Desde su apertura en 1896, la historia moderna de los Juegos Olímpicos ha conocido grandes e inolvidables campeones, pero pocos pueden ufanarse de haber ganado sus medallas en la forma en que lo hicieron Nicolás Massú y Fernando González en Atenas 2004, quienes dejaron hasta la última gota de sudor en la cancha por las preseas individuales de oro y bronce, el galardón dorado compartido en la competencia de dobles; lejos, la actuación más importante de dos deportistas chilenos en la historia.

Pero el camino a la coronación fue pedregoso. Aunque no había dudas de que el tenis era el deporte con mejores expectativas, el más preparado de la delegación chilena para pelear por una medalla, también existía conciencia de que la rivalidad sería alta.

A pesar de que la asistencia de las mejores raquetas del mundo no era completa, la presencia del invencible suizo Roger Federer, el estadounidense Andy Roddick, el ruso Marat Safin y el español Carlos Moyá colocaba muy dura la pista.

Por eso, aunque González, con el optimismo de siempre, postuló una semana antes de viajar a Grecia que iba a “luchar por una medalla”, en el fuero íntimo de los entendidos parecía más atendible ilusionarse con una presea en los dobles, donde la distancia con los contrincantes parecía más salvable. La Villa Olímpica era un complejo nuevo, pero con comodidades muy diferentes a las que los tenistas estaban habituados en sus periplos por el mundo.

Pese a que estaban acostumbrados a hoteles lujosos con auto a la puerta, acá debieron dormir en sencillas camas de una plaza, mientras que el traslado diario al Complejo de Tenis se hacía en buses de la organización. La alimentación era en base a pollo, arroz y papas, aunque se podía solicitar pizzas y hot dogs como extras.

Devueltos a la realidad de los deportistas amateurs, González y Massú estrecharon lazos con el resto de la delegación, en especial con los nadadores Giancarlo Zolezzi y Maximiliano Schnettler, sus compañeros de residencia, quienes profesaban admiración por las carreras de sus colegas tenistas y sufrieron como verdaderos hinchas con sus partidos.

El ánimo que precedió al logro era dispar entre los jugadores. Massú rehuía a la prensa chilena, ya que, de acuerdo a sus más cercanos, sentía que “le habían dado duro ese año”. Según Massú, no solo había sido asfixiante el conteo de las veces que había desperdiciado la ocasión de llegar al top ten, sino que, a su juicio, se insistía majaderamente en sostener que encaraba los Juegos sin haber ganado un solo partido en canchas duras, como las de Atenas.

Massú llevaba menos de dos meses trabajando con el técnico chileno Patricio Rodríguez, con quien había ganado ya el torneo de Kitzbuhel sobre arcilla. Entrenaba con presión, se recriminaba de su revés y encontraba livianas las pelotas; por el contrario, González derrochaba tranquilidad, recorría relajado las instalaciones del complejo y se retrataba feliz junto a la llama olímpica.

El ánimo de Massú cambió después de su liberador primer triunfo, en tres sets, sobre el brasileño Gustavo Kuerten. Ese encuentro afirma su confianza y su tenis. De ahí en adelante, cada actuación fue mejor, como lo constataron el estadounidense Vincent Spadea y el ruso Igor Andreev, quienes sufrieron su paso arrollador. Ya en cuartos de final, el choque contra Carlos Moyá, uno de los favoritos del cuadro, significaba quedar a las puertas de una medalla. Con una táctica perfecta en defensa y ataque, Massú realizó técnicamente su mejor partido del torneo y uno de los más redondos de su carrera. El 6/2 y 7/5 sobre el mallorquín ratificaron un rendimiento superlativo en todas sus líneas y lo instalaron en semifinales.

Ampollas en los pies

Por la parte alta del draw, González ganó en sus dos primeros encuentros frente el griego Konstantino Economidis y el coreano Huyng-Taik Lee, a sabiendas de que en octavos de final le esperaba un crucial duelo con Andy Roddick, el número dos del mundo. La cuenta favorecía por 2-1 al norteamericano en los duelos previos y, una vez más, era el desafío del mejor saque del mundo (Roddick) contra la derecha más fulminante del circuito (González). El chileno zafó la contienda neutralizando los servicios de su rival y atacando con precisión en sus propios turnos hasta decretar un doble 6/4.

La crucial victoria lo envalentonó en su próximo encuentro ante el francés Sebastien Grosjean, a quien superó en tres capítulos para alcanzar también un lugar entre los cuatro mejores.

Con ese resultado, Chile aseguraba el bronce en los individuales. A esa altura, el físico iba consumiendo las fuerzas de los chilenos, los únicos jugadores que siguieron alternando las pruebas de singles y dobles.

En la especialidad de binomios también habían capitalizado un avance inmejorable, ya que después de batir en la apertura a la dupla de Bahamas Mark Knowles-Mark Merklein, superaron en tres sets a los argentinos Gastón Etlis y Martín Rodríguez.

