que estamos en Chile, pero también podríamos estar en cualquier parte del mundo. Y aún falta lo mejor. Por sus rincones, se esconden esculturas de prestigiosos artistas chilenos. Piezas de Federico Assler, Pilar Ovalle y Mario Irarrázaval se mezclan con rododendros, ulmos y mañíos, en espera de ser descubiertas por los visitantes. Para quedarse un par de horas, volver con más de alguna plantita bajo el brazo y un saco de fotos para su Instagram.

Refugio espiritual

Patricio Manns cantaba que para conocer la cordillera hay que recorrer callando los atajos del silencio y cortar por las orillas de los lagos cumbrereños. Para seguir el consejo de Manns, hay que subir al volcán Osorno y ser testigo de una de las vistas más bellas de... ¿Chile?, ¿América?, ¿el mundo? Sea cual sea el parámetro, la cima de esta montaña nos ofrece una experiencia transversal. Imagine lo siguiente: chimenea, una copa de vino, nieve, peregrinos amistosos y de fondo la grandeza del lago Llanquihue. El Refugio Teski Clubes un lugar de película, donde el protagonista se desconecta de lo prescindible, para conectarse con lo imprescindible: la naturaleza. En invierno, la temporada de esquí puede durar hasta fines de octubre y en verano, el trekking, las escaladas y el canopy son la rutina de cada día. Este es un paseo para refugiarse del estrés y los vaivenes de la metrópoli. Y algo muy importante: aquí se duerme como bebé.

Carnaval del medio ambiente

Puerto Varas y sus alrededores conmueve y entretiene. A la oferta tradicional se han ido sumando nuevos atractivos, como la Estación Rock, una escuela de música que nos evoca la película de Jack Black. O la Mesa Tropera, el restorán de moda que coquetea con el lago. Y para los fiesteros de espíritu verde, en noviembre se celebra el alegre Carnaval del Sur, durante el cual máscaras, disfraces, música y muchos colores invaden las calles para concientizar sobre el cuidado del medio ambiente. Aquí el cambio climático es el protagonista de esta fiesta.

Cae la tarde. Los lentes de sol y el paraguas siguen tan hermanables como en la mañana. En el horizonte se dibuja un sensual arcoíris, que nos recuerda que a Puerto Varas hay que regresar las veces que sea necesario. Además, ya lo dijo Piazzolla: “Vuelvo al sur, como se vuelve siempre al amor”.

LEER MÁS
 
Más Información