En 1939 más de dos mil españoles republicanos llegaban a Chile en el barco Winnipeg, buscando refugio de la guerra civil que vivía España. El 30 de agosto la nave arribó a Arica y el 3 de septiembre desembarcaron en el puerto de Valparaíso.

Fue un acto inédito para la época —y aún para nuestros días—, ya que nunca nuestro país había acogido tal cantidad de personas. Era un tiempo en el que no existía el concepto formal de «refugiado» y se vivía un período de entreguerra que hacía muy complejo que ellos pudieran quedarse de forma segura en Europa.

Muchos de ellos vivían los traumas y consecuencias de la guerra civil española: estaban en condiciones muy precarias y eran perseguidos. La mayoría perdieron familiares, amigos, sus bienes y su tierra. Cruzaron las fronteras para ir a Francia —donde existían campos de refugiados—, pero como no podían permanecer ahí apostaron por exiliarse en Chile, Argentina y México.

Fue un proyecto humanitario que no estuvo exento de resistencia, pero el coraje y la audacia de personas como Delia del Carril permitió concretarlo.

En Chile estaba Pedro Aguirre Cerda al mando del país, y él junto a su ministro de Relaciones Exteriores, Abraham Ortega, fueron claves en todo el proceso. “Fue un tremendo hito de solidaridad y humanidad que es comandado por Pablo Neruda como cónsul especial para la Inmigración Republicana de Chile. En un momento hubo un pie atrás por las presiones políticas que había para que el barco no llegara, ya que se decía que eran personas anarquistas y comunistas las que vendrían. Pero el ministro Ortega fue firme en la decisión y estuvo dispuesto a renunciar si no se llevaba a cabo la iniciativa”, explica Leonora Díaz, del CCE Santiago (Centro Cultural de España) e integrante de la Comisión organizadora de la conmemoración de los 80 años del Winnipeg.

Una nueva esperanza

Ocho décadas después de la aventura, se valoran con creces los resultados de la travesía que permitió que artistas, comerciantes y profesionales dejaran su huella en este país.

Dolores Rodríguez Sigler fue la niña más pequeña que viajó en el barco: apenas tenía dos años. Viajó junto a sus padres, su hermana y una tía.

Se emociona cuando recuerda lo que implicó para su familia la guerra: la muerte de sus tíos y la renuncia de volver a ver a quienes se quedaron allá. Abandonaron una buena situación económica en Santander para llegar a una casa del Barrio Yungay. “En España vivíamos en la calle Esperanza y en Santiago, el gobierno nos dio una casa en calle Esperanza. Fue muy simbólico y una gran ayuda. Yo soy española, pero siento a Chile como mi patria”, dice.

Su madre era modista de alta costura y su padre trabajaba en diferentes oficios. Encontraron empleo a las pocas semanas de llegar. A los 8 años Dolores empezó a trabajar, y a los 14 junto a su hermana se ocupaban de una peluquería familiar que lograron instalar.

Luego conoció a José Gómez —también inmigrante español— con quién se casó. Él tenía una fuente de soda y ella trabajaba a la par y criaba a los hijos. “Era una vida bien sacrificada, partíamos a las 5 am y terminábamos a la medianoche. Pero fuimos surgiendo y pudimos comprar el Nuria. Por décadas llevamos ese ritmo de lunes a domingo... sin descanso”.

Ya han pasado 45 años y los restaurantes Nuria son un clásico en el centro de la capital, con sus tradicionales sándwiches y comida chilena. Hoy sus hijos continúan con la tradición familiar.

Para recordar

“Conmemorar la llegada del Winnipeg nos permite reflexionar y cifrar un punto de inflexión de cómo estamos abordando la migración hoy en Chile. Complementar visiones, mirar históricamente este proceso y resignificarlo”, dice Joaquín Jiménez, integrante de la comisión que está organizando las diversas actividades que se realizarán con motivo de los 80 años del arribo del navío.

Con este propósito 24 instituciones y organizaciones se han unido en una iniciativa conjunta y colaborativa (entre ellas el CCE Santiago, el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, la Corporación Amigos del Winnipeg, la Fundación Pablo Neruda, la Fundación Delia Del Carril, la Universidad de Chile y la Asociación Winnipeg y Exilio de Valparaíso).

“El Winnipeg y sus pasajeros aún tienen muchas historias que contar. Los descendientes de los refugiados, así como todos los involucrados con su llegada, han consolidado lazos dando origen a muchas familias chileno-españolas. Además de los relatos conocidos, son esas historias las que queremos rescatar durante este importante aniversario”, explica Jaime Ferrer Mir, presidente de la Corporación Amigos del Winnipeg.

Para recordarlos, desde agosto a diciembre se desarrollarán diversas iniciativas en Santiago, Arica y Valparaíso (que fueron los lugares por donde pasó el barco) como obras de teatro, exposiciones artísticas, lecturas poéticas y una recreación histórica del desembarco.

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