A veces los choferes no me quieren cobrar, pero me da vergüenza. ¿Yo no voy a pagar la micro porque soy el Pato Cornejo? ¿El ‘corazón de chileno'? No. Si no pago, es una ofensa para toda esa gente”.

Quizás, al no tener todo y hacer cosas que no le corresponden a un niño, como trabajar, es que me convierto en tenista”.

Algún día, cuando Patricio Cornejo termine el libro que ha pensado escribir sobre su vida, aparecerá esta escena. Son las 4 de la madrugada, tiene 10 años y está parado junto a su padre y a sus hermanos en la cancha de tenis del club de Llolleo mientras el camión que esperaban hace días por fin empieza a descargar los sacos de arcilla. “Mi papá, que era el encargado del club, nos vino a buscar porque recién había llegado el polvo de ladrillo para las canchas y el campeonato comenzaba en cuatro horas más, a las 8. Yo veía los sacos, gigantes, amontonados en un cerro con la altura de esa palmera que se ve allá. Dejamos las canchas listas y empezó el campeonato”, recuerda.

Cornejo lo cuenta en otro club, uno que precisamente lleva su nombre y que está enclavado a la orilla del río Mapocho, en La Dehesa. Tiene 75 años, pero se sigue levantando a las 6 de la mañana para venir a trabajar junto a la arcilla. En medio han pasado muchas cosas, como haberse convertido en tenista profesional, jugado una final de Roland Garros, en 1972, una final de Copa Davis por Chile, en 1976, junto a Jaime Fillol, y también haber sido dueño del complejo deportivo que ahora pisa con propiedad, antes de perderlo en 2008 y quedado en la quiebra.

Pero gracias al apoyo del empresario Maurice Kahmis, quien fuera apodado “Corazón de chileno” por su entrega en la cancha, quien puso de moda el concepto “Grande giocatore”, cuando comentaba los partidos de Marcelo Ríos en 1998, ha vuelto a tomar la administración del club que fundó en 1994. Malas decisiones financieras lo hicieron tocar fondo y perder su casa en La Dehesa y un departamento en Puerto Velero, entre otras cosas. Como por magia, en marzo apareció la oportunidad de postular a una concesión por 5 años, y el amigo de Cornejo puso espaldas financieras para que el tenista recuperara las instalaciones que cuentan con canchas, gimnasio y piscina. El 18 de octubre tiene preparada una inauguración, luego de un largo sufrimiento.

—Le ponen “Corazón de chileno” después del partido con Vilas, en la Copa Davis de 1976, por su aguante en la cancha. ¿Es lo que le sirvió para superar tanto apremio económico?

—Por eso hoy estamos sentados en este club, porque comenzó cuando era niño. Yo empecé a pagar desde ahí. Trabajé de muy chico, y cuando quise ser tenista, me dijeron, quieres hacer tal cosa, pero tienes que empezar hoy, no mañana, ni pasado. Hoy. Fue algo de la vida. Uno se da cuenta después. Porque yo creo que no hice lo que tiene que hacer un niño a los 10 años. Me tocó hacerlo porque era el trabajo de mi papá, en Llolleo primero, y en Santiago después. Íbamos con mis hermanos, pero hacíamos cosas de grande.

—¿Cómo recuerda ese trabajo?

—Nos vinimos a Santiago, mi papá me sacaba de la cama como a las 5 y media de la mañana y nos veníamos caminando desde Carrascal hasta el club, en Quinta Normal. Tendría 12 años y mi papá era el encargado. También con la luz de la luna en verano, íbamos a ayudarle a regar las canchas. En la panadería San Camilo pasábamos a comprar el desayuno. Arreglábamos la cancha y como en la tarde no iba tanta gente, podía jugar. Y si no, me iba al frontón. Siempre me acuerdo de que veía pasar los aviones, los cuadrimotores que iban a Cerrillos. Muy curioso.

—¿Por qué?

