Aportar al bien común y promover el desarrollo integral del ser humano para contribuir a la construcción de un país más justo y solidario, sobre la base del diálogo, la fe y la sustentabilidad son los principios que rigen el accionar de las universidades católicas.

Así ha sido históricamente, pues la relación entre la Iglesia Católica y la educación tiene larga data. Tanto en el mundo como en América, y por supuesto en Chile, el desarrollo del conocimiento ha estado ligado a esta institución.

“La Iglesia desarrolló el sistema universitario porque era la única institución en Europa que mostraba un interés riguroso por la conservación y el cultivo del conocimiento”, afirma el historiador norteamericano Lowrie Daly, en The Medieval University.

Y si nos trasladamos a América, las primeras escuelas estuvieron ligadas a órdenes religiosas que arribaron al continente con la misión de evangelizar a la población. Para ello, señala Patricia Imbarack, académica de la Facultad de Educación de la Universidad Católica, “desde su llegada, y mucho antes de los decretos reales, las órdenes comenzaron a fundar escuelas y el paso a la educación superior fue la consecuencia natural del progreso del binomio Educación-Iglesia”.

“La Iglesia ha estado a la vanguardia de la formación de profesionales y la generación de conocimientos, factores esenciales en la configuración de la República y el desarrollo de la nación”, afirma el presidente del Área Educación de la Conferencia Episcopal de Chile y obispo de Temuco, Héctor Vargas.

Complementa Imbarack, también editora del libro “Educación católica en Chile: perspectivas, aportes y tensiones”, quien destaca el esfuerzo constante de la iglesia en “su vínculo con casas de estudio y centros de investigación, bajo el entendido de su rol central en la conformación de la vida cultural, social e intelectual de nuestros países”.

En el país, la Universidad Católica ha estado presente desde el siglo XVII con la fundación de la Universidad de Santo Tomás, de la Orden de los Frailes Dominicos, la casa de estudios superiores más antigua del país. Ya en 1888 y en el marco de la universidad moderna, se fundó la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Hoy, en Chile existen ocho universidades católicas, tres de inspiración católica y un instituto profesional afiliado a la UC. En términos de su estatus canónico, dos son pontificias, cuatro son diocesanas y otras dos fueron fundadas o son mantenidas por congregaciones religiosas.

Misión

La apuesta de las universidades de carácter confesional es una formación integral, que mezcle razón, verdad, ciencia y fe, entregando conocimientos y potenciando habilidades, de modo que cada profesional esté al servicio de la búsqueda y solución de diversas problemáticas sociales.

En este contexto, el vicario para la Educación, Andrés Moro, explica que “la iglesia, fiel a su misión de anunciar la Buena Nueva de Jesús, reconoce al mundo universitario y académico como un actor preponderante de la sociedad y, por lo mismo, busca situarse en un permanente y fecundo diálogo que favorezca el desarrollo integral de los estudiantes y de toda la ciudadanía”.

Es que, tal como señala el documento de la V Conferencia General del Episcopado (Aparecida, 2007), las universidades católicas “poseen responsabilidades evangélicas que instituciones de otro tipo no están obligadas a realizar. Entre ellas se encuentra, sobre todo, el diálogo de fe y razón, fe y cultura, y la formación de profesores, alumnos y personal administrativo a través de la Doctrina Social y Moral de la Iglesia, para que sean capaces de un compromiso solidario con la dignidad humana y solidario con la comunidad, y de mostrar proféticamente la novedad que representa el cristianismo en la vida de las sociedades latinoamericanas y caribeñas. Para ello es indispensable que se cuide el perfil humano, académico y cristiano de quienes son los principales responsables de la investigación y docencia”.

Todo con sello de calidad, tal como lo señaló el Papa Juan Pablo II en la constitución apostólica Ex Corde Ecclesiae (1990), cuando precisó que esta cualidad se valora al máximo en las universidades católicas, que tienen como misión la constante búsqueda de la verdad mediante la investigación, la conservación y la comunicación del saber para el bien de la sociedad.

“La excelencia que se persigue aporta a la construcción del Reino. El rol público de la universidad se juega en la posibilidad de contribuir a un país más justo, orientado al bien común, que da cuenta de la responsabilidad de unos por otros, en clave de mensaje cristiano. Cuando esta perspectiva se pierde, se diluye la identidad de una universidad católica”, afirma Imbarack.

En esta línea, el vicario Moro asevera que la iglesia aspira a que “las universidades, como generadoras de conocimiento, contribuyan con la solución a los grandes problemas de nuestra sociedad. Esto implica que toda la investigación y la formación profesional tiendan hacia el bien común, estableciendo nuevos modelos de desarrollo y convivencia. Es un desafío ético”.

Aporte

Toda casa de estudios superiores busca imprimir en sus estudiantes un sello que marque su paso por la sociedad. En el caso de las universidades católicas, afirma el obispo Vargas, sus alumnos deben “estar en posesión de una sabiduría suficiente que ubique en el centro de sus intereses la dignidad de la persona, de tal modo que le permita conocer cuál es la identidad, vocación y destino último de ella y del género humano, y ponerse al servicio de ello”.

Desde la Universidad de los Andes, el director del Centro de Estudios Generales, Antonio Amado, afirma que buscan que sus estudiantes valoren “todas las dimensiones de la vida humana, y mediante una sólida competencia profesional, amor al trabajo bien hecho y el uso responsable de su libertad contribuyan al bien de toda la sociedad”.

Patricia Imbarack, en tanto, señala que lo específico de ser universidad es “la búsqueda de la verdad. En el caso de la Universidad Católica, implica atesorar una tradición, la de la Iglesia, centrada en la verdad de Cristo. Esta búsqueda asume una forma particular en la universidad por ser católica: es honesta, orientada siempre al servicio del otro y del país, y al bien común”.

Es así como existe coincidencia en que los profesionales de universidades confesionales deben propender a construir una sociedad más justa.

“La universidad busca preparar generaciones capaces de construir un orden social más humano. Se trata, por tanto, de superar un género de indiferencia creciente y generalizada, de ir contra corriente y educar en el valor de la solidaridad, contra la praxis de la competencia exacerbada y del provecho individual”, afirma el obispo de Temuco.

Mientras que el vicario de la Educación añade que “los egresados de esta educación deben marcar la diferencia”, pues el aporte de la iglesia se encuentra en la doctrina social, en el sentido de poner tanto en la formación universitaria como en las decisiones políticas la solidaridad, justicia, uso racional y sustentable de los bienes en el centro.

Para Solange Favereau, académica de la Facultad de Educación de la Universidad de los Andes, “toda formación universitaria conlleva la responsabilidad de entregarse para mejorar la vida de las personas”.

Así, la formación ética que reciben los alumnos de universidades católicas busca que “el bien sea siempre primera prioridad, más allá de los intereses personales; personas altruistas y desprendidas, con una visión trascendente de la vida, que con su formación profesional sean capaces de abrirse a los retos culturales y morales de los tiempos y, así, entregar a su país los valores que han de hacer de esta sociedad un lugar más humano y solidario”.

Desde la UC, Patricia Imbarack afirma que “la formación de futuros profesionales para servir a los demás es una de las funciones primordiales de una universidad católica”.

Agrega que la investigación que estas casas de estudios hacen nace desde una perspectiva de fe, y que forma parte del servicio que la universidad realiza a la iglesia y a la sociedad y que persigue el bien común.

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