Durante los días que conmemoraron los 15 años de las medallas olímpicas de Nicolás Massú y Fernando González en los Juegos de Atenas 2004, la atención estuvo centrada en los protagonistas en cancha, sin mucho espacio para los técnicos artífices de la hazaña.

“No me llamaron, eres el primero que lo hace. En todo caso tampoco lo busco, son cosas que pasaron hace mucho rato y los recuerdos están en mi mente y corazón”, explica Patricio Rodríguez desde Miami, ciudad donde reside hace unos años tras haberse retirado de la dirección técnica en las ligas mayores del tenis, actividad que lo absorbió por varias décadas.

A los 80 años ya no viaja por el mundo, tiene un alumno al que asesora, pero su atención máxima es su hija Rafaella de 11 años, de su segundo matrimonio, quien pretende seguir los pasos familiares y convertirse en tenista profesional. “Los niños son mucho más decididos ahora y ella me dice que va ser de las buenas. Ya llegó a una final de un torneo para menores de 12 años y siempre quiere mejorar. Lógicamente el camino es largo, no quiero que se desilusione si las cosas no funcionan como ella quiere”.

—Fuiste papá a los 70 años, quizá no veas concretar muchos de los sueños de tu hija.

—Eso es parte de la vida y yo me cuido para tenerla conmigo todo el tiempo que sea posible. No te imaginas lo maravilloso de ser padre a esta edad, lo recomiendo absolutamente. Muchos de mis amigos me decían que estaba loco, pero yo soy inmensamente feliz con esta etapa que estoy viviendo. Pasamos los días juntos, viajamos a Chile de vez en cuando, me encanta su compañía, aprendo mucho de ella. Como ahora tengo tiempo aprecio mucho más el crecimiento, la crianza, como no lo pude disfrutar con mis hijos mayores. Ella sabe que su padre es un hombre mayor y me cuida, vemos los partidos de la Roja y anda para todos lados con la camiseta de Alexis Sánchez. Aunque podría jugar por Alemania (su madre nació allá) o Estados Unidos, me dice que prefiere hacerlo por Chile.

Sin medallas

Ni su casa de Miami ni su campo de Nogales, al que viaja un par de veces por año y en el que cultiva nueces y naranjas, tienen un rincón que recuerden los logros del técnico más reputado de Latinoamérica, el único que puede presumir de haber dirigido al campeón de un Grand Slam (el ecuatoriano Andrés Gómez en 1990, un campeón olímpico (Nicolás Massú) y un finalista de Copa Davis (José Luis Clerc con Argentina en 1981).

“Me carga coleccionar cosas. Te va a sorprender, pero algunas copas de plata que han aparecido entre los cachureos que tengo en el campo hasta las he usado de tetera, jajaja”.

—¿Por qué siempre dirigió a jugadores latinos?

—Simplemente se dio porque los estadounidenses prefieren a los de su país por un tema de idiosincrasia, creo yo. Sin embargo, la única oferta que me llegó de un norteamericano valió por todas las que no me llegaron antes. Me ofrecieron entrenar a Pete Sampras, pero lo rechacé.

—¿Está bromeando, quién podría negarse a una propuesta así?

—Pero así fue no más y te explico el contexto. Esto fue en 1990 y ese año con Andrés (Gómez) habíamos ganado Roland Garros y Sampras el US Open. Él era muy jovencito. Hacia fin de año se organizó en Dallas una exhibición entre ambos, recuerdo que salimos a jugar al golf todos juntos y recibí una llamada de su representante, quien me pide que entrene a Pete porque se había quedado sin coach. Yo le dije que estaba con Andrés y que no podía. “Entonces entrena a los dos”, arremetió. Le volví a decir que no, que es incompatible que dirija a dos tipos de ese nivel, te terminas volviendo loco. Mira cómo son las cosas, seguro que habría sido lindo dirigirlo porque todo el mundo proyectaba que sería unos los grandes campeones de la historia, pero en ese minuto no podía abandonar a Andrés.

—¿Con el tiempo se recriminó por esa decisión?

—De verdad que no. Con los latinos, con la sola excepción del peruano Jaime Yzaga, siempre me llevé de maravilla. Cuando convives con los tenistas muchas semanas al año, casi a diario, la conexión cultural, el idioma y las costumbres hacen más llevadero todo.

Hijos del rigor

—Su gran etapa de coach quizás eclipsa el conocimiento de su carrera como jugador. Entre los 50 y 70, jugó la Copa Davis y los torneos en Europa.

—Ser profesional en esos años era muy distinto a lo que se ve ahora. Era sacrificado, muy duro, especialmente para los sudamericanos. Uno ganaba muy poca plata y tenía que rebuscárselas para sobrevivir. Calcula que uno compraba un pasaje de Santiago a Europa en marzo y no volvía hasta fin de año. No daban los números. Un ticket aéreo costaba 1.100 dólares, lo mismo que un Wolkswagen nuevo. Allá tenía un autito y como la bencina era barata, me cundía. Acarreaba a Jaime Pinto o al Pato Cornejo, juntábamos un fondo y nos movíamos a todos lados.

—Era una época, además, muy convulsionada en Europa y el mundo.

