Cuando están ahí, los utilizamos casi sin darnos cuenta, pero cuando faltan entendemos lo necesarios que son. Se trata del mobiliario urbano; es decir, aquellos artefactos que pueblan los espacios públicos como plazas, parques, veredas o avenidas, para facilitar o amenizar la vida de las personas.

“Hablamos de luminarias, bancas, bebederos, sombreaderos, juegos, botes de basura, estacionamientos para bicicletas, ciclovías, señalética, incluso áreas verdes y arborización”, explica Ignacio Hernández, presidente de la Asociación de Oficinas de Arquitectos (AOA).

Cuando estos artefactos están integrados de forma correcta facilitan la apropiación y activación de la ciudad, con lo que se gana amenidad y seguridad para las personas.

“Esto incrementa la percepción del bienestar, por lo que podemos esperar índices de felicidad más altos, menos estrés, mejor disposición para enfrentar las rutinas, mayor participación social, etcétera”, agrega Hernández.

En esa misma línea, el arquitecto Antonio Zumelzu, investigador y académico del Instituto de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Austral de Chile (UACh), señala que “los mobiliarios urbanos son artefactos fundamentales para promover la vida en la ciudad, para generar una mejor calidad en el desarrollo de actividades que ocurren en el espacio público”.

Por esto, es muy importante que estén presentes en sectores de alta vitalidad urbana; es decir, donde hay mucha concurrencia, como centros, subcentros, metros o estaciones de transporte público, para mejorar la percepción de los usuarios sobre su vivencia de ese espacio.

Alta valoración

“En general, las personas valoran todo espacio público que se les ceda, como los paseos peatonales. En estos lugares las sombras son muy apreciadas, en especial si se logran con árboles, elemento que por excelencia otorga gran calidad de vida. Si se suman bancas, mesas, juegos, anfiteatros u otros que congregan y permiten el descanso, tanto mejor”, comenta el presidente de la AOA.

Otro elemento de alto impacto es el agua, tanto bebederos como fuentes y piletas. Asimismo, son muy valorados los estacionamientos de bicicletas y ciclovías, y “actualmente los servicios tecnológicos como internet o carga de dispositivos móviles empiezan a considerarse en los lugares de uso público”, dice Hernández.

Una característica que agrega valor y utilidad al mobiliario urbano es su versatilidad, para que pueda albergar distintos usos en diferentes horarios del día, explica Zumelzu, doctor en Planificación Urbana. Por ejemplo, que un mismo artefacto sirva para sentarse, para desarrollar una actividad lúdica, para comer o para establecer una conversación, permitirá mayor permanencia e interacción entre las personas, lo que genera sentido de pertenencia, estabilidad social y más seguridad.

Escala humana

Sin embargo, la sola presencia de este mobiliario no garantiza una mejoría, por lo que la planificación es vital para lograr espacios integrados y pertinentes.

“Gracias a la planificación podemos adaptarnos mejor al contexto; esto es, a las realidades sociales, económicas, culturales y ambientes. Al planificar y diseñar con criterios de excelencia, alcanzamos una integración adecuada de los elementos para que operen de manera óptima. Su correcta conjugación dependerá de la lectura que hagamos de las realidades complejas donde tiene lugar el encuentro social”, subraya Hernández.

“Se debe partir del diseño a escala humana”, resume el presidente de la AOA.

En este tema, Sonia Reyes, investigadora asociada del Centro de Desarrollo Urbano Sustentable de la UC (Cedeus), advierte una falencia: la tendencia a dar respuestas preestablecidas y homogéneas que no consideran, por ejemplo, el clima del lugar, la composición de la población (edades, intereses, etc.) y sus expectativas en relación con el espacio público.

“Supongamos que hay un diagnóstico de que las personas no tienen áreas verdes y no hacen ejercicio, entonces la respuesta preestablecida es poner máquinas de ejercicios, sin averiguar qué quieren hacer realmente. Quizá para ellos sería más útil tener un huerto, por ejemplo”, señala.

Otro ejemplo en este sentido es, a juicio de Zumelzu, el plan de remodelación de la Costanera de Valdivia, donde no se han considerado ciertas condiciones de la ciudad.

“Se debe entender cómo se viven los lugares. Acá llueve diez meses al año, y eso se debiera tener en cuenta al desarrollar un proyecto de este tipo, de gran impacto urbano. Sin embargo, se sacaron árboles, se eliminaron cubiertas. Es una explanada que no permite la filtración de agua y se forman muchas pozas”, observa.

Avances y desafíos

Con todo, Chile tiene ejemplos recientes que muestra la preocupación por el diseño de espacios públicos adecuados para la participación y apropiación social. En este sentido, el presidente de la AOA menciona el paseo Bandera y las diversas rehabilitaciones urbanas en el centro de Santiago, los parques Metropolitano y Forestal, las Plazas de Bolsillo, entre otras.

Sin embargo, señala, “a nivel barrial en general las comunas con menos recursos económicos tienen un gran déficit en esta materia, por lo que hay un llamado a intervenir de abajo hacia arriba, desde el llamado urbanismo táctico, con mobiliarios adecuados para lograr no solo un mayor bienestar de las personas, sino que también acortar la brecha de desigualdad que opaca a la ciudad”.

Como ejemplo de lo anterior, Reyes cuenta que en barrios con menos recursos los habitantes han hecho notar que allí tienen “plazas de pobre”, pues comparan con el mobiliario de otras zonas y ven que el que está cerca de ellos no es bonito ni atractivo. “Sobre todo el mobiliario antivandálico que, si bien uno entiende el problema del vandalismo, produce una dimensión de la desigualdad con la que deberíamos ser más cuidadosos”, precisa.

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