Por Cristián Guerrero Lira

Conformadas por seres humanos que tienen intereses, aspiraciones y objetivos heterogéneos, las naciones y las instituciones buscan en su historia, y en la cultura de la que forman parte, ejemplos de conducta que muestren lo que debe ser el actuar público y también privado de sus integrantes. Así, en parte, se fija la idiosincrasia de una nación y también el sello que marca las características esenciales de una organización.

En este proceso, que siempre es dinámico, pues la identidad no es una característica inmutable, algunos personajes de la historia nacional o institucional cobran gran importancia y son transformados en paradigmas, en ejemplos idealizados de lo que se espera sea el comportamiento de un connacional, del integrante de una organización o del creyente en una religión específica. Héroes, prohombres o santos, todos cumplen esa función que les es asignada, quizás muchas veces por encima de sus propias aspiraciones, por la nación o por la institución que los toma como modelos.

En los cuerpos militares el héroe es valorado por sus acciones excepcionales en combate y también, en épocas de paz, por lo obrado en situaciones extremas como catástrofes naturales. En ambas circunstancias se arriesga la vida en pro de ideales superiores. Del mismo modo, se le aprecia por las conductas desarrolladas en su vida cotidiana como integrante de la milicia, asignándosele el rol de modelo de la práctica de las virtudes propias de la profesión.

Revisando su historia, el Ejército de Chile ha identificado y definido un conjunto de virtudes que deben regir la vida del militar, mismas que son corroborables en la vida de su máximo héroe, su paradigma por excelencia, Bernardo O'Higgins.

¿Qué sentido tiene estudiar la vida de O'Higgins, o algunos aspectos de ella, en una sociedad tan cambiante como la actual? Para aclarar este punto es preciso considerar que la Historia, en cualquiera de las modalidades en que narrativamente se exponga, incluyendo el género biográfico, no es solamente el relato de un conjunto de hechos del pasado a los que se da cierta veracidad, pues mediante la interpretación de su naturaleza, propósitos y consecuencias, a las acciones humanas se les concede sentido, muchas veces moralizador. En una biografía, lo que se pretende es establecer cuáles son los hechos destacados de la vida del biografiado, con especial énfasis en sus valores y virtudes que son considerados dignos de imitación, insistiéndose en ellos pues no se aprenden intelectualmente, sino que mediante la práctica.

Concordante con ello es que se han definido varias virtudes militares que son inculcadas en los distintos procesos formativos como parte esencial del ethos militar y, en consecuencia, se espera que sean normas de conducta universales para quienes forman parte de la institución: disciplina, lealtad, patriotismo, valor, espíritu de cuerpo, cumplimiento del deber militar, honor, espíritu de servicio y abnegación.

De este conjunto, la más presente en O'Higgins es, sin duda, el patriotismo. ¿Cómo debe entendérsele y cómo lo expresaba O'Higgins? El patriotismo es el amor a la patria, entendida esta tanto en su aspecto territorial como humano. En efecto, la idea de patria, la tierra de los padres, posee una doble dimensión: se nace en la misma tierra que habitan los progenitores y se nace en un grupo humano del cual los padres forman parte.

Este sentimiento, que implica la búsqueda del bienestar de los compatriotas, de los que han nacido en la misma comunidad y territorio, y con quienes se comparten formas culturales determinadas, necesariamente debe encontrar muchas manifestaciones en la vida militar y es, por así decirlo, una de las primeras virtudes, si es que no la primera, que debe practicar el uniformado. Hace algunos años era común escuchar en las ceremonias militares una frase muy representativa de esta idea: “se puede amar a Chile sin ser soldado, pero no se puede ser soldado sin amar a Chile”. El militar se prepara para la guerra en defensa de la patria. También para enfrentar los efectos de catástrofes naturales que afectan a sus compatriotas. Así lo ordenan, incluso, la Constitución y las leyes; pero más que ese imperativo legal, el patriotismo es parte de la esencia de lo militar.

O'Higgins expresó muchísimas veces este sentimiento y actuó en conformidad a ello. Así, apenas iniciaba su carrera política y militar expresó a Juan Mackenna, en enero de 1811: “he pasado ya el Rubicón... Me he alistado bajo las banderas de mi patria después de la más dura reflexión, y puedo asegurar a usted que jamás me arrepentiré, cualesquiera que sean las consecuencias”. El compromiso adquirido era total.

Sus últimos años de vida fueron de evaluación de lo obrado y, lógicamente, el patriotismo tuvo en ese ejercicio un rol fundamental. En una fecha tan significativa como el 12 de febrero de 1841, O'Higgins escribió a Casimiro Albano recordando que desde sus primeras actuaciones públicas en 1811 había considerado que el amor a la patria debía ser “el resorte principal de las acciones de todo hombre público” y que ese sentimiento había sido la principal fuerza que lo había sostenido desde su juventud e incluso el amor a la patria lo había llevado a dejar el gobierno en 1823.

Esta virtud es fácilmente asociable a otras dos. En primer lugar, la abnegación, entendida como la renuncia a los intereses propios, tal como O'Higgins sacrificara prácticamente toda su fortuna durante la guerra de Independencia, sin cobrar, incluso, sus sueldos como general y, en segundo, al espíritu de servicio, que en su caso es fácilmente identificable al momento de formar y financiar milicias en Los Ángeles.

