El predio donde hoy funciona el monasterio fue adquirido en 1975, en un antiguo asentamiento de la reforma agraria de la época de Allende.

.Guillermo

Jaime Cabalín.

El jueves pasado los religiosos del Monasterio Benedictino de Lliulliu, en Limache, hicieron una misa de réquiem y enterraron al abad Guillermo Jaime Cabalín (57), un argentino de San Juan que había llegado al claustro hace 30 años. Al religioso lo habían visto por última vez la mañana del viernes 23 de agosto, cuando dijo que saldría a caminar por los alrededores. Llevaba una mochila y vestía jeans y camisa amarilla. Lo acompañaba Pequitas, la mascota de los monjes.

El lunes, luego de una búsqueda de tres días, los carabineros vieron un cuerpo en una quebrada, que había sido pasado por alto por otro religioso quien —al estilo de “El nombre de la rosa”, de Umberto Eco— salió a buscarlo cerca del mismo lugar. El abad, que estaba a cargo de los temas económicos del claustro, había muerto.

Horas después se supo que desde el año pasado a Jaime lo investigaban por un presunto abuso sexual ocurrido en abril de 1995, precisamente, en el monasterio.

Esta parte de la historia comenzó a escribirse en público a finales de septiembre de 2018. Una mujer llamó al «Chachotero Sentimental», de Radio Corazón, y contó que días antes de la Semana Santa de 1995, cuando ella tenía 20 años y aspiraba a una vida de oración, habría sido abusada por Jaime Cabalín en una de las celdas de la hospedería para mujeres. Detalló que había ido a un retiro espiritual sola y que, la noche de los hechos, el abad del monasterio en la época se hallaba en Santiago. Al conductor, Roberto Artiagoitía, le dijo que, decepcionada, dejó sus aspiraciones pías. El año pasado ella denunció a Jaime a la comisión creada por la Conferencia Episcopal tras la visita de Charles Scicluna.

“El padre lucía bien”

Según las declaraciones ante Carabineros, el sábado 24 de agosto era una fecha que los monjes tenían en la cabeza durante los últimos días del abad. Dice Omar Ayala (46), soltero con estudios superiores religiosos: “Tenía conocimiento de que el padre Jaime estaba involucrado en una investigación de los religiosos, la que era llevada por la Congregación Jesuita, debiendo entrevistarse el sábado 24 de agosto con el encargado de la investigación, René Cortínez, en la ciudad de Santiago”.

Orlando Humberto But (89), fraile argentino, añade: “El padre Guillermo lucía bien en los últimos días, programando un viaje para ir a Santiago para declarar por una investigación que se desarrollaba por parte de la Congregación Jesuita, por una acusación que había hecho una mujer que estuvo de huésped acá, que había señalado que había abusado de ella, situación que él niega y se está aclarando ”.

Un tercer monje recuerda: “Hace dos meses me señala el padre Guillermo de forma textual: ‘Me hicieron una demanda, y a ti y a otro hermano la mujer los pone como encubridores de los hechos'”. «La Segunda» se comunicó para conocer la versión del monasterio, pero estaban atareados en el funeral.

A la denunciante le tomó horas completar su testimonio ante Cortínez en la Residencia San Ignacio en Alonso Ovalle. También conservaba un diario de vida con detalles. En septiembre expiraría el plazo de esa investigación, que luego tendría que ser enviada a la Abadía Niño de Dios en Argentina, de la cual depende el Monasterio de Lliulliu.

Pero la mujer también presentó una denuncia ante el Ministerio Público de Limache. Esta causa, del fiscal Juan Emilio Gatica, es por violación de mayor de 14 años.

Según su versión, para la Navidad de 1995, después del presunto abuso, la mujer volvió al monasterio en busca de una explicación. A poco de ser recibida por el hermano hospedero —se supone el único que habla con los laicos que van a rezar— se le presentó el abad de la época y le dijo que se fuera.

El año pasado, cuando la mujer habló en el «Chacotero Sentimental», la canción de cierre que colocaron fue «Solo le pido a Dios».

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En 1995, cuando ocurrió el presunto abuso, en el monasterio había siete monjes al igual que en 1975, cuando la propiedad fue adquirida por la comunidad benedictina, que se organiza en grupos autónomos dedicados a la vida contemplativa, al trabajo de autoabastecimiento y a las siete oraciones diarias que instruyó San Benito.

Entre 1920 y 1974 estuvieron en Viña del Mar, pero la escasez de vocaciones los condujo a levantar un monasterio separado de la parroquia. Los terrenos eran antiguos asentamientos que quedaban de la reforma agraria de Salvador Allende. Los planos del monasterio fueron diseñados por el arquitecto Raúl Irarrázabal. En 1986 adquirieron gran parte de los cerros que rodean al monasterio.

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