¿Les ha pasado que la comida en un restaurante les haya llegado tarde y que, frente al reclamo, el mesero responda que hubo un problema en la cocina? Esto me ha sucedido —por supuesto— más de una vez, pero la respuesta no deja de llamarme la atención, porque habla de la falta de unión en el equipo que ahí trabaja. La palabra “restaurante” aparece por primera vez en Francia en el siglo XVI y hacía referencia a “un alimento que restaura”. Hasta que en 1765 en un lugar de comidas (también en Francia), su dueño colgó un enorme letrero en la puerta que decía: “Venid a mí todos los de estómago cansado y yo os lo restauraré”. ¿Por qué hago este recorrido? Pues para recordar que la idea primigenia de estos espacios llamados “restaurantes” vienen de eso, de restaurar las fuerzas y el alma con una buena comida y una buena atención. Los restaurantes son espacios donde todos los trabajadores son parte de la misma casa que acoge. Los que allí laburan, desde los dueños hasta los coperos, desde los camareros hasta los cocineros, deben entender eso. Son un equipo: si lo hace bien uno, lo hacen bien todos. A entenderlo y a vivirlo.

Hace cinco años abrió su primer local, en Lo Barnechea 2014, con las mismas personas que hoy lo siguen liderando: los italianos Francesco Vannucci y el cocinero Raffaele Medaglia. Al poco tiempo, Brunapoli se convirtió en parada obligada para los amantes de las buenas pastas y las pizzas. Por algo, Raffaele fue premiado por preparar la mejor pizza napolitana del mundo. Las hace como si estuviese en Italia: en un horno especial, con harina y salsa de tomates traída de allá. Son impactantes y adictivas. Pero no solo de grandes pizzas vive este local, también tienen sabrosas pastas y platos caseros, sencillos, algunos diferentes y muchos para repetirse. Como los que hoy recomiendo.