He fumado dos pitos en mi vida. La primera vez no pude recordar la letra de las canciones”.

En los pasillos del Congreso Florcita Motuda se pasea relajado. Viene saliendo de una reunión en la comisión de cultura, a la que pertenece, en su calidad de diputado por la Región del Maule. Lleva zapatillas verdes con plataforma (que le regalan unos centímetros a su escasa estatura), humita rosada y máscara de gatúbelo “porque ese es mi personaje actual”, afirma.

Florcita se saluda y echa la talla con los carabineros, los porteros, los periodistas y los diputados de distintos sectores . A diferencia del bullying que le hacen en los medios y en las redes sociales, en el Congreso su presencia arranca sonrisas de empatía. Él dice que hasta tiene buena onda con el diputado Ignacio Urrutia, de la UDI, y que la Cámara es como un curso de colegio. Sus cantos y performances en plena sesión alivian los ambientes caldeados. A veces, pilla volando bajo a sus compañeritos de clase y en medio de la discusión legislativa logra que los diputados coreen sus estribillos a diestra y siniestra. Pero también hay quienes mueven la cabeza y hacen morisquetas molestos por sus salidas “ridículas”.

Nacido en Curicó, hijo mayor y único hombre de una familia de seis hermanos, dice que fue un niño tímido y que se crió con escasez material, pero con abundancia de cariño. Su padre carabinero murió cuando él tenía 11 años y su madre, que sigue viva, fue una cantante popular que le inoculó el bicho de la música.

“Ella cantaba con sus hermanas todo el tiempo, tenían un grupo que se llamaba ‘Luceros del alba', y yo las escuchaba y me aprendía todas las canciones”, dice. Por eso cuando salió del colegio se metió al Conservatorio de la Universidad de Chile, pronto formó bandas y en paralelo entró al movimiento filosófico de Silo, que inspira su partido, el Humanista. Ahí se le pasó la timidez.

Aunque hay muchos conocedores de música que lo admiran y respetan como compositor, su imagen bufonesca es la que se impuso y ha resistido por cinco décadas en la cultura popular chilena. Allí están sus premios en la OTI —un festival iberoamericano que se realizó hasta el 2000—, además de su gaviota por el primer lugar en el Festival de Viña de 1977.

También su historial anterior con las bandas Los Stereos y luego con los Sonny's que hoy son referencias de culto de los años 60 y los 70. Experimental, performático y místico. Florcita Motuda (como se bautizó a sí mismo porque se llama Raúl no más) fue desde el comienzo personaje atípico y difícil de encasillar.

Además de “ridículo”, le han dicho que es ignorante, porque no sabe de leyes ni de economía. Y él mismo lo reconoce: “Estupendo que me digan ignorante”, asegura, “porque los diputados estamos para representar a la gente y en Chile hay muchos ignorantes”.

—¿Se había imaginado convertirse realmente en un honorable diputado?

—Prefiero ser un ridículo diputado. Lo honorable rima con lo corrupto. Lo honorable es una forma de disfrazarse y que todos te escuchen con seriedad y crean que lo que dices es verdad. Es la figura del delincuente de cuello y corbata.

—¿Pero usted quería ser diputado?

—Ya no quería. Estaba en zona de confort, tranquilo con mi vejez, con la idea de que ya viví la vida. Pero meterme en esto ha sido revitalizante. Yo vine a meter al Congreso un poco de alegría y misticismo. Cuando hay espiritualidad se dejan de lado las mezquindades, se piensa y se actúa de una forma más expandida por el bien de todos. Estar en esta posición me permite comunicar mis ideas humanistas. Y así lo he hecho con distintos diputados. Por eso soy muy amigo de todos. Son todos mis compañeros de curso.

—¿Y cómo se lleva con los que justifican la dictadura?

—No concuerdo en absoluto con sus opiniones, pero no los condeno. Esa persona piensa así porque es producto de una historia, de una familia que no eligió. En el fondo muchas ideas y posturas que la gente defiende no son realmente suyas, sino heredadas. Yo apelo al gen mínimo de una relación, que es el afecto.

