Margaret Thatcher, una de las figuras más influyentes y relevantes del siglo XX.

Como Primera Ministra del Reino Unido entre 1979 y 1990, su estilo directo y sin concesiones la hizo acreedora del apodo con el que pasó a la historia: “La Dama de Hierro”.

De ella se han escrito miles de artículos y reseñas, incluso películas, pero una nueva investigación ha revelado una cara mucho más humana y, si se quiere, vulnerable.

El famoso periodista inglés Charles Moore acaba de publicar la tercera parte de su monumental biografía sobre Thatcher: “Ella a solas”.

Ahí, relata con lujo de detalles su último período como Premier, y el verdadero complot de su propio Partido Conservador para removerla. Pero, sobre todo, sus años fuera del poder, desde su salida de la residencia en 10 Downing Street hasta su muerte, en abril de 2013.

En esa época, Thatcher ya no era “La Dama de Hierro”, sino más bien una persona senil, que nunca se adaptó del todo a la vida de una ciudadana común y corriente, y que terminó casi sola, lejos de su familia.

“Agresiva, pero amable; ruda y educada; calculadora, pero con principios; con una mirada de hielo y un corazón cálido”, es como el autor la resume en este período.

Perdida sin el poder

Vale la aclaración, Charles Moore es un referente del conservadurismo en Inglaterra y exeditor del Telegraph, uno de los bastiones del “thatcherismo”.

Por eso tuvo tanto conocimiento y acceso a fuentes y documentos clasificados como para hacer no una, sino tres biografías cronológicas de Thatcher.

El primer tomo —“Desde Grantahm a las Falklands”— lo publicó en 2013, para gran aclamación.

El segundo —“Todo lo que ella quiere”—, en 2015.

Y este tercer volumen, tal vez el más sensible, ya que debía abordar sus años menos glamorosos, pero que según recalcan hasta sus detractores, logró retratarla de manera fidedigna y ecuánime.

“Con un ilimitado entusiasmo personal debo reportar que Moore finalmente ha completado una de las biografías más emocionantes, exhaustivas, objetivas y elegantemente escritas de los tiempos modernos”, reconoció Andrew Marr, presentador y comentarista político de la BBC.

Esa aclamación se da en parte porque Moore, tal vez contra sus propios impulsos, retrata a una Thatcher que jamás logró acomodarse a su vida sin el poder. Tanto desde un punto de vista retórico como cotidiano.

Alguien que, por ejemplo, era incapaz de acomodarse a los últimos avances tecnológicos de comienzos de los 90, como un control remoto o una máquina contestadora de llamadas.

Apartada de sus hijos

Mientras Thatcher seguía dando discursos, asumiendo aventuras personales como la ayuda que le brindó a Pinochet durante su estadía forzada en Londres o asistiendo a ceremonias honoríficas —hasta el final tuvo una muy buena relación con la familia real y la reina Isabel—, tenía tantos problemas para realizar labores domésticas que se multiplicaban los llamados a su secretario particular, Charles Powell.

Una vez, cuenta Moore, le pidió ayuda, desesperada, porque no tenía agua caliente.

“Llame a un plomero”, le sugirió su asistente.

Ella no sabía cómo hacerlo.

“Pruebe con las páginas amarillas”.

Ese concepto también le parecía incomprensible, por lo que Powell terminó yendo él mismo para solucionar el problema.

La posibilidad de pedirle socorro a su familia era inexistente.

Su marido, Denis, ya estaba más dedicado a la vida social que a acompañarla. Con su hijo Mark ya no se hablaba y a su hija Carol jamás la perdonó por revelarle al mundo en 2005 que padecía de demencia senil.

Según cuenta una de sus nietas, era común que la abuela tratara de contarle cuentos de cuna, para no recordar cómo terminarlos.

Una vez, una historia terminó en un incomprensible monólogo sobre la Guerra de Las Malvinas. “¿Entiendes por qué era tan importante para el país reclamar ese territorio como propio?”, era alguna de las preguntas retóricas que escuchaba la niña de 5 años.

En sus últimos años, una de sus actividades favoritas era ver una antigua obra victoriana llamada “Leamington Hunt”, la pintura de una caza con sabuesos.

Y ahí se quedaba ella, contemplándolo durante horas, tratando de contar cuántos perros había en el lienzo. De las pocas terapias y momentos catárticos que la otrora “Dama de Hierro” encontró en sus momentos finales.

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