—Porque la primera vez que salí de Chile a jugar tenis fui a Miami, al Orange Bowl, y tenía 15 años. Qué curioso, porque cómo fue que estuviera pensando en los aviones a los 12, 13 años, y después iba a volar. Y que iba a jugar tenis. ¡Cómo! Yo era de los que no iban a la matiné los domingos. Mis hermanos iban, pero yo me iba a jugar al frontón. Quizás si hubiese tenido más recursos habría hecho otras cosas. Quizás, al no tener todo y hacer cosas que no le corresponden a un niño, como trabajar, es que me convierto en tenista. Encontré ese camino. Como dice el Chavo del 8, fue sin querer queriendo.

“A los 15 años estaba solo”

—Cuesta más entender cómo accedió al profesionalismo, viajando a competir al extranjero, sin tener recursos.

—Y no tenía redes. Me metí en las patas de los caballos. Cuando estaba jugando mi primer Orange Bowl, me quedaba un par de meses más por allá para jugar tenis. Vivía en el centro de Miami, en un barrio muy acomodado, donde la señora Blanc, me conseguía trabajo con sus amistades para limpiar los jardines. Me pagaban 6 dólares por jardín. Yo le pagaba a ella por el alojamiento y el resto era para comer. ¡6 dólares! Yo era joven, ¿y cuánto come uno a esa edad? Hay cosas que no se olvidan jamás, porque fueron muy fuertes y dolorosas para la edad que tenía. Prácticamente a los 15 años estaba solo.

—Ir a Europa era más difícil.

—Te tenías que quedar 6 meses. Y no se ganaba lo que ahora. En ese tiempo, por una primera ronda en Wimbledon, uno recibía 120 dólares. Uno tenía que adaptarse. Había muchos torneos en que, si no ganabas un partido, tenías que viajar en tren al siguiente. Yo tomaba el tren en Londres y de ahí iba a Barcelona. Me demoraba tres días en llegar a otro torneo. Pero había otros sacrificios: “Señor Cornejo, es la una de la mañana, levántese”. Porque los pasajes en la noche eran más baratos. Tantas veces me preguntaba: ¿Qué estoy haciendo aquí, si podía estar en mi casa? Había que ser muy duro, ir a buscar dónde quedarse, seguir a los carpinteros para ir a comer, porque ellos sabían dónde era más barato.

—Usted aprende inglés anotando en cuadernos.

—Yo lo escribía como me sonaba. Le hacía muchas bromas a Pato Rodríguez, que estudió en el Saint George's. Le preguntaba algo y le decía: tú que estudiaste en el Sanyol. Y sí, empecé a tener cuadernos. Encontré que era la manera más fácil para que me entendieran. Veo a un gringo que está pidiendo algo, escucho cómo lo dice, qué significa. Después voy y lo pronuncio igual. Imito hasta voz. Vaso, “glass”. Mesa, “table”. Y así me daba vueltas. Cómo iba a comprar un boleto en Frankfurt para viajar si no sabía inglés al menos. Y yo viajaba solo. Tenía que llegar a Rusia y me las tenía que arreglar, encordar la raqueta, comer, ir al aeropuerto. Y no en todos los torneos había “transportation”. ¡Transportation! Así lo aprendí. Después el oído se va acostumbrando. Por eso, lo que me paso después, ya grande, creo que lo pude soportar.

—¿Cómo conoce a Maurice Kahmis?

—En el tenis, le di unas clases. Somos amigos y fíjese que nunca le he preguntado, por ejemplo, cómo fue su vida. Y él sí conoce la mía. No lo he hecho porque no me he atrevido. Es una persona exitosa, tiene que haber estudiado mucho y trabajado mucho para tener lo que logró. Y habrá tomado decisiones importantes. Quizás el vio algo en mí. Hay muchas personas que me han ayudado, pero él ha sido fundamental. He conocido de los dos lados, gente buena y gente mala. Detrás de esto está la familia de uno… De repente, perderse.

