“No se si me gustaría carretear con Ema. Tampoco tengo tan claro si sería su amiga. Tal vez terminaría como su amante, porque ella es puro fuego...”.

Pálida, doce kilos más flaca, enfundada en un traje de dos piezas, el pelo corto-corto, Mariana di Girolamo habla de su papel en el último filme de Pablo Larraín, el reconocido director chileno, autor entre otros de “Tony Manero” (2008), “El club” (2015), “Jackie” (2016), cuyo último trabajo fue premiado recientemente en el Festival de Venecia y ovacionado en Toronto.

La interpretación de Di Girolamo tampoco pasó inadvertida, al encarnar a una mujer compleja con quien la audiencia va desde la empatía al rechazo. Todo con Valparaíso como telón de fondo, música electrónica, reguetón y sugerentes coreografías.

“Hay un par de agentes internacionales que me han contactado; tal vez tenga que perfeccionar mi inglés”, confidencia.

—Claramente, este trabajo representa un cambio en tu vida. ¿Qué crees que estás dejando atrás?

—Con Ema me enfrenté a mis miedos e inseguridades. Cuando me llamó Pablo y me ofreció este rol, de las pocas cosas que me advirtió fue que debería bailar y tendría que cortarme el pelo…

—Un giro importante en tu apariencia.

—Llevaba 27 años con ese pelo maravilloso, de princesa. Había estado casi dos años grabando como María Elsa en “Perdona nuestros pecados” (el personaje principal de la exitosa producción nocturna) y mucha gente me llamaba así en la calle. Ya era hora de cambiar.

“Las chicas body positive me van a odiar”

Heredera del potente clan de artistas, del que se siente profundamente orgullosa, Mariana di Girolamo es una mujer reflexiva, que sonríe poco y pronuncia frases de una inesperada honestidad.

“Todo lo que he conseguido es consecuencia de mi trabajo. Porque lo hago bien. No es por mi apellido. Estoy más allá de los prejuicios o de que me digan ‘apitutada'”.

—¿Te lo han dicho?

—Mil veces, todo el tiempo, al principio por redes, cada vez que daba una entrevista. Nunca lo había hecho, pero hace poco me goglié y en los comentarios decían: ‘apitutada, como es Di Girolamo...'.

—¿Te molesta?

—Me dan ganas de callarles la boca. Pero eso solo se logra con trabajo. Obvio que estoy creciendo, me queda mucho por hacer, pero que me califiquen de apitutada a estas alturas del partido cuando mi primera teleserie fue el 2014, o que soy lesbiana porque me corté el pelo. Qué puedo decir. Lo encuentro ridículo.

—¿Vas a apostar por comenzar una carrera internacional? Como ocurrió con Daniela Vega después de “Una Mujer fantástica”.

—Tengo esa oportunidad; podría ser una buena opción ir y volver, pero no me gustaría dejar de trabajar en Chile.

—¿Es duro tener que adaptarse a los estándares de belleza que pide la TV?

—Siempre he tenido un cuerpo robusto, pero después de “Pitucas sin lucas” (Mega, 2014) subí mucho de peso. Cuando empezamos a grabar “Perdona nuestros pecados” (Mega, 2017-2018) sentía ese cuchicheo, hasta que con mucho cuidado me lo dijeron (que debía adelgazar). Los podría haber mandado a la chucha, pero lo agradecí, porque me importaba seguir vigente y me encanta este trabajo. Así que hice dieta, bajé 12 kilos y me he mantenido así desde entonces. A lo mejor las chicas body positive me van a odiar, pero me siento más cómoda así.

—El cuerpo muchas veces refleja procesos internos.

—Partí súper chica, a los 22 años, en un trabajo de mucho rigor al que le dedicas todo tu tiempo. Además, los personajes te obligan a adoptar una sensibilidad distinta por muchos meses, un proceso que en “Perdona nuestros pecados” se alargó por dos años, algo inédito en nuestra historia televisiva. Ahí me di cuenta de que había entrado en una máquina, que no podía dejar de funcionar y que estaba muy cansada. Así que fui a terapia.

—¿Qué descubriste?

—Que mi vida personal estaba totalmente mezclada con la profesional. Que, además, estaba sobrecargada laboralmente y no había tiempo para descansar. Tampoco tengo tolerancia a la frustración; me cuesta poner límites y me importa la aprobación hacia mi desempeño. Son aspectos que sigo trabajando. Pero tenía 27 años, debía llegar a puerto, no podía dejar de funcionar y la salida fueron los antidepresivos.

—¿Funcionó?

—Nunca los había tomado. Como que te ‘aplanan' y andas ‘parejita', pero al mismo tiempo me costaba mucho emocionarme e interpretar a María Elsa. Pero los antidepresivos me ayudaron. Ahora los dejé y no creo que los retome.

“Soy una mujer contradictoria”

“Evolucionar tiene un costo”, asegura ahora esta actriz, quien pasó de ser una escolar católica y culposa, a una actriz desprejuiciada y crítica de la moral conservadora. “Hay gente que me comenta: ‘Si estás tan cambiada' (con una connotación negativa). O ‘ya no me pescas', sobre todo algunos de mis excompañeros de colegio. Pero si no cambiara, sería preocupante. Evolucionar tiene un costo que puede ser doloroso o gozoso, pero hay que hacerlo”.

Durante largo tiempo Mariana di Girolamo fue algo así como la oveja blanca del conocido clan. “En mi familia nuclear, es decir padres y hermanos, tenemos una formación muy católica. Mi hermano estudió en el San Ignacio y las mujeres, en el Francisco de Asís; un colegio pequeñito, enfocado a la naturaleza, la música, donde inculcan cosas como Dios proveerá, tener los hijos que Dios quiera. Y fomentan la culpa y el castigo. Yo crecí con eso”.

—Debe haber sido difícil.

—Sobre todo doloroso. Hoy lo encuentro un peligro. Genera muchos traumas, malformaciones afectivas. Es una educación que dejó huellas en mí y en mis amigas.

—¿A qué te refieres?

—A traumas sexuales, por ejemplo; gente que se inició muy tarde porque esperaban perder la virginidad en el matrimonio, pero que después se dieron cuenta de que la convivencia era un desastre; entonces se vieron enfrentados a separarse muy jóvenes, o a no hacerlo nunca.

—¿Cuál fue concretamente tu experiencia?

—Sexualmente, tenía la culpa muy arraigada. En el colegio nunca nos hicieron clases de educación sexual; jamás me enseñaron a poner un condón ni me hablaron de la masturbación o la homosexualidad, temas que para mí eran de la dimensión desconocida. Entonces, cuando descubres tu cuerpo y sientes culpa, es complicado... Por suerte tengo a mis primos Di Girolamo y pude entrar a estudiar teatro en la Universidad de Chile, que fue como llegar a otro planeta; se me abrió un mundo, un lugar donde la gente tenía sexo un mes después de salir juntos y yo ¿¿¿qué???. Jajaja. Esa era mi realidad.

—Los prejuicios se pueden superar, pero otra es la culpa.

—Sigo siendo súper culposa; carretear mucho, llamar la atención, hablar mucho de mí, son cosas que me incomodan profundamente; soy de las que al día siguiente de un carrete llamo para preguntar si molesté a alguien, si dije algo inapropiado o si tomé mucho.

—En el fondo, es miedo a sentirte protagonista…

—Una tremenda contradicción. Porque haga lo que haga deben haber unos 100 mil ojos puestos en mí; foto que subo tiene miles de me gusta, pero en la vida privada, eso me aterra. Soy una mujer contradictoria.

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