Por Ricardo Donoso

A principios de junio, los grupos políticos que sostenían la candidatura del general Carlos Ibáñez, con el título de Organización Ibañista, Unión Socialista y Movimiento Nacional Socialista, se unieron en la que se denominó Alianza Popular Libertadora, cuyos jefes más destacados eran Jorge González von Marées, Ricardo Latcham y Juan Rossetti.

Sobre la mentalidad de ese grupo gravitaba poderosamente la acción desarrollada por Hitler, y para darle al movimiento cierto carácter criollo sostenían que su ideal político descansaba en la política portaliana.

Con renovada constancia recorrió González von Marées el país, haciendo una propaganda bullanguera, calcada en los moldes hitlerianos, que obtuvo particular éxito en las provincias australes en las que se seguía con corazón anhelante la política alemana.

La dirección del movimiento preparó una concentración en Santiago, para el domingo 4 de septiembre, a la que concurrieron numerosas delegaciones de provincias, y se hizo la proclamación de la candidatura del general Ibáñez.

Muchas de las delegaciones de jóvenes venidas de provincias regresaron esa misma tarde a sus hogares, pero las que concurrieron desde los puntos mas apartados pernoctaron en la capital. Esa juventud idealista, inexperta y confiada, constituiría la víctima de la tragedia que se había venido incubando y que terminaría en un mar de sangre.

Como en todos los países hispanoamericanos, el crimen político ha teñido también el terruño chileno… Pero ninguno ofrece los rasgos de cobardía y ferocidad del que tuvo como escenario el edificio de la Caja de Seguro Obrero, en la tarde del 5 de septiembre de 1938. No hay en él ningún rasgo de piedad.

***

A mediodía del 5 de septiembre, un grupo de militantes nazistas se introdujo al edificio de la Caja de Seguro Obrero, ubicado en la calle Moneda esquina de Morandé, y procedió a ocupar a mano armada los pisos superiores, construyendo barricadas en la escalera del séptimo piso y tomando en calidad de rehenes a los empleados que encontraron a su paso.

El golpe de mano pudieron darlo sin mayor resistencia, pues a esa hora los empleados se retiraban a almorzar, y después de dar muerte al carabinero que estaba de facción en esa esquina.

A la misma hora, otro grupo se apoderó de la casa central de la Universidad de Chile, secuestró al rector, Juvenal Hernández, y cerró las puertas de acceso al edificio.

El Presidente de la República, Arturo Alessandri, que atravesaba la calle para dirigirse a la Intendencia, se impuso de inmediato del asalto del edificio de la Caja de Seguro y de la muerte del carabinero, regresó rápidamente a su despacho y procedió a llamar a las autoridades encargadas del mantenimiento del orden público…

González von Marées se mantuvo por radio en contacto con los rebeldes de la Caja de Seguro Obrero, mientras otra pequeña partida de nazistas, dirigida por Orlando Latorre, intentó dinamitar una torre conductora de energía eléctrica, en los alrededores de la ciudad, a fin de privar a esta de luz.

De allí a poco entraron fuerzas de Carabineros al interior del edificio del Seguro, que ocuparon hasta el sexto piso, entablando combate con los rebeldes. Asumió el mando de esas fuerzas el teniente coronel de Carabineros Roberto González Cifuentes.

La incertidumbre y el pánico corrieron por todo el ámbito de la ciudad: se paralizó el tránsito en la parte central, cerraron sus puertas el comercio y las oficinas públicas y una enorme muchedumbre se concentró en los alrededores de los dos edificios que constituían el escenario del suceso. No se interrumpió el servicio de teléfonos, los padres concurrieron presurosos a retirar a sus hijos de los colegios y la fuerza pública procedió a acordonar el núcleo central de la ciudad a fin de evitar el acceso del público al escenario del drama.

La alarma en la Moneda fue intensa y desde el primer momento concurrieron a ella todos los ministros de Estado, los presidentes de ambas Cámaras, gran número de diputados y senadores de los partidos gubernativos y amigos personales del Presidente. El ambiente de la calle era ampliamente favorable al Ejecutivo, al que se creía amenazado de un golpe de fuerza.