—De profundos cambios políticos. Los Beatles eran la moda, y se había construido el Muro de Berlín en plena Guerra Fría. Por ejemplo, a nosotros nos tocó jugar por Chile la Copa Davis ante Checoslovaquia (hoy República Checa). Eso fue en 1967, meses antes de la Primavera de Praga, todo muy vigilado en los países de la Cortina de Hierro. Yo tenía un amigo que vivía en Bratislava (actual capital de Eslovaquia) y me contaba cómo la gente se escapaba a Austria para huir del comunismo. Nosotros jugábamos contra el equipo de Jan Kodes, uno de los mejores tenistas del mundo.

—A él la ganó, ¿cómo lo recuerda?

—En Praga yo era capitán y jugador. El equipo lo completaba Jaime Pinto y el Pato Cornejo. Llovió todos los días, nos tenían botados y no nos pasaban ni siquiera un gimnasio para entrenar. Entonces adaptamos los camarines, que eran grandes, y ahí hacíamos la preparación física, corriendo de un lado para el otro. Pese a todos los tropiezos igual ganamos la serie por 3-2 y la de Kodes fue una de las grandes victorias de mi carrera.

—¿Conoció muchas celebridades en ese tiempo?

—Me tocó jugar contra Jan Borotra, uno de los legendarios mosqueteros del tenis francés; también conocí el Primer Ministro francés, Jacques Chaban-Delmas, que había sido miembro de la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial. Otro con el que tuve una linda conversación fue con el actor Alain Delon durante un torneo en Aix en Provence, un tipo macanudo y muy sencillo, lo mismo cuando en Montecarlo me tocó salir a cenar con José Luis (Clerc) con las princesas Carolina y Estefanía de Mónaco.

—Vaya recuerdo, ¿qué tal eran ellas?

—Encantadoras y sencillas. Todo se hizo a través de un amigo que tenía contacto de alto nivel con el palacio y nos programaron un doble mixto. Yo hice dupla con Estefanía que tenía como 17 años, Carolina era un poco mayor. Después cenamos en un restaurante muy elegante. Inolvidable momento ese. Eso tiene el tenis que es muy social.

—¿Cómo ve el deporte ahora?

—Con un dominio desmesurado y monótono de los tres de arriba. Creo que esta época difícilmente se repita y también no habla muy bien de los que vienen, que deberían ser el recambio de Federer, Nadal y Djokovic, pero no han dado el tono. Cuando entrenaba a Clerc, había otros jugadores de inmensa calidad. Arriba tenías a Borg, McEnroe y Connors, que eran unos monstruos; luego a Clerc, Lendl, Gerulatis y Vilas. Me parecía una época más carismática, más entretenida.

—¿Quién a su juicio se lleva el cetro del mejor todos los tiempos?

—Quizás debería ser Rod Laver, que ganó los cuatros torneos del Grand Slam en un año, y siete años después lo volvió a hacer de nuevo. Sin embargo, a mí el que más me llena la vista es Federer. Hace todo perfecto, sus movimientos, su estilo, sus golpes de manual, una volea preciosa y una movilidad increíble para su edad. Yo jugué con Laver y perdí en cuatro sets en Buenos Aires, su estilo no me molestaba, pero Federer seguramente me hubiese barrido. Nadal y Djokovic son enormes también, pero no me llenan el gusto.

Los chilenos

—¿Y Garín y Jarry, qué proyección tienen?

—Son jóvenes y es insospechado dónde pueden llegar. A Garín lo vi mucho en Munich y Houston y me gustó sobre todo su actitud, me pareció con la garra de costumbre, pero más tranquilo. Ya no es el chico que refunfuñaba ante todo. Pensé antes de Roland Garros que se iba pegar un salto importante y se desinfló un poco, pero se va a recuperar porque tiene nivel. A Jarry lo he visto menos. Lo vi en Miami ante John Ilsner y lo sentí muy equívoco. Con ese porte debería aprovechar mejor su saque, hacerle muy difícil la tarea a su oponente, variar los efectos, usar más la voleas, en fin, que tu rival al menos sufra para quebrártelo.

—¿Qué le parece el trabajo de Massú como coach?

—Me gusta mucho. Él siempre fue muy profesional en su preparación, siempre dando el máximo. Eso mismo lo ha transmitido a los chicos en la Copa Davis donde, claro, no les va a cambiar su tenis en una semana, pero al menos les puede entregar tips importantes y especialmente afianzar la unión del grupo. Lo escuchan, respetan y le creen. Además, como está metido en todo contagia con ese entusiasmo. Con respecto a su trabajo con Dominic Thiem se encontró con un chico que le falta precisamente lo que a Nico le sobra: garra y energía. Lo ha hecho ganar en Indian Wells y alcanzar las semifinales de Roland Garros. Va bien.

—¿Mantiene contacto con él?

-—Sí, cuando puede se toma un tiempo para que almorcemos. Lo mismo pasa con Andrés (Gómez) y el Nico Lapentti que también son muy cariñosos. Y José Luis, bueno, ese es como un hijo, si lo tuve desde los 15 años y todo el tiempo quiere saber cómo estoy.

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