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Cuando Netflix estrenó hace poco la segunda temporada de su serie de ficción Mindhunter, estos fueron algunos de los comentarios en redes sociales frente a la aparición en la trama de uno de los criminales más famosos de la historia.

#CharlesManson volvió a la vida.

#CharlesManson de nuevo está entre nosotros.

#CharlesManson, oh no, se me puso la piel de gallinaLos seguidores de esta producción del director David Fincher (Los siete pecados capitales), acerca de unos agentes del FBI entrevistando asesinos en serie para comprender la mentalidad criminal, reaccionaron a la tétrica y notable personificación del actor Damon Herriman como el líder del culto “La Familia” y cuya responsabilidad penal llegó hasta la instigación del brutal asesinato de la actriz Sharon Tate, con un avanzado embarazo.

Mindhunter está inspirada en hechos reales: el nacimiento de la división del FBI a cargo del estudio de un fenómeno aparecido en mitad del sueño americano en los años 60. Se trata del brote de brutales y despiadados asesinos en serie. Autores de crímenes verdaderos que conmocionaron a una sociedad que vivía en un hermoso espejismo de paz y amor.

Además de Charles Manson, en la serie han sido representados otros psicópatas que estuvieron o están tras las rejas como Ed Kemper (asesinó a diez personas, incluyendo a sus abuelos y a su madre); Monte Rissell (violó y a asesinó a cinco mujeres) y Richard Speck (mató a cuchillazos a ocho estudiantes de enfermería).

Criminales reales del pasado que encajan a la perfección en el actual auge nunca antes visto del true crime: este subgénero del cine policial que se adorna con el clásico tagline “basado en hechos reales”, pero que desde hace cinco años se ha convertido en un explosivo fenómeno de la cultura pop, con cientos de títulos (documentales, filmes, series) salidos más que nada de la factoría del streaming y que abordan con estándares artísticos superiores crímenes de interés público logrando todo tipo de resultados: desde la simple recreación de los sucesos y su investigación, hasta convertirse estos mismos productos (sobre todo en el caso de los documentales) en cómplices de la investigación para descubrir a los culpables, o sacar a los inocentes de la cárcel y poner a los verdaderos asesinos tras las rejas.

El alza del género del true crime ya salió de su nicho y se transformó en parte crucial de la oferta de gigantes como Netflix y HBO y sin duda del más nuevo (por lo menos en Chile) Amazon Prime. Y si Charles Manson es retratado en Mindhunter, la joya de Netflix, con un foco de atención que nunca tuvo antes, el villano de villanos da para más.

En Había una vez en Hollywood, el nuevo filme de Quentin Tarantino actualmente en cines, el mismo actor que hace del psicópata encarcelado en Mindhunter, el australiano Damon Herriman, se repite el rol y encarna a Manson justo antes de que su secta aceche el hogar de Sharon Tate con las intenciones de asesinarla a sangre fría, en agosto de 1969.

¿Cómo explicar entonces la fascinación por este tipo de figuras, criminales que caminan sin culpa aparente? “Todas las personas tienen impulsos destructivos, agresivos, sexuales y que son regulados por un contexto social, la cultura y las normas y las leyes”, responde Francisco Mafioletti, psicólogo y director del Mágister en sicología forense de la UDP.

“Estas series o películas que traen casos reales tienen antihéroes pintados con onda y que son seductores. Una parte de la fascinación que tenemos por estos personajes es que hacen lo que a todos nos gustaría en algunos momentos hacer, pero no nos lo permitimos. Hacen cosas que ninguno de nosotros haría, incluso si nos autorizaran”, explica.

¿Y por qué, en muchos casos, como espectadores nos ponemos del lado del villano y no queremos que lo descubran? La opinión es de Miguel Ángel Soria, Profesor de psicología criminal y miembro del grupo de investigación de perforación y análisis de conducta criminal de la Universidad de Barcelona, y todo tendría que ver con entrar en el juego. “Nos ponemos del lado del asesino porque tiene el poder. Y en esa dinámica, ponerse de lado de la víctima, implicaría abandonar el visionado de la película. Al contrario, al seguir metido en la historia y tal como se dan las narraciones, muchas veces la víctima se convierte en un objeto, sus sentimientos ya no importan y se convierte en un medio para lograr un fin”.

Aportando pruebas

El true crime como fenómeno explotó en 2014 en Estados Unidos y una de las causas fue el podcast Serial: una investigación de doce episodios que resultó de los primeros grandes éxitos del podcasting.

“De ‘This american life' y WBEZ Chicago, esto es Serial, una historia contada semana a semana. Soy Sarah Koenig”.

Así comenzaba un espacio que no tenía otra ambición que revisar en una periférica de 360 grados un caso oleado y sacramentado: el de Adnan Syed, un joven acusado de la muerte de su ex novia, Hae Min Lee, en 1999 y encarcelado de por vida. Sarah Koenig, la creadora de Serial, nunca tuvo como objetivo determinar la inocencia o culpabilidad de Syed, sino investigar con los recursos del oficio periodístico aristas poco claras e inconsistencias de un caso que desde su primera emisión superó las cinco millones de descargas en I-Tunes y se convirtió en una tendencia difícil de evadir, especialmente para los nativos digitales.