A la una y media de la tarde, el jefe de Carabineros, general Humberto Arriagada Valdivieso, hallándose en su casa, recibió un llamado telefónica del intendente de la provincia: inmediatamente se dirigió en automóvil a La Moneda, donde se presentó al Presidente. Vestía de civil, por lo que mandó buscar su uniforme, que se cambió en una pieza de La Moneda. Ahí recibió órdenes terminantes en el sentido de rendir los edificios de la Universidad y del Seguro, antes de las tres y media de la tarde.

El temor que prendió en La Moneda se fundaba en la posibilidad de que los nazistas contaran con la cooperación de algunas fuerzas del Ejército y que las tropas, saliendo de sus cuarteles, concurrieran al centro de la ciudad, hicieran causa común con los rebeldes y provocaran el derrumbe del Gobierno. En la acción de los nazistas no se veía más que el medio utilizado por el general Ibáñez para tumbar al gobierno.

¡Otro 5 de septiembre! El espectro de sus dos caídas anteriores, las de 1924 y 1925, apareció nítidamente en la mente de Arturo Alessandri, y ante esa posibilidad aterradora, que lo cubriría de eterno ridículo, no vaciló un instante en utilizar todos los medios para reprimir el movimiento.

Con corazón anhelante siguió el desarrollo de la acción, a cada instante mandaba llamar a Arriagada, con quien estuvo en permanente y constante contacto, y cuantos lo rodeaban, entre ellos el general Novoa, comandante en jefe del Ejército, no hacían mas que estimularlo a proceder sin vacilaciones. Desapareció toda jerarquía, el ministro del Interior quedó al margen de los acontecimientos y el Presidente de la República ejerció en esos momentos el más amplio poder de hecho, impartiendo directamente las órdenes a Arriagada.

Este se instaló en la puerta de la casa presidencial, Morandé 80, y armado de una carabina hacía con frecuencia disparos hacia el edificio de la Caja del Seguro Obrero. El mando general de la acción dentro del edificio de la Caja lo asumió el coronel de Carabineros Juan Bautista Pezoa Arredondo.

El primer acto de la pavorosa tragedia tuvo como escenario el edificio central de la Universidad, que fue rendido mediante la acción conjunta del Ejército y Carabineros, para lo cual se instaló una pieza de artillería del regimiento Tacna en la esquina de Bandera con la Avenida O'Higgins, que disparó dos balazos contra la puerta principal del edificio, mientras los carabineros derribaron y penetraron a él por la puerta inmediata a la calle Arturo Prat. Ya dueños del interior los carabineros tomaron presos a los amotinados, que habían experimentado la muerte de seis de sus compañeros, y los hicieron salir a la calle.

Comenzó desde ese momento el calvario de los rendidos.

***

Rodeaban a Alessandri en ese momento el intendente de Santiago, algunos de sus hijos, varios ministros y un magistrado de la Corte de Apelaciones. En ese momento entró presa de gran agitación, un oficial de Carabineros con la noticia de la rendición de los rebeldes de la Universidad, y uno de los hijos de Alessandri, Hernán, dirigiéndose a su padre, le preguntó:

—¿Y van a salir todos vivos?

Al pasar el grupo de detenidos frente a la puerta de la casa presidencial, Arriagada le preguntó a un oficial que estaba a su lado, que quiénes eran, a lo que se le respondió que eran los amotinados de la Universidad, a lo que Arriagada respondió:

—¡A estos carajos hay que matarlos a todos!

Siguió el grupo por el medio de la calle hasta Agustinas, habiendo alcanzado hasta frente a la galena que ahí existe, y desde donde, por orden de Alessandri, se les hizo volver y entrar al edificio de la Caja de Seguro, en la que fueron llevados, a golpes y culatazos, hasta el sexto piso, en el que se les encerró en una pieza que quedó a cargo del teniente Angellini.