—¿Perderse?

—Porque a veces, uno siente que ha trabajado mucho, que no ha tenido el derecho ni la libertad de claudicar. ¿Me entiende? Incluso me pasó afuera. ¿Qué estoy haciendo aquí? Está todo el mundo muerto de la risa y yo estoy aquí en un aeropuerto, son las 6 de la mañana y me vinieron a dejar y tengo que tomar el vuelo a las 12 de la noche, pero como no tenía los medios, alguien me fue a dejar al aeropuerto porque esa era mi única alternativa. Yo le doy gracias a todo eso, pero cuando es mucho, duele también.

—¿Todavía ve la casa que perdió en el viaje que hace al venir al trabajo?

—Siempre. Todavía paso en micro y veo la casa que me remataron. Es duro. Estoy consciente de eso. Lo que es terrible, es cuando a uno lo van a embargar. Cuando usted ve carabineros, un camión afuera, cuando ve a alguien que tiene un alicate de este volado por si tiene una cadena en la puerta. Usted tiene niños pequeños. Eso es muy duro. Es muy duro. Y no hay a quién recurrir.

—El apoyo de Maurice Kahmis no es común.

—Yo a veces no me atrevo ni a decirle alguna cosa, porque él ha hecho mucho. Es una gran persona. A veces siento hasta que abuso un poco, ¿me entiende?, porque es un personaje, un empresario, y yo, ¿quién soy? Incluso soy mayor que él. Es un caballero. Nos conoceremos hace 20 años.

Las reglas del juego

—Cómo se ve en el futuro, ¿haciendo clases?

—Tengo que mantenerme en eso, que es lo que sé hacer. Uno a veces tiene que hacer cosas por necesidad, porque tiene responsabilidades. Pero son las reglas del juego. Siempre pensé que a esta edad iba a estar más tranquilo. Que podría estar haciendo cualquier cosa, levantarme más tarde, o un día no voy a trabajar. No sé, haría otras cosas. Pero no es así. No puedo soltar la raqueta. La puedo soltar a ratos, pero tengo que hacer otras cosas.

—¿Cuál sería el escenario más deseable?

—Jaja. Uno siempre quiere tener salud. Muchas veces pienso en que en un tiempo tuve que dar muchas clases, trabajaba mucho en los últimos 15 años. Había veces en que estaba 10 horas en la cancha, los 7 días de la semana. Y por años. No me gusta aparecer como que me estoy quejando de hacer esas cosas, pero de que las tuve que hacer, las tuve que hacer. Y no siento tampoco que yo sea un caso especial. Ocurre en todos los ámbitos, en todas las familias. No me quejo, porque si hay gente que a los 75 años puede estar tranquila, hay otra que a esa misma edad va a tener que seguir trabajando.

—Antes se pensaba en llegar a los 65 años para jubilar.

—Yo pensé lo mismo. Y me preguntó por qué es tan diferente. Estaba viendo un reportaje de los remedios. Es tremendo, porque la gente llega a vieja y los remedios que necesita son los más caros. Y no les da el bolsillo. Y a quién le importa eso. Si la gente sobre 65 años debería tener tranquilidad, que la atienda un médico, un dentista. Yo ando en micro y veo gente que tiene 60 o 70 años que viene a trabajar. Viejitas, chiquititas, con frío. A mí esa cuestión me mata. A qué hora se levantó esa señora por allá lejos para tomar esta micro. Dos horas y después tiene que volver a su casa. Y tiene 70 años. Yo me doy cuenta, ando todo lo que puedo en micro y me subo como cualquier pasajero. A veces los choferes no me quieren cobrar, me quieren abrir la puerta de atrás. Pero me da vergüenza no pagar. Si ellos pagan, tomaron la micro hace como dos horas atrás. ¿Y yo no voy a pagar la micro porque soy el Pato Cornejo? ¿El corazón de chileno? ¿El grande giocatore? No. Si no pago, es una ofensa para toda esa gente.

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