“Dios nos libre

si el razonamiento económico, como propone Brennan, se impone en todas las esferas de la conducta”.

Alfredo Joignant

Jason Brennan es un autor sugerente y, sobre todo, provocador. Este singular filósofo, autor de un libro de popularización del capitalismo (“¿Por qué no el capitalismo?”) y de un exagerado “Contra la democracia”, visitó Chile invitado por la Fundación por el Progreso, y no pasó inadvertido. Emulando en tono menor, sin confesarlo, a Gary Becker en su ambiciosa empresa de explicar más o menos todo (desde el crimen hasta las relaciones familiares) a partir de argumentos económicos y de premisas generalizadas de racionalidad, Brennan se ha propuesto contribuir a mejorar el funcionamiento de las democracias apelando a la lógica de los incentivos y de los sistemas de precios.

El objetivo es, prima facie, elogiable, aunque se paga a un precio francamente pírrico. La definición de lo que Brennan entiende por democracia es en extremo minimalista, sobre lo cual plasma soluciones económicas para un pueblo que se comporta económicamente (en el sentido de economizar tiempo y esfuerzo con el fin de maximizar su propio bienestar, premisas que han sido asimiladas por una fracción ingenua de la ciencia política como si estas fuesen principios universales y ubicuos de conducta).

En una entrevista en CNN Chile, Brennan proponía en serio, como antídoto frente al abstencionismo, pagar a los votantes por ir a votar. Los votantes, decía, gastan recursos en acudir a su local de votación, y resulta razonable “compensarlos” por tamaño esfuerzo. La dimensión de costo del acto de votar existe, pero el argumento que Brennan no considera es que en el voto (y en la abstención) hay un significado asignado por el votante que no necesariamente tiene que ver con la maximización del interés propio. Es más, a menudo ese interés se entronca con aspectos más abstractos o simbólicos de la conducta.

Escalando en la provocación, Brennan no vacila en proponer el voto ponderado. Si bien el autor no está totalmente equivocado al sostener que “el votante medio suele estar mal informado”, su propuesta de “epistocracia”, o de voto ponderado según el nivel de información del electorado, es aberrante. Brennan se pregunta: “¿Por qué no lo ponemos de manifiesto mediante algún tipo de examen que permita, en última instancia, unos procesos electorales más eficientes?”. Dios nos libre si el razonamiento económico se impone en todas las esferas de la conducta: no solo implicaría abolir la historia de las conductas (en este caso, del sufragio universal, un derecho por el cual se pudo dar la vida por conquistarlo), sino que enfriaría la totalidad de las relaciones sociales.

Si la última provocación de Brennan consiste en afirmar la superioridad moral del capitalismo, la respuesta desde este lado de la fuerza es más humilde (el socialismo real tiene, también él, demasiados vicios), y obliga a recordar que en el mundo real no existen los ángeles, y no hay que dar por sentada la fraternidad universal: este es el verdadero problema.

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Hay que escuchar lo que dicen los tambores. En épocas de renovación, ellos no repiten los mensajes; llaman a un acercamiento de la oreja al suelo. No piden una revisión de las encuestas, sino de la relación entre la mascarada política y el hastío ciudadano. Macri pierde por insoportable, por angélico y por satisfecho. Él y su paraíso se pierden no por las maniobras de los malvados, sino por fastidio y abandono ciudadano. Algo falló en las técnicas de pastoreo y de manipulación de la gente.

La ideología del big data nos dice que toda causa está perdida. El manejo personalizado de la masa cumpliría los peores pronósticos de la imaginación distópica. La manipulación de los ciudadanos es tan antigua y a la vez tan moderna. Si nos remontamos unas pocas décadas atrás, “Para leer el Pato Donald”, de Armand Mattelart y Ariel Dorfman, presentaba el inconcebible mecanismo de la manipulación emocional y mercantil inscrito en la inocencia de Disney. El mismo poder de distorsionar la voluntad política de los votantes ya no está sujeto a una inspiración creativa, sino que a la cuidadosa recolección de conductas que son luego devueltas como repulsión o como deseo a cada ciudadano. Los medios de esta operación ya no solo son masivos, sino que también totales y personalizados. Es una vuelta al cohecho, que antes fue el mecanismo para mantener vigente el voto censitario. La democracia está incompleta, pero es menos frágil de lo que parece.