Alessandri, que seguía el desarrollo de los sucesos con corazón palpitante, ordenó meter a los rendidos en el edificio de la Caja, con el pretexto de mostrarlos a los nazistas que combatían en el 7° piso para que se rindieran y se convencieran de que habían fracasado en su intento.

Así declaró el carabinero Pedro Matus de la Parra en el proceso: “Más o menos veinte para las tres, llegaron los detenidos de la Universidad, y junto con ellos subía mi teniente Dreves, quien se acercó hasta mi coronel González y le dijo que, por orden del Presidente y del general Arriagada, esos individuos debían ser subidos a los pisos altos con el objeto de que fueran muertos por las mismas balas de sus compañeros. En el segundo piso encontramos al comandante Pezoa, quien se dirigió a mi comandante González y le dijo que de orden del Presidente y del general Arriagada les diera muerte a todos”.

Media hora después de la llegada de los rendidos de la Universidad comenzó el ataque de los carabineros, que subieron sin inconveniente hasta el 4° piso. El fuego duró así hasta las 2:30, hora en que se les había manifestado que llegaría la fuerza del Ejército, con lo que terminaría su misión.

A las 3:30, los nazistas, después de deliberar y considerando la acción perdida, acordaron la rendición de todos los que combatían en los pisos superiores y la entrega de los empleados (hombres y mujeres) de la Caja. Inmediatamente comenzaron a bajar…

Así declaró el sobreviviente Carlos Pizarro Cárdenas:

“En ese momento subió un oficial, quien le comunico al que estaba a cargo de los nazistas que había que liquidarlos a todos, y dirigiéndose a la tropa, le dijo:

—Ya, niños, terminemos con esto.

Los nazistas estaban arrinconados en el descanso del 6° piso, en número de 20 más o menos, donde recibieron una nutrida descarga. Al que daba la más mínima señal de vida lo remataban. Cayó al suelo siendo cubierto por los cadáveres de los compañeros. Sintió que pasaban por encima de ellos los empleados del Seguro y los detenidos en la Universidad, que eran conducidos por tropas de Carabineros a los pisos inferiores.

Después se oyó una descarga y gritos y carreras hacia abajo, terminando al final con algunos disparos aislados, que hacían comprender que se estaba repasando a los rendidos en la Universidad”

Acto seguido, se hizo salir del 6° piso a los rendidos de la Universidad y a los empleados de la Caja, a todos los cuales se les llevo al 5° piso, donde los empleados fueron colocados en otra pieza, en tanto que los rendidos eran ultimados por los carabineros en el pasillo de la escalera.

El sobreviviente Alberto Montes Montes dio pavorosos detalles:

“Antes que bajaran los otros nazistas, cambiaron al teniente Angellini, que fue reemplazado por un capitán moreno, de regular estatura. En ese momento se sintió una serie de voces de mando y una descarga cerrada. Inmediatamente después, el capitán los hizo salir, advirtiéndoles que tenían que pasar por sobre los cadáveres de los compañeros. Al llegar al 4° piso, el capitán mencionado los colocó en un hueco que hace la escalera y, apretándolos los unos contra otros, les dijo a los carabineros:

—Ya, niños, a cumplir con su deber.

Entonces empezó la masacre, disparando tanto el oficial como los carabineros, cayendo todos al suelo, la mayoría agónicos. Hubo un momento de silencio, que duraría unos cinco minutos, después del cual empezó el repaso de los heridos. Este repaso se hizo con revólveres, no con carabina”

El teniente Antonio Llorens Barrera, que se negó a participar en la matanza, fue detenido.

A las cinco de la tarde, el edificio de la Caja presentaba un aspecto impresionante, hallándose los cadáveres de los jóvenes dispersos en varios pisos. Las sombras de la noche habían caído sobre la ciudad.

Ricardo Donoso (1896-1985) ganó el Premio Nacional en 1972. Fue director del Archivo Nacional y presidente de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía.

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