A poco andar, en sitios como Reddit se asilaron los defensores de Syed, mientras los nuevos resultados de los episodios, aunque nada concluyentes, forjaban la idea de que el suyo había sido un proceso poco justo.

Al año siguiente, la cadena HBO emitió el mejor ejemplo de cómo una investigación documental puede convertirse en insumo efectivo para aclarar las dudas que dejó algún caso sin resolver en su tiempo. Se trata de la miniserie The Jinx: las vidas y muertes de Robert Durst que tras su última emisión terminó con el arresto de Durst, un millonario sospechoso de las muertes de su esposa, de su amiga y de su vecino.

En el episodio final de The Jinx se escucha la confesión del propio Durst: “¿Qué demonios hice? Los maté a todos, por supuesto”. Tras una tensa entrevista con los documentalistas, Durst fue al baño y no se había dado que aún tenía puesto el micrófono y que estaba completamente abierto y funcionando. Así grabaron su confesión, sin querer.

Mucho antes, a mediados de los 80, el documentalista Errol Morris sí quiso demostrar la inocencia de Randall Adams, el acusado del asesinato de un policía que pudo salir de prisión tras 16 años de injusto confinamiento gracias al documental The Thin Blue Line, de 1988 y considerado uno de los mejores filmes de este género jamás hechos.

El mismo Morris ha explicado a la prensa estadounidense el secreto de su éxito:

-The Thin Blue Line son dos películas juntas. En un nivel simple está la pregunta: ¿Lo hizo o no? Y en otro nivel, The Thin Blue Line, debidamente considerado, es un ensayo sobre una falsa historia. Todo un grupo de personas, literalmente todos, creían en una versión del mundo que estaba completamente equivocada, y mi investigación de la historia proporcionó una versión diferente de lo que sucedió.

Hecho en Chile

El ejemplo más señero de un true crime hecho en Chile se llama El chacal de Nahueltoro, de Miguel Littin, elegida siempre como la mejor película chilena de todos los tiempos en varias encuestas de expertos. Estrenada exactamente hace 50 años, es la recreación paso a paso del caso real de Jorge del Carmen Valenzuela Torres, campesino analfabeto encarcelado debido a su culpabilidad en el asesinato múltiple de su pareja, una mujer campesina, y sus cinco hijos.

Los hechos ocurrieron en la localidad de Nahueltoro, Coihueco y fue apodado El Chacal debido a la ferocidad del crimen. Miguel Littin ha contado que su obsesión partió por el personaje, pero también por su entorno rural: el cineasta conocía los códigos del campo porque creció en Palmilla.

Tras escribir una obra de teatro, después un documental y luego un cuento sobre este violento crimen, se decidió a hacer la película. Y en 1969, Chile no era la tierra más fértil para sembrar historias de true crime. Menos si esos relatos humanizaban al criminal, mostrando cómo el despiadado asesino cambiaba para bien mientras aprendía a leer y escribir durante su presidio y esperaba su turno en el paredón.

“Recuerdo que nos hicieron la guerra de varias partes, porque nos decían que la película mostraba lo peor de los chilenos”, decía Littin hace un tiempo a propósito de lo duro que le resultó materializar este rodaje.

“Había una verdadera campaña contra nosotros. Cuando filmábamos en lugares como Chillán, la gente nos tiraba piedras y algunos diarios nos perseguían con columnas de fuerte tono. Por ejemplo, en el Diario Ilustrado se leía que este rodaje era una ‘apología de la delincuencia' y que ‘Littin estaba subvirtiendo el orden y las buenas costumbres'”.

Medio siglo después, las historias de la crónica roja que ahora llevan el timbre del true crime están en todo su esplendor y las aprensiones acerca de su ataque contra las buenas costumbres son simplemente cosa del pasado. De hecho, se trata un tipo de relato que ha vestido la TV abierta nacional, por ejemplo, con series de alta calidad y financiadas por el CNTV, como La cacería y Zamudio, ambas dirigidas por Juan Ignacio Sabatini y ambas inspiradas en casos policiales: el primero sobre los crímenes de Alto Hospicio y el segundo, sobre el brutal asesinato homofóbico del joven Daniel Zamudio.

Pero no todo es realidad ficcionada. El docureality Mea culpa, de Carlos Pinto, fue un formato pionero y exitoso durante catorce temporadas al aire, entre 1993 y 2009. Mezcla de autoparodia con todo ese humo envolviendo la figura sombría de Pinto mientras masticaba frases hechas como “nadie hacía presagiar”, no estaba mal para ser una radiografía criminal a punta de recreaciones y testimonios de hechos delictivos. No fue lo mismo su regreso con “Irreversible” en 2017, pero hoy, la marca histórica de Carlos Pinto como creador tendría reconocimientos en el true crime actual si se hiciera Mea Culpa en 2019.