Otra virtud que es de importancia para la cultura militar y que también es perceptible en la vida de O'Higgins es el honor, es decir, la “cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo”. Para el Ejército de Chile esta es una virtud que sintetiza valores que deben llevar a actuar siempre con verdad, dignidad, sinceridad, rectitud y honestidad. La vida de O'Higgins es prolífica en demostraciones de la existencia de esta virtud. Famosa es su actuación en la batalla de El Roble en 1813, cuando al grito de “Vivir con Honor o Morir con Gloria” reunió a los soldados dispersos y logró la retirada de las fuerzas realistas. Esas mismas palabras las repitió en la carga de Chacabuco en febrero de 1817. En ellas, el honor es considerado como equivalente a “dignidad”, idea que en el marco ideológico de la lucha por la independencia implicaba la dignidad natural del ser humano, sujeto poseedor de una serie de derechos inalienables. En definitiva, era el leitmotiv de la lucha que se desarrollaba.

Para O'Higgins, el honor, la conciencia de la honra de sí mismo, era un bien de importancia y, en consecuencia, debía salvaguardarse, sin importar las circunstancias. También conllevaba una cuota de responsabilidad. Históricamente hablando, una de las situaciones más complejas de explicar en la vida militar de O'Higgins es el episodio conocido como Desastre de Rancagua. Algunos lo culpan derechamente de esa derrota. Otros responsabilizan a José Miguel Carrera. Independientemente de esto, existe un aspecto que rara vez es mencionado en los análisis que se hacen de este hecho de armas. Si eventualmente O'Higgins hubiese desobedecido, si hubiese cometido un error, no optó por desentenderse de la situación y buscar su propia salvación, como por ejemplo si lo hizo Mariano Osorio en la batalla de Maipú, sino que permaneció junto a sus hombres en la plaza sitiada, falta de agua y rodeados por todos lados de enemigos y también por el fuego que consumía las construcciones aledañas, dando, de paso, muestra de otra apreciable virtud militar: el cumplimiento de su deber como comandante y líder de esas tropas que confiaban en él.

La honradez, la probidad y la integridad son prendas tremendamente estimables en la vida militar, tal como otra de las virtudes que el Ejército destaca en el día de hoy, y que quizás sea una de las más tradicionales y de más larga duración, el espíritu de cuerpo.

El origen y la importancia atribuida a esta virtud datan desde la creación de los cuerpos militares, de aquella época en que la guerra no estaba tan tecnologizada como en el día de hoy y se combatía cuerpo a cuerpo con el enemigo, a escasos centímetros de distancia y hombro a hombro con el camarada que formaba en las mismas filas. Las compañías de infantería o los escuadrones de caballería actuaban como cuerpos. Cada soldado dependía del compañero que marchaba a su lado y este, a su vez, del siguiente, conformándose una cadena de dependencias mutuas que, en definitiva, muchas veces podía implicar la victoria o la derrota, la vida o la muerte.

La guerra, en la época de O'Higgins y en el presente, es una experiencia colectiva para quienes la protagonizan. Se conforma un grupo que lucha por los mismos ideales y objetivos, y ello debe ser reforzado constantemente. Se conforma una “unidad”, no solo en el sentido de una entidad orgánica, sino que en el del surgimiento de una hermandad, una confraternidad con quien lucha al lado. O'Higgins contrarrestaba con las siguientes palabras las críticas que se hacían a su actuación en Chacabuco: “he sido acusado de temerario”, decía a Juan Egaña, y agregaba que sus acusadores ignoraban sus motivos: los innumerables actos de injusticia y de crueldades, perpetrados por los realistas tras la batalla de Rancagua “contra mis más caros amigos y los más queridos de mi patria”.

El valor es una virtud que también se asocia con la acción en el campo de batalla, y para buscar un ejemplo o'higginiano de él, basta con recordar los momentos culminantes del sitio de Rancagua, cuando se rompe el cerco realista, situación que ha sido magistralmente representada por fray Pedro Subercaseaux, imagen que se ha transformado en la representación gráfica por excelencia de esos hechos, misma que se ha enraizado fuertemente en la cultura de los chilenos, tanto que nadie concibe que se haya desarrollado de otra forma, aunque los relatos históricos de John Thomas, el secretario de O'Higgins, registren algo distinto que el mismo general le relató: su caballo tuvo que ser levantado por los soldados para poder saltar sobre la trinchera enemiga. Debe precisarse que en términos militares se destaca el valor, no la temeridad irracional, pues en esto existe un componente de responsabilidad ética: esta última acción puede acarrear la pérdida de vidas humanas.

Cabe preguntarse cómo O'Higgins, un hacendado educado en Lima y en Europa, logró comprender cabalmente estas virtudes militares y, con aciertos y errores, llegó a ser considerado como un paradigma por el Ejército de Chile. La respuesta teórica es muy simple: a través del ejercicio constante de estas virtudes, tal como se lo sugiriera Juan Mackenna en 1811: “búsquese el sargento de Dragones que tenga la mejor reputación como instructor, consígale una licencia y lléveselo a su casa. Con él pronto aprenderá el uso de la carabina, de la espada y de la lanza, y los ejercicios de caballería e infantería en que su padre acostumbraba adiestrar a su regimiento. Monte, entonces, a caballo; hágase práctico en el manejo de la espada y de la lanza y, cuando sepa bien su uso, puede ya reunir una compañía de su regimiento para ejercicios de instrucción, ayudando a su sargento en la tarea, porque de ningún modo puede aprender Ud. tan bien como enseñando a los demás”.

Aprender a mandar siendo mandado, aprender a instruir siendo instruido; ejercicio constante, reiterado. Sin duda fue una buena recomendación que, junto al estudio de manuales de táctica, fue conformando al soldado que practicó muchas de las virtudes que hoy en día el Ejército que formó (o refundó, si se quiere), en 1817, mantiene como constantes en su quehacer y en sus procesos educativos y que son parte de la cultura militar.

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