fotos de claudio cortes

Dejó hace algo más de diez días la presidencia ejecutiva de Codelco y confiesa que lo más fuerte vino a las 12 de la noche del 31 de agosto, cuando lo desconectaron de la intranet. “Fue terrible”, admite. También le afectó quedarse sin secretaria y sin chofer. “Ahora me manejo en Uber”, asume Nelson Pizarro Contador (77), famoso autor de aquella frase ‘no hay un puto peso' y cuya historia hoy desclasifica: “Fue completamente espontánea. Era un dicho de mi padre, brutal pero sirvió”, dice sobre la expresión que utilizó en plena crisis de 2016, “cuando el precio del cobre se fue al suelo y tuvimos que negociar con los trabajadores para contener la crisis”.

Hoy Nelson Pizarro se resiste a jubilar. Ya mandó a imprimir sus nuevas tarjetas de presentación bajo el nombre de NPC Minería y prepara la que será su nueva oficina en calle Badajoz, en un moderno edificio de cristal en el distrito empresarial de Las Condes.

“Quiero trabajar de martes a jueves. El resto del tiempo lo dedicaré a navegar con mi lancha. Me gusta el mar; es calma y poder; te hace sentir miserable, despreciable, y tienes que enfrentarlo”, dice Pizarro, quien como capitán costero se va con su navío de Algarrobo a Las Tacas, en un trayecto de doce horas surcando el mar, buena parte del trayecto durante la noche.

“No ves nada. La luz de lo focos se los traga la oscuridad. Lo único que puedes hacer es confiar en tus instrumentos”, asegura este ingeniero en minas de la Universidad de Chile, acostumbrado a enfrentar múltiples tormentas y salir de pie.

A Pizarro le gusta hablar de su historia en la minería y rehúye entrar en materias personales. “Fui un padre ausente”, “mi mujer me aguantó harto”, dirá, aunque le sobran las palabras y las anécdotas para contar su paso por Lota Schwager, Disputada de Las Condes, Chuquicamata, los Bronces, así como por todas las grandes corporaciones, cada vez en cargos más relevantes.

Golpea la mesa, y lo que su voz pausada no expresa, lo hacen sus gestos y los ojos celestes que centellean detrás de sus anteojos.

Pizarro partió de abajo, en las minas carboníferas de Lota, donde su mujer dio a luz al primero de sus 5 hijos. Ahí aprendió de los antiguos mineros. “Una experiencia muy linda porque los viejos de Lota eran pobres como la ratas, sufridos, pero tremendamente nobles. En el pique Carlos Cousiño aprendí a negociar con tremendo líderes sindicales, hombrones poderosos, rojelios todos”.

De a poco fue cultivando un estilo que él define como “tranquilo nervioso”, aunque quienes lo conocen lo describen como un personaje astuto, hábil, que sabe de lo que habla y, lo más importante, tiene perfectamente claro a quién tiene por delante, lo que permitió validarse entre ejecutivos chilenos y también extranjeros con un inglés que aprendió con los norteamericanos de la Exxon.

Más de medio siglo en la minería, los últimos 5 años en Codelco, empresa de la que enumera sus logros: “Invertimos 17 mil millones de dólares. “¿Sabes lo que es eso? La inversión más grande de la historia de la estatal. Mantuvimos el nivel de deuda. Defendimos los costos, sostuvimos la producción, enfrentamos conflictos grandes para terminar con la famosa adaptación de las fundaciones a la nueva ley ambiental. Y lideré 60 negociaciones colectivas, ¡una brutalidad!”.

Agrega:

“Mis hijas siempre me reprocharon por haber aceptado el cargo (en Codelco). No hubo año en que no me dijeran: ‘papá hasta cuándo'. Nunca estuvieron de acuerdo y además fueron 5 años muy duros. Tal vez si en mi familia no me hubieran presionado tanto, habría aguantado un poco más”.

—¿Qué lo llevó a decir no más?

— Me imaginaba que con el término del mandato de Bachelet se acababa mi rol en Codelco. No pensé en quedarme luego del cambio de gobierno. Pero me llamaron de Palacio.

—¿El Presidente Piñera?

—Claro. Y me dijo: “Me contaron que se quiere ir”. Intentó comprometerme por otros 5 años… “Mire mi carnet de identidad”, le contesté, y le hablé también de la presión que tenía en mi familia. “¿Entonces es su señora la que manda en la casa?”, me respondió. “Sipo, y ella tiene 3 asesoras que son mis hijas”. “Entonces ¿con quién hay que hablar? Dígame quién tiene su pase, porque usted juega en las grandes ligas”, contestó. Al final quedamos en un cheque a fecha, es decir, ir viendo año a año... Así que resistí y logré trabajar en Codelco hasta que llegué al convencimiento de que no tenía mucho sentido, porque hay un problema que es muy trascendente, que es estructural y que tiene que resolverse, pero no lo hará rápidamente. En fin, decidí irme y ahora me pican las manos por saber que está pasando (en la empresa)”.

