Retrocedamos en el tiempo y viajemos a París del 1900. Estamos en Montmartre, el barrio de los pintores y artistas. Si usamos la imaginación podremos ver a Edith Piaf cantando en los suburbios, a Henri Matisse buscando inspiración para sus obras o a Modigliani cambiando dibujos por vino. Y si vamos más atrás incluso, podremos sentarnos en un café con Van Gogh (y preguntarle qué le pasó en la oreja) o acompañar a Toulouse-Lautrec al Moulin Rouge. Y si andamos muy creativos, podemos dar un salto hacia adelante y asistir al debut de los grandes cantantes franceses como Jacques Brel, Yves Montant o Charles Aznavour. No es París… es Montmartre, un semillero de artistas que logró cierta fama con la película “Amelie”, aunque su prestigio viene de mucho antes.

Quizá su medalla más importante hay que agradecérsela a Picasso, que no sólo vivió en este lugar. Aquí el español sentó las bases del cubismo, al pintar su famoso cuadro “Las Señoritas de Avignon”, en 1907. En octubre se cumplen 138 años de su nacimiento, una excusa más que apropiada para descubrir uno de los barrios más atractivos y románticos del mundo.

Montmartre es una colina de 130 metros de altura, en cuya cima descansa la famosa Basílica del Sagrado Corazón, o Basilique du Sacré-Coeur para los que se atreven a balbucearlo en francés. Este venerable edificio es algo así como la cima del Everest, por lo tanto lo dejaremos para el final, porque para hacer cumbre en este barrio hay que hacer algunas escalas. El metro de París siempre es recomendable para llegar a cualquier lado y, para ir a Montmartre, una buena opción es tomar la línea 12 (color verde) y bajarse en la estación Abbesses.

Escondido entre los arbustos y las flores de la plaza Jehan-Rictus, se alza una muralla seductora. Y a diferencia de otros muros pensados para dividir, este busca precisamente lo contrario. Su nombre es una sinopsis perfecta: “El Muro de los Te Quiero”. Es una estructura de 40 metros cuadrados de 612 baldosas azules, donde se puede leer la palabra “Te quiero” en más de 300 idiomas. El autor intelectual fue Frédéric Baron, un artista que pasó años recopilando información y que incluyó lenguas poco tradicionales como el navajo, el esperanto o el inuit, el dialecto de los esquimales. A propósito: “Te quiero” en esquimal se dice “negligevapse”, por si algún día usted encuentra el amor en Alaska. “El Muro de los Te Quiero” es un rincón discreto, ideal para sentarse con un libro, sacarse una foto o darse un beso romántico junto a quien quiera.

Retazos de una plaza

Siguiendo el ascenso hacia la cumbre de Montmartre, el siguiente paso es la plaza Du Tertre, uno de los lugares más populares de París. Aquí se congregan los pintores y estudiantes de arte, que aspiran a seguir los pasos de Picasso.

La cadencia de esta plaza es magnética: niños corriendo, palomas volando, artistas dibujando, músicos callejeros tocando y una considerable cantidad de turistas colmando los bares que acarician sus adoquines. Y si la vocación por el arte es en serio, lo recomendable es (una vez terminado el circuito por los bares) es dar la vuelta a la plaza y entrar al Espacio Salvador Dalí.

Aquí encontrará una importante colección de pinturas, esculturas, objetos decorativos, dibujos eróticos y los típicos imanes para el refrigerador.

Y a escasos metros de Dalí está Bateau Lavoir, la casa-estudio donde Picasso vivía junto a otros pintores y escritores que profesaban la religión de la bohemia. El edificio fue inicialmente una fábrica de pianos, que se convirtió en salas de trabajo para artistas en busca de gloria.

Precisamente aquí comenzó a germinar la semilla del cubismo, cuando Picasso pintó sus famosas “Señoritas de Avignon”, obra que fue rechazada en ese momento, pero que el paso del tiempo le otorgó un incalculable valor. Hoy sólo quedan retazos de aquella época y el edificio está convertido en una pequeña galería de arte, que vale la pena visitar por su peso histórico.

Sagrada subida

A estas alturas del paseo, probablemente esté algo cansado para llegar a la cima de Montmartre. Pues bien, hay una mala y una buena noticia. Para llegar a la Basílica del Sagrado Corazón hay que subir 197 empinados escalones. Ahora la buena: se puede optar por el funicular de Montmartre, una especie de tranvía vertical que funciona desde 1900 y que actualmente transporta más de 2 millones de pasajeros al año. Una vez arriba, la imagen conmueve. El semblante de la Sacré Coeur tiene algo de ciencia ficción. Impresiona por sus formas de color merengue y sobre todo por su torre que contiene la famosa y asombrosa Savoyard, una enorme campana de 19 toneladas y 3 metros de diámetro.

En su exterior se mezclan visitantes de todos lados, quienes buscan retratar una de las mejores postales de París.

El cabaret más famoso

Montmartre era un barrio de molinos, que generaban una importante cantidad de ingresos para la ciudad. Hubo un tiempo en el que existían quince, cuya función era moler el trigo y el maíz. Y uno de los más famosos de París nunca se usó para moler trigo, sino como palacio de baile y antro bohemio: el Molino Rojo, más conocido como Moulin Rouge. Fue inaugurado en 1889 e inmortalizado en afiches publicitarios por Toulouse-Lautrec, quien era cliente habitual del cabaret. Hoy sigue estando vigente y ofrece un espectáculo más bien familiar, donde una de las estrellas es David Le Quellec, el reconocido chef cuyos platos hacen un perfecto maridaje con el show nocturno. Eso sí, barato no es.

Montmartre es un barrio para volver una y otra vez. Su historia nos conmueve y su rostro queda plasmado en nuestra memoria, como un óleo que luego de cientos de años sigue intacto. Quizá algo polvoriento, pero intacto al fin.

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