Carol Adams (68) viene de un linaje cultural de pensamiento y activismo. Su mamá era una defensora de los derechos civiles, y su padre participó en uno de los primeros juicios por la contaminación del lago Erie, en el Lake District, al noreste de Estados Unidos. A fines de los 60, en la Universidad de Rochester, donde se graduó en Lengua Inglesa e Historia, Carol ya estaba haciendo ruido, al exigir la inclusión de estudios feministas en las mallas curriculares. A los 23, y ahora también vegana, fue discípula de Mary Daly, una de las pensadoras más radicales del feminismo moderno. Hoy, Adams se mantiene en plena vigencia como académica independiente, viajando por diversas universidades para hablar de temas como la pornografía de la carne (el título de otro de sus libros, publicado en 2003). Este año, The Sexual Politics of Meat (la política sexual de la comida), su primera obra, celebra tres décadas.

¿De qué se trata la política sexual que está detrás de la comida?

Para hablar de la política sexual de la comida y en mi especialidad, la política sexual de la carne y los lácteos, en primer lugar hay que considerar la presunción de la binaridad de género: los hombres son de una cierta manera y las mujeres de otra. Los hombres tienen un gran apetito y las mujeres tienen poco. Los hombres necesitan carne y las mujeres no. Están estas nomenclaturas en los menús, como lady special (especial para damas), para una ensalada. Otro ejemplo: un desayuno para un hombre hambriento va a incluir huevos y tocino o salchichón y tostadas. Y un desayuno para una mujer tendrá, por ejemplo, claras de huevo. Acá en Estados Unidos, y también en Gran Bretaña, la gran mayoría de los brunches para el Día de la Madre consisten en ensaladas, mientras que para el Día del Padre se sirve carne, o se los invita a una parrillada. Parece que ir a una parrillada te diera un shot de testosterona. Todo eso es política de género de la comida.

¿Comer carne está masculinizado?

Comer carne funciona como un símbolo del control patriarcal, un aspecto necesario de cumplir para la masculinidad heterosexual. Los hombres deben comer carne, porque de lo contrario serían gay. El veganismo ha despegado, pero los veganos en un mundo patriarcal también sufren de prejuicios patriarcales.

¿Qué prejuicios son esos?

Los hombres veganos tienen que demostrar que, de todas maneras, son machos. Muchas veces se rinden a la noción de que la masculinidad significa una cierta cosa específica, en lugar de ayudar a ampliar la noción de género. Por otro lado, existe fijación hacia las mujeres jóvenes veganas: se promociona a la mujer vegana más sexy, hay mucha discusión sobre la apariencia, acusaciones de que el veganismo contiene en sí una forma de gordofobia. Mientras el debate sobre el veganismo se concentre en la salud o la belleza, es menos probable que se atienda a lo más importante, que es el enfoque ético: los animales no están para que nosotros los comamos.

Escribiste tu gran obra hace treinta años. ¿Has visto cambios desde entonces?

La popularización del veganismo ha hecho que exista comida vegana muchísimo más rica, restoranes veganos, libros de recetas, y celebro todo eso, pero en términos de actitud hacia las mujeres y los animales, la producción industrial de carne sigue aumentando, y ya sabemos que se trata de uno de los mayores factores que contribuyen a la catástrofe climática. Por otro lado, la misoginia pública es tolerada. En EE.UU. tenemos un presidente misógino y probablemente abusador. El movimiento MeToo levantó temas, pero aún hoy los derechos de las mujeres no son tomados igual de seriamente que los de los hombres.

¿Qué hay de la carne orgánica, o de libre pastoreo, por ejemplo?

Poco después de que se publicó The Sexual Politics of Meat, apareció la carne orgánica y muchas personas comenzaron a preferirla. Luego aparecieron otros diciendo que está bien comer carne de animales criados localmente. Para mí, el marco ético como feminista es lo que importa. Así como las mujeres no somos un medio para los objetivos de los hombres, los otros seres no son un medio para nuestros objetivos. Además, todo el sistema de producción implica demasiado sufrimiento. El 25 por ciento de las vacas que se matan en Estados Unidos están embarazadas, y en el faenamiento de esa vaca se raja su vientre y al ternero, que aún está vivo, también se lo mata. Por eso, cuando los veganos dicen que hay un poco de ternero en cada vaso de leche de vaca, es verdad. Ese también es un asunto de ética feminista.

¿Y qué opinas de la carne in vitro, que en teoría no requiere de la muerte de un animal?

No creo que necesitemos carne in vitro, soy muy desconfiada. Me gusta la carne basada en plantas, hecha de lentejas, arvejas, porque es parte de la tradición culinaria del mundo, como el falafel. Cuando los europeos vinieron a lo que hoy llamamos Norte, Centro y Sudamérica, trajeron vacas. Nadie en Mesoamérica comía vacas antes de que los conquistadores españoles llegaran. La proliferación de vacas en el mundo está directamente relacionada con el colonialismo.

¿Qué te parece la comida procesada?

La gente tiene una variedad de necesidades y la comida procesada puede tener un lugar en su dieta. No soy una purista: creo que comer una hamburguesa vegetal procesada es mucho mejor que comer una hamburguesa natural hecha a partir del cadáver de una vaca.

¿Qué almorzaste hoy?

Pizza. Tenía mozzarela y parmesano veganos, y hongos shitaki. Algunos días tengo tiempo de hacer eso, pero otros no. Hay que reconocer que hay gente con enfermedades seriamente debilitantes que no pueden preparar comida. Por eso, no deberíamos adoptar una actitud purista sobre lo que significa ser vegano, porque el fin último no tiene que ver solo con la salud del cuerpo. Creo que dejar los lácteos, los huevos y la carne de animales muertos es saludable para el espíritu. ¿Cómo no va a ser saludable también para el cuerpo?

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