En el “Diccionario Geográfico de Chile” (1924), de Luis Risopatrón, figuran unos 43 lugares que llevan por nombre Las Cabras, Cabrero, Cabritas, Cabritería… Apelativo nacido en un Chile más humilde, de lejanías cordilleranas o costinas, sin praderas cultivadas. Una economía sin excedentes y que, por lo mismo, causaba más desamparo que opulencia.

Por eso, en muchos lugares viven con desagrado su topónimo, sintiéndose menoscabados y, tal como sucedió en Putaendo o en el poblado “Peor es nada”, hasta lo han querido cambiar.

En cambio, contrariando lo anterior, al llegar hoy a Las Cabras —ribereña al río Cachapoal y cercana al lago Rapel— emociona el dulce acuerdo que existe entre sus habitantes y el nombre del pueblo. Y se nota, pues muchos de sus negocios, hostales, talleres… llevan su nombre y hasta el logo que dibuja la cabrita fundadora.

El modo más natural de llegar a Las Cabras es orillando el río Cachapoal, hacia el oeste. Ello, desde la ciudad de Rancagua, pasando por los poblados de El Olivar, Lo Miranda, Doñihue, Coltauco. O desde Santa Rosa de Pelequén, ruta que encontrará al río en Peumo para seguir la antigua trocha del ferrocarril, que saliendo desde San Fernando hacía ramal en Pelequén y llegaba hasta El Carmen.

Siguiendo la carretera hacia el lago Rapel y antes de llegar a Las Cabras hay un maravilloso paso por Idahue, o Pampa de Idahue. Por un lado se deja ver el serpenteo del río y, del otro, las sucesivas plantaciones de álamos, orillando caminos vecinales, acequias y componiendo densas plantaciones que anuncian la particular economía del lugar. La elaboración de esta liviana y alba madera es de gran belleza visual. Una veintena de pequeños aserraderos son un atractivo inédito para quien guste de conocer oficios, herramientas y, sobre todo, el aroma de la madera recién aserrada.

El ferrocarril, un urbanizador

La entrada al poblado es muy plácida, sin contraste entre lo rural y lo urbano. De inmediato se reconoce una baja y común altura en lo construido. Con mucha luminosidad, color y comercio que se ordena alrededor de limpias calles aledañas a la plaza. Cafés, pastelerías, buenos restaurantes se encuentran al paso. Alegran los carteles/postes que anuncian el nombre de las calles y el sentido del tránsito, pues tienen pequeños dibujos que aluden a motivos regionales: palmeras, windsurf, caballos aradores… Desde algunas casas sale el sonido musical de las radios locales: Azúkar y Caramelo.

La plaza, aunque con poca vegetación —principalmente ceibos—, está cruzada en diagonal por una hermosa pérgola abovedada y cubierta por fragantes jazmines. Circula, o descansa, a mediodía mucha gente y, desde los parlantes de su odeón una música suave inunda todo.

Un lugar de gran magnitud en Las Cabras es su antigua bodega del ferrocarril, hoy transformada en terminal de buses y con cubículos de pequeño comercio. Es de admirar el macizo zócalo sobre el cual se alza y sobre todo el envigado de roble que sostiene su cubierta, con ingeniosos ensambles y amarres. En este sector se reconoce claramente el pasado ferroviario del lugar, condición que le permitió su nacimiento urbano que data de 1928, cuando se decretó la creación de la comuna. Tres años antes había llegado el tren.

La avenida Las Acacias, de fachada continua y con largos aleros comunes, acusa su contemporaneidad al ferrocarril y se muestra como la arteria fundacional.

Todos los tiempos

La historia de Las Cabras comienza con la secular ocupación de los huilliches, llamados promaucaes al momento de la ocupación inca. A la llegada de los españoles, parte de ese territorio es encomendado a doña Inés de Suárez quien, por falta de irrigación, lo destinó a la crianza de cabras. Durante los siglos posteriores hubo una gran cantidad de detentores de las haciendas en las que se fue dividiendo.

En el siglo XVIII, la Hacienda Las Cabras fue legada a Manuel Calvo, marqués de Villa Palma. Luego, ya en el siglo XIX, pasa a sus descendientes hasta 1900, cuando lo hereda Federico Aldunate Lizardi.

Se trataba de un fundo de 600 hectáreas de terreno regado, más 10 hectáreas de viñedos y escuelas públicas. Una enciclopedia anota que “a los Aldunate se debe el surgimiento, libre y espontáneo, pues entregaron las tierras a sus inquilinos, convirtiéndolos en propietarios”.

No hay estridencias urbanas modernas en Las Cabras. Más bien, la ciudad está definida por una serena sencillez, que cautiva al visitante. Si hay una gran farmacia, también hay una yerbería. Si existe un profundo saber vernáculo, también hay una moderna librería; cerca de los locales con accesorios para celulares se encuentran talabarterías… Al fin, todos los tiempos, conviviendo, dándole auspicio a un modo de vida en donde todo cabe.

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