Macri empieza a despedirse en medio del desconsuelo de la encuestología y los analistas especulan sobre las dificultades de hacer las reformas de manera gradual. Los que razonan de ese modo aluden a la añoranza de la vía autoritaria al capitalismo. Se olvidan de que, en sus años de tenida de camuflaje, los argentinos tampoco hicieron las reformas. Les faltó esa mezcla virtuosa de represión a morir y de desarraigo desenfadado. Se quedaron con la primera parte y no liberaron la versión más pura y estricta de la ecuación monetaria. Se quedaron sin la tabla rasa que en Chile hizo desaparecer lo común pero que tampoco facilitó la predictibilidad de las conductas sociales.

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“Dramáticamente, Argentina no se plantea un programa de desarrollo país, sino que uno, virtualmente, de subsistencia económica”.

Rafael Aldunate Valdés

Quien castigó con crudeza el resultado de las primarias en Argentina fueron los mercados internacionales. Nada ganaron Macri y Fernández. Tan así que el candidato peronista, en una entrevista tan sentida como pensada, en el diario Clarín, no pudo soslayar la realidad. Sostuvo, literalmente: “Ante una indiscutible realidad, en las condiciones actuales Argentina es incapaz de pagar sus obligaciones… si no producimos no podremos exportar, y no generando dólares, tenemos que entender, que estamos virtualmente, en un situación de default” (incumplimiento). Es la situación, más que una opinión, del candidato triunfador. Y ya anuncia que tendrá que sentarse a negociar, afirmando, en sincero y claro español, que ya se vivió 75 % de “corte de pelo”. Es decir, todo pasaría por una durísima restructuración de la deuda externa con los escépticos acreedores internacionales, con sus incuestionables efectos paralizantes.

Dramáticamente, no se plantea un programa de desarrollo país, sino que uno, virtualmente, de subsistencia económica, con lo sobrecogedor que ha sido, como sostiene el título de esta columna, un retroceso continuo de distintos gobiernos, si es que han podido terminar sus periodos presidenciales.

El paréntesis ha sido un gobierno de economía de mercado, que casi universalmente prospera. ¿Por qué no lo ha hecho el de Macri? Esencialmente porque la estructura interna de ineficiencias era un lastre mayor; laboralmente, el sector pasivo era 2,5 veces mayor que los activos; la artificialidad de los subsidios, hasta de los servicios básicos, tenía capturada al fisco; heredó una economía en recesión progresiva y endeudada críticamente; tuvo la oposición de un populismo de clase mundial, con un sello peronista mezquino y confrontacional; más un federalismo deficitario y disociador; unas instituciones tan frágiles como dispersas, y una corrupción disruptiva.

Ciertamente que Macri cometió errores. Implantó libertades económicas, como un tipo de cambio libre y apertura al mundo exterior sin normarlo, inundando el país de dólares pero de manera circunstancial, por cuanto de divisas es de lo que ha sido siempre deficitario Argentina. Sobre si fue muy gradual en sus medidas, otra cosa no era tan factible, en una sociedad que por más de medio siglo ha vivido de una ilusión o quimera de un populismo personificado en líderes circunstanciales, que no han tenido más finalidad que mantener su clientela política para perpetuarse en el poder.

Compararse con el Chile actual no solo es odioso sino que desproporcionado. Parte no menor de la oposición intenta, vía zancadillas, acomodar la realidad, desdeñando que el actual gobierno ha crecido al 3,3%, el doble que el anterior, y duplicando los empleos con contrato.

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