En 11 años, Mansour bin Zayed Al Nahyan solo ha ido una vez al estadio a ver al Manchester City, el equipo que en 2008 compró por más de 400 millones de dólares.

Fue en agosto de 2010, en un triunfo por 3-0 sobre el Liverpool.

Ese ha sido todo el contacto que los hinchas han tenido con el jeque que convirtió al eterno hermano menor de Manchester en una de las potencias del Viejo Continente.

Trato impersonal que también se da con jugadores y entrenadores. Pep Guardiola ahora, y Manuel Pellegrini antes, solo han conversado cara a cara con él cuando el equipo viaja en las pretemporadas a Abu Dhabi, citas que parecen más frías reuniones diplomáticas que charlas futbolísticas.

Es el estilo del jefe de Claudio Bravo en Inglaterra, algo que la mayoría de sus compatriotas en Europa también experimentan, y que difiere de los tratos personalistas, cercanos y rozando en el fanatismo que dueños como Carlos Heller y Aníbal Mosa han impuesto en Chile.

Gestión a la distancia

Miembro de la Familia Real de Emiratos Árabes, la verdadera pasión de Bin Zayed son los caballos. Y mientras organiza y compite en diversas competencias y torneos, delega en asesores cercanos todo el manejo de “Abu Dhabi United”, el consorcio que maneja sus propiedades.

Fue a través de esa compañía como adquirió al City, aunque las negociaciones nunca las llevó en persona. Para eso designó a Sulaiman Al-Fahim, un empresario tan estrafalario que en Inglaterra lo bautizaron como “el Donald Trump árabe”. Y al que luego reemplazó por un tipo de mucho más bajo perfil, Khaldoon Al-Mubarak, uno de los consejeros más confiables de la corona emiratí.

Es Al-Mubarak, presidente desde septiembre de 2008, quien en rigor dirige al equipo. Mientras, Bin Zayed ve los partidos por televisión satelital y envía saludos desde Medio Oriente a sus empleados por redes sociales. Y sigue invirtiendo; el año pasado comunicó que su plan en el club aún considera 10 años, y que pese a todo lo ganado, el City “solo va a la mitad del Everest”.

En el nombre del padre

El mismo modelo que quiere replicar en Italia el empresario chino Zhang Jindong que hace tres años es el dueño del Inter de Milán de Alexis Sánchez.

Magnate de los electrodomésticos y el comercio online, también mueve sus negocios a través de un conglomerado —Suning— y aunque ha sido un personaje un poco más presente que el árabe, derivó los destinos del club en su hijo Kangyan, de solo 27 años, mientras él vive en China.

La fórmula de los hijos es habitual en Italia. El Bologna que acaba de comprar a Gary Medel funciona justamente así. En 2014, lo compró el empresario Emanuele “Lino” Saputo, que aunque nació en Sicilia vive en Norteamérica desde los años 50. Considerado por Forbes como la octava persona más rica en Canadá en base a los lácteos y pastas, el club está a cargo de su hijo Giuseppe, o “Joey”.

Eso sí, un par de veces al año el patriarca aparece por el estadio e incluso los hinchas lo consideran como un “amuleto de buena suerte” ya que dicen que, cuando va, ganan.

Pero el gran clan futbolero en la península es el de los Pozzo, en Udinese. Fanático del equipo desde niño, Giampaolo lo compró en 1986, aunque es su hijo Gino el que lleva las riendas, adoptando una estrategia de buscar jóvenes talentos por todo el mundo, sobre todo en Sudamérica; así llegaron a Friuli David Pizarro, Alexis Sánchez y, ahora, el joven Francisco Sierralta.

Eso sí, el papá nunca dejó de estar. Va siempre a los partidos y a los 78 años no solo es el mandamás más longevo en la liga italiana, sino también una figura casi reverenciada por los hinchas: hace un mes, para la presentación de la nueva camiseta, incluso lo vitorearon con la frase “Solo hay un presidente”.

Mucho más turbio es lo que pasa en Mónaco, el nuevo equipo de Guillermo Maripán. En el principado todos saben que el dueño es el billonario ruso Dmitry Rybolovlev, un magnate que hizo su fortuna tras la caída de la Unión Soviética en base al fertilizante “uralkali” y que compró el club en diciembre de 2011.

Sin embargo, él no aparece en ninguna escritura, ya que la transacción se hizo a través de un fidecomiso a nombre de su hija, Ekaterina, quien entonces solo tenía 22 años. ¿La razón? Dmitry por entonces atravesaba por un costoso divorcio sin acuerdo prenupcial y, por ende, trataba de “ocultar” todos sus activos para disminuir su fortuna nominal.

Criada y educada en Suiza, “Katia” es fanática de la equitación y sabe poco y nada de fútbol. Y si bien asiste a los partidos importantes, pasa más tiempo en Nueva York —en un departamento de 6.700 metros cuadrados ubicado en Central Park West que costó US$ 88 millones— y en Uruguay, por donde ha aparecido acompañando a su esposo, el empresario y político Juan Sartori, mientras hace campaña como precandidato presidencial.

Cercanos y delegados

Mucho más cercano se ha visto al empresario Rocco Commisso desde que en junio compró la Fiorentina, el equipo de Erick Pulgar. En estos tres meses, se lo ha visto en la tribuna, celebrando con los hinchas y posando con la camiseta viola para todas las fotos.

En parte, para ganarse la confianza de unos hinchas que aún lo miran con resquemor; aunque nació en Italia, vive en Estados Unidos desde los 12 años, dicen que es hincha de la Juventus y, según la prensa local, antes había tratado de adquirir al Milan como parte de una estrategia comercial para globalizar su imperio, basado en Mediacom, la quinta compañía de cable más grande en EE.UU.

“Creo que es la primera vez en la historia del fútbol italiano que un inmigrante nacido aquí ha regresado para invertir su dinero”, es su defensa.

Totalmente opuesto a lo que ha experimentado Fabián Orellana en el Eibar. De hecho, cuando en noviembre el modesto equipo español le ganó al Real Madrid, él y sus compañeros recibieron la visita, con champaña incluida, de Amaia Gorostiza.

Empresaria y asesora de varias empresas, se caracteriza por su gran cercanía con el plantel (alguna vez se supo que fue a recibir de madrugada a un jugador que venía de una consulta médica) y por apostar por los equipos heterogéneos. De hecho, fue una de las conferencistas en el encuentro “Equal Game” que organizó la FIFA en París antes del Mundial Femenino.

Reelecta recientemente como presidenta del Consejo de Administración del Eibar, Gorostiza en rigor no es propietaria, al igual que ocurre con Josep Maria Bartomeu en el Barcelona de Arturo Vidal, que pese a ser uno de los clubes más millonarios del mundo no es sociedad anónima, sino que funciona como un tradicional club deportivo.

Igual que el Leverkusen, donde juega Charles Aránguiz, el equipo propiedad de la gigante farmacéutica alemana Bayer. En este caso, eso sí, el presidente nominal, el financista Werner Baumann, casi no se involucra en los destinos del equipo, derivando todo en tres personas: Werner Wenning, presidente del consejo, el español Fernando Carro de Prada, director general, y el exseleccionado alemán Rudi Voller, director general deportivo.

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