—¿Siempre le han dicho que es ridículo?

—Así es. Y a mí me encanta. Desde chico me disfrazaba y la gente se reía. La risa es saludable, manifiesta la alegría de vivir. Pero mi ridiculez corresponde también a mi doctrina, porque es una forma de expresar el fracaso, que es lo que nos hace humanos. Yo aprecio más al fracasado que al winner.

—¿Se siente un performer?

—Sí, de todas maneras. Lo mío es una intervención creativa.

—La Pamela Jiles también se siente así.

—Es que ella es humanista también, es alegre. Los humanistas tenemos actitudes poco habituales, nos gustan las cosas diferentes.

—Muchos artistas no se meten a la política, son anti-poder.

—Yo encuentro que debería haber muchos más artistas en el Parlamento y gente de todos los oficios. Porque se supone que es un lugar de representatividad, debemos representar a los distintos tipos de seres humanos, incluyendo distintas formas de vestirse. Yo he llevado al paroxismo el tema de la representatividad, he insistido en que seamos diversos y, de este modo, nos constituyamos en un órgano representativo de los diversos tipos de humanos que hay en Chile. Si me dicen ignorante, lo asumo. Porque también acá podría llegar a ser diputada una dueña de casa que no entienda de economía. Por eso los diputados tenemos asesores legislativos. Lo que importa es la representatividad, y no ser experto en las leyes.

Anti- drogas

—En la época en que usted entró a Silo también estaba el grupo Arica.

—Pero nosotros éramos distintos, porque afirmábamos lo que se llama “vigilia lúcida” y eso no calza con el consumo de drogas y en el Arica había consumo de sustancias. Yo creo que si comienzas a tomar cosas no te das cuenta de lo que está pasando contigo, no sabes si estás evolucionando o decayendo. Hay dos necesidades vitales básicas: alejar el dolor y acercar el placer. Entonces es importante ver qué tipo de placer se acumula dentro de ti y qué tipo de placer no se acumula, como la droga, que al final no acumula placer, sino enfermedad.

—¿Nunca se ha fumado un pito?

—Sí, dos veces.

—¿Y se voló?

—La primera vez no pude recordar la letra de las canciones.

—¿Tanto así? Yo encuentro que no es para tanto.

—Bueno, pero yo estoy hablando lo que me pasó a mí y no de lo que te pasa a ti.

—Lo pasó mal con los pitos.

—Pésimo. Dije “nunca más”. Y la segunda vez fumé porque una chica se me acercó y me pidió dos pitos y que la fuera a ver a su casa. Conseguí los pitos y la fui a ver en la noche del día siguiente. Esa vez prendí el pito y me fui cacho de paragua toda la noche. ¿Tú creís que volví alguna vez a fumar? Nunca más. Porque si no quizás me habría quedado pegado y no habría desarrollado mi creatividad. Cuando uno se conecta con su vocación, con lo que le gusta hacer, todo se ordena. La mayoría de la gente trabaja en cosas que odia, consumiendo una gota de cáncer al día.

—Pero hacer lo que a uno le gusta es un privilegio de pocos.

—Eso tiene que ver con conectarse con el niño interno y eso vale para todos. Los niños siempre hacen lo que quieren. Eso genera coherencia. La inteligencia es pensar, sentir y actuar en la misma dirección.

—¿Si uno hace lo que quiere le va a ir bien?

—Aquí entra otra variable. Hay que hacer lo que uno quiere pero en beneficio de los demás. Si es en beneficio de los demás va a tener buenos resultados. Hay que buscar la manera de que lo que uno hace llegue a los demás. Nadie puede decir que mis canciones no llegan a la gente.

—¿Y usted encuentra que el Presidente Piñera llega a la gente?

—No poh. Yo le tengo un poco de lástima, porque él tiene demasiadas ganas de que lo quieran y no le resulta. Porque la gente capta que es un pillo, un avivado, que utiliza formas tramposas y tiene gusto por manipular. Recibe más cariño el Negro Piñera.

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