Sorprende ver una perdiz gorda paseándose frente al ventanal de una cabaña playera. Mucho más que el mero gris posado en un palo de la cerca. En todo caso, lo cúlmine de esta visión silvestre son los centenares de chirigües amarillos que revolotean alrededor de la casa.

Así, la mañana de un día de invierno es inaugurada por los pájaros.

Todo sucede en la Puntilla de Pupuya, un poco más al suroeste del poblado de Navidad y a la orilla del mar.

Si desde la alta Puntilla se mira hacia abajo, se verá un estero con un vallecito cóncavo de casas aglutinadas, repartidas en varios núcleos urbanos de los cuales uno es el fundador. Hay una quietud absoluta, como si allí no viviera nadie, lo que es posible en invierno. Al fin, si se mira hacia el mar, se apreciará en plenitud la ensenada de Pupuya. De playa angosta, arenas negras. Ella se extiende por unos cinco kilómetros desde los acantilados y tres islotes (hay uno que parece un gran velero) del Infiernillo hasta encontrarse, ya en el mar, con una hermosa y preclara isla de piedra. Tendrá unos 300 metros de largo y una pequeña cala en donde soñar un desembarco romántico…

Alguna vez Pupuya fue una mínima caleta de pescadores, y donde los niños de la hacienda iban a la escuela. Pero antes tuvo una existencia mucho menos poblada. Entrando hacia el siglo XX no tenía una vecindad directa con el mar. Más bien, con sus casas diseminadas, estaba dos, tres kilómetros litoral adentro, sobre colinas suaves y en pequeños valles.

Del trigo al viento

Allí, primero como inquilinos de la hacienda de Federico Errázuriz, y luego agricultores o pequeños ganaderos independientes, tuvieron sus chacras de secano con trigos, cebada, garbanzos, algunas ovejas… Muchas veces, en tiempos duros de pestes o de sequía, se dedicaron a la recolección de cochayuyo, otras algas, mariscadura y a la “cosecha” de sal. Con todo, por ahí por 1930/40 comenzaron a bajar al litoral y se formó una cierta urbanidad concretada en el “caserío disperso” con su escuela.

Así, hasta hoy. Pupuya, más que ser un lugar exacto, se despliega holgado en una gran amplitud territorial. Lugares altos, otros bajos; quebradas que suben al cerro, colinas que descienden al mar… van constituyendo un hábitat tan variado que aún permite la crianza de ovejas, el cultivo del trigo y, desde la primavera, algo inédito en el territorio: surf, windsurf, kitesurf. El antiguo campo costino se hizo campo de deportes y, porque aún es discreta esta invasión de afuerinos, todavía es posible que una perdiz, un mero y una bandada de chirigües reciban al turista.

Pupuya no está sola. Conforma unidad territorial y vecinal con Matanzas, Tumán, Puertecillo, Topocalma, Punta de Lobos y, más al sur, Pichilemu y Cáhuil. Todos, lugares tocados por el viento Suroeste o el Noreste… que aunque siempre soplaron hoy son valorados como un nuevo atributo. Y así, Pupuya está en medio de un vendaval que ya no sólo alienta a deportistas, sino que también a inmobiliarias, corredores de propiedades, comerciantes ferreteros y barracas de maderas que posiblemente —de no mediar pudor y templanza— algún día nieguen la belleza original de este lugar.

La arquitectura que se está dando no es vociferante. Simples volúmenes de madera, espaciados, —sobre un suelo de 50 millones de años— lucen efímeros; sin embargo, todos los que llegan quieren comprarse un terreno y construir ahí.

Si desde Navidad se baja a la costa, el viajero se encontrará con el poblado de La Boca, y la playa llamada Las Brisas. Hermosa, breve, y de oscura arena ferruginosa. Todo limpio. Aquí no hay lugares de comercio y es muy gratificante encontrar un espacio que sólo ofrece naturaleza y la posibilidad de ver un nervioso caracol ermitaño corriendo sobre la arena.

Alturas sobre el mar

Matanzas es el primer poblado costero que se desprende al sur de Navidad. Su nombre proviene de las faenas que se hacían en torno del sacrificio de animales para el charqui, sebo, cueros… del fundo. Allí mismo se embarcaban (1872). La caleta es estrecha, de playa angosta y su actual atractivo lo dan los vientos y olas: un cóctel para los surfistas. El poblado, con una calle paralela al mar, es muy interesante.

A continuación están la rada y caleta de Tumán. Aunque es la más solitaria de todo este litoral también está siendo construida… Tiene una impresionante punta que cae a pique hacia la caleta. Con playa de arena, está respaldada por tierras altas. Así, hasta llegar a Puertecillo, epicentro de la “taquilla” juvenil.

No sólo es costa, para los que se interesan en la arquitectura vernácula están los maravillosos poblados del cercano interior: Litueche, La Estrella, Marchigüe, Pumanque, Ciruelos… que, al contrario de los litorales —que perdieron su arquitectura en el terremoto de 1985—, aún conservan casas y trazados urbanos. Y no sólo construcciones vernáculas; en la misma vega de Pupuya se ven, casi tocando el mar, unos ocho volúmenes diseñados para enfrentarse o interactuar con los tsunamis: una novedad.

El viento, una notable altura sobre el mar, un suelo rojizo/amarillento incrustado de centenares de fósiles marinos, más una arquitectura joven, de volúmenes encajonados, hasta ahora dan unidad paisajística a ese litoral tan hermoso. Es de esperar que tanto desarrollo se ponga límites sostenibles.

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