Claro que el true crime no es garantía de altos estándares. Algunos matinales de la TV abierta chilena han sido blanco de críticas y denuncias frente al CNTV debido al cuestionable tratamiento que le han dado a casos policiales como el femicidio frustrado de Nabila Rifo, en 2016. El matinal “Bienvenidos” exhibió parte del testimonio del ginecólogo que examinó a Rifo, que era parte de la investigación. Esa emisión le costó a la estación 1.133 denuncias ante el CNTV y una multa de 500 UTM, más de $26 millones. También el tratamiento de los casos de Nibaldo Villegas y Fernanda Maciel han sido cuestionados por la opinión pública por faltas a la ética, lo que sin embargo no ha frenado a los editores de dichos espacios para seguir llenando de escabrosos detalles la mañana de los chilenos en horarios de protección al menor. Es morbo y rating seguro.

“Por eso los matinales se llenan de delito”, dice el psicólogo Francisco Mafioletti. “Siempre le digo a mis alumnos que tenemos cinco homicidios diarios, 1.500 al año. Podrías abrir un matinal todos los días con eso. Tenemos 56 delitos sexuales contra niños todos los días, y en total 1.300.000 delitos denunciados al año. Casi 600 mil son robos violentos, no violentos y hurtos y 150 mil de violencia intrafamiliar, 40 mil de responsabilidad penal adolescente, 28 mil delitos sexuales contra adultos y niños. Podrías llenar toda la mañana de programación con esos delitos, y los canales han percibido muy bien que son temas que a la gente le llaman la atención y le despiertan el morbo”.

Locos por el crimen

Cada año, la CrimenCon reúne miles de asistentes en Seattle, Orlando, Chicago, y hasta en un crucero que recorre distintos puertos de Estados Unidos y el Caribe. En vez de juntar a fanáticos de los superhéroes e historietas como las distintas versiones de Comic Con, la CrimeCon reúne a los seguidores del true crime en sus distintas vertientes: libros, podcasts, series, documentales. Muchos formatos, pero la fuente es la misma: un crimen real, tanto con casos sin resolver como con culpables identificados.

El próximo 17 de octubre comienza una nueva CrimeCon en Seattle y hay dos casos que los asistentes podrán tratar como investigadores amateur: el asesinato sin culpables conocidos de Nancy Meyer, una madre de dos hijos de 36 años; y el homicidio sin responsables de Karen Bodine, madre de 37 años.

Frente a diversos paneles de policías, expertos forenses, investigadores, litigantes y también familiares de las víctimas, los asistentes podrán ponerse en el rol de asertivos detectives e intentar aportar puntos de vista para llegar a un nuevo estado de las cosas.

Los casos abiertos en estas verdaderas convenciones del crimen perfectamente podrían tener la figura y fondo de la obra maestra de los true crime: la película Zodíaco (2007) de David Fincher, sobre el desconocido serial killer que aterrorizó la ciudad de San Francisco en los años 60 y 70 y que obsesionó al dibujante de un diario para dar con su identidad. Pero al final del camino no hubo solución, ni presos, ni happy end. Construido con la angustia real del crimen que pasa por encima de las víctimas, Zodíaco tiene esa atmósfera inasible del miedo en estado puro.

Pero Zodíaco es la excepción. Una buena parte de los true crime son relatos con un final más nítido y claro. Historias que, según cifras de consumo en Estados Unidos, la audiencia de estos productos es femenina entre el 60 y 70 por ciento, tanto en libros, podcast como títulos audiovisuales para TV y streaming.

¿La razón? Algunos expertos lo ven como una estrategia de prevención por parte de las audiencias femeninas en Estados Unidos, casi una forma pedagógica de comprender la mentalidad criminal para reaccionar mejor en caso de encarar un caso así en la realidad. Pero también están quienes alertan contra los posibles riesgos de consumir tanto material sobre mentes sicopáticas. De ese lado está Miguel Angel Soria, de la Universidad de Barcelona. “Este tipo de contenido fomenta la fantasía de personalidades deficientemente integradas, sean o no psicopáticas. Además les ofrece a las audiencias un aspecto de justificación moral y de pauta de actuación, porque el aspecto encantador, seductor y manipulador de estos personajes son todos factores atrayentes para el observador”, dice el experto.

Pero no hay quien pare el fenómeno. Los programas de crímenes de Investigation Discovery, en especial los pasionales que presenta la actriz Susan Lucci, alcanzan altos rating en especial entre mujeres jóvenes, con sus temáticas de asesinatos por infidelidades y reconstrucciones con actores amateurs que solo buscan una vitrina para no morir en el negocio del espectáculo.

En todos los formatos y con todas las calidades, se van juntando los títulos. A los más tradicionales y hechos para la TV clásica, como American crime story: the assassination of Gianni Versace o The people versus. O.J. Simpson, les siguen otros que fomentan y expanden el poder del streaming, las redes sociales e internet. El nuevo tiempo del true crime llegó para quedarse y nada hace presagiar que vaya a morir en el corto plazo. Absolutamente nada.

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