Carola Sandoval Goubet tiene muchas vidas. Es la osa Kokoshka en “Ursaris, el último encantador de osos” de la compañía Circogoshka, donde también baila, hace candelabro aéreo, clown, y los trajes de actuación.

Estudió diseño de vestuario teatral en la Universidad de Chile, dándole orientación laboral a su gusto por el dibujo y también continuando la historia familiar (sus padres y tíos creaban vestuario para niños que vendían en su tienda, Goubet).

Lo que sabe de costura se lo enseñó su papá, un tío le regaló sus primeros pinceles a los 7 años, y todo lo demás le sale porque sí, porque así son los artistas…

A partir de mayo de este año ha estado inmersa en el diseño y confección del vestuario para ‘La Pérgola de las Flores' que vuelve a escena en el GAM, dirigida por Héctor Noguera. Carola imaginó, dibujó y comandó al equipo que confeccionó alrededor de 60 tenidas.

“Conozco a Tito desde el 2015, cuando me llamó para diseñar el vestuario de ‘Sueño de una noche de verano'. Me gusta mucho trabajar con él, porque me da libertad para crear y es una persona fascinante”, dice.

—¿Qué te pareció la obra a la primera lectura?

—Nunca la había leído, ni en el colegio, y me daba como una sensación de algo vetusto y fome; pero era puro prejuicio, porque lo pasé genial leyéndola y luego me enteré que Andrés Pérez también la había montado, ahí me gustó más.

Dice que si bien se mantuvo la época de la versión original (años 1920/1930), tiene modificaciones: “Por ejemplo, la tonada de medianoche está interpretada por un travesti”.

—¿Hubo alguna idea-fuerza básica para los diseños?

—La Pérgola fue un desafío tremendo; todo un reto a la organización humana. La premisa fue la lucha de clases. Tito fue muy claro desde un principio en el hecho de que La Pérgola es una radiografía de la sociedad chilena, con sus absurdos y absolutos. La pirámide social que aún subsiste como un código del “cómo se ve y proyecta una persona”.

—Se ve en los colores: los pergoleros van en tonos ocre-dorados y los pitucos, en azul.

—Era necesario que se distinguiera claramente la procedencia social de cada grupo de personajes. Diseñé el mundo popular en cálidos, por la forma de ser desenvuelta, el calor de los que no tienen nada que perder, porque están abajo de la pirámide. Todos van muy texturados: harta raya, flores, escoceses, etc. Es gente de trabajo que no les tiene miedo a las combinaciones raras, porque está preocupada de «parar la olla». Los pitucos están en tonos fríos, responden a la lógica de lo pulido y las cosas limpias e higienizadas. Looks muy producidos de gente que quiere mostrarle al mundo su condición social.

Radical en el diseño

—¿Se puede decir que los pergoleros son “exagerados” en su colorido?

—Absolutamente, siempre he sido radical a la hora de diseñar, me gusta escapar del realismo. ¿Para qué ser realistas en el teatro?, para eso mejor salir a la calle.

—¿Quisiste marcar diferencia con las versiones anteriores?

—Solo vi fotos de montajes anteriores, cuando ya estaba todo realizándose. Pero sí, siempre es bueno que se note la mano, como los pintores. En el diseño teatral es lo mismo, no se trata de repetir fórmulas.

—El alcalde en otras versiones usaba trajes “normales”. Ahora va muy encendido…

—Exacto, mi intención es escapar de “lo normal”, encuentro que ese es un espacio aburridísimo.

Cuenta que itinerario ha sido intenso: “Primero leer la obra, escuchar la experiencia de Tito y después ¡a dibujar! Hice muchísimos bocetos, porque todos los personajes son fundamentales. Después hay que interpretar los bocetos, porque hay dibujos muy sensoriales; es muy importante saber concretar esas sensaciones en telas y cortes”.

—¿Trabajaste con un equipo de cuántas personas?

—Trabajé con Florencia Boriew, codo a codo, y en realizaciones con Mayra Olivares de taller “El Litre”, en Valparaíso; Pepe Telas, Gerardo Maureira, Sergio Aravena y la artista Romina Carozzi, con quien hemos pintado a mano todos los vestuarios dándoles luces y sombras.

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