Mi abuelo, a los 24 años, era pelado completo. Yo creo que quizás se mezclaron las cosas, la genética con la neura”.

FOTOS CLAUDIO CORTES

Tiene 32 años y desde los 24 que está en el ojo del huracán. Viñamarino, acuariano, “activista de nacimiento”, durante su adolescencia fue seleccionado nacional de vóleibol, en Tercero Medio entró de voluntario a Un Techo para Chile, estudió Ingeniería con mención en Tecnologías de la Información en la Universidad Católica, fue presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica (FEUC), vocero de la Confederación de Estudiantes de Chile (Confech) y líder del movimiento estudiantil del 2011, que sembró esperanzas hasta hora incumplidas. Fundó el partido Revolución Democrática y está en su segundo período como diputado, siendo elegido con la votación personal más alta en ambas oportunidades. Muchos lo vislumbran como un presidenciable, pero él no se inquieta. Y la razón es simple: la Constitución chilena exige un mínimo de 35 años para ser candidato a Presidente, así es que puede pensarlo cuando cumpla esa edad.

Giorgio Jackson aparenta más edad, quizás porque le tocó crecer anticipadamente. Analítico y concentrado, en su círculo cercano tiene fama de obsesivo. Es fanático de la ciencia y la tecnología, lector de ensayos difíciles y bueno para construir discursos. Pero lo mueve la rebeldía, será por eso que es también amante del blues. Sus intervenciones públicas suelen ser claras y puntudas. Ha acusado a los poderes económicos de coludirse y al Gobierno de actuar en beneficio de unos pocos, lo que le ha valido más de una amenaza en las redes sociales. Y él sigue sin distraerse: “Si fuera paranoico no podría hacer lo que hago”, asegura. Cualquiera concluiría que su vida ha sido muy exitosa, pero él reconoce que siempre carga con la frustración.

—¿Se considera mateo?

—Al lado de la gente de mi carrera o que se dedica a la academia no, pero al lado de muchos de mis colegas en el Congreso sí.

—¿Se latea con las discusiones en el Congreso?

—Muy seguido, pero también aprendo. Lo que más me pesa es que el tiempo en que estoy metido en esas discusiones no tiene nada que ver con el tiempo que vive la sociedad. Hay un desfase entre la lentitud que se manifiesta en el Congreso y las urgencias sociales. Eso me deprime. Me enfrento a una discusión sobre las pensiones, donde me toca ir a terreno y ver la grave situación de los adultos mayores, que requiere cambios profundos, y saber que con pasar de 110 a 120 mil pesos no se arregla nada. Pero todos los medios dicen que es lo único que podemos hacer. Entonces, la expectativa de resolver un problema que te demandan en la calle choca con la solución que se ofrece desde la política. Hay mucha resistencia al cambio, más ahora con un gobierno que quiere mantener todo como está, hacerle ajustes menores. La frustración de no tener poder es brutal.

—Pero usted está en el poder.

—No. La gente cree que yo por ser diputado, por haber tenido una alta votación, por ser conocido, tengo poder. Y no hallo la forma de explicarles que no es así. Yo siento que tengo voz, mi poder es la voz, pero no tengo poder fáctico, real, para lograr los cambios que se requieren con urgencia.

—Siento usted ateo declarado, tiene fe en que puede cambiar el mundo.

—No es fe, es voluntad. Yo nací activista. Siempre que querido volcar mi energía a una causa. Y no se trata de un optimismo ingenuo, porque creo que lo que viene puede ser apocalíptico. Pero aún sabiéndolo quiero intentar hacer algo, creo que estamos aún a tiempo de actuar. Y precisamente porque soy ateo, no creo que haya un dios que dirija nuestro destino. Realmente me parece insólito que, frente a una situación grave de sequía, un ministro diga que hay que rezar para que llueva. No. Resolver los problemas depende de nosotros y de nadie más.

“El blues me desgarra”

—¿Le han dicho que es como un viejo chico usted?

