La originalidad no

existe por sí misma.

Es una evolución de lo que se produce”.

Maurizio Cattelan.

“¿Quién va a ser tan idiota como para robar un inodoro?”.

Así reaccionó Maurizio Cattelan ante la noticia: el sábado su obra “América”, una taza de baño de 18 kilates de oro, desapareció del Palacio Blenheim, en Inglaterra, Patrimonio Mundial de la Unesco y lugar de nacimiento de Winston Churchill.

“Cuando me despertaron para darme la noticia pensé que era una broma”, le comentó el artista italiano a The New York Times. “Quiero ser positivo y pensar que este robo está inspirado por la ideología de Robin Hood”.

Según Dominic Hare, director de Blenheim, el inodoro vale entre 5 y 6 millones de dólares y, tras un análisis exhaustivo de las cámaras de seguridad del palacio, ya se dio con un sospechoso que ha sido detenido.

Sin embargo, el paradero de la polémica obra aún es desconocido, y el hurto provocó daños considerables en las instalaciones, ya que el inodoro era funcional y estaba conectado al sistema de plomería.

Un “bromista de la escena”

No fue coincidencia que muchos creyeran que el autor del robo no fuera otro que su mismo autor, material o intelectualmente. A fin de cuentas, Cattelan es uno de los artistas contemporáneos más polémicos de los últimos años, conocido por sus obras rupturistas.

“Siempre me han gustado las películas de robos, pero les prometo que tengo una coartada”, afirmó, medio en serio, medio en broma.

Nacido en Padua en 1960 —el sábado cumple 59 años— Cattelan ha sido descrito por los expertos como un “bromista de la escena”, que intenta darles a todos sus trabajos un toque satírico.

“América”, de hecho, se supone como una representación irónica del sueño americano, donde cualquiera puede hacer sus necesidades utilizando un artefacto de élite, como un inodoro bañado en oro.

Cuando se inauguró, en 2016 en el Guggenheim, se pensó como una taza de baño más dentro del museo neoyorquino. Según se reportó en su momento, más de 100 mil personas lo utilizaron.

Fue tanto el éxito que, cuando en septiembre de 2017 la Casa Blanca le solicitó al museo una pieza de Van Gogh que Donald Trump quería agregar a su colección privada, el Guggenheim rechazó el pedido, ofreciendo a “America” en cambio.

Según el Washington Post, nunca hubo una respuesta por parte del Presidente.

Y no fue sorprendente. Aunque Cattelan se ha negado a hablar sobre el real significado de su inodoro de lujo —muchos expertos lo ven como una interpretación irónica de “La Fuente”, de Duchamp—, el propio Guggenheim habló que “la estética de este trono no refleja mucho más que el exceso dorado de las empresas inmobiliarias y residencias privadas de Trump”.

El color dorado, similar al famoso cabello del Presidente, ha sido visto como otra alegoría.

“Esa conexión (con Trump) es otra capa, pero no debiera ser la única”, dijo Cattelan en su momento.

Humor sobre placer

“Frecuentemente fascinante y morboso, el humor de Cattelan pone su trabajo por encima del placer visual”, fue como el New York Times lo describió en 2002.

Para entonces, el italiano ya se había ganado una reputación como uno de los artistas visuales más innovadores de su tiempo, desde su primer trabajo, “Lessico Familiare” (Sintaxis Familiar, 1989), un autorretrato enmarcado en el que se representó formando un corazón de mano sobre su piel desnuda.

En los 90 se enfocó en la taxidermia. Como “Bidibidobidiboo” (1996), representación en miniatura de una ardilla sobre la mesa de una cocina, con una pistola a sus pies. O “Novecento” (1997), el cuerpo diseccionado de un caballo de carreras que cuelga de un arnés.

Pero su salto a la fama fue en 1999, con “Nona Ora”, una efigie del Papa Juan Pablo II ataviado en su ropa ceremonial aplastado por un meteorito. Se exhibió en la Royal Academy de Londres, y se vendió en Christie's por 886 mil dólares.

En 2001 causó otro impacto con “Him” (Él), una escultura que se asemeja a un niño orando de rodillas… con la salvedad de que el rostro se asemejaba al de Adolf Hitler. Para mayor impacto, la obra solía presentarse al final de un largo pasillo, o en el extremo opuesto de una habitación blanca, alejada del espectador para que así no pudiera reconocer al individuo hasta que se estuviera lo suficientemente cerca.

Por su manipulación de fotografías y obras de arte clásicas, The New Yorker incluso lo ha comparado con Andy Warhol.

“La originalidad no existe por sí misma. Es una evolución de lo que se produce... La originalidad se trata de tu capacidad para agregar algo”, fue como alguna vez intentó explicar su estilo.

“Him” (2001).

“Nona Ora” (1999).

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