Antes de este último partido se genera una situación incómoda, pues Horacio de la Peña, técnico de González, también entrenaba a los argentinos, por lo que pide en forma excepcional marginarse de la tarea de dirigir a los chilenos, para evitar suspicacias de cualquier tipo, y le encarga a Patricio Rodríguez que asuma en propiedad la tarea.

El compromiso siguiente resultaba decisivo para los planes de los chilenos, quienes tendrían al frente a los gemelos Bob y Mike Bryan, la mejor pareja del mundo. “A mi juicio, era un partido clave. Fue el momento en que nos reunimos los cuatro (técnicos y jugadores) y analizamos la posibilidad de privilegiar los singles para no seguir desgastándonos y, quizás, perderlo todo. Al final nos miramos y dijimos: ‘Vamos por todo'”, recuerda De la Peña. Aunque los chilenos tienen presente que en Australia habían perdido estrechamente con los Bryan, la dupla estadounidense se muestra menos fina esta vez, los nacionales se imponen en potencia, vencen por 7/5 y 6/4 y escalan a una tercera semifinal.

El jueves 19 de agosto, después de ganar sus singles, la pareja sudamericana enfrenta, casi arrastrando los pies, a la fresca dupla croata de Ivan Ljubicic y Mario Ancic. Tras bregar durante más de dos horas, ganan por 7/5, 4/6 y 6/4, accediendo a la disputa del oro. A la distancia, el tenis vuelve a ilusionar a todo Chile. La sola posibilidad de alcanzar una medalla había revolucionado el ambiente que, como suele ocurrir, se engancha conforme van llegando los resultados.

Eliminados Federer, Safin, Moyá y el también español Juan Carlos Ferrero, el paso a la final de singles se dirimiría con la mayor potencia olímpica, Estados Unidos. Massú debía chocar con Taylor Dent, mientras que González enfrentaría a Mardy Fish. El viernes 20 de agosto se produce el cara y sello de la dupla nacional.

Devolviendo como nunca, Massú estuvo sensacional en su victoria sobre Dent, por 7/6 y 6/1, y queda a la espera de que su compañero cumpla el mismo trámite para cristalizar una soñada final chilena. Todo parecía perfecto después de que González le ganara el primer set a Fish, pero cuando la cuenta estaba empatada 2/2 en el segundo parcial, el “Bombardero” sufre una desafortunada torcedura en el tobillo derecho, que lo hizo perder confianza en los desplazamientos y terminó restándole precisión en el servicio. El chileno se descontrola y entrega el partido por 3/6, 6/3 y 6/4.

Fish sería entonces el rival de Massú. González queda desconsolado, pero casi no tiene tiempo para rumiar su dolor, pues los Juegos todavía no terminan para él. Largas y dolorosas horas debió permanecer en el court olímpico González para colgar de su cuello la medalla de bronce, presea que estuvo a punto de perder ante Dent, al que finalmente derrotó con un electrizante 16-14 en el tercer set, cuando sus pies estaban destruidos por el esfuerzo.

“Ese partido me marcó, porque el día anterior había perdido ante Fish y me sentía abatido. Más encima, estaba lesionado y no sabía si el tobillo me iba a responder. Después de ganarle a Dent, me di cuenta de mi verdadera fuerza interior, cuestión que hasta ese minuto desconocía en toda su magnitud. Yo siempre he sido un luchador, juego con el corazón, pero en ese partido se produce un quiebre. Esa lección de fortaleza me quedará marcada para toda la vida”, asegura González.

El valor no quedó allí en ese inolvidable sábado 21 de agosto de 2004, pues, apenas tres horas después, González tuvo que entregar hasta su última gota de energía para luchar por el oro en la final de dobles, junto a Massú. Nuevamente la agonía y el éxtasis se manifestaron en toda su plenitud, con cuatro puntos de partido que favorecieron a los alemanes Nicolas Kiefer y Rainer Schuettler en la definición del cuarto set y la excepcional reacción chilena para llegar a un quinto episodio que les permitía seguir soñando con el triunfo.

La dupla nacional juntó fuerzas para sellar la victoria definitiva en cinco sets aplaudidos, llorados y celebrados tanto en Atenas como en Chile. La cuenta fue de 6/2, 4/6, 3/6, 7/6 y 6/4: González cerraba la jornada sumando siete horas y ocho minutos en la cancha. Sus pies eran una gran ampolla. Pero, aunque en estos dos partidos se derrocharon emociones a granel, aún había que reservar nervios para la definición del oro individual, apenas unas horas después, en una final en la que Massú llegaba disminuido físicamente ante Fish.

La batalla final

Sufrido, como cada vez que se juega algo relevante, Massú no haría una excepción en el día más importante de su carrera. En cuatro horas de batalla, debió exprimir su tenis y coraje para tocar el cielo. Su cuerpo estaba lastimado por el trabajo del día anterior y de toda una semana, en la que llegó a las dos definiciones después de haber jugado diez partidos —entre singles y dobles— en seis días.