—Me lo ha dicho mi psicólogo.

—No solo por su actitud, también se ve mayor.

—Muchas gracias, ja, ja. Yo creo que me ha pasado la cuenta el desgaste de la pega.

—¿En qué sentido?

—En mi caso desde los 23 o 24 años, que fui presidente de la FEUC, me tocó una exposición y una carga de responsabilidad que, en general, a esa edad no te toca tener. Muchos ojos estuvieron puestos en mí, tratando de encontrar el error. Mi forma de reaccionar fue: “No me puedo equivocar”.

—Como una neura de perfeccionismo.

—Exacto. Yo antes no era así, para nada. Nunca fui obsesivo por las notas ni nada por el estilo, sino que estaba más involucrado en trabajos sociales, voluntariados. Y hacía mucho deporte. Esas eran las cosas que me apasionaban. Pero en el momento en que había una lupa observándome en todo momento me puse un poco más neurótico y obsesivo.

—¿Por eso se le comenzó a caer el pelo?

—Mi abuelo en su foto de matrimonio, a los 24 años, era pelado completo. Yo creo que quizás se mezclaron las cosas, la genética con la neura.

—¿Y qué tipo de terapia hace?

—Es una terapia en la que me hago las preguntas que no me puedo hacer día a día, veo los conflictos y las tensiones internas que estoy viviendo, trato de observar mi ego.

—¿Qué es lo más importante que ha aprendido en la terapia?

—Que uno no siempre toma decisiones racionales. O sea, por algo existe el inconsciente que actúa por nosotros y que está anclado en la experiencia de vida, en los estímulos que has recibido, en los traumas, en los episodios. Y es importante saber que existe y entender que todo el tiempo actuamos de manera irracional. Pero después tiene que venir el momento de la reflexión, de la autocrítica y el aprendizaje.

—En general, los políticos no son muy autocríticos.

—Es que está la idea errónea de que un político tiene que saber todo o es un mal político. O que un político tiene que ser una persona perfecta o es un mal político. Y la verdad es que somos representantes de seres humanos con miserias y virtudes. Eso no quiere decir que un político pueda decir: “Bueno, ya que la gente roba, yo robo también”. Porque se nos exige un estándar más alto, pero eso no quiere decir que no tengamos los mismos conflictos y limitaciones de todo el mundo. Piensa en todos los conflictos que tiene la gente a nivel familiar, empresarial, en un equipo de fútbol, en una banda de música. En cualquier organización humana hay tensiones, hay ego. Lo que pasa es que a nosotros nos toca estar bajo los focos de las cámaras.

—¿Se imagina siendo Presidente de Chile?

—Mira, puede sonar muy cliché, pero creo que lo que nos toca vivir como generación hace mucho más importante la pregunta sobre el futuro de la humanidad que la pregunta sobre si voy o no a ser Presidente.

—¿Le preocupa más el destino colectivo que el destino individual?

—Paso una cantidad importante del tiempo en preocupaciones que tienen que ver con mi ego y con lo qué dicen de mí. Pero en realidad estoy preocupado en cómo puedo ser un instrumento para colaborar a un proyecto social. Creo que tengo conciencia de que no soy nada. Cuando te das cuenta del tiempo que ha pasado desde el Big Bang hasta ahora, y cuánto es la fracción de ese tiempo en que ha existido la humanidad, es un pestañear de ojos. Es nada.

—Si la cuestión dura nada, ¿para que tanto esfuerzo?

—Porque somos porfiados como raza humana, buscamos el sentido de vivir, y tenemos el amor y la música.

—¿Qué le parece la música romántica, tipo Arjona?

—No la oigo mucho. A Boric le gusta Arjona. Pero me encanta de repente cantar una canción cebollera en un karaoke, con amigos. Cuando es en grupo me entretiene.

—¿Y qué música escucha solo?

—El blues me desgarra. Es la música de los esclavos, está anclada a la emoción de resistir.

LEER MÁS