—No han pasado ni dos semanas; parece que no es fácil para un hombre dejar de trabajar.

—Es muy jodido; mis amigos me dicen: “compadre usted no puede quedarse en su casa, su señora lo va a empezar a barrer”. Así que conseguí una oficina y ahora ando comprando los muebles. También mandé a hacer tarjetas de visita donde dice: ‘Consultor para gestión de operaciones, desarrollo de proyectos, manejo, etc”. No me retiro, ¡nica!

—A lo mejor le da miedo quedarse solo.

—Claro que me da miedo la soledad, es penca. Pero no veo cómo me vaya a sentir solo si tengo 5 hijos, varios nietos, algunos amigos con los que nos vamos de viaje pronto; primero a Madrid, de ahí Lisboa y Milán.

Los conflictivos millennial

Pizarro se hizo famoso entre los dirigentes gremiales de Chuquicamata y Andina como el “manos de tijera”, apodo con el que carga hasta hoy. “Me pusieron así porque corté el teatro, el casino, el cine, terminé con el club cobre andino, y así iba, botando lastre”.

Para salir airoso de las decenas de negociaciones, Pizarro cuenta que tuvo que emplearse a fondo en estudiar a los dirigentes sindicales. “Aprendí al revés y al derecho de quién se trataba, cómo era su familia, qué cosas buenas y malas tenía, cómo era su temperamento, cómo eran los viejos a los que decía representar, etc. Luego aplicaba el juego de roles: le decía a alguien de mi equipo: ‘ahora tú vas a ser fulano y yo te voy a puncetear'. Es una mezcla entre ciencia y arte, donde me asesoré con un equipo con sicólogos y sociólogos expertos”.

—¿El perfil del minero hoy es distinto?

—Ha cambiado mucho; con la robotización empezaron a llegar los millennials a los cargos técnicos, a quiénes nadie sabe muy bien cómo capturar o entusiasmar; y los que llegan directo a la mina son muy difíciles, tremendamente conflictivos; quieren tener de entrada todo el paquete de beneficios históricos que han venido consiguiendo los antiguos durante un siglo de negociaciones colectivas, agregando cada año un colgajito más. Estos cabros quieren que les den lo mismo de una y es imposible.

Y sigue con las comparaciones:

—Los mineros antiguos son unos viejos lindos: tienen la camiseta puesta por su empresa, aman a su faena. El millennial entra y sale; quiere tener dinero para comprarse el último computador o la zapatilla de moda y, si no lo obtiene, se va. Son complicados.

—También es un mundo de machos...

—(Oscar) Landerretche una vez me dijo: “Quiero nombrar como gerente generales a varias mujeres”. Así que me puse a buscar. De partida, debía ser una vieja de cerro, no una señorita de taco alto; tampoco alguien muy joven.

—¿Por qué?

—Porque la maternidad tira mucho; las más cabritas aguantan 5 años y luego tienen su guagüita. Es muy grande el sentimiento maternal.

—¿Y por qué no de taco?

—Imagínate. He visto tantas cosas en mi vida. En Codelco tenía sobre mi escritorio un libro llamado: “Las crisis de la edad adulta”, donde uno de los capítulos más interesantes se titula: “La mujer testigo”. Porque puede haber alguien que es tu colega o la secretaria que trabaja contigo. Tienes alrededor de 40 años o un poco más, con una cuota de feromonas importante, trabajas 10 a 12 horas, llegas a la casa reventado, con tu mujer casi no conversan, tienes una guagua que llora en la noche, que se resfría. Así el círculo se repite hasta que la mujer que trabaja contigo empieza a encontrarte habiloso; el poder para ella es un afrodisiaco, y ahí tarde o temprano queda la embarrada.

—Ser testigo de eso es muy incómodo, ¿no?

—Sipo. Es un proceso muy natural que termina muy mal. He visto personas de 50 años caer en la trampa.

—Dicen que los mineros son bien enamorados.

—No sé si para tanto. Sí son desordenados porque están solos. Es muy fregado trabajar 7 días fuera de la casa; estás en un campamento donde hay internet, gimnasio, lo que sirve por un tiempo, pero después viene la tentación de ir con un amigo a Calama, a 17 km del campamento; salen a comer, ven gente que camina con taco alto por la calle, y las señoritas que hay por allá huelen las lucas. Por eso una solución es robotizar y remotizar buena parte de las faenas.

—Es bien machista usted, parece.

—¿Yo? Cada vez menos. Se va aprendiendo. Por ejemplo nunca me imaginé una jefa de turno de Chuqui, era una cuestión de hombres. Hoy hay casi un 10% de mujeres que trabajan en las faenas de Codelco, algo impensado. ¿Y sabe qué? Son muy buenas operadoras, mejoran el ambiente, como también hay otras que la embarran.

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