Yo no tengo mánager, manejo la cuestión por mi cuenta. Mi negocio es atendido por su propio dueño”.

Violeta me abrió todo un mundo. Estando en París, me cayó la teja y se plasmó en Los Momentos”.

Ninguna riqueza es capaz de comprar el tiempo libre, la libertad y la independencia, escribió Thoreau, pero esa frase perfectamente podría salir de la boca del músico Eduardo Gatti.

El compositor nos recibe en su casa de Chicureo rodeado por seis perros que recogió de la calle, y que ahora viven a cuerpo de rey en un terreno campestre, idílico, con muchos árboles, y donde se escucha el trinar de los pájaros a mediodía.

Cuenta que compró el paño de tierra en 1989, cuando la comuna era un zona abandonada, y se vino a vivir en 1997, con su mujer, Paulina Krebs, y sus hijos en busca de paz.

A sus 69 años, el autor de Los Momentos sigue componiendo, toca guitarra diariamente, y dice que los costos de ser músico en Chile no han sido muchos para él porque ha llevado una existencia a escala humana, sencilla, sin obnubilarse por la plata, la fama y la exposición mediática.

Acaba de llegar de un concierto en Chiloé y que estuvo tocando junto a su hijo Manuel —que lo acompaña en voces y guitarra—, en un show acústico que lo tiene recorriendo el país entero.

Guitarrista virtuoso, ex integrante de Los Blops y heredero declarado de Beethoven, The Beatles y Violeta Parra, la obra de Gatti es de un sincretismo que cruza la música docta, el rock y el folclor chileno.

Admirador de Bob Dylan, dice que le pareció merecido el Premio Nobel al autor de “Desolation Row” . “Desde los 14 años escuché sus primeros discos, y como entendía las letras, eso me ayudó a entender la potencia de su mensaje. La letra de “A Hard Rain's A-Gonna Fall” es profética. Nos estaba mostrando todo lo que venía, todas las contradicciones de la sociedad norteamericana”.

—¿Tuviste de niño una formación clásica¿

—Claro, yo tuve la escuela de haber escuchado a Beethoven, Bach, Mozart y Schubert porque sonaban en mi casa y me gustaban. Mi abuela había sido una gran pianista y fue ella la que me hizo escuchar esta música cuando tenía 7 años. Yo podía escuchar una sinfonía entera de Beethoven y volarme.

—Siendo adolescente viste tocar a Violeta Parra. ¿Cómo fue la experiencia?

—Estaban Ángel con la Isabel, Patricio Manns, Rolando Alarcón, y la Violeta. Para mí fue como una revelación porque yo era un pendejo de 16 años que, cuando mis papás me dijeron que íbamos a ver música folclórica, yo pensé en espuelas, empanadas, cueca y vino. Estaba metido en el rock, pero cuando la vi, dije: ¿Qué es esto? Era otra cosa, otro folclor, se me abrió todo un mundo y fue una semillita que quedó plantada. Tiempo después, estando en París, me cayó la teja y se plasmó en Los Momentos.

—¿Qué fue lo que te llamó la atención de ella?

—Sus letras eran elaboradas. Había mucho sentimiento en su música. Había poesía y su presencia era muy fuerte, era como una machi. No volaba una mosca cuando cantaba.

Encontrón con Neruda

Gatti dice que aprecia la nueva generación de cantautores nacionales: “Me ha tocado interactuar con artistas como Manuel García, Nano Stern, Camila Moreno y Gepe. Me gusta mucho lo que están haciendo”. Publicó un libro, “Poemas sin guitarra”, una autoedición que reparte en las actuaciones, en la que aparecen los textos de sus canciones. “Mis poetas favoritos son Rilke y Juan Ramón Jiménez”.

—Jiménez decía que Neruda era un gran mal poeta.

—Viejo pesado (se ríe). A nosotros nos correteaba en Isla Negra cuando ensayábamos con Los Blops junto a su casa. Nos instalábamos en la noche, tocando guitarra en una fogata, y salía el huevón gritando: ¡Salgan de aquí, hippies de mierda!

Días de campo

Asegura que no es coincidencia que su casa esté enclavada en una sector rural porque se crió en el campo de sus abuelos en Linderos, cerca de Buin. “Yo jugaba en la acequia con el hijo del administrador del fundo durante todo el verano. Recogíamos paltas y uvas de los árboles. Con este amigo hacíamos paseos y nos internábamos adentro del campo, veíamos los atardeceres, los trenes que pasaban echando humo y el campo con los animales. Gracias a mis abuelos tuve una libertad en mi infancia que es uno de los recuerdos más hermosos de mi vida. Fue un período que duró poco, hasta los 8 años, pero la marca quedó para siempre”.

—¿Y tu mamá cómo te crió?

—Ella se separó cuando yo tenía un año y medio, pero siempre fui independiente. Desde los 9 años andaba solo en la calle. Me levantaba a las siete de la mañana, me pasaba a buscar el bus 42 de Peñalolén porque yo era amigo de un chofer, y nos íbamos a tomar desayuno. O si no, salía con el lechero que pasaba a caballo, y como éramos amigos, lo acompañaba a repartir leche. A los 10 años me regalaron una bicicleta y me desaté. Hicimos un grupo de bicicletas con otros amigos, y la única responsabilidad era que tenía que decir a qué hora iba a llegar a la casa.

Estudiaste en el Grange. ¿Te gustaba el colegio?

