“De la obra de Elliott queda claro que la historia puede y debe ser un campo de conocimiento

en el que se cruzan las más variadas facetas de la vida humana”.

Juan Luis Ossa Santa Cruz

John H. Elliott es uno de los historiadores ingleses más prolíficos de los últimos cincuenta años. Retirado en Oxford luego de una exitosa carrera en Cambridge, King's College Londres y Princeton, de vez en cuando todavía se deja ver en uno que otro seminario. Sus intereses, como es bien sabido, se han concentrado sobre todo en la España del siglo XVII, aunque en las últimas décadas han abarcado también la historia comparada de los imperios español y británico. Su “Imperios del mundo atlántico” es una lectura obligatoria para cualquiera interesado en el origen, auge y caída de la presencia europea en las Américas.

De lo que yo no estaba al tanto, pues no había leído sus memorias, es del interés de Elliott por cuestiones relativas a las distintas formas de escribir historia, así como de cuán importantes han sido para él los distintos debates historiográficos que profesionalizaron la disciplina a lo largo del siglo XX. Elliott pertenece a esa sofisticada lista de intelectuales ingleses que consideran a la narrativa la mejor y más acertada herramienta para dar a conocer el pasado, consciente de que esta es un género literario que debe ser pensada y escrita de forma llana y directa. Que ello sea así no quiere decir, sin embargo, que Elliott excluya del todo a la teoría y el método, como bien queda de manifiesto en su libro “Haciendo historia”.

Allí, el autor se detiene en una serie de materias como la historia cultural y sus deudas con la historia del arte; la historia comparada y su relación, a veces contradictoria, con la denominada historia atlántica; y los vínculos entre historia local e historia global. De esta obra se desprende, en efecto, que la disciplina está compuesta de distintas áreas y aristas interpretativas, las cuales, por muy diferentes que ellas sean, componen un todo homogéneo y dinámico. Elliott nos plantea que él no solo es un historiador de los imperios, sino que también uno que entiende lo político a partir de una marcada preocupación por el devenir económico y cultural de las distintas capas de la sociedad.

En Chile ha calado hondo la idea de que los historiadores están, o deberían estar, inmersos en una escuela historiográfica determinada. Los historiadores “políticos” no se hablan mayormente con los historiadores “sociales” o “económicos”, como si la historia estuviera organizada por compartimentos estancos que no se tocan. La obra de Elliott resume justamente lo contrario: de sus páginas queda claro que la historia puede y debe ser un campo de conocimiento en el que se cruzan las más variadas facetas de la vida humana. Un buen ejemplo a considerar en momentos en que la sobreespecialización parece arrasar con la actividad universitaria.

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Karla Rubilar Intendenta Región Metropolitana de Santiago

Hemos vivido con expectación y alegría la histórica participación de los deportistas chilenos en los Panamericanos de Lima 2019. En un país que avanza en cultura deportiva, aplaudimos de pie el esfuerzo de nuestros atletas.

Como país hemos comenzado a trabajar en los próximos Juegos Panamericanos de Santiago 2023. Debemos dar una buena imagen, no solo deportiva, sino que también de funcionamiento de una ciudad que aspira legítimamente a convertirse en uno de los ejes turísticos y económicos de Latinoamérica.

El Presidente Piñera ha sido claro respecto a la importancia del deporte para disminuir la obesidad y sedentarismo, y también respecto a la necesidad de aumentar significativamente los deportistas nacionales de cara a estos Panamericanos. Pero también hay que pensar en la infraestructura necesaria en materia organizativa. Como sede, tenemos una oportunidad única para planificar un desarrollo territorial con mayor equidad, sustentabilidad, y acceso al deporte y vida sana.

En ese contexto, como Gobierno Regional, junto a varias universidades y ONG, presentamos un plan de nuevo Bulevar Metropolitano de Vida Activa y Saludable, iniciativa que busca intervenir el principal eje de los Juegos, la franja que conecta las principales vías que poseen infraestructura deportiva: el electrocorredor de avenida Grecia, la avenida Blanco Encalada y la zona del Parque Cerrillos.

Debemos mejorar el acceso con un transporte público y sostenible, y con servicios públicos y espacios verdes activos para los residentes. Pero, lo más importante, es que estos servicios y obras no sean temporales, sino algo permanente que colabore en este plan de incentivar el deporte en Chile.

Como Gobierno Regional Metropolitano vamos a cautelar que se fortalezcan los pilares fundamentales de equidad social, medio ambiente y movilidad urbana, incorporando la sustentabilidad y reduciendo la huella de carbono, a través de la electromovilidad y un manejo sustentable de los residuos. Aspiramos a que sean los primeros Juegos Panamericanos que disminuyan la huella de carbono y que ese sea su principal sello distintivo en un país que albergará en diciembre a la COP25.

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“La norma actual delimita la ‘costa' hasta la línea de playa, lo que no excede un ancho

de 200 metros en la práctica, dejando fuera de protección a humedales y dunas”.

Carolina Martínez Investigadora Cigiden e Instituto de Geografía UC

Nuestra costa se encuentra hoy en una condición crítica de cambio y en un estado de fuerte degradación. Un espacio que históricamente ha sido el cimiento de grandes civilizaciones, que alberga la mayor cantidad de ecosistemas de alta valoración natural-cultural, clave en el desarrollo económico de las naciones, y que alberga la mayor cantidad de habitantes en el mundo. Se estima que cerca del 50% de la población mundial actual (tres billones de personas) vive a menos de 60 kilómetros de la zona costera.

Pero la costa es un espacio reducido que comprende solo el 20% de la superficie terrestre, y que entrega servicios ecosistémicos equivalentes al 77% del valor total del mundo, generados en humedales y cuerpos de agua costeros. En Chile, las ciudades han crecido en torno a ejes costeros, construyendo nuestras principales áreas metropolitanas en esos territorios. El costo de ello ha sido el relleno de humedales para proyectos inmobiliarios, la ocupación de campos dunares, la extracción de arenas de playas, ríos y dunas, contaminación de cuerpos de agua y suelo, fragmentación del paisaje costero, y artificialización del paisaje costero con obras de ingeniería, entre otros.

El cambio climático ha acelerado muchos de estos procesos naturales que podrían haber retrasado este deterioro. En los últimos ocho años el país ha pasado por tres procesos de reconstrucción posterior a terremotos (2010, 2014 y 2015), aluviones, otros menos conocidos hasta ahora como trombas marinas y huracanes, marejadas y, recientemente, la erosión costera en gran parte del litoral arenoso del país. Estos eventos extremos se relacionan con las formas de ocupación en la costa, causando una profunda degradación en la mayoría de los ecosistemas, en especial humedales costeros, que en el mundo se consideran hábitats críticos y son protegidos por figuras legales. Vemos con impotencia cómo grandes inmobiliarias “toman” los humedales costeros, los campos dunares y la playa, y cómo algunas autoridades locales y regionales apoyan proyectos de conectividad que terminan fragmentando estos ambientes.

Los cambios en la zona costera están siendo percibidos más rápido por la comunidad organizada que por políticos y tomadores de decisión. Pero es urgente tomar acciones para revertir estos procesos, y para lograrlo Chile necesita una ley de costas. La actual Política Nacional de Uso del Borde Costero, vigente desde 1992, no es suficiente para proteger los ecosistemas costeros, ya que delimita la “costa” hasta la línea de playa (donde llegan las olas en las más altas mareas). Ello no excede un ancho de 200 metros en la práctica, dejando fuera de protección a humedales y dunas en todo el territorio nacional.

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