“Nicolás había tenido un entrenamiento horrible por la mañana. Me decía: ‘Pato, no doy más, estoy cansado'. Pero yo sabía que en la cancha se le iban a pasar los dolores y el cansancio acumulado”, recuerda Patricio Rodríguez.

Fish estaba dispuesto a luchar y aprovechó el mermado físico del viñamarino, que casi no pudo preparar el partido, haciéndolo correr de un lado a otro de la pista.

Tras ganar el primer set con dificultades, Massú se fue quedando sin fuerzas, por lo que los capítulos siguientes fueron un trámite para el norteamericano. Incapaz de moverse en la cancha por las contracturas en su muslo, Massú pidió asistencia del fisioterapeuta para seguir resistiendo.

Ese detalle, más el incidente de un cobro injusto en su contra, prendieron a Massú, que golpeándose el pecho avisó, como buen gladiador, que no se rendiría. El viñamarino ganó el cuarto set y, curiosamente, se veía más entero que Fish, quien estaba desesperado con los gritos de “chi-chi-chí, le-le-lé” que retumbaban en las tribunas. Como dos púgiles dando sus últimos puñetazos, el set final fue una verdadera guerra mental. Tras un quiebre por lado, Massú asestó un golpe clave al arrebatarle otro servicio a Fish y ponerse arriba por 4/2.

En los siguientes cuatro juegos, Massú defendió a morir sus turnos hasta que, en el décimo game, luego de un revés ancho de Fish, la angustia dio paso a la euforia y al carnaval simultáneo en el court de Atenas y en todo Chile. “¡Ancha, es ancha esa pelota! Es oro para Chile, es oro para Nicolás Massú. No estamos soñando, esto es verdad. Porque cuando este muchacho creció, nadie le dijo que existía una palabra llamada imposible”, era el conmovedor relato que el periodista de Televisión Nacional Fernando Solabarrieta llevaba desde Grecia a todos los telespectadores del país.

Habían sido cuatro horas de sacrificio y un 6/3, 3/6, 2/6, 6/3 y 6/4 histórico para Chile y Massú. “En el último punto, no olvido que tomé la pelota, le hablé a Dios y le pedí que me permitiera ganar ese punto, aunque después, si él quería, no me dejara jugar nunca más al tenis. Hoy veo como una exageración esa súplica, pero me estaba jugando el pellejo en el momento más importante de mi vida y, de todo corazón, deseaba ganar, porque sabía que eso iba a trascender”, diría poco después el viñamarino.

Para el entrenador de Massú, el triunfo también representaba algo especial en su vida. Pato Rodríguez era el mejor coach chileno de todos los tiempos y sabía que con el viñamarino cerraría sus exitosos 30 años de adiestrador. El profesional de 65 años, que se dio el lujo de rechazar un ofrecimiento de Pete Sampras y que había dirigido a grandes campeones de diversas latitudes, no tiene dudas con respecto al valor del logro de su pupilo. “Es lo más grande que me pasó como técnico. Me había ido bien dirigiendo extranjeros, pero yo me preguntaba: ‘¿Cuándo me va a pasar esto con un compatriota?'. Esas medallas fueron el broche soñado de mi carrera”, confiesa Rodríguez.

Mardy Fish demostró ser un digno adversario al reconocer sin ambigüedades el triunfo de su colega de profesión. Sus palabras en ese sentido fueron reveladoras: “No sé cómo lo hizo, pero demostró que es un auténtico guerrero en la cancha”.

Desayuno con Lagos

El fervor popular que trastornó al país ese domingo debió esperar 23 días para tocar a Massú y González.

El 13 de septiembre, a las nueve en punto, una hora y media después del aterrizaje de los tenistas, el bus de la gloria salió del aeropuerto de Pudahuel rumbo a La Moneda. “Esto es increíble. No se puede comparar con nada”, relataba emocionado Massú.

El Presidente Ricardo Lagos y su esposa, Luisa Durán, recibieron a la delegación, los invitaron a tomar desayuno y, poco después, salieron al balcón. Fueron tres, cinco, diez minutos de magia y reencuentro. “Dan ganas de llorar. Esto quedará para siempre grabado en nuestra memoria”, resumió González.

El periodista Mario Cavalla es autor del libro "Historia del Tenis en Chile, 1882-2006”. El texto cuenta desde los orígenes de la disciplina en el país, en 1882, hasta los grandes momentos: las actuaciones de Luis Ayala en Roland Garros y Wimbledon; la final de la Copa Davis en 1976; las victorias de Hans Gildemeister sobre Bjorg Borg y Jimmy Connors; y el número uno mundial de Ríos. Este capítulo describe la proeza olímpica de Massú y González en Atenas 2004.

LEER MÁS
 
Más Información