—Me encantaba por los compañeros, por la biblioteca, y porque los profesores ingleses respetaban el fair play. O sea, cuando te castigaban, sabías que la habías cagado. No había castigos injustos ni apasionados.

—¿Cómo te castigaban?

—Era un ceremonia. El director te esperaba en su oficina y el tipo abría un mueble que tenía cuatro varillas de distinto calibre. Te quedaba mirando y te decía: “Bent down”. ¡Bájese los pantalones! Porque era un golpe al calzoncillo. Ahí te pegaba tres guaracazos a toda raja. Después, dejaba la varilla, te daba la mano, y te mandaba de vuelta a clases.

El viaje inmortal

Gatti partió en barco a Europa en 1970 y afirma que el viaje fue determinante en su formación. “Me fui en un barco de carga. Yo pensaba que iba a ir como pasajero, pero a los tres días, me transformé en tripulante porque hablé con el capitán y le dije que no podía irme echado en una cama. Él me respondió que había que pintar el barco, así que armamos un equipo de pintura y nos fuimos pintando hasta Panamá. Fue una experiencia maravillosa. Además, los marinos eran ingleses, llevaban una guitarra y nos fuimos cantando canciones de los Beatles y Dylan. De hecho, me ofrecieron quedarme como miembro de la tripulación, y la pensé, pero después decidí que la música era lo primero.

—¿Con qué te encontraste en Europa?

—Yo era súper idealista, pensaba que me iba encontrar con el “Flower power”, pero la cuestión era mucho más dura. La policía era pesada y la gente también. El viaje me sirvió para valorar lo que tenía en Chile y me di cuenta de que no tenía nada que hacer en Europa. Le escribí a Juan Pablo Orrego, le dije que me quería sumar a Los Blops, y él me contestó que me estaban esperando. Cuando llegué, a los tres meses estábamos grabando nuestro primer LP.

—Ustedes quedaron espantados con el Festival de Piedra Roja, el Woodstock chileno.

—Fue caótico. Todo era muy precario. La toma de corriente era un cable de lámpara que tenía como 300 metros con un triple en la punta para enchufar los equipos, ¿cachái? Ni siquiera una zapatilla. Con el largo del cable el voltaje bajaba mucho y los equipos sonaban horrible. Era todo espantoso. Nosotros tocamos dos o tres canciones y nos fuimos.

—¿Cómo fue tu experiencia con el grupo Arica, de Óscar Ichazo?

—Nos levantábamos temprano, hacíamos psicocalistenia y masajes con agua fría, entonces estábamos en un estado físico impresionante. Yo creo eso nos ayudó mucho porque nos podríamos haber perdido. No costaba nada irse a la cresta con excesos de drogas y terminar rayado o rodando por un cerro. Teníamos mucha disciplina, ensayábamos 8 horas diarias, y bueno, el disco La Locomotora (1973) salió de ahí.

—¿Y cuál fue tu relación con Víctor Jara?

—Grabamos con él “El derecho de vivir en paz” y “Abre la ventana”. Y nos ayudó con Dicap (Discoteca del Cantar Popular), que había sido el único sello que nos ofreció grabar. Era de las Juventudes Comunistas y cuando escucharon nuestro disco, no querían distribuirlo porque lo encontraron muy hippie; alienado. Le contamos a Víctor y él dejó la cagá. Entró a Dicap, se oyeron unos insultos, y al rato salió el director del sello diciéndonos que el disco iba a ser distribuido. Víctor era comunista, pero era un gallo abierto, no era dogmático, con otra visión, con más cultura y mundo.

—A propósito de política, ¿cómo ves el Chile de hoy?

—Todos los chilenos pagamos impuestos, pero en Chile yo siento que no te dan nada a cambio. Ahora es cierto que la cosa ha cambiado. Si lo comparas con el año 70, el cambio es impresionante, pero eso es de Plaza Italia para arriba. Hay una inconsecuencia en todo. En la izquierda y en la derecha. Que todo sea privado es llevar las cosas a un extremo. Si el agua tiene dueño: ¿qué viene después? ¿Nos van a pedir un impuesto por el derecho al aire?

—¿Qué opinas del escándalo de Essal en Osorno?

—Es salvaje. Estoy casi seguro que no le van a quitar la concesión porque hay un lobby impresionante. Hoy día un gallo que deja de ser parlamentario, inmediatamente es agarrado por el directorio de una empresa o como asesor . El trabajo de los políticos se transformó en una carrera a la empresa. Yo lo encuentro inmoral.

—Teloneaste a Paul McCartney en Chile en los 90. ¿Qué te parece ese nivel de fama?

—Es que es mucho. Estaba la escobacon este gallo. La seguridad que tenía era una cuestión que daba miedo. Los pacos chilenos valían callampa. Los guardaespaldas eran unos huevones enormes y estaba lleno de controles. Era una especie de paranoia. Parece que después del asesinato de Lennon quedaron espirituados.

—A ti gusta pasar piola.

—No me gusta ir a todas, ni sacar discos todo el tiempo. Tampoco me gusta exponerme, ni ir a programas de farándula. Hay que cuidarse, sobre todo acá, donde somos apenas 17 millones. Por eso no toco en lugares grandes. Si me ofrecen tocar en el Caupolicán, digo que no. Prefiero tocar en lugares chicos y eso hace que esté dando conciertos todo el tiempo. Yo no tengo mánager, manejo la cuestión por mi cuenta. Mi negocio es atendido por